Zidane, titán del funambulismo

La originalidad del francés radica en su instinto para salvar cada 'match ball' y dar vuelta al partido, con otra particularidad: las crisis de sus rivales suelen ayudarle a sortear la suya

Santiago Segurola
El País
No hay entrenador del Real Madrid que se sienta seguro en el cargo, sin importar su fama y trayectoria. A la exigencia de un club que ha ganado todo y se asume como faro del fútbol, se añade la impaciencia de un presidente que cada vez acelera más su inclinación a los despidos. En los últimos tres años ha destituido a Ancelotti, Benítez, Lopetegui y Solari. La excepción es Zidane, que se fue y regresó, caso digno de analizar, porque ningún técnico en la era Florentino le ha rechazado la oferta de renovación y ninguno ha pasado dos veces por el banquillo.


Hay algo en Zidane que le convierte en un maestro del funambulismo. Desde que llegó al equipo, ha sorteado todas las tempestades posibles, con la única receta que admite Florentino Pérez: un gran título cada año —Copa de Europa o Liga—, por lo menos. También en este capítulo hay una excepción. Mourinho se sostuvo después de ganar la Copa en su primera temporada. Le ayudaron dos circunstancias: derrotó al Barça de Guardiola y se trataba de Mourinho, el único entrenador al que Florentino Pérez no limita el crédito.

Con Zidane, el Real Madrid ha ganado tres ediciones de la Copa de Europa y una Liga. Nunca se le ha escapado viva una temporada. Su regreso en marzo no se concretó con títulos. Era imposible. El equipo estaba fuera de todas las competiciones. No ganó nada, pero salvó al presidente de una crisis galopante. En términos prácticos, el efecto Zidane resultó tan importante como el título más grande que Florentino Pérez pudiera soñar. Le ganó el Mundial de la estabilidad.

Su peculiar recorrido no le ha colocado al margen de las tempestades. Camina, y ha caminado, por la cuerda floja, como los demás. La diferencia es que no se conoce mejor equilibrista. Al borde del abismo se maneja como nadie. En su primera temporada, el Madrid derrotó al Atlético de Madrid en la final de Milán. Lo resolvió en la tanda de penaltis. El club era una marmita hirviendo. Un año después ganó la Liga y venció a la Juve en Cardiff, un doblete que no consolidó en su tercera temporada. El Madrid se estrelló en la Liga y en la Copa, pero Zidane apostó sin concesiones por la vieja guardia en la Copa de Europa. Los pretorianos le llevaron a la victoria en Kiev.

Zidane siempre ha estado en la misma condición de sospechoso que los demás. También ahora. Una deficiente pretemporada, las discretas actuaciones y el trastazo de París le habían situado en una posición de máximo riesgo. En estos casos el silencio institucional es menos significativo que las opiniones del entorno mediático del presidente. Las acusaciones a Zidane se han sucedido después de la derrota en París. No ha faltado tampoco la correspondiente dosis de masaje mediático a Mourinho, aproximación nada inocente.

La originalidad de Zidane radica en su instinto para salvar cada match ball y dar vuelta al partido, con otra particularidad añadida: las crisis de sus rivales suelen ayudarle a sortear la suya. Hace dos temporadas, el Barça ganó la Liga y la Copa, pero su patinazo en Roma multiplicó el valor de la Copa de Europa que conquistó el Real Madrid. La dramática sensación que produjo el desastre del Madrid en París se atemperó inmediatamente por el fracaso del Barça en Granada y el tercer tropiezo del Atlético.

En Sevilla, donde se anticipaba un partido angustioso para Zidane, el Real Madrid venció con su mejor, más profesional y más completa actuación de la temporada. Dirigido por el titán del funambulismo, el Madrid abandonó la cuerda floja y se instaló a un solo gol del líder de LaLiga, el más sólido de los terrenos.

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