Infobae en Chile: quiénes son y qué reclaman los centennials que tomaron las calles de Santiago y lideran las protestas
La capital chilena volvió a ser un campo de batalla un dia después de los anuncios de Piñera. La mayoría de los manifestantes fueron jóvenes, muchos de ellos menores de 18 años, que se enfrentaron durante horas a los carabineros
Joaquín Sánchez Mariño
Infobae
Que hay cinco mi provocadores enviados por Maduro. Que es un complot de las fuerzas armadas para tomar el poder. Que es el socialismo queriendo recuperar terreno en Latinoamérica. Las teorías sobre lo que pasa en Chile son la única cosa que se propaga más rápido que la violencia por estos días.
Siempre es difícil saber qué hay detrás de un estallido social. Sin embargo, saber quiénes son los manifestantes es más sencillo: solo requiere acercarse al lugar y mirar. Esa pregunta en relación a las protestas de Chile tiene muchas respuestas. ¿Son las clases populares? ¿Es una facción política? ¿Es la clase media? ¿Son todos, encadenados al tren de hartazgo? Tal vez todas sean opciones válidas. Pero hay una forma inequívoca de nombrarlos a todos: son jóvenes.
Por supuesto, hay algunos adultos, hay personas mayores, pero son casos puntuales. El grueso de todas las protestas está conformado por jóvenes. Y no solo eso: muy jóvenes, entre quince y veinte y pocos años, la generación centennial.
Tras los anuncios del presidente Sebastián Piñera el pasado martes, había mucha expectativa sobre lo que podría suceder. Para algunos, eran medidas suficientes para calmar los ánimos. La realidad contradijo esa teoría. Desde el miércoles temprano la gente salió a las calles nuevamente y las protestas fueron mucho más intensas y violentas que en los días anteriores. ¿Quiénes eran los manifestantes? Fuimos a verlo desde el terreno.
Las mayores protestas de Santiago sucedieron una vez más en la Plaza Italia, donde todo terminó en destrozos y batalla campal. Cerca de las tres y media de la tarde comenzaron a sonar las bombas de gas y los escopetazos. Hasta esa hora, la protesta era pacífica. Muchos de hecho estaban abandonando la zona por la avenida Baquedano y se encontraron con los carabineros, que subían por la misma avenida hacia el lado de la protesta. Así, muchos decidieron volver a la Plaza Italia y se desató el caos.
Las calles laterales también fueron tomadas por los “pacos”, por lo cual los manifestantes se vieron emboscados. Fue la excusa ideal para que los más radicales tomaran piedras y empezaran a arrojárselas a los agentes de seguridad, que no tardaron en responder.
Pocos segundos después, la violencia ya había escalado: empezaron a romper bancos de plaza, luminarias, pedazos de cemento. Comenzaron a insultar a la policía y a tirarle piedras. ¿Había un director de orquesta a la vista? No. ¿Tenía un motivo toda esa furia concreta? La presencia de los carabineros. ¿Quién provocó la violencia de quién? Absurdo responderlo: la violencia es un bicho que se provoca a sí mismo.
En medio de ese infierno sucedió algo particular: unos muchachos rompieron el frente de un edificio para sacar una plancha de madera para usar de escudo y el grueso de los manifestantes comenzaron a insultarlos. Les exigían que no destrocen sin sentido, que no rompieran.
No fue una escena menor por la discusión y la polémica que hay detrás de las protestas: ¿está bien que para expresar el descontento general se destruyan las cosas que, en teoría y en tiempos normales, son parte del orgullo del chileno en general? Es una pregunta hecha en frío a una arena de tierra ardiendo. Otra vez, es difícil dar respuestas sencillas.
Los centennials, líderes involuntarios de las protestas
En medio de esos enfrentamientos, Felipe recibió un balazo de goma en la boca. Felipe es uno de los mencionados centennials. Tiene el pecho descubierto y la cara con un gesto de desconcierto. No parece entender en lo que está metido, pero a sus 16 años dice que va a seguir luchando.
“Estaba corriendo preocupado por mi amigo y vi que otro cabro se cayó al piso en medio de la calle y los pacos le estaban dando, entonces fui corriendo para ayudarlo y antes de llegar sentí el impacto en la boca y empecé a sangrar. Nunca llegué a ayudar al que estaba caido”. Habla con dificultad porque tiene una gasa pegada en la boca. Lo atendieron los voluntarios de la Cruz Roja, que estuvieron todo el rato en el corazón de la violencia. Para Felipe, protestar es una obligación porque esto “ya es un abuso”.
Hasta cuándo va a salir a las calles es una incógnita: ni él sabe qué tiene que pasar para sentirse satisfecho. Es una duda compartida por varios de los participantes de las protestas. ¿Esperan medidas concretas? ¿Una renuncia del presidente? Por momentos, da la impresión de que la necesidad es expresar la furia. Cómo contenerla, cómo volver a la normalidad no parece ser parte de la discusión por ahora.
Uno de sus amigos se hace llamar “Aspirina”. También vino a la protesta por motu propio. Para él, es una manifestación contra la violencia de los carabineros. Algo así como “no poder estar acá justifica que estemos acá”, dicho en otras palabras. Dice que tiene miedo, que es todo una locura, pero que igual se va a quedar a luchar. De vuelta, ¿hasta cuándo? No lo sabe. Nadie lo sabe.
Por la misma zona que ellos circulan Itzel, Lucía y Consuelo (aunque esos no son sus nombres verdaderos, que prefirieron resguardar). Las tres tienen 16 años y manejan las redes sociales como cualquier otro centenial: sacan fotos en modo selfie, hacen videos tipo boomerang, usan filtros del modo en que verdaderamente se usan… Sin embargo, por estos días su vida está convulsionada. “¿Si tenemos miedo? Pues obvio. Nos queremos ir de acá pero hay que resistir”, dice.
Como todos en la zona, respiraron gas, corrieron espantados de la policía, y se vieron empapadas por los autos hidrantes. Hasta la semana pasada, ninguna de ellas tenías aspiraciones de lucha social, ninguna había estado nunca en una marcha. El chileno no es un pueblo que tenga en cada uno de sus habitantes un manifestante en potencia. De hecho, la tendencia es hacia lo opuesto, pero este movimiento se llevó por delante todo lo esperado. Lo que no dejó en claro si embargo es qué se puede hacer para terminar con el descontento.
Para algunos, la cuestión es la educación, para otros el sueldo mínimo, para otros la situación de los mayores o los privilegios de las clases políticas. Una de las cosas que más indigna es que los senadores chilenos sean los segundos mejores pagos del mundo, con sueldos solo menores a los de los senadores estadounidenses.
No parece posible un paquete de medidas que resuelva todo esto, pero es claro que no se trata de un caos provocado para conseguir un solo objetivo sino varios, todos ambiciosos, todos estructurales. Esa es una de las mayores complejidades del caso.
Dan tiene 18 años y el brazo lleno de sangre. Está terminando la preparatoria para entrar a la universidad. Se lastimo en medio de una corrida. Se agachó para tomar una lata para lanzar a los policías y se cortó. No lo cuenta orgulloso, pero dice que esa es la verdad. “Estoy aquí porque nuestra generación no quiere estar condenada a vivir siempre peor que los ricos”, dice.
Para Javier, estudiante de antropología de 19 años, el corazón de la protesta es la situación previsional de los mayores. “Nuestros abuelos tienen que vivir con 120 mil pesos al mes… eso es una locura”, explica. Ese número da más o menos 200 dólares.
“Desde que volvimos de la dictadura todo ha sido insuficiente. Yo estoy con el CAE (el préstamo del Estado para estudios universitarios). Estoy endeudado y tengo que pagar por el resto de mi vida”, agrega. Sobre las medidas que anunció Piñera dice que el presidente ya había prometido eso mismo en su plan de gobierno y no cumplió con nada, que no tiene razones para pensar que esta vez lo va a hacer.
Las protestas siguieron todo el día. Es probable que sigan durante toda la semana. ¿Hasta cuándo puede durar un reclamo cuya solución no está explicitada en ninguna pancarta? No es posible que ni los centennials ni los más experimentados se queden en la calle de manera perpetúa, pero tampoco parece posible que se vuelvan a sus casas y ya. Conclusión: es imposible saber cómo y por qué podría terminar esto.
“Nos quitaron tantas cosas que nos quitaron hasta el miedo”, dice en un momento otro de los jóvenes. Tiene el pecho pintado de rojo emulando un baño de sangre y un cartel que dice que los están asesinando. No parece que vaya a salirse rápido esa pintura. Nada de todo esto parece que vaya a salirse rápido del cuerpo de este hermoso y convulso país llamado Chile.
Joaquín Sánchez Mariño
Infobae
Que hay cinco mi provocadores enviados por Maduro. Que es un complot de las fuerzas armadas para tomar el poder. Que es el socialismo queriendo recuperar terreno en Latinoamérica. Las teorías sobre lo que pasa en Chile son la única cosa que se propaga más rápido que la violencia por estos días.
Siempre es difícil saber qué hay detrás de un estallido social. Sin embargo, saber quiénes son los manifestantes es más sencillo: solo requiere acercarse al lugar y mirar. Esa pregunta en relación a las protestas de Chile tiene muchas respuestas. ¿Son las clases populares? ¿Es una facción política? ¿Es la clase media? ¿Son todos, encadenados al tren de hartazgo? Tal vez todas sean opciones válidas. Pero hay una forma inequívoca de nombrarlos a todos: son jóvenes.
Por supuesto, hay algunos adultos, hay personas mayores, pero son casos puntuales. El grueso de todas las protestas está conformado por jóvenes. Y no solo eso: muy jóvenes, entre quince y veinte y pocos años, la generación centennial.
Tras los anuncios del presidente Sebastián Piñera el pasado martes, había mucha expectativa sobre lo que podría suceder. Para algunos, eran medidas suficientes para calmar los ánimos. La realidad contradijo esa teoría. Desde el miércoles temprano la gente salió a las calles nuevamente y las protestas fueron mucho más intensas y violentas que en los días anteriores. ¿Quiénes eran los manifestantes? Fuimos a verlo desde el terreno.
Las mayores protestas de Santiago sucedieron una vez más en la Plaza Italia, donde todo terminó en destrozos y batalla campal. Cerca de las tres y media de la tarde comenzaron a sonar las bombas de gas y los escopetazos. Hasta esa hora, la protesta era pacífica. Muchos de hecho estaban abandonando la zona por la avenida Baquedano y se encontraron con los carabineros, que subían por la misma avenida hacia el lado de la protesta. Así, muchos decidieron volver a la Plaza Italia y se desató el caos.
Las calles laterales también fueron tomadas por los “pacos”, por lo cual los manifestantes se vieron emboscados. Fue la excusa ideal para que los más radicales tomaran piedras y empezaran a arrojárselas a los agentes de seguridad, que no tardaron en responder.
Pocos segundos después, la violencia ya había escalado: empezaron a romper bancos de plaza, luminarias, pedazos de cemento. Comenzaron a insultar a la policía y a tirarle piedras. ¿Había un director de orquesta a la vista? No. ¿Tenía un motivo toda esa furia concreta? La presencia de los carabineros. ¿Quién provocó la violencia de quién? Absurdo responderlo: la violencia es un bicho que se provoca a sí mismo.
En medio de ese infierno sucedió algo particular: unos muchachos rompieron el frente de un edificio para sacar una plancha de madera para usar de escudo y el grueso de los manifestantes comenzaron a insultarlos. Les exigían que no destrocen sin sentido, que no rompieran.
No fue una escena menor por la discusión y la polémica que hay detrás de las protestas: ¿está bien que para expresar el descontento general se destruyan las cosas que, en teoría y en tiempos normales, son parte del orgullo del chileno en general? Es una pregunta hecha en frío a una arena de tierra ardiendo. Otra vez, es difícil dar respuestas sencillas.
Los centennials, líderes involuntarios de las protestas
En medio de esos enfrentamientos, Felipe recibió un balazo de goma en la boca. Felipe es uno de los mencionados centennials. Tiene el pecho descubierto y la cara con un gesto de desconcierto. No parece entender en lo que está metido, pero a sus 16 años dice que va a seguir luchando.
“Estaba corriendo preocupado por mi amigo y vi que otro cabro se cayó al piso en medio de la calle y los pacos le estaban dando, entonces fui corriendo para ayudarlo y antes de llegar sentí el impacto en la boca y empecé a sangrar. Nunca llegué a ayudar al que estaba caido”. Habla con dificultad porque tiene una gasa pegada en la boca. Lo atendieron los voluntarios de la Cruz Roja, que estuvieron todo el rato en el corazón de la violencia. Para Felipe, protestar es una obligación porque esto “ya es un abuso”.
Hasta cuándo va a salir a las calles es una incógnita: ni él sabe qué tiene que pasar para sentirse satisfecho. Es una duda compartida por varios de los participantes de las protestas. ¿Esperan medidas concretas? ¿Una renuncia del presidente? Por momentos, da la impresión de que la necesidad es expresar la furia. Cómo contenerla, cómo volver a la normalidad no parece ser parte de la discusión por ahora.
Uno de sus amigos se hace llamar “Aspirina”. También vino a la protesta por motu propio. Para él, es una manifestación contra la violencia de los carabineros. Algo así como “no poder estar acá justifica que estemos acá”, dicho en otras palabras. Dice que tiene miedo, que es todo una locura, pero que igual se va a quedar a luchar. De vuelta, ¿hasta cuándo? No lo sabe. Nadie lo sabe.
Por la misma zona que ellos circulan Itzel, Lucía y Consuelo (aunque esos no son sus nombres verdaderos, que prefirieron resguardar). Las tres tienen 16 años y manejan las redes sociales como cualquier otro centenial: sacan fotos en modo selfie, hacen videos tipo boomerang, usan filtros del modo en que verdaderamente se usan… Sin embargo, por estos días su vida está convulsionada. “¿Si tenemos miedo? Pues obvio. Nos queremos ir de acá pero hay que resistir”, dice.
Como todos en la zona, respiraron gas, corrieron espantados de la policía, y se vieron empapadas por los autos hidrantes. Hasta la semana pasada, ninguna de ellas tenías aspiraciones de lucha social, ninguna había estado nunca en una marcha. El chileno no es un pueblo que tenga en cada uno de sus habitantes un manifestante en potencia. De hecho, la tendencia es hacia lo opuesto, pero este movimiento se llevó por delante todo lo esperado. Lo que no dejó en claro si embargo es qué se puede hacer para terminar con el descontento.
Para algunos, la cuestión es la educación, para otros el sueldo mínimo, para otros la situación de los mayores o los privilegios de las clases políticas. Una de las cosas que más indigna es que los senadores chilenos sean los segundos mejores pagos del mundo, con sueldos solo menores a los de los senadores estadounidenses.
No parece posible un paquete de medidas que resuelva todo esto, pero es claro que no se trata de un caos provocado para conseguir un solo objetivo sino varios, todos ambiciosos, todos estructurales. Esa es una de las mayores complejidades del caso.
Dan tiene 18 años y el brazo lleno de sangre. Está terminando la preparatoria para entrar a la universidad. Se lastimo en medio de una corrida. Se agachó para tomar una lata para lanzar a los policías y se cortó. No lo cuenta orgulloso, pero dice que esa es la verdad. “Estoy aquí porque nuestra generación no quiere estar condenada a vivir siempre peor que los ricos”, dice.
Para Javier, estudiante de antropología de 19 años, el corazón de la protesta es la situación previsional de los mayores. “Nuestros abuelos tienen que vivir con 120 mil pesos al mes… eso es una locura”, explica. Ese número da más o menos 200 dólares.
“Desde que volvimos de la dictadura todo ha sido insuficiente. Yo estoy con el CAE (el préstamo del Estado para estudios universitarios). Estoy endeudado y tengo que pagar por el resto de mi vida”, agrega. Sobre las medidas que anunció Piñera dice que el presidente ya había prometido eso mismo en su plan de gobierno y no cumplió con nada, que no tiene razones para pensar que esta vez lo va a hacer.
Las protestas siguieron todo el día. Es probable que sigan durante toda la semana. ¿Hasta cuándo puede durar un reclamo cuya solución no está explicitada en ninguna pancarta? No es posible que ni los centennials ni los más experimentados se queden en la calle de manera perpetúa, pero tampoco parece posible que se vuelvan a sus casas y ya. Conclusión: es imposible saber cómo y por qué podría terminar esto.
“Nos quitaron tantas cosas que nos quitaron hasta el miedo”, dice en un momento otro de los jóvenes. Tiene el pecho pintado de rojo emulando un baño de sangre y un cartel que dice que los están asesinando. No parece que vaya a salirse rápido esa pintura. Nada de todo esto parece que vaya a salirse rápido del cuerpo de este hermoso y convulso país llamado Chile.