Muere Robert Mugabe, el hombre que liberó y condenó Zimbabue

El autoritario mandatario se mantuvo en el poder durante casi cuatro décadas y fue apartado en 2017 tras un golpe militar

Gemma Parellada
Abiyán, El País
Vehemente, en la liberación y en la represión. Robert Gabriel Mugabe, una de las figuras más controvertidas de la historia del continente africano, murió este viernes a los 95 años lejos de su tierra, Zimbabue, el país que gobernó durante 37 años. Carismático y autoritario, el hombre que llegó a ser el presidente más anciano del mundo no ha llegado a vivir dos años sin el poder y se ha apagado en un hospital de Singapur, traicionado por el régimen que él mismo creó.


Robert Mugabe, el líder de múltiples caras que acaparó la historia de Zimbabue y que condenó al exilio a un tercio de sus ciudadanos, pasó el último y breve tramo de su vida entre el Techo azul —su mansión de lujo de Harare—, y el hospital de Singapur donde ha fallecido sin dejar, como quería, la sucesión lista para su esposa. Extirpado de la presidencia en noviembre de 2017 por sus propios camaradas, Mugabe ha muerto expulsado de la cáscara de hierro que él mismo forjó, dejando una huella imborrable en el continente. Liberó Zimbabue, y lo condenó.

Es precisamente el hombre que le derribó, el actual presidente Emmerson Mnangagwa, el que anunció su muerte “con la mayor de las tristezas”. El mismo amigo fiel que acompañó a Mugabe durante casi cuatro décadas, al mando de las operaciones más duras del régimen, antes de obligarle a dimitir con un peculiar golpe de Estado en 2017. “El comandante Mugabe”, añadió Mnangagwa, “era un icono de la liberación, un panafricanista que dedicó su vida a la emancipación y empoderamiento de su gente. Su contribución a la historia de nuestra nación y el continente nunca será olvidado”. Horas después, el mandatario anunció que Mugabe ha sido declarado héroe nacional.

La guerra de poder entre Mnangagwa y la esposa del expresidente, Grace Mugabe, acabó por precipitar el fin de la larga era Mugabe, un término que los zimbabuenses pensaban que solo podría llegar ya con su muerte.

El aura de libertador ha quedado presente en el imaginario continental, aunque aquel Mugabe que existió y luchó contra el régimen racista de Ian Smith y por los derechos de sus ciudadanos se perdió a lo largo de su dilatada historia en el poder, a base de muertos, represión y de convertir Zimbabue en un absurdo económico en el que ha sido muy difícil sobrevivir.

Hijo de un carpintero y una catequista, nació y creció cuando el país se llamaba Rodesia y el racismo era ley. Inteligente y audaz, de joven leyó, aprendió y se abrió camino entre los mejores estudiantes. En Sudáfrica, donde estudió, se implicó en los movimientos políticos y de liberación y en Ghana, país en el que impartió clases, se nutrió de las ideas del primer presidente de la independencia, Kwame Nkrumah, gran líder panafricanista y referente en todo el continente. Mugabe se convirtió en una pieza clave para el cambio de la historia en Zimbabue. En 1963, participó en la fundación de la Unión Africana Nacional de Zimbabue (ZANU), el movimiento de liberación que se erigió contra el régimen racista de Ian Smith, pagó con 10 años de cárcel su activismo contra la colonia y con su batalla y sus discursos directos y antimperialistas se forjó el Mugabe-héroe de la liberación.

Pero en 1980 empezó otra etapa. Zimbabue logró la independencia y Mugabe se instaló en el poder. Pronto llegó el primer golpe de su nueva faceta: la matanza de 20.000 personas de la minoría Ndebele a manos de su régimen. El Mugabe-represor se manifestó bruscamente, mientras seguía con sus discursos alimentando la dualidad de opiniones que le ha perseguido hasta su muerte.

Su popularidad se fue degradando en Zimbabue y en el año 2000, intentó utilizar la famosa “reforma agraria” para recuperar el apoyo ciudadano. Expropió las granjas de los zimbabuenses blancos, vistiéndolo como un reajuste para una repartición más justa de las tierras y su “recuperación” por parte de la población autóctona. Pero los que se benefician de la reforma pertenecían solo al entorno del régimen, los veteranos de guerra y la élite ya en el poder. La mayoría quedó fuera, la economía se siguió ahogando y en 2008, estalló el polvorín.

No había víveres ni gasolina, lo que unido a la hiperinflación (79.600.000.000% a finales de 2008), convirtió el país en un drama. El éxodo de zimbabuenses inundó la vecina Sudáfrica y la oposición le plantó cara a Mugabe en las urnas. La respuesta del Gobierno fue una brutal oleada de torturas y represión, incluyendo a líderes visibles como Morgan Tsvangirai.

Así, a base de erradicar disidentes y adoptando monedas extranjeras para capear el absurdo económico, Mugabe se agarró al poder en su última fase, hasta que, queriendo imponer su sucesión, se topó con la máquina que él mismo creó. En 2017, Mugabe ya no era el joven inspirado por Nkrumah, sino un dictador nonagenario, el presidente más anciano del mundo y el segundo más longevo en el poder.

La máquina podía esperar a la muerte de Mugabe, pero no dejar a Grace Mugabe prosperar. Así que, sin la violencia con la que se trató a los opositores, se apartó al capitán, aunque su legado de un Zimbabue quebrado bajo el férreo régimen que inventó, sigue más que vivo. Todos los Mugabes han dejado huella, pero su herencia es el país, que no supo —o no quiso— independizar.

Entradas populares