Voluntaria en la Chiquitania: “La carencia de maquinaria y equipo es general”
Pese a las carencias que tienen a la hora de combatir las llamas que no se detienen, los voluntarios, bomberos y comunarios poseen valores que los ayudan a seguir luchando: el amor, la risa y la organización.
María Ortiz / La Paz
De ayudar a combatir los incendios junto a un grupo de voluntarios en Concepción a apoyar a los comunarios de El Rancho (en el municipio de San Javier) en la logística para evitar que el fuego irrumpa en la reserva de árboles de copaibo: al monstruo que acecha la Chiquitania se le combate con risa, amor y organización.
La escasez de maquinaria y equipo para luchar contra los incendios y la desolación es un problema general. Así lo cuenta Paola (nombre ficticio), una voluntaria que vuelve por segunda vez a La Paz después de ayudar en las labores de mitigación y prevención de los incendios forestales que hasta ahora han calcinado casi tres millones de hectáreas en la Chiquitania, hoy convertida en un paisaje en blanco y negro.
“Esta es la segunda vez que vuelvo, pero van a ser muchas más porque la labor es realmente grande. Se necesita ayuda, se necesita apoyo, presencia civil. Una siempre se vuelve de allá con la sensación de que ha sido muy breve el tiempo, aunque en realidad hayan sido semanas enteras”, relata Paola.
La risa en Concepción
Ante la dificultad de digerir todo lo que estaba -y está- ocurriendo en la Chiquitania y de sostenerse emocionalmente ante el desastre, esta joven decidió hacer una pausa en su rutina diaria para aportar su granito de arena allá donde lo necesitaban. Su primer destino fue el municipio de Concepción, donde llegó con la mochila cargada de valentía, coraje y donaciones; y donde trabajó incesantemente durante cuatro días.
Los incendios cubren de humo el municipio de Concepción.
“Había una relación muy cercana entre yo misma y lo que estaba pasando, era algo que me movía y así fue que decidí irme. Me contacté con un grupo de voluntarios que se estaba organizando para partir con la UMSA. Eso fue en la tarde, y al día siguiente ya estaba en el bus”, explica Paola.
El verde bosque de la Chiquitania -asegura- “no ha perdido nada de su esplendor ni lo va a perder”. La suya es la voz de quien ama y confía en la capacidad de regeneración de la tierra y de la naturaleza.
En Concepción, Paola trabajó junto con un grupo de voluntarios que estaba encabezado por bomberos de élite, quienes dejaron de lado sus responsabilidades para responder al llamado de su vocación. La experiencia de los bomberos en incendios forestales hizo que la organización de las tareas resultara más sencilla.
En el terreno, los voluntarios tratan de combatir las llamas con lo que tienen. Según cuenta Paola, cada voluntario llega hasta la zona con lo indispensable: overol, casco, gafas protectoras antiparras, unas buenas botas, un barbijo máscara, un silbato y una linterna. El resto de los medios que usan para luchar contra el fuego proviene de donaciones, aún así la escasez de equipos y maquinaria está muy presente en el trabajo diario.
Vista del humo provocado por los incendios, en Concepción.
“Se necesitan muchas mochilas extintoras. A falta de esas nos daban mochilas fumigadoras, pero la potencia que tienen no es la misma. Pueden servir en lugares donde ya apenas quedan llamas, pero a veces estás en zonas donde hay que trabajar mucho porque si no, te gana el fuego y eso es lo que ha pasado varias veces. También se precisan con urgencia tractores, cisternas, motosierras, transporte y maquinaria en general”, relata la voluntaria.
Pero las carencias que tienen que soportar estos héroes para combatir las llamas las compensan con valores inmesurables que los ayudan a seguir luchando: la valentía y la risa.
“Los comunarios de la zona nos han tratado increíblemente bien y entre los voluntarios había mucho ánimo, lo cual ayuda mucho en la labor de cada día . Poner risa y buen humor nos daba fuerza para trabajar más y estar con más ánimo porque el escenario, el paisaje, es desolador”, asegura Paola. Durante su misión -añade- se ha sentido arropada en todo momento por la solidaridad del pueblo boliviano y latinoamericano.
“En la Chiquitania he conocido a personas de muchísimos lugares de Bolivia. Eso también era lindo, porque yo sentía que llegábamos y la gente del lugar notaba la solidaridad de nuestra parte, esa misma que ellos tenían con nosotros. Además había amigos de otros países como Colombia y Argentina. En una situación así te hermanas mucho porque estás confiando tu vida a tus compañeros y sabes que todos vamos a estar ahí si se presenta alguna circunstancia adversa”, confiesa.
La organización en San Javier
Paola acaba de volver de El Rancho. Después de descansar y reanudar unos días su rutina diaria de La Paz, la joven voluntaria aprovechó el fin de semana para desplazarse de nuevo hasta la Chiquitinia a luchar una vez más contra ese monstruo que parece no dar tregua.
Su objetivo era llegar a la comunidad de Palestina, en el municipio de Concepción, donde el fuego parecía totalmente fuera de control. Ya en camino, Paola recibió la feliz noticia de que la coordinación entre bomberos de élite y voluntarios, voluntarios y comunarios había logrado controlar casi la totalidad del incendio.
Uno de los incendios que castigó a la comunidad de Palestina.
“Fue una noticia hermosa entre otras muchas devastadoras. Me alegré de saber que Palestina lo consiguió”, recalca.
Fue así como terminó en El Rancho, una comunidad ubicada a 35 kilómetros del municipio de San Javier. Le sorprendió comprobar que en esa zona apenas hay voluntarios y que la organización para el control de los incendios, según cuenta, es 100% comunal.
Durante los dos días que estuvo allí, trabajó junto con los comunarios en la logística para evitar que el incendio alcance la reserva de copaibos, un árbol que posee propiedades medicinales y del que depende la subsistencia de muchas personas de la zona.
“Al igual que en la zona de Concepción hay muchos cusis, en este lugar priman los copaibos, que son árboles aceitosos que se queman con mucha facilidad y producen el efecto chimenea. Esta experiencia se centró en el apoyo en la logística preincendio, pero me sorprendí mucho de la organización de los comunarios y del trabajo conjunto”, cuenta la joven.
Paola afirma que los comunarios de esas zonas han recibido donaciones de agua, alimentos y medicinas. También les han entregado herramientas, pero la mala calidad de éstas las convierte rápidamente en material desechable.
Además de trabajar con el poco equipo que tienen, los pobladores organizan y pagan de su bolsillo toda la maquinaria que utilizan, desde los tractores para que abran camino hasta los cisternas para que transporten el agua.
Un animal queda calcinado por las llamas en Concepción (Fundación Nativa).
“En mi otra experiencia en la zona estaba con un equipo de bomberos y la situación era, digamos, siempre más jerárquica. En este caso era mucho más comunal. Fue muy lindo y expreso mi admiración porque los comunarios conocen muy bien su trabajo, saben lo que están haciendo y de alguna u otra manera, a pesar de las carencias, realmente han logrado muchísimas cosas por sí mismos. Estoy segura de que a pesar de que no reciben el apoyo de nadie, van a controlar muy bien este incendio que está llegando”, asegura Paola.
Cuando ella llegó a la zona, el incendio estaba a 700 metros de la reserva natural y muy cerca del pueblo. A tal punto que los comunarios temían que sus casas fueran consumidas por el fuego.
“Ellos son quienes han armado un contrafuego para controlar sus viviendas”, explica.
Lecciones solidarias
“Mis respetos y mi admiración para todos los grupos de indígenas y comunarios que están defendiendo su tierra y cuidándola sin apoyo de nadie. Es un trabajo muy lindo y muy bien hecho. Esa es la gran experiencia y lección que me traigo ahora: la de valorar el trabajo de todos y no poner jerarquías en las labores. Les agradezco mucho a todos los comunarios que habitan y que cuidan El Rancho”, expresa humildemente Paola.
El factor común que tienen El Rancho y Concepción es la falta de maquinaria y equipos, una carencia que sienten desde los comunarios hasta los bomberos y voluntarios. El trabajo manual de lucha contra el fuego toma mucho más tiempo y el enemigo avanza sin dejar aliento.
Allá donde las llamas siguen devorando todo cuanto encuentran a su paso, donde la naturaleza cesa lentamente su venerable canto, donde la vida es acechada por una muerte que deja rastro… Allá donde impera la desolación, prevalecen con más fuerza el amor y el corazón.
María Ortiz / La Paz
De ayudar a combatir los incendios junto a un grupo de voluntarios en Concepción a apoyar a los comunarios de El Rancho (en el municipio de San Javier) en la logística para evitar que el fuego irrumpa en la reserva de árboles de copaibo: al monstruo que acecha la Chiquitania se le combate con risa, amor y organización.
La escasez de maquinaria y equipo para luchar contra los incendios y la desolación es un problema general. Así lo cuenta Paola (nombre ficticio), una voluntaria que vuelve por segunda vez a La Paz después de ayudar en las labores de mitigación y prevención de los incendios forestales que hasta ahora han calcinado casi tres millones de hectáreas en la Chiquitania, hoy convertida en un paisaje en blanco y negro.
“Esta es la segunda vez que vuelvo, pero van a ser muchas más porque la labor es realmente grande. Se necesita ayuda, se necesita apoyo, presencia civil. Una siempre se vuelve de allá con la sensación de que ha sido muy breve el tiempo, aunque en realidad hayan sido semanas enteras”, relata Paola.
La risa en Concepción
Ante la dificultad de digerir todo lo que estaba -y está- ocurriendo en la Chiquitania y de sostenerse emocionalmente ante el desastre, esta joven decidió hacer una pausa en su rutina diaria para aportar su granito de arena allá donde lo necesitaban. Su primer destino fue el municipio de Concepción, donde llegó con la mochila cargada de valentía, coraje y donaciones; y donde trabajó incesantemente durante cuatro días.
Los incendios cubren de humo el municipio de Concepción.
“Había una relación muy cercana entre yo misma y lo que estaba pasando, era algo que me movía y así fue que decidí irme. Me contacté con un grupo de voluntarios que se estaba organizando para partir con la UMSA. Eso fue en la tarde, y al día siguiente ya estaba en el bus”, explica Paola.
El verde bosque de la Chiquitania -asegura- “no ha perdido nada de su esplendor ni lo va a perder”. La suya es la voz de quien ama y confía en la capacidad de regeneración de la tierra y de la naturaleza.
En Concepción, Paola trabajó junto con un grupo de voluntarios que estaba encabezado por bomberos de élite, quienes dejaron de lado sus responsabilidades para responder al llamado de su vocación. La experiencia de los bomberos en incendios forestales hizo que la organización de las tareas resultara más sencilla.
En el terreno, los voluntarios tratan de combatir las llamas con lo que tienen. Según cuenta Paola, cada voluntario llega hasta la zona con lo indispensable: overol, casco, gafas protectoras antiparras, unas buenas botas, un barbijo máscara, un silbato y una linterna. El resto de los medios que usan para luchar contra el fuego proviene de donaciones, aún así la escasez de equipos y maquinaria está muy presente en el trabajo diario.
Vista del humo provocado por los incendios, en Concepción.
“Se necesitan muchas mochilas extintoras. A falta de esas nos daban mochilas fumigadoras, pero la potencia que tienen no es la misma. Pueden servir en lugares donde ya apenas quedan llamas, pero a veces estás en zonas donde hay que trabajar mucho porque si no, te gana el fuego y eso es lo que ha pasado varias veces. También se precisan con urgencia tractores, cisternas, motosierras, transporte y maquinaria en general”, relata la voluntaria.
Pero las carencias que tienen que soportar estos héroes para combatir las llamas las compensan con valores inmesurables que los ayudan a seguir luchando: la valentía y la risa.
“Los comunarios de la zona nos han tratado increíblemente bien y entre los voluntarios había mucho ánimo, lo cual ayuda mucho en la labor de cada día . Poner risa y buen humor nos daba fuerza para trabajar más y estar con más ánimo porque el escenario, el paisaje, es desolador”, asegura Paola. Durante su misión -añade- se ha sentido arropada en todo momento por la solidaridad del pueblo boliviano y latinoamericano.
“En la Chiquitania he conocido a personas de muchísimos lugares de Bolivia. Eso también era lindo, porque yo sentía que llegábamos y la gente del lugar notaba la solidaridad de nuestra parte, esa misma que ellos tenían con nosotros. Además había amigos de otros países como Colombia y Argentina. En una situación así te hermanas mucho porque estás confiando tu vida a tus compañeros y sabes que todos vamos a estar ahí si se presenta alguna circunstancia adversa”, confiesa.
La organización en San Javier
Paola acaba de volver de El Rancho. Después de descansar y reanudar unos días su rutina diaria de La Paz, la joven voluntaria aprovechó el fin de semana para desplazarse de nuevo hasta la Chiquitinia a luchar una vez más contra ese monstruo que parece no dar tregua.
Su objetivo era llegar a la comunidad de Palestina, en el municipio de Concepción, donde el fuego parecía totalmente fuera de control. Ya en camino, Paola recibió la feliz noticia de que la coordinación entre bomberos de élite y voluntarios, voluntarios y comunarios había logrado controlar casi la totalidad del incendio.
Uno de los incendios que castigó a la comunidad de Palestina.
“Fue una noticia hermosa entre otras muchas devastadoras. Me alegré de saber que Palestina lo consiguió”, recalca.
Fue así como terminó en El Rancho, una comunidad ubicada a 35 kilómetros del municipio de San Javier. Le sorprendió comprobar que en esa zona apenas hay voluntarios y que la organización para el control de los incendios, según cuenta, es 100% comunal.
Durante los dos días que estuvo allí, trabajó junto con los comunarios en la logística para evitar que el incendio alcance la reserva de copaibos, un árbol que posee propiedades medicinales y del que depende la subsistencia de muchas personas de la zona.
“Al igual que en la zona de Concepción hay muchos cusis, en este lugar priman los copaibos, que son árboles aceitosos que se queman con mucha facilidad y producen el efecto chimenea. Esta experiencia se centró en el apoyo en la logística preincendio, pero me sorprendí mucho de la organización de los comunarios y del trabajo conjunto”, cuenta la joven.
Paola afirma que los comunarios de esas zonas han recibido donaciones de agua, alimentos y medicinas. También les han entregado herramientas, pero la mala calidad de éstas las convierte rápidamente en material desechable.
Además de trabajar con el poco equipo que tienen, los pobladores organizan y pagan de su bolsillo toda la maquinaria que utilizan, desde los tractores para que abran camino hasta los cisternas para que transporten el agua.
Un animal queda calcinado por las llamas en Concepción (Fundación Nativa).
“En mi otra experiencia en la zona estaba con un equipo de bomberos y la situación era, digamos, siempre más jerárquica. En este caso era mucho más comunal. Fue muy lindo y expreso mi admiración porque los comunarios conocen muy bien su trabajo, saben lo que están haciendo y de alguna u otra manera, a pesar de las carencias, realmente han logrado muchísimas cosas por sí mismos. Estoy segura de que a pesar de que no reciben el apoyo de nadie, van a controlar muy bien este incendio que está llegando”, asegura Paola.
Cuando ella llegó a la zona, el incendio estaba a 700 metros de la reserva natural y muy cerca del pueblo. A tal punto que los comunarios temían que sus casas fueran consumidas por el fuego.
“Ellos son quienes han armado un contrafuego para controlar sus viviendas”, explica.
Lecciones solidarias
“Mis respetos y mi admiración para todos los grupos de indígenas y comunarios que están defendiendo su tierra y cuidándola sin apoyo de nadie. Es un trabajo muy lindo y muy bien hecho. Esa es la gran experiencia y lección que me traigo ahora: la de valorar el trabajo de todos y no poner jerarquías en las labores. Les agradezco mucho a todos los comunarios que habitan y que cuidan El Rancho”, expresa humildemente Paola.
El factor común que tienen El Rancho y Concepción es la falta de maquinaria y equipos, una carencia que sienten desde los comunarios hasta los bomberos y voluntarios. El trabajo manual de lucha contra el fuego toma mucho más tiempo y el enemigo avanza sin dejar aliento.
Allá donde las llamas siguen devorando todo cuanto encuentran a su paso, donde la naturaleza cesa lentamente su venerable canto, donde la vida es acechada por una muerte que deja rastro… Allá donde impera la desolación, prevalecen con más fuerza el amor y el corazón.