La violencia en Chile tiene un inquietante mensaje para el mundo
Los disturbios en el país más desarrollado de América Latina causaron asombro en el resto de los países del continente y el globo
John Authers
Infobae
Si puede suceder en Santiago, podría suceder en cualquier lugar. Ese es el incómodo mensaje que el resto del mundo debería recibir del repentino colapso del orden civil en Chile, y desafortunadamente está en lo cierto.
Los disturbios y el vandalismo de los últimos días, que han provocado un estado de emergencia, una respuesta militar e, incluso, una declaración del presidente de Chile de que el país está en guerra, llegaron a la nación más estable y próspera de América Latina, que tuvo la democracia ininterrumpida más larga del continente antes del golpe de estado que instaló la dictadura de Augusto Pinochet en 1973, y ha disfrutado de una democracia ininterrumpida desde la caída pacífica de su régimen en 1990.
Fuera del país, Chile ha sido considerado la encarnación viva de las políticas económicas instaladas bajo el gobierno de Pinochet por los “Chicago Boys”, un grupo de economistas, muchos de los cuales asistieron a la Universidad de Chicago para aprender sobre ideas de libre mercado. La reforma de las pensiones de Chile, en la que todos deben pagar los planes de pensiones privados supervisados por el estado, fue utilizada como modelo por los países de toda la región, y ha permitido una acumulación constante de capital local pasivo.
Mientras tanto, la globalización permitió a Chile beneficiarse de sus enormes reservas de cobre. En términos relativos, su éxito es innegable. En 1975, poco después de que Pinochet asumiera el poder, el producto interno bruto per cápita era menor al de México, Brasil, Argentina e incluso de su vecino Perú. Ahora, tiene más riqueza per cápita que cualquiera de ellos y ha evitado las crisis que asoló al resto de la región.
Entonces, el hecho de que los chilenos se hayan rebelado contra el costo de la vida es alarmante y sugiere que una situación similar podría suceder fácilmente en el resto del mundo en desarrollo. Muchos supusieron que insurrecciones como esta seguirían los pasos de la Gran Recesión; en su lugar, ese momento parece haberse retrasado en medio de una década de lenta recuperación, pero también ha profundizado la desigualdad. Solo ahora está sobre nosotros, e imágenes televisivas de protestas en el Líbano y en otros lugares que solo amplifican el mensaje de Chile.
Si Chile parece un foco de combustión poco probable, ¿por qué la explosión allí? Hay, creo, cuatro razones clave. En conjunto, ofrecen un inquietante modelo para otros posibles puntos críticos.
La primera es la desigualdad. La agenda de los Chicago Boys generó un crecimiento agregado razonablemente sólido y estable, pero Chile sigue siendo uno de los países más desiguales del mundo. Ocupa uno de los primeros lugares en desigualdad entre los miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico y, según el Banco Mundial, sigue siendo más desigual que sus vecinos Argentina y Perú. A la gente le enoja mucho más el aumento del costo de vida si éste está acompañado de una sensación de injusticia.
En segundo lugar, el gatillante fue una propuesta para aumentar las tarifas del transporte público y las cuentas de electricidad. Existe una amplia evidencia en todo el mundo de que esto puede incitar a una rebelión más que cualquier otra cosa, algo que deberían tener en cuenta quienes esperan reducir las emisiones de gases de efecto invernadero a través de un impuesto al carbono. Las violentas protestas de los Chalecos Amarillos en Francia se debieron a alzas en los impuestos a la gasolina, que se consideró que castigaba a las personas de las provincias que dependían de los automóviles y favorecía a las élites metropolitanas. En 2017, México registró disturbios y protestas contra lo que se conoce como el “gasolinazo”, un aumento de 20% en los precios del combustible que fue parte de la privatización parcial del monopolio estatal de petróleo Pemex que llevó a cabo el gobierno.
El año pasado, Brasil fue sacudido por protestas y una huelga de camioneros en respuesta a la escasez de combustible y un fuerte aumento en el precio del diésel.
En tercer lugar, Chile carece de un movimiento populista, o de un caudillo político astuto. Tal figura podría haber sido capaz de usar la ira pública para sus propios fines, pero también habría tenido una mejor oportunidad de controlarla. Por ejemplo, el presidente populista de izquierda de México, Andrés Manuel López Obrador, con frecuencia dirigía protestas públicas, pero persuadió exitosamente a sus seguidores de que no recurrieran a la violencia. En Chile, donde la política convencional carece de un partido o una personalidad para canalizar sus quejas, los manifestantes han recurrido al vandalismo autodestructivo. Es decir, mientras que los carismáticos populistas latinoamericanos tienden a poner nerviosos –con justa razón– a los líderes occidentales, Chile demuestra que pueden desempeñar una función vital.
Finalmente, la dependencia de Chile de los productos básicos, en particular el cobre, hizo que sufriera graves daños colaterales por la desaceleración económica de China y la guerra comercial entre Estados Unidos y China.
Chile depende en gran medida de sus exportaciones de cobre, cuyo precio depende, a su vez, de la salud de la economía china. Debido a que el crecimiento chino está desacelerándose a una tasa de 6%, la más lenta en tres décadas, los precios del cobre están nuevamente bajo presión. Eso ha llevado directamente a una presión para el peso chileno: una moneda debilitada dificulta al Gobierno chileno equilibrar sus libros.
Los líderes de Chile deben responder interrogantes sobre por qué no han logrado diversificar su economía para no depender solo de los metales. Pero el país está lejos de estar solo. Varios otros países emergentes están igualmente expuestos a los precios de los metales, incluido Brasil.
El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump dijo que espera firmar un acuerdo comercial con China en una cumbre que se realizará el próximo mes en Santiago. Si Trump o su homólogo chino, Xi Jinping, tienen alguna duda sobre el daño que su conflicto podría causar en el resto del mundo, podrían aprovechar la oportunidad de mirar a su alrededor mientras están allí.
John Authers
Infobae
Si puede suceder en Santiago, podría suceder en cualquier lugar. Ese es el incómodo mensaje que el resto del mundo debería recibir del repentino colapso del orden civil en Chile, y desafortunadamente está en lo cierto.
Los disturbios y el vandalismo de los últimos días, que han provocado un estado de emergencia, una respuesta militar e, incluso, una declaración del presidente de Chile de que el país está en guerra, llegaron a la nación más estable y próspera de América Latina, que tuvo la democracia ininterrumpida más larga del continente antes del golpe de estado que instaló la dictadura de Augusto Pinochet en 1973, y ha disfrutado de una democracia ininterrumpida desde la caída pacífica de su régimen en 1990.
Fuera del país, Chile ha sido considerado la encarnación viva de las políticas económicas instaladas bajo el gobierno de Pinochet por los “Chicago Boys”, un grupo de economistas, muchos de los cuales asistieron a la Universidad de Chicago para aprender sobre ideas de libre mercado. La reforma de las pensiones de Chile, en la que todos deben pagar los planes de pensiones privados supervisados por el estado, fue utilizada como modelo por los países de toda la región, y ha permitido una acumulación constante de capital local pasivo.
Mientras tanto, la globalización permitió a Chile beneficiarse de sus enormes reservas de cobre. En términos relativos, su éxito es innegable. En 1975, poco después de que Pinochet asumiera el poder, el producto interno bruto per cápita era menor al de México, Brasil, Argentina e incluso de su vecino Perú. Ahora, tiene más riqueza per cápita que cualquiera de ellos y ha evitado las crisis que asoló al resto de la región.
Entonces, el hecho de que los chilenos se hayan rebelado contra el costo de la vida es alarmante y sugiere que una situación similar podría suceder fácilmente en el resto del mundo en desarrollo. Muchos supusieron que insurrecciones como esta seguirían los pasos de la Gran Recesión; en su lugar, ese momento parece haberse retrasado en medio de una década de lenta recuperación, pero también ha profundizado la desigualdad. Solo ahora está sobre nosotros, e imágenes televisivas de protestas en el Líbano y en otros lugares que solo amplifican el mensaje de Chile.
Si Chile parece un foco de combustión poco probable, ¿por qué la explosión allí? Hay, creo, cuatro razones clave. En conjunto, ofrecen un inquietante modelo para otros posibles puntos críticos.
La primera es la desigualdad. La agenda de los Chicago Boys generó un crecimiento agregado razonablemente sólido y estable, pero Chile sigue siendo uno de los países más desiguales del mundo. Ocupa uno de los primeros lugares en desigualdad entre los miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico y, según el Banco Mundial, sigue siendo más desigual que sus vecinos Argentina y Perú. A la gente le enoja mucho más el aumento del costo de vida si éste está acompañado de una sensación de injusticia.
En segundo lugar, el gatillante fue una propuesta para aumentar las tarifas del transporte público y las cuentas de electricidad. Existe una amplia evidencia en todo el mundo de que esto puede incitar a una rebelión más que cualquier otra cosa, algo que deberían tener en cuenta quienes esperan reducir las emisiones de gases de efecto invernadero a través de un impuesto al carbono. Las violentas protestas de los Chalecos Amarillos en Francia se debieron a alzas en los impuestos a la gasolina, que se consideró que castigaba a las personas de las provincias que dependían de los automóviles y favorecía a las élites metropolitanas. En 2017, México registró disturbios y protestas contra lo que se conoce como el “gasolinazo”, un aumento de 20% en los precios del combustible que fue parte de la privatización parcial del monopolio estatal de petróleo Pemex que llevó a cabo el gobierno.
El año pasado, Brasil fue sacudido por protestas y una huelga de camioneros en respuesta a la escasez de combustible y un fuerte aumento en el precio del diésel.
En tercer lugar, Chile carece de un movimiento populista, o de un caudillo político astuto. Tal figura podría haber sido capaz de usar la ira pública para sus propios fines, pero también habría tenido una mejor oportunidad de controlarla. Por ejemplo, el presidente populista de izquierda de México, Andrés Manuel López Obrador, con frecuencia dirigía protestas públicas, pero persuadió exitosamente a sus seguidores de que no recurrieran a la violencia. En Chile, donde la política convencional carece de un partido o una personalidad para canalizar sus quejas, los manifestantes han recurrido al vandalismo autodestructivo. Es decir, mientras que los carismáticos populistas latinoamericanos tienden a poner nerviosos –con justa razón– a los líderes occidentales, Chile demuestra que pueden desempeñar una función vital.
Finalmente, la dependencia de Chile de los productos básicos, en particular el cobre, hizo que sufriera graves daños colaterales por la desaceleración económica de China y la guerra comercial entre Estados Unidos y China.
Chile depende en gran medida de sus exportaciones de cobre, cuyo precio depende, a su vez, de la salud de la economía china. Debido a que el crecimiento chino está desacelerándose a una tasa de 6%, la más lenta en tres décadas, los precios del cobre están nuevamente bajo presión. Eso ha llevado directamente a una presión para el peso chileno: una moneda debilitada dificulta al Gobierno chileno equilibrar sus libros.
Los líderes de Chile deben responder interrogantes sobre por qué no han logrado diversificar su economía para no depender solo de los metales. Pero el país está lejos de estar solo. Varios otros países emergentes están igualmente expuestos a los precios de los metales, incluido Brasil.
El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump dijo que espera firmar un acuerdo comercial con China en una cumbre que se realizará el próximo mes en Santiago. Si Trump o su homólogo chino, Xi Jinping, tienen alguna duda sobre el daño que su conflicto podría causar en el resto del mundo, podrían aprovechar la oportunidad de mirar a su alrededor mientras están allí.