Muere Ben Alí, el presidente tunecino derrocado en el inicio de la primavera árabe
El exmandatario muere a los 83 años en el exilio en Arabia Saudí, donde residía desde el levantamiento en su contra de 2011
Ricard González
Túnez, El País
El exdictador tunecino Zine el Abidine Ben Alí falleció el jueves en su exilio de Arabia Saudí, según ha anunciado su abogado, Munir Ben Salha, y han confirmado el Ministerio de Asuntos Exteriores y su yerno, Slim Chibub. Hace una semana, su familia informó de que había sido ingresado en un hospital en estado grave, aunque se desconoce qué enfermedad padecía. La muerte de Ben Alí, de 83 años, se produce en pleno proceso para elegir el próximo presidente del país magrebí, apenas cuatro días después de la primera vuelta de las elecciones presidenciales. Ben Alí gobernó Túnez con puño de hierro durante más dos décadas, y la revuelta popular que forzó su caída en 2011 fue el detonante de las llamadas primaveras árabes.
Nacido en Susa el año 1936 en el seno de una familia humilde, Ben Alí, militar de carrera, fue destinado como agregado militar a diversas embajadas antes de ser nombrado ministro del Interior en la primavera de 1986. Su ascenso a las más altas esferas del poder fue fulgurante. Medio año después, añadió a este cargo el de primer ministro, desde el que lanzó un “golpe de Estado médico” el 7 de noviembre de 1987 contra el veterano presidente Habib Burguiba, padre de la independencia. Tras obtener un certificado por parte de varios doctores que declaraba a Burguiba “incapaz” para ejercer sus responsabilidades debido a una enfermedad degenerativa, y de acuerdo con lo estipulado en la Constitución, Ben Alí se convirtió en el segundo presidente de la historia del país.
Durante sus primeros años en el poder, Ben Alí prometió una apertura del sistema político, legalizó los partidos políticos de la oposición e incluso llega a organizar unas elecciones en 1991. Sin embargo, poco después de los comicios, que fueron amañados pero que mostraron la fuerza del movimiento islamista Ennahda, puso fin al experimento democrático y desató una durísima represión contra cualquier tipo de disidencia.Tras la revolución, las autoridades pusieron en marcha un proceso de justicia transicional que, gracias a la creación de una comisión de la verdad, desveló un sistema que se apoyaba sobre una violación sistemática de los derechos humanos.
Desde el punto de vista económico, sus 23 años en el poder estuvieron caracterizados por una voraz corrupción que convirtió a su familia en una de las principales fortunas del país. Sin embargo, el régimen presumía de haber modernizado la economía del país y tanto el FMI como las potencias occidentales, temerosas del ascenso del islamismo, lo consideraban su alumno aventajado en el norte de África. El crecimiento económico, que se apoyaba sobre todo en la expansión del turismo, se distribuyó de forma muy desigual. En las regiones pobres del centro del país la falta de infraestructuras y oportunidades condenaba a la juventud al paro o la migración. Y, precisamente, es en esas regiones donde prendió la chispa revolucionaria después de la inmolación de Mohamed Buazizi, un joven vendedor de frutas y verduras ambulante.
Tras su huida, la justicia tunecina le condenó en rebeldía a 35 años de cárcel por delitos de corrupción y torturas y a otros 20 años por incitar al asesinato y el saqueo. En el juicio que se ocupaba de la acusación más grave, su complicidad con la muerte de al menos 338 personas a manos de las fuerzas de seguridad durante la revolución, fue condenado a cadena perpetua. Después de darse a conocer su delicado estado de salud, se ha debatido en Túnez si las autoridades deberían permitir su entierro en este país. No obstante, según sus allegados, Ben Alí expresó su deseo de ser sepultado en Arabia Saudí.
La noticia de su fallecimiento llega cuatro días después de la celebración de la primera vuelta de las elecciones presidenciales, que han certificado el ocaso de su proyecto político. Abir Musi, la única candidata que defiende de forma desacomplejada su legado y que ocupó diversos cargos en su partido, el disuelto RCD, obtuvo tan solo el 4% de los votos. La severa crisis social que ha experimentado el país durante los últimos años, con un paro e inflación al alza, ha suscitado un cierto sentimiento de nostalgia respecto a los años de la dictadura entre una franja de la población y se especulaba sobre una posible resurrección del benalismo. Por si había alguna duda, ahora sí que ya no hay marcha atrás posible en la transición democrática en Túnez.
Ricard González
Túnez, El País
El exdictador tunecino Zine el Abidine Ben Alí falleció el jueves en su exilio de Arabia Saudí, según ha anunciado su abogado, Munir Ben Salha, y han confirmado el Ministerio de Asuntos Exteriores y su yerno, Slim Chibub. Hace una semana, su familia informó de que había sido ingresado en un hospital en estado grave, aunque se desconoce qué enfermedad padecía. La muerte de Ben Alí, de 83 años, se produce en pleno proceso para elegir el próximo presidente del país magrebí, apenas cuatro días después de la primera vuelta de las elecciones presidenciales. Ben Alí gobernó Túnez con puño de hierro durante más dos décadas, y la revuelta popular que forzó su caída en 2011 fue el detonante de las llamadas primaveras árabes.
Nacido en Susa el año 1936 en el seno de una familia humilde, Ben Alí, militar de carrera, fue destinado como agregado militar a diversas embajadas antes de ser nombrado ministro del Interior en la primavera de 1986. Su ascenso a las más altas esferas del poder fue fulgurante. Medio año después, añadió a este cargo el de primer ministro, desde el que lanzó un “golpe de Estado médico” el 7 de noviembre de 1987 contra el veterano presidente Habib Burguiba, padre de la independencia. Tras obtener un certificado por parte de varios doctores que declaraba a Burguiba “incapaz” para ejercer sus responsabilidades debido a una enfermedad degenerativa, y de acuerdo con lo estipulado en la Constitución, Ben Alí se convirtió en el segundo presidente de la historia del país.
Durante sus primeros años en el poder, Ben Alí prometió una apertura del sistema político, legalizó los partidos políticos de la oposición e incluso llega a organizar unas elecciones en 1991. Sin embargo, poco después de los comicios, que fueron amañados pero que mostraron la fuerza del movimiento islamista Ennahda, puso fin al experimento democrático y desató una durísima represión contra cualquier tipo de disidencia.Tras la revolución, las autoridades pusieron en marcha un proceso de justicia transicional que, gracias a la creación de una comisión de la verdad, desveló un sistema que se apoyaba sobre una violación sistemática de los derechos humanos.
Desde el punto de vista económico, sus 23 años en el poder estuvieron caracterizados por una voraz corrupción que convirtió a su familia en una de las principales fortunas del país. Sin embargo, el régimen presumía de haber modernizado la economía del país y tanto el FMI como las potencias occidentales, temerosas del ascenso del islamismo, lo consideraban su alumno aventajado en el norte de África. El crecimiento económico, que se apoyaba sobre todo en la expansión del turismo, se distribuyó de forma muy desigual. En las regiones pobres del centro del país la falta de infraestructuras y oportunidades condenaba a la juventud al paro o la migración. Y, precisamente, es en esas regiones donde prendió la chispa revolucionaria después de la inmolación de Mohamed Buazizi, un joven vendedor de frutas y verduras ambulante.
Tras su huida, la justicia tunecina le condenó en rebeldía a 35 años de cárcel por delitos de corrupción y torturas y a otros 20 años por incitar al asesinato y el saqueo. En el juicio que se ocupaba de la acusación más grave, su complicidad con la muerte de al menos 338 personas a manos de las fuerzas de seguridad durante la revolución, fue condenado a cadena perpetua. Después de darse a conocer su delicado estado de salud, se ha debatido en Túnez si las autoridades deberían permitir su entierro en este país. No obstante, según sus allegados, Ben Alí expresó su deseo de ser sepultado en Arabia Saudí.
La noticia de su fallecimiento llega cuatro días después de la celebración de la primera vuelta de las elecciones presidenciales, que han certificado el ocaso de su proyecto político. Abir Musi, la única candidata que defiende de forma desacomplejada su legado y que ocupó diversos cargos en su partido, el disuelto RCD, obtuvo tan solo el 4% de los votos. La severa crisis social que ha experimentado el país durante los últimos años, con un paro e inflación al alza, ha suscitado un cierto sentimiento de nostalgia respecto a los años de la dictadura entre una franja de la población y se especulaba sobre una posible resurrección del benalismo. Por si había alguna duda, ahora sí que ya no hay marcha atrás posible en la transición democrática en Túnez.