El sueño de una iraní fanática del futbol se hace realidad sin ella

Tariq Panja
ESTAMBUL —
Zeinab Sahafi no quería ser activista. Lo único que deseaba era ser una fanática normal, una más de los millones de personas obsesionadas con el futbol en todo el mundo que cada semana asisten a los estadios a gritar y vociferar para apoyar a sus equipos durante 90 minutos, y luego regresan y lo hacen todo de nuevo en el siguiente partido.



Solo que Sahafi, de 23 años, es iraní, y es mujer, y eso ha cambiado todo. En la última década, para poder seguir su pasión y asistir a los partidos, primero se vistió como niño y después se disfrazó de un hombre barbón. La han arrestado, esposado y encarcelado porque, desde 1981, Irán les ha prohibido a las mujeres asistir a los partidos de futbol.

Entonces, cuando el veto fue finalmente eliminado el 10 de octubre (aunque solo de forma parcial) para un partido de eliminatoria para la Copa Mundial entre Irán y Camboya, habría sido natural que Sahafi se encontrara entre las 4000 mujeres que con avidez compraron entradas para entrar al estadio Azadi, el campo cavernoso al oeste de Teherán donde el equipo nacional juega sus partidos como local.

Solo que ella no estuvo presente.

En lugar de eso, Sahafi observó el partido a solas en una cafetería iraní casi vacía en Estambul, donde se encuentra en un autoexilio temporal. Fue ahí donde se deleitó con el inusual acceso que se les otorgó a miles de mujeres iraníes, donde festejó los catorce goles de Irán y donde por momentos se conmovió hasta las lágrimas por el auténtico poder emocional de ese día.

“Estoy muy decepcionada de no haber podido ir, pero al mismo tiempo estoy feliz de que otras mujeres puedan asistir”, afirmó Sahafi. “Es como sembrar un arbolito, verlo crecer y ver que al final rinde frutos. Solo que ahora son otras personas quienes los disfrutan”.

Todo parecía ser una cruel jugada del tiempo. Después de escabullirse para entrar a partidos durante una década, Sahafi escapó de su país natal en agosto e inició un viaje por tierra de 30 horas cuando le informaron que las autoridades iraníes querían detenerla. Según le dijeron, una de las razones por las que la buscaban era que en años recientes había asesorado a otras jóvenes y mujeres frustradas para que lograran evadir la prohibición y asistieran a los partidos.

Durante años, Sahafi ha usado su cuenta de Instagram para publicar videos y fotografías de ella dentro de los estadios y para impartir clases sobre cómo hacerse pasar por hombre a fin de entrar a los estadios (lo cual quizá era lo más frustrante para las autoridades).

Sahafi era tatuadora en su ciudad natal de Ahvaz y a los 13 años comenzó la travesía que la ha llevado al exilio. Cuando su equipo favorito, Persépolis, visitó su ciudad, aproximadamente 800 kilómetros al suroeste de Teherán, un tío la ayudó a vestirse como niño y la llevó al estadio. Logró entrar, pero poco después del medio tiempo, sus emociones se apoderaron de ella y dejó salir un grito que llamó la atención de los vigilantes. Le pidieron que se fuera. Le dijeron que un estadio no era lugar para una joven; sin embargo, Sahafi se obsesionó.

Esperó hasta tener 16 años para intentarlo de nuevo, una de decenas de intentos similares. Algunas veces lograba engañar a los guardias, otras no. Con su esbeltez y su larga melena negra, Sahafi experimentó con distintas apariencias: una ligera barba de un día creada con maquillaje negro, o una barba abundante hecha con su propio cabello recortado y adherido a sus mejillas con pegamento. (Ahora afirma que esta última le daba comezón). Conforme fue creciendo, sus disfraces evolucionaron hasta incluir vendajes en su pecho, tan apretados, narró, que se le dificultaba respirar.

Una vez que lograba entrar al estadio, publicaba su éxito en Instagram. Su público creció (su cuenta tiene ahora más de 140.000 seguidores), pero también la convirtió en un blanco de la policía.

Sahafi ha sido descubierta en muchas ocasiones tratando de entrar a los estadios, ha sido detenida toda la noche y la han liberado solo después de firmar documentos con los que garantizaba que no lo intentaría de nuevo. “Pero siempre lo hago. Soy testaruda”, comentó.

Su futuro es incierto. A los iraníes se les permite entrar a Turquía durante un máximo de tres meses y luego tienen que marcharse, y a la estancia de Sahafi le quedan menos de tres semanas.

Afirmó que la FIFA podría hacer más por las mujeres iraníes como ella (“Si ejercieran más presión, yo no estaría aquí”), pero también reconoce que, de regresar a Irán, se arriesga a ser arrestada.

“Estoy segura de que me encarcelarán”, dijo.

Entretanto, Sahafi esperará su destino.

“Solo quiero tener una vida sin estrés”, afirmó. “Y tal vez ver un poco de futbol”.

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