El Madrid se asomó al abismo

El equipo de Zidane sobrevive a una primera parte desastrosa, sin fútbol ni tensión. Ramos y Casemiro, de cabeza, le evitaron un mal mayor.



Luis Nieto
As
No fue cosa de brujas, sino negligencia, error de cálculo y falta de respuesta. El Madrid se ha dejado abierta la puerta del Bernabéu y acomete ahora el gravísimo problema de entrar en la tercera jornada de esta Champions con un solo punto. Sucedió tras regalar la primera mitad en una actuación de sonrojo y escalar penosamente hasta el empate con más coraje que juego.


Por si alguien obvió los rótulos o no se sintió aludido por el himno, esto es la Champions, la aristocracia del barrio. Y los cuatro bombos contienen, en orden inverso, equipos buenos, muy buenos, excelentes y casi insuperables. El Brujas es de los primeros, de los que no ganarán al final pero pueden ganar a cualquiera. Y el Madrid, que es padre y casi madre de la competición, ha olvidado en los últimos tiempos qué terreno pisa. Ya le pillaron con la tensión por los suelos CSKA y Ajax. Tampoco se tomó en serio al Brujas. Debió parecerle poca cosa tras la doble visita al dentista del Pizjuán y el Wanda. Pero el equipo belga no es rival de primera ronda de Copa. No se ovilló en su área, apretó arriba y lució un buen grupo de velocistas africanos (Diatta, Tau, Dennis) y de centrocampistas poderosos (Vormer, Vanaken). Un equipo vigoroso en su partido del año.

El Madrid salió mudo. Adelantó su defensa sin presionar arriba. Se puso el cañón en la sien y apretó el gatillo. Quedó un planeta entre Courtois y el mismo cuarteto defensivo que formó la muralla del Wanda y con envíos largos se dio un festín el Brujas, que se adelantó con dos goles de corte similar: contras perfectas y remates chistosos. Ambos fueron de Dennis. En el primero controló con la derecha sin un madridista en cinco metros a la redonda y la pelota le tocó en la izquierda de manera involuntaria, lo que provocó el desmayo de Courtois. Una doble revisión de VAR validó la comedia. En el segundo se trastabilló en la carrera y a punto de caerse, con la nariz casi en la rodilla, supo levantar la pelota por encima del meta belga. No supo si celebrarlo o pedir disculpas.

De cabeza al empate

El pero del Madrid de los tres partidos imbatido es que había sacrificado la estética por la ética. En la primera mitad no tuvo ni de lo uno ni de lo otro: una permanente desatención defensiva, una falta absoluta de previsión sobre lo que tenía enfrente, ninguna capacidad de desborde por las bandas y un remate reducido a los zapatazos de Kroos, que se ha pasado de intendencia a artillería. Resultaron un desastre los laterales y los centrales, con desajustes constantes, Casemiro no fue frontera de nada y Hazard siguió lejísimos de lo que dice su hoja de servicios. Las promesas y los barones se ahogaron en el vaso de agua del Brujas, equipo de clase media baja que pareció un torbellino. La bronca al descanso ahorró cualquier explicación.



Del vestuario no volvió Courtois, con problemas estomacales, su última calamidad, y Marcelo relevó a Nacho para ponerle alas al Madrid. A otro Madrid. Al Madrid de la Champions. Carvajal y Lucas Vázquez abrieron un boquete en la derecha, Marcelo desplazó al centro a Hazard y en cinco minutos el belga metió tres disparos peligrosos, Casemiro y Kroos llevaron el frente al borde del área de Mignolet, Areola hizo un milagro y al fin, Ramos metió un cabezazo dentro. El VAR demostró que no era lo que parecía y lo que vio el asistente, fuera de juego. A lomos del 1-2 el Bernabéu clamó por Vinicius y Zidane se lo concedió para ponerlo en la derecha, por donde respira peor. El estadio pasó de instrumento de viento a viento de cola. Sin embargo, llegó el frenazo, porque el Brujas salió de su aturdimiento escénico y recogió velas con cinco centrocampistas. Ahora, nadie en la Champions estira tanto los partidos como el Madrid en el Bernabéu. Allí, en medio de la confusa refriega y ante un Brujas que había perdido a Vormer por expulsión, Casemiro cabeceó el empate en envío magnífico de Kroos. A más no pudo llegar ni tampoco lo mereció.

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