Herrera y la fe inquebrantable

Salió, debutando, e hizo el gol del empate para el Atleti ante la Juventus. Antes había marcado Savic. Para la Juve lo hicieron Cuadrado y Matuidi.


Patricia Cazón
As
El cuerpo está lleno de memorias. Con heridas de Cristiano, tantas, con heridas de la Juve, tan profunda la de Turín, con la de Anoeta reciente saltó el Atleti, bajo el rugido ensordecedor y la convicción de llevar al fútbol eso que gritaba el tifo con el que el Wanda Metropolitano saludaba al partido y a esta nueva edición de la Champions. “Una fe inquebrantable”. Si al final del partido ese lema era carne, el puño de un rojiblanco al aire, protagonista inesperado, al inicio los futbolistas saltaron como si se la hubieran cosido en las piernas. La Juve quería la manija y el Atleti ponía la intención. Un Atleti sin sorpresas, con el regreso de Thomas para darle empaque al centro del campo y alas a su jugador diferente, João Félix. En la piel de la Juve aún estaba fresco el recuerdo del amistoso del verano y sus dos goles. Recibió coscorrones, tres pataditas, la más fuerte de Pjanic, antes de llevarse ese balón que Costa le entregó en el centro. Y a volar.


Porque João arragó la pelota, subió la cabeza y a correr maradoniano. Un recorte, otro, ante tres rivales que acabaron siendo siete sin que ninguno lograra frenar su carrera, quitarle el balón. Su disparo, abajo y a la izquierda, lo envió a córner Szczesny cuando el Metropolitano ya tenía el goool en la boca. Giménez lo cabeceó alto. El Atleti apretaba. El único gesto de Cristiano de momento en el partido había sido ese cuando saltaba al campo: atusarse el flequillo. Fue palideciendo la Juve, en cuanto el Atleti le quitó el balón. Un Atleti que no perdía un centímetro de posición, eficaz en las ayudas, fiero en la presión, poesía de los viejos tiempos del Cholo, y blandiendo dos puñales: Lodi y Trippier. Llegaban constantemente a la línea de fondo, centraban cada balón, el partido convertido en un monólogo que salía de la pizarra del Cholo. Pero faltaba contundencia. De Ligt y Bonucci llegaban fácil a despejar cada balón.

Hasta el minuto 22, Cristiano no logró armar un disparo, fácil a las manos de Oblak. Su primer paradón de la noche sería ante Matuidi, dos minutos más tarde. Se estiraba la Juve pero el área de Oblak tenía guardian: Giménez, mejor comandante no podía tener el Cholo. Despejó ante Pjanic y también ese balón que buscaba a Higuaín. El descanso llegaría con Oblak sacando los guantes ante un cabezazo de Cristiano pero la Juve viva, muy viva, y con 45’ de partido aún por delante.

Sólo dos necesitó de la segunda parte para traer a Madrid el frío de aquella noche en Turín. Fue una contra rapidísima de Higuaín. Fue su centro al segundo palo, para dejarle el balón perfecto a la zurda de Cuadrado. Bicicleta y trallazo a la escuadra. Escrito estaba: debía ser él. Jugaba en la banda derecha en lugar de Bernardeschi, el futbolista que mató en Turín, por la lesión de Douglas, el que mareó en verano. Tardó el Atleti en reponerse del golpe.

La Juve aprovechó para dormir el balón, con posesiones larguísimas. Superado el Atleti. Con João Félix siempre lejos del juego, Costa sólo pelea y Giménez enviando alta una ocasión, tras una jugada entre Saúl, Koke y Trippier. La Juve replicó con otro gol, Mutuidi de cabeza. El movimiento del Cholo había sido que entrara Correa, Correa por delante de Vitolo. Pero cuando más apretaba la Juve volvió a aparecer esa cabeza, la de Giménez, que al tratar de cabecear el enésimo balón lo dejó muerto en la línea de gol. Savic se lanzó sobre él con todo, de ojos cerrados. Se acercó el Atleti en el marcador, se igualó todo en la hierba. Fue la lesión de Thomas quien hizo que el viento volviera a soplar rojiblanco. Porque Simeone miró atrás y le quitó el polvo a Herrera y le dio minutos al que hasta ahora ha sido siempre su mejor jugador, Vitolo, y el Atleti se lanzó con el grito en la boca sobre la portería de Szczesny.



Acarició el empate Vitolo pero sacó Szczesny. Lo pidió Costa, a gritos, desesperado, cuando el árbitro, ni el VAR, vieron que Bonucci palmeaba el balón en el área. Lo marcó Herrera, justicia de fútbol, metiéndose de cabeza en este equipo. Fue salir y darle criterio al balón, fue marcar y enloquecer el Metropolitano. No lo pudo estropear ni Cristiano, con un último disparo que se fue por dos milímetros. El cuerpo todo está lleno de memorias. Y el del capitán mexicano grita fútbol por los cuarto costados. Bienvenido al Atleti, Héctor. Bautizo de Champions, de noche grande.

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