Morata, la aspirina del Cholo
El gol del delantero en el 77' (había salido en el 70') da la victoria al Atlético, que se acerca a los octavos. Se lesionó Giménez. Felipe acabó acalambrado.
Patricia Cazón
As
Nada más cabecear ese balón que Lodi le puso en la frente, con un centro perfecto, Morata miró al banquillo y hacia allí corrió a celebrar. Lo haría abrazando a su técnico, a Simeone, abrazando a Koke, cambiado por él entre aplausos y pitos. El gol asegura casi la clasificación a octavos, entre tanta sequía, ante un Leverkusen que se estaba atragantando. Un gol que es una aspirina entre tanto último dolor de cabeza. Porque todos los días pizza puede indigestarse, vale, pero peores, mucho peores, eran los otros tiempos, los tiempos del hambre.
Setenta y siete minutos antes, el partido había comenzado con Morata suplente y Simeone con cartas nuevas sobre la hierba. Porque necesita goles y líderes. De ahí Herrera y el cuatrivote por João Félix. De ahí Correa en la mediapunta, con Koke, por detrás de Costa. Pero su equipo enseguida le cedió el balón al Leverkusen y eso era perfecto para el plan de Bosz. Salió a comerse la hierba del Metropolitano (un punto, al menos uno necesitaba para seguir respirando en esta Champions, cero tenía) y a hurgar en la espalda de Lodi.
Si creyó que sería el camino más corto hacia el área de Oblak nada más lejos. Ésta tenía guardián: se llama Felipe y es el nuevo jefe de esta defensa. Despejaba con el pecho, despejaba de cabeza, despejaba cada balón alemán. También vio de cerca cómo, nada más empezar, Giménez alzaba las manos pidiendo el cambio tras una carrera con Amiri. Un pinchazo atrás en la pierna, el maldito dolor de las lesiones que se creían pasadas, Hermoso dentro, sin calentar. Y Simeone ya afónico, tan poco le gustaba lo que veía.
Incontenible Bellarabi en la derecha, insistente Amiri, punzante Volland. Y sin necesidad de que el talento de Havertz apareciera demasiado. Lo único que le faltaba al Leverkusen era más acierto en los últimos metros para morder de verdad. El Atleti se iba enredando en sí mismo. Era todo confusión, pérdidas. Sólo Herrera trataba de darle juego e intención al equipo, un poco de orden en medio de tanto ruido, pero estaba demasiado solo en el centro: rodeado de muchos hombres, de Thomas, Saúl y Koke, que en realidad no eran nada, nadie, sólo sombras. Como los balones que lograba llevar hasta el área objetos voladores no identificados para Costa: no corría, sólo caminaba hacia ellos con el gesto de delantero atormentando que le viene consumiendo.
Sería de Lodi la única ocasión del Atleti en la primera parte. Atrapó Hradecky. Ocho minutos antes, una pérdida de Thomas había provocado una contra que iba con sal y pimienta de Amiri para que volviese a aparecer Felipe. Despejaría ahora con los pies, inconmensurable y totémico. El Atleti se iría al descanso con la amenaza de la lluvia mansa que caía sobre el Metropolitano, absolutamente diluido. Más interesante era mirarla caer que el propio partido. La pizza congelada y atravesada en la garganta mientras un runrún crecía alrededor de Koke y Costa, como si algunos hubieran olvidado que fueron sus piernas, entre otras, pero sobre todo sus piernas, las que han traído hasta aquí, hasta partidos como éste. Que los días grises no hagan olvidar verdades como ésta.
Grandes minutos de Lemar
El descanso no pareció cambiar demasiado. El Leverkusen regresó al partido con ganas de comerse la hierba pero sin diente, que Oblak en este reencuentro ante el equipo de su triple parada seguía con los guantes inmaculados. Quizá también influyó la pareja de centrales que tenía por delante, tan monárquica como histórica: Felipe y Hermoso, perfectos los dos en los centros laterales.
El Atleti seguía sin encontrar la red de Hradecky. Hasta que salió Morata con las botas y la cabeza encendidas para guiar. Ya llevaba entonces Lemar ocho minutos en el campo abonándole el terreno, grandes minutos, ojalá así siempre. El gol salió de su pie, con una apertura desde la banda a Lodi. Correría también al banquillo con Morata para celebrar con todos, la piña, con el Cholo. Se iría afónico el técnico, sin que pasara después nada más en la tarde, salvo calambres de Felipe. Afónico perdido. Y sin dolor de cabeza
Patricia Cazón
As
Nada más cabecear ese balón que Lodi le puso en la frente, con un centro perfecto, Morata miró al banquillo y hacia allí corrió a celebrar. Lo haría abrazando a su técnico, a Simeone, abrazando a Koke, cambiado por él entre aplausos y pitos. El gol asegura casi la clasificación a octavos, entre tanta sequía, ante un Leverkusen que se estaba atragantando. Un gol que es una aspirina entre tanto último dolor de cabeza. Porque todos los días pizza puede indigestarse, vale, pero peores, mucho peores, eran los otros tiempos, los tiempos del hambre.
Setenta y siete minutos antes, el partido había comenzado con Morata suplente y Simeone con cartas nuevas sobre la hierba. Porque necesita goles y líderes. De ahí Herrera y el cuatrivote por João Félix. De ahí Correa en la mediapunta, con Koke, por detrás de Costa. Pero su equipo enseguida le cedió el balón al Leverkusen y eso era perfecto para el plan de Bosz. Salió a comerse la hierba del Metropolitano (un punto, al menos uno necesitaba para seguir respirando en esta Champions, cero tenía) y a hurgar en la espalda de Lodi.
Si creyó que sería el camino más corto hacia el área de Oblak nada más lejos. Ésta tenía guardián: se llama Felipe y es el nuevo jefe de esta defensa. Despejaba con el pecho, despejaba de cabeza, despejaba cada balón alemán. También vio de cerca cómo, nada más empezar, Giménez alzaba las manos pidiendo el cambio tras una carrera con Amiri. Un pinchazo atrás en la pierna, el maldito dolor de las lesiones que se creían pasadas, Hermoso dentro, sin calentar. Y Simeone ya afónico, tan poco le gustaba lo que veía.
Incontenible Bellarabi en la derecha, insistente Amiri, punzante Volland. Y sin necesidad de que el talento de Havertz apareciera demasiado. Lo único que le faltaba al Leverkusen era más acierto en los últimos metros para morder de verdad. El Atleti se iba enredando en sí mismo. Era todo confusión, pérdidas. Sólo Herrera trataba de darle juego e intención al equipo, un poco de orden en medio de tanto ruido, pero estaba demasiado solo en el centro: rodeado de muchos hombres, de Thomas, Saúl y Koke, que en realidad no eran nada, nadie, sólo sombras. Como los balones que lograba llevar hasta el área objetos voladores no identificados para Costa: no corría, sólo caminaba hacia ellos con el gesto de delantero atormentando que le viene consumiendo.
Sería de Lodi la única ocasión del Atleti en la primera parte. Atrapó Hradecky. Ocho minutos antes, una pérdida de Thomas había provocado una contra que iba con sal y pimienta de Amiri para que volviese a aparecer Felipe. Despejaría ahora con los pies, inconmensurable y totémico. El Atleti se iría al descanso con la amenaza de la lluvia mansa que caía sobre el Metropolitano, absolutamente diluido. Más interesante era mirarla caer que el propio partido. La pizza congelada y atravesada en la garganta mientras un runrún crecía alrededor de Koke y Costa, como si algunos hubieran olvidado que fueron sus piernas, entre otras, pero sobre todo sus piernas, las que han traído hasta aquí, hasta partidos como éste. Que los días grises no hagan olvidar verdades como ésta.
Grandes minutos de Lemar
El descanso no pareció cambiar demasiado. El Leverkusen regresó al partido con ganas de comerse la hierba pero sin diente, que Oblak en este reencuentro ante el equipo de su triple parada seguía con los guantes inmaculados. Quizá también influyó la pareja de centrales que tenía por delante, tan monárquica como histórica: Felipe y Hermoso, perfectos los dos en los centros laterales.
El Atleti seguía sin encontrar la red de Hradecky. Hasta que salió Morata con las botas y la cabeza encendidas para guiar. Ya llevaba entonces Lemar ocho minutos en el campo abonándole el terreno, grandes minutos, ojalá así siempre. El gol salió de su pie, con una apertura desde la banda a Lodi. Correría también al banquillo con Morata para celebrar con todos, la piña, con el Cholo. Se iría afónico el técnico, sin que pasara después nada más en la tarde, salvo calambres de Felipe. Afónico perdido. Y sin dolor de cabeza