Nos distraemos cada 40 segundos y volver a concentrarnos demanda 26 minutos

El experto en productividad Chris Bailey explicó en su libro Hyperfocus la correlación entre las distracciones de los medios digitales, la hiperestimulación del cerebro y la menor productividad. También ofreció propuestas para combatirlas

Infobae
Como experto en productividad, Chris Bailey sintió un escalofrío al comprender un día el sentido del refrán "en casa de herrero, cuchillo de palo": "Comencé a notar mi propia distracción en aumento, en particular a medida que acumulaba más dispositivos. Nunca había estado tan ocupado a la vez que realizaba tan poco", escribió en su nuevo bestseller, Hyperfocus (Hiperconcentración).


"Sabía que mi cerebro nunca funcionaba bien cuando trataba de hacer varias tareas a la vez, pero me sentía impelido a hacerlo de todos modos". El programa del correo electrónico abierto en su computadora; el teléfono sobre el escritorio.

En la investigación que realizó sobre el tema encontró un trabajo de la Universidad de California en Irvine y Microsoft que orientó en una dirección lo que estaba pensando: aludía a "todas las distracciones potenciales que presentan los medios digitales" y la correlación entre periodos breves de atención y "menor productividad al final del día".

Lo que Bailey descubrió le cambió tanto el modo de trabajar como el modo de vivir: "Comencé a ver la concentración no sólo como un factor contribuyente a mi productividad sino también como un factor en mi bienestar general", escribió.

En la actualidad, advirtió, nos topamos con más distracciones que cualquier otro momento de la historia entera de la humanidad. "Los estudios demuestran que podemos trabajar un promedio de sólo 40 segundos frente a nuestra computadora antes de que nos distraigan o nos distraigamos". Así se pasó de ver el celebrado multitasking "como un estimulante atajo productivo" a considerarlo "una trampa de interrupciones continuas".

Cada vez que una persona se distrae regresa luego a la tarea que estaba haciendo. Pero no sucede de inmediato si el alejamiento de lo que uno hace ha sido completo: por ejemplo, si la aparición de un e-mail en la bandeja de entrada hace que vaya y lo lea o el recuerdo de una duda lleva hasta un buscador y una pesquisa. "Gastamos hasta 26 minutos en promedio atendiendo esa distracción".

Muchas de las distracciones provienen de otras personas, en la forma de mensajes. "Pero la investigación muestra que somos personalmente responsables del 50% de las distracciones que sabotean nuestra concentración", agregó el autor canadiense, citando otro estudio que halló que se trata, además, de algo un poco más difícil de evitar. "Cuando alguien nos interrumpe, nos lleva en promedio 29 minutos recuperar la concentración. Nos va un poco mejor cuando nos distraemos a nosotros mismos: en esos casos, nos lleva 22 minutos recuperar la senda".

El título de su libro —escribió en The Global and Mail— salió de su reconstrucción de lo que hace una persona en uno de sus días más productivos.

"Es probable que no atienda distracciones cada 40 segundos. Acaso tiene que entregar un trabajo. Cuando se acerca una distracción, la rehuye para prestar atención a lo que es realmente importante. En esos días uno entra en un modo que me gusta llamar hiperconcentración, donde uno pone su atención completa, deliberadamente, en una cosa importante, lo cual le permite lograr en una hora lo que normalmente le llevaría una tarde".

Entonces es posible ser el dueño de la propia concentración, estimó. Y eso tiene implicancias enormes: "El estado de nuestra atención determina el estado de nuestras vidas. Los momentos en los cuales estamos distraídos se acumulan —día a día, semana a semana, año a año— hasta crear una vida que se siente dispersa y agobiante".

Por el contrario, al poder poner el foco de la atención en "algo productivo e importante para uno —conversaciones relevantes, grandes proyectos laborales, experiencias con seres queridos— nuestra vidas mejoran en casi todos aspectos". Se hace más, se siente más profundamente, se halla más significado: no sucede mágicamente, sino porque se procesa la información con deliberación. "Sentimos que controlamos más nuestras vidas porque podemos controlar cada momento".

En general, Bailey advierte que las empresas tecnológicas que ganan dinero al captar y retener la atención de sus usuarios, son buenas en lo que hacen, al punto que el cerebro vive sobreestimulado. Es difícil, así, decidir en qué se emplea el tiempo.

"¡No es tu culpa!", explicó Bailey en diálogo con Rebecca Jennings, para Vox. "Estamos programados para la distracción. Por eso no tendríamos que tratarnos con dureza al respecto. No es nuestra culpa que nuestra mente desee todo lo que es nuevo o novedoso".

En la corteza prefrontal, detalló, se encuentra la preferencia por la novedad: cada vez que una persona presta atención a algo nuevo, su cerebro la recompensa con dopamina, un neurotransmisor que regula —entre otras cosas— las sensaciones placenteras. "Cada 40 segundos pasamos a hace otra cosa porque el mundo a nuestro alrededor es tan estimulante. Nos despertamos a la mañana y abrimos Instagram, y recibimos un golpe de dopamina", ilustró. "Y 40 segundos después saltamos al correo electrónico y recibimos otro toque. Luego Facebook, y luego Twitter".

En su opinión, el equívoco principal al discutir la concentración es considerar que el problema es la distracción. "El problema es que nuestras mentes están sobreestimuladas", dijo. "Hay tanta dopamina fluyendo por nuestros cerebros que queremos mantener ese equilibrio". Por eso las personas tratan de alimentar sus cerebros con nuevas distracciones, "cuando en realidad deberíamos reducir lo sobreestimuladas que están nuestras mentes", explicó Bailey. "Así es como aumenta nuestro tiempo de atención".

En su libro hizo un pequeño experimento: se indujo un estado de aburrimiento, y lo sostuvo, a fin de cambiar el ritmo de distracciones al reducir la cantidad de estímulos. "Mi cabeza se acostumbró a un nivel nuevo, inferior, de estimulación, mucho más allá de 40 segundos. Descubrí que en efecto pasaba más tiempo de atención a lo que hacía".

También le sucedieron otras cosas: "Tuve más ideas para mi futuro, porque mi mente realmente tuvo la posibilidad de vagar un poco más. Eso me demostró que el problema es la sobreestimulación".

Bailey aconsejó que la gente probara hacer algo similar. También como un experimento, durante dos semanas, por ejemplo, para reducir la estimulación del cerebro: "Borrar del teléfono las apps de redes sociales innecesarias; bajar un bloqueador de distracciones para la computadora (como Freedom, puso a modo de ejemplo); si es posible, dejar el teléfono lejos del lugar donde se trabaja; cuando uno sale con su pareja, intercambiar los dispositivos para poder hacer fotos si se quiere, pero no llevar en la mano un mundo entero de distracciones personalizadas".

Al comienzo sólo se sentirá inquietud. "Pero al otro lado de esa inquietud está la concentración", auguró.

Cinco tips de Bailey —resumidos en MNBC— podrían servir de manera más regular: cambiar la configuración de la pantalla del teléfono a escala de grises, para que resulte menos atractivo; eliminar las notificaciones, para evitar un sonido de distracción reiterado; poner el teléfono en modo avión durante algunas horas cuando se desee hiperconcentración; desconectarse en las horas del hogar y de descanso; borrar la app de correo electrónico del teléfono ("el trabajador promedio mira el correo once veces por hora, u 88 veces durante el horario laboral", argumentó).

Existe, también, una cuestión social que incide: "Las empresas de redes sociales son muy buenas para predecir nuestros comportamientos y lo que queremos hacer con nuestro tiempo", recordó. "Creo que hay un punto en el que comenzamos a perder el control, en especial cuando las compañías secuestran los mecanismos de nuestra mente y satisfacen nuestros deseos elementales de novedad y placer. Google y Facebook y Twitter ganan dinero del hecho de que perdemos el control de nuestro comportamiento cuando usamos sus aplicaciones. Nuestra atención les pertenece".

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