España, del recital al barullo

Gran primera mitad, con goles de Ramos (penalti) y Alcácer. Andone recortó distancias y Llorente fue expulsado en el 79'. Kepa fue el héroe al final.


Héctor Martínez
As
Del recital al barullo. Esa es más o menos la partitura que nos dejó el Rumanía-España, un partido que apuntaba a goleada en su primera media hora y que murió con La Roja durmiendo el balón para volar a Asturias con los tres puntos en el bolsillo. Nos acercan a la Eurocopa, sí, pero la orquesta desafinó al final. Suerte que Kepa salvó los muebles con un paradón en el 91'. De Bucarest nos volvemos además de la victoria con un portero de diez. Un porterazo.


El estilo no se negocia. Y así ocurre que, seleccionador tras seleccionador, España apuesta por el buen fútbol y el embrujo con el balón. Bastaron cinco minutos para darse cuenta de ello ayer en Bucarest, donde La Roja ganó por primera vez en su historia. Dos cara a cara de Alcácer con Tatarusanu, bien resueltos por el meta rumano, fueron el prólogo a un partido que sirvió para cerrar medio pase a la Eurocopa. El pleno de victorias y el inminente duelo con Islas Feroe nos permite adivinar el torneo casi a la vuelta de la esquina.

Moreno dibujó un 4-4-2 en la pizarra. Sirve para dar pistas de por dónde irá el fútbol del técnico barcelonés, que poco a poco abandonará el cuaderno de Luis Enrique para mostrarnos el suyo propio. Robert tenía claro que los dos laterales, Navas y Jordi Alba, debían incorporarse al ataque para quebrar el orden defensivo de Rumanía, que descansaba en la experiencia de Vlad Chiriches. El central del Sassuolo se siente cómodo con un nueve al uso enfrente, pero le falta el aire si debe seguir al delantero rival cada vez que cae a la banda. Y por eso Alcácer y Rodrigo no dejaron de jugar al despiste, al ahora voy pero me quedo, para hacer que esa línea de cinco, casi de futbolín, permitiera filtrar los balones.

Pero poco pudo hacer Rumanía frente a ese ataque a borbotones de España. Lo fue con las citadas ocasiones de Alcácer en los primeros cinco minutos, también con un cabezazo de Ramos en un córner o un zurdazo de Jordi Alba que volvió a rechazar Tatarusanu, que salvó a la selección rumana de la goleada.

Eso sí, fue un penalti que casi nadie vio (pisotón de Deac a Ceballos) el que sirvió para poner el partido pendiente abajo. Lo señaló Aytekin, el del Barça-PSG, y lo transformó Ramos en un nuevo engaño al meta rival que sumar a su larga carrera de rey desde los once metros. El mismo Ramos que al galope se cuela en todos los libros de historia de nuestro fútbol. Con el tanto de ayer ya alcanza los 21 de Míchel con La Roja y con su nueva internacionalidad ya toca a la puerta de Casillas, el hombre récord de la selección con 167 partidos. A uno solo está ahora el de Camas.

El gol animó a Rumanía a estirarse. Había que desmelenarse como no había querido hacerlo de inicio Contra, que formó con cinco en la zaga y prefirió no alinear a una de las joyas del fútbol de allí: Ianis Hagi, hijo del mítico Gica y fruto de esa Sub-21 que tan buen papel hizo en la Eurocopa del pasado junio.

En la Roja ya no se abuchea a Piqué (de viaje empresario/tenístico a Nueva York para promocionar su Davis y disfrutar de Nadal...), ahora le toca a Ramos aguantar los silbidos de la grada. La del Arena Nationala cargó contra él tras marcar y ver una incomprensible amarilla en la celebración que sólo Aytekin sabrá explicar. Luego le pidió disculpas.

Contra reaccionó y las incorporaciones de Hagi (por Stanciu) y Andone (por Keseru) agitaron la coctelera. El ahora delantero del Galatasaray y ex del Depor se coló entre los centrales y su cabezazo en el 59' firmó el 1-2 que despertó las gargantas del estadio. Tiempo de ruido, de presión rumana en la salida de balón y de una contra frenética que acabó con roja a Diego Llorente tras zancadillear a Puscas. El partido arrancó con España en plan orquesta y acabó con cada uno tocando por su cuenta. El redoble final pudo llegar con un gol de Puscas que Kepa evitó con un paradón en el 91’. Hay que ir buscando nuevos santos como aquel Iker que regalaba milagros por las esquinas.

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