Rudolph Giuliani, de “sheriff de Manhattan” a guardaespaldas de Trump

El ex alcalde de Nueva York es el abogado “todo terreno” del presidente estadounidense. Ahora, quedó envuelto en el escándalo por la investigación de Biden en Ucrania. Si Trump es destituido, podría ir a la cárcel.

Gustavo Sierra
Especial para Infobae America
El hombre que combatió el crimen en Nueva York como un sheriff del Oeste y se paró ante las torres destruidas el 11/S, cuando aún caía mampostería y todo ardía a su alrededor, para decir al mundo que “Nueva York es más fuerte que todos los terroristas de la Tierra”, ahora es el ladero más fiel que tiene Donald Trump. En Washington, a Rudolph “Rudy” Giuliani, el ex alcalde de la mítica Gran Manzana, lo comparan ahora con el asistente que entra a la pista del circo para limpiar lo que dejaron los elefantes. Sale a defender al presidente estadounidense cada vez que éste mete la pata con uno de sus habituales tweets. Una tarea dura, si las hay. Es su abogado personal y comisionado para los “trabajos sucios”. El último encargo, coordinar con el presidente de Ucrania una investigación para sacar los trapos sucios de las actividades en ese país del hijo de Joe Biden, el demócrata que las encuestas marcan como el más probable rival de Trump en las elecciones del próximo año. También, la gota que rebalsó el vaso de los demócratas y que lanzó esta semana el juicio político contra Trump en el Congreso.


Giuliani fue el martes a su casi habitual presentación en el show de Sean Hannity, un amigo personal de Trump y estrella de la conservadora cadena Fox, y reveló que había estado en Kiev más de una vez y que tenía grabaciones de conversaciones sobre las actividades de Hunter Biden como asesor de la compañía de gas ucraniana, donde tiene un sueldo de 50.000 dólares por mes. El ex alcalde asegura que Hunter consiguió ese contrato después de que su padre manejara, durante la Administración Obama, la reconstrucción de ese país tras la anexión rusa de la península de Crimea. Y que tiene documentos que lo involucran en varios casos de corrupción. Pero no mostró ninguna prueba. Dice que lo hará ante el comité de Inteligencia del Senado. El detalle es que para los demócratas el impeachment tiene que ver con otro tema. Creen que se cometió una “traición a la Patria” al buscar la intervención de un poder extranjero en un asunto de política interna. Giuliani podría ser acusado, junto a Trump, de esos graves cargos.

A Giuliani pareciera no importarle nada de todo esto. La prensa washingtoniana ventila que le debe demasiados favores a Trump y que no puede escapar de sus compromisos. Aunque, cuando hace sus apariciones televisivas parece exceder su función de abogado y se convierte en un fanático más. John Cassidy escribió en el Newyorker que varios de los que lo conocen íntimamente creen que Giuliani directamente “se volvió loco”. Lo cierto es que su amigo Trump lo llamó cuando tenía el agua al cuello con la investigación del fiscal especial Robert Mueller sobre la interferencia de Rusia en las elecciones del 2016. Rudy se puso a la cabeza del equipo de abogados de la Casa Blanca, se convirtió en el portavoz más cercano de Trump y viaja por el mundo cumpliendo con sus encargos. El pasado fin de semana, el New York Times citó a un ex asistente de la Casa Blanca diciendo que Giuliani “alimenta a Trump con todo tipo de basura, le da letra para que diga barbaridades contra la prensa”, y todo eso “crea un gran problema para todos nosotros, los que tratamos de organizar y equilibrar esta Administración”. Evidentemente, tiene el aval del presidente para llevar a cabo sus propias investigaciones, navegar por entre el personal hostil de la Casa Blanca y entrar al Salón Oval cada vez que se lo proponga. Pero esta autonomía también pasó a ser peligrosa para Trump. Al reunirse, a principios de este año, con Yuriy Lutsenko, un ex fiscal general de Ucrania, y presionarlo para que le dé información sobre sobre Burisma, la compañía de energía ucraniana que contrató a Hunter Biden, Giuliani pavimentó el camino que condujo a la investigación de juicio político. Y también arrastró al fango a una gran cantidad de otros altos funcionarios de la Administración, incluidos el Secretario de Estado Mike Pompeo y el Fiscal General William Barr. El martes, el Wall Street Journal informó que Barr y Giuliani ahora estaban “coordinando sus discursos para no meter la pata más de lo que ya lo hicieron”.

Antes de ser convocado a la Casa Blanca, a los 75 años, Giuliani disfrutaba de su nueva vida de consultor internacional mientras se hacía cada vez más rico. Se lo veía frecuentemente en el piso superior del rascacielos del 666 de la Quinta Avenida de Nueva York, donde funciona el exclusivo club Grand Havana Room. El lugar donde le encanta fumar costosos habanos recostado en un inmenso sillón de cuero. Entre sus favoritos están los Patrón que Trump le envía regularmente a través de su hijo Andrew que trabaja en la oficina de Relaciones Externas de la Casa Blanca y frecuentemente acompaña al presidente a jugar al golf. El Gran Havana tiene una curiosa historia. Giuliani lo rescató de una casi segura bancarrota y pasó a ser miembro de la comisión directiva. Ya tenía experiencia como administrador de otro club de fumadores, el Macanudo, donde había conocido a la que fue su esposa por muchos años, Judith Nathan, y cultivado las amistades de poderosos empresarios e inversionistas que financiaron su carrera política. El edificio donde funciona el club, el 666, había sido adquirido en 2007 por la familia de Jared Kushner, el yerno de Trump, por 1.800 millones de dólares. El negocio no resultó lo suficientemente rentable y los Kushner decidieron tirarlo abajo para construir allí una nueva torre. Giuliani se opuso a que desapareciera el histórico Gran Havana y los enfrentó en la justicia. En el medio apareció otro inversionista que entró en el negocio y el 666 todavía sigue en pie. “El club es demasiado poderosos, repleto de peces gordos de Wall Street, directivos de los Yankees (el club de golf), todos los amigos de Rudy. Era demasiado costoso enfrentarse a ese club”, dijo el actor Alec Baldwin, también socio del Gran Havana, en una nota que publicó el Daily News.

Giuliani fue el alcalde de Nueva York entre 1994 y 2001 y basó su mandato en la premisa de “tolerancia cero” contra el crimen. Y lo hizo, se enfrentó a la mafia y a los narcotraficantes. Se ganó la fama de “tipo duro”, de sheriff. Y cumplió muy bien el papel. Hasta se puso una peluca y ofició de agente encubierto para atrapar a unos “dealers” dominicanos que vendían heroína en el Upper West Side. Cuando decidió enfrentarse al entonces muy popular alcalde Ed Koch, se encontró por primera vez con Trump. Había una controversia sobre la famosa pista de patinaje sobre hielo del Central Park. Giuliani hacía campaña prometiendo su reconstrucción y el joven constructor y playboy ofreció hacer el trabajo en apenas cuatro meses y por el precio más bajo que pagara el gobierno de la ciudad. Fue una movida populista muy beneficiosa para los dos. Giuliani era todavía el poderoso fiscal general del distrito sur de Manhattan (ver la serie “Billions” de Netflix) y tenía en su haber más de 4.000 detenciones y procesamiento de mafiosos. Ahora, también aparecía como un hábil administrador.

En 1994 se convirtió en el alcalde republicano de una New York que es predominantemente demócrata. Fue reelegido por su combate a la inseguridad, aunque por un escaso margen. Hacia el final del mandato, recibía duras críticas de toda la prensa neoyorquina. Cuando salió a la luz un video en el que se lo ve ridículamente disfrazado de “drag queen” en una cena para recaudar fondo, precisamente junto al entonces desarrollador inmobiliario Donald Trump, pasó a ser el hazmerreír de Manhattan. Su popularidad estaba por el suelo cuando ocurrieron los ataques contra las Torres Gemelas. Apenas supo de la noticia corrió hacia el lugar. Llegó al World Trade Center en el momento en que se incrustaba el segundo avión. Quedó atrapado entre el humo y los escombros. Fue rescatado por los bomberos y enfrentó las cámaras en un momento en que el presidente Bush permanecía callado. “Vamos a reconstruir estas torres y vamos a ser más fuertes que nunca”, dijo. Se convirtió en héroe. Dejó el puesto unos pocos meses más tarde envuelto en una gloria que nunca había imaginado que podría lograr.

A partir de ese momento se dedicó a hacer fortuna. En su declaración de impuestos del 2002 dijo tener apenas 7.000 dólares de ahorros. Cinco años más tarde, cuando lanzó una efímera carrera presidencial, ya tenía 30 millones de dólares. Se los ganó, aparentemente, con sus asesorías en temas de seguridad y sus presentaciones para dar conferencias en todo el mundo. Pero, también, haciendo negocios con los campos de golf de Trump. Andrew, el hijo que ahora trabaja en la Casa Blanca, estuvo muy cerca de convertirse en un golfista profesional y desarrolló varios de los proyectos del multimillonario.

Cuando Trump decidió presentarse como candidato presidencial, a uno de los primeros que le pidió su opinión fue a Giuliani. Y en agosto de 2016, el ex alcalde dejó su estudio de abogados para sumarse a la campaña. “Supe que iba a ganar inmediatamente después del primer discurso que di en su favor en Ohio”, contó Giuliani al reportero Jeffrey Tobin. “Vi el entusiasmo que la gente tenía por Donald y, sobre todo, el odio que sentían por Hillary Clinton. Y ese es un sentimiento más poderoso que cualquier otro”. El momento más importante de su participación en el ascenso de Trump fue cuando salió a defenderlo contra viento y marea después de que se conociera un video en el que el ahora presidente decía que no había mujer que se le resistiese y que “las tengo agarradas de la vagina”. Cuando todos sus asesores le decían a Trump que ya no iba a poder remontar la campaña, Giuliani le repetía que iba a ganar. En el momento en que Trump declaró su victoria, en la noche electoral, Rudy estuvo en el escenario y ambos se abrazaron ante las cámaras y una audiencia de decenas de millones. Cuando Trump llegó a la Casa Blanca, le ofreció el puesto de ministro de Justicia (Attorney General) pero no lo aceptó. Dicen que quería el de Secretario de Estado y que perdió en una pelea interna. Giuliani se volvió a su estudio de Manhattan hasta que en marzo de 2018 recibió el llamado del presidente que lo invitó a cenar a su residencia floridiana de Mar-a-Lago para pedirle que fuera su abogado en la investigación que había lanzado el fiscal Muller. “Disfruto más de ser un abogado que un político”, le dijo Giuliani al Newyorker. “Políticos hay muchos mejores que yo, pero como abogado no creo. Defender lo indefendible, es lo que mejor hago”.

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