El piano desafinado de Zidane
Al menos que el Madrid respete su condición de leyenda y honre los servicios prestados dándole tiempo
Jorge Valdano
El País
En la primera jornada de Champions todos se sienten favoritos, pero nadie lo dice. Hacen muy bien. Todos saben que cuantos más favoritos tengamos en septiembre, más fracasados habrá en mayo. Este torneo es, para los clubes europeos, la única unidad de medida que consagra la grandeza. Los otros títulos son un consuelo insuficiente que apenas sirve para evitar el fracaso. Esta percepción algo perversa, como siempre que la emoción mete los dedos en la inteligencia, tiene un elemento novedoso. El fútbol siempre le puso acento a lo local. Era más importante ganarle al pueblo de al lado que a cualquier país del continente. Pero la idea de Europa como algo nuestro se va imponiendo lentamente y el fútbol ya lo está reflejando. Además, el mercado, que cada día pesa más, obliga a gestas globales. Arrancó la Champions, sálvese quien pueda.
El Barça sigue tropezando con la misma piedra. Los equipos que se animan a faltarle al respeto y le juegan con decisión logran convertir en intrascendente su fútbol de posesión. Ese juego que ya es parte de su cultura y que antes servía para desequilibrar, cuando no para bailar a los rivales, ahora solo parece un refugio ante los chaparrones que caen en Dortmund, Pamplona o Bilbao. Esa doble personalidad hace más extraña la ausencia de Rakitic, caballo que sirve para un paseo y para una batalla y que no hizo nada para perder el puesto. Es cierto que la concurrencia ahora es mayor con la llegada de De Jong, pero no veo que el medio del campo haya mejorado su equilibrio. Falta Messi, claro, que es mucho decir porque un genio incide nada menos que en el resultado. Eso disimulará el virus que tanto daño le hizo en Europa los últimos años, pero un nuevo Liverpool lo puede activar.
La revolución del proletariado
“Faltó intensidad”, dijo Zidane en París, un modo de hablar que apunta a una tendencia. El PSG, equipo rico y glamuroso, dejó a sus figuras en la tribuna por fuerza mayor y se sorprendió ante las admirables virtudes competitivas de la clase proletaria. Nos privamos de la genialidad y el virtuosismo, pero el equipo lo compensó con profesionalidad, obstinación, espíritu colectivo, coraje… El Madrid le opuso muchos jugadores de inspiración, de esos que agitan la imaginación cuando uno lee la alineación, pero en el terreno de los hechos, esas almas libres perdieron los duelos cuando la lucha fue individual, y se agrietaron cuando el partido les reclamó como equipo. Decía Alfredo Di Stéfano que “el fútbol se juega, no se corre”. Pero las dos alineaciones de París hicieron física una tendencia que en la Champions se está haciendo indiscutible: si en un equipo no corren todos, ni se juega ni se gana.
El monumento del tiempo
Zizou trajo tres Champions en su aparición como entrenador, y todo su prestigio como salvavidas para un club en caída libre en su regreso. Deberíamos estar hablando del monumento que merece, pero los cuchillos afilados de la opinión ya cortan en tres direcciones: dudando de su capacidad, deslizando rumores y apuntando sustitutos. Como el fútbol es desmemoriado, el monumento tendrá que esperar, y como es feroz, le esperan más puñaladas. Es cierto que no da con la tecla, pero lo es también que toca en un piano desafinado, sin un diseño de plantilla que le permita definir un equipo que, hoy por hoy, no es defensivo ni ofensivo ni medio pensionista. París aparte, el equipo tiene momentos de rebeldía y hasta de buen juego, pero nunca con una continuidad que lo haga confiable. Ya que no un monumento, al menos que el club respete su condición de leyenda y honre los servicios prestados dándole tiempo.
Jorge Valdano
El País
En la primera jornada de Champions todos se sienten favoritos, pero nadie lo dice. Hacen muy bien. Todos saben que cuantos más favoritos tengamos en septiembre, más fracasados habrá en mayo. Este torneo es, para los clubes europeos, la única unidad de medida que consagra la grandeza. Los otros títulos son un consuelo insuficiente que apenas sirve para evitar el fracaso. Esta percepción algo perversa, como siempre que la emoción mete los dedos en la inteligencia, tiene un elemento novedoso. El fútbol siempre le puso acento a lo local. Era más importante ganarle al pueblo de al lado que a cualquier país del continente. Pero la idea de Europa como algo nuestro se va imponiendo lentamente y el fútbol ya lo está reflejando. Además, el mercado, que cada día pesa más, obliga a gestas globales. Arrancó la Champions, sálvese quien pueda.
El Barça sigue tropezando con la misma piedra. Los equipos que se animan a faltarle al respeto y le juegan con decisión logran convertir en intrascendente su fútbol de posesión. Ese juego que ya es parte de su cultura y que antes servía para desequilibrar, cuando no para bailar a los rivales, ahora solo parece un refugio ante los chaparrones que caen en Dortmund, Pamplona o Bilbao. Esa doble personalidad hace más extraña la ausencia de Rakitic, caballo que sirve para un paseo y para una batalla y que no hizo nada para perder el puesto. Es cierto que la concurrencia ahora es mayor con la llegada de De Jong, pero no veo que el medio del campo haya mejorado su equilibrio. Falta Messi, claro, que es mucho decir porque un genio incide nada menos que en el resultado. Eso disimulará el virus que tanto daño le hizo en Europa los últimos años, pero un nuevo Liverpool lo puede activar.
La revolución del proletariado
“Faltó intensidad”, dijo Zidane en París, un modo de hablar que apunta a una tendencia. El PSG, equipo rico y glamuroso, dejó a sus figuras en la tribuna por fuerza mayor y se sorprendió ante las admirables virtudes competitivas de la clase proletaria. Nos privamos de la genialidad y el virtuosismo, pero el equipo lo compensó con profesionalidad, obstinación, espíritu colectivo, coraje… El Madrid le opuso muchos jugadores de inspiración, de esos que agitan la imaginación cuando uno lee la alineación, pero en el terreno de los hechos, esas almas libres perdieron los duelos cuando la lucha fue individual, y se agrietaron cuando el partido les reclamó como equipo. Decía Alfredo Di Stéfano que “el fútbol se juega, no se corre”. Pero las dos alineaciones de París hicieron física una tendencia que en la Champions se está haciendo indiscutible: si en un equipo no corren todos, ni se juega ni se gana.
El monumento del tiempo
Zizou trajo tres Champions en su aparición como entrenador, y todo su prestigio como salvavidas para un club en caída libre en su regreso. Deberíamos estar hablando del monumento que merece, pero los cuchillos afilados de la opinión ya cortan en tres direcciones: dudando de su capacidad, deslizando rumores y apuntando sustitutos. Como el fútbol es desmemoriado, el monumento tendrá que esperar, y como es feroz, le esperan más puñaladas. Es cierto que no da con la tecla, pero lo es también que toca en un piano desafinado, sin un diseño de plantilla que le permita definir un equipo que, hoy por hoy, no es defensivo ni ofensivo ni medio pensionista. París aparte, el equipo tiene momentos de rebeldía y hasta de buen juego, pero nunca con una continuidad que lo haga confiable. Ya que no un monumento, al menos que el club respete su condición de leyenda y honre los servicios prestados dándole tiempo.