La luz del líder se apagó en una tarde-noche convulsa

José Vladimir Nogales
JNN Digital
Wilstermann arrojó otra ración de dudas sobre su liderato. Su hegemonía, que dura ya diez jornadas, se tambalea seriamente. No fue capaz de desnudar a Nacional (1-1), un rival rocoso pero accesible. No supieron descubrir los rojos las vías por donde agujerear el planteamiento potosino, ceñido en exclusiva a tareas destructivas. Cuando se encontró alguna puerta abierta (menos de media docena de veces en toda la tarde, no más), se estrelló con la falta de puntería de sus atacantes.


El viento, sin orden ni concierto, fue recluyendo el partido en la franja central, allí donde Wilstermann tras una salida ordenada y práctica, comenzó a notar la falta de Saucedo para salir del atolladero. Con Carlos Melgar y Chávez tan intermitentes como distantes entre sí, Wilstermann se recluyó en la movilidad de Serginho y una gama de pelotas largas para tratar de superar a su oponente. Sin Saucedo, Wilstermann pareció un conjunto más, muy alejado de aquel bloque autoritario y luminoso que ascendió a la cima del torneo. Nacional le descosió con munición táctica y desactivó sus precarios circuitos de juego. No se encontró cómodo Wilstermann en todo el partido. Illanes le arrojó una de sus redes sobre la sala de mandos, le blindó el campo de operaciones y le sacó del partido. Mejor dicho, no le dejó entrar. Atascado entre la movilidad de las piezas potosinas y ahogado por su falta de conjunción y sentido asociativo, el líder no acertó a descubrir canales por donde conducir la pelota. Nacional le dejó sin control y sin llegada. A oscuras.

La baja de Saucedo, por suspensión, ha reducido la dimensión del equipo. Le ha arrancado de cuajo fluidez, claridad e ideas. No el sentido asociativo, que nunca tuvo. Wilstermann, sin su volante de equilibrio, se ha convertido en un grupo tratable, resistible, vulnerable.

Ante el montaje defensivo rival, que defendía lejos de su área, con todos los mecanismos muy perfeccionados, a Wilstermann se le hizo muy penosa la circulación de la pelota, obligado a actuar con gran precisión en espacios muy cortos.

Con el paso del partido, Nacional ajustó todavía más su estrategia defensiva y Wilstermann se vio metido en dificultades matemáticas o físicas. No tenía ni espacio ni recursos para realizar el juego corto. El fútbol largo se lo prohibía el rival, que tiraba el fuera de juego con habilidad y rapidez. Le quedaba al cuadro de Díaz el recurso de la paciencia, del toque constante hasta adivinar cualquier grieta.

Uno por uno se borraron los rojos. No tenían juego, ni oportunidades. Mucho menos cuando quedaron con un hombre menos. No es que le expulsaran a alguien, ingresó Miranda, que es lo mismo, una sustracción matemática y futbolística. En la primera parte, los rojos no habían producido un disparo a la portería. En la segunda si, uno de Chávez que provocó un rebote mal resuelto por Seginho. Bien atrás, Nacional metía la pierna, ganaba los balones divididos, sofocaba cualquier intento de aproximación de los rojos y procuraba su progresiva depresión. El gol de Pascua resumió muy bien el estado de las cosas. Benegas, confiado en exceso, dejó pasar un balón de inocente apariencia, al que acudió Pascua en libertad para batir a un Giménez desamparado.

El partido, pintaba mal para los locales. Nacional estaba donde quería, en uno de esos encuentros de gran contenido táctico, muy exigente en el aspecto anímico. Y Wilstermann empezaba a dar signos de ansiedad. Justo entonces, en el momento más difícil para los locales, Serginho materializó un desborde. Por única vez, buscó la raya en lugar de recortar hacia adentro para acomodar el centro de rutina. El balón, despedido desde su botín zurdo, viajó pleno, cortando el aire enrarecido de una noche convulsa. Nadie pudo interceptarlo antes de que Álvarez, levitando sobre el pétreo muro potosino, conectase de cabeza ante el desesperado aleteo de un golero vencido. Lo hizo de una manera sencilla: la llegada por el segundo palo y el gol. La jugada más antigua del mundo y la más difícil de detener.

La igualdad agitó el partido. Wilstermann, a pesar de conjuros tácticos y las variantes de estrategia (Nilson ingresó por Benegas y Justiniano por Melgar), seguía siendo un equipo fantasmal, demasiado distante entre sus líneas, incapaz de imaginar media docena de combinaciones coherentes. Para entonces, ya había emborronado su dibujo; vacío en las bandas y poblado aunque obtuso por el centro. Nadie tomaba las riendas del equipo, mientras Nacional crecía en su convencimiento bien soportado por sus centrales, Torrico y Galaín, para acabar condenando a Wilstermann a la vulgaridad.

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