Zodíaco, el crimen perfecto: el asesino serial que aterró a Estados Unidos, agotó a la policía durante 50 años y desapareció en las sombras
Comenzó a matar en los años 60 y su caso fue cerrado en 2007 sin poder dar con quien decía haber matado en su raid delictivo a 37 personas
La historia del asesino llamado Zodíaco es un entramado de caminos sin salida. Un laberinto dentro de otro laberinto. Tampoco tiene un principio y un final. El sospechoso más firme murió en 1992 sin que nada pudiera probarse en su contra. Caso cerrado en 2007, más de medio siglo después de la sangrienta serie, logró la cumbre del Mal: el crimen perfecto.
Los hechos sucedieron así…
Los hechos sucedieron así…
El 18 de diciembre de 1968, Paul Avery, reportero del San Francisco Chronicle, oyó a través del teléfono una voz distorsionada:
–Hoy es mi cumpleaños. Debo salir a matar.
–Hoy es mi cumpleaños. Debo salir a matar.
Dos días después, David Arthur Faraday, de 17 años, y Betty Lou Jensen, de 16, en su primera cita, fueron a un concierto de navidad a pocas cuadras de la casa de Betty. Terminado el show, y apenas pasadas las diez de la noche, estacionaron el auto en un cruce de Lake Herman, para besarse: sus primeros escarceos…, interrumpidos por otro auto que se detuvo exactamente al lado. Los cuerpos acribillados de la pareja fueron encontrados por una vecina.
La investigación fue un fracaso. Ninguna prueba, ningún testigo. Sin embargo, uno de los más viejos reporteros de ese diario y compañero de Paul Avery, recordó un caso de cierta similitud.
El 4 de julio de 1963 (día de la Independencia, navidad: fechas especiales; ¿una pista?), Robert Domingos, de 19 años, y Linda Edwards, de 17, tomaban sol en una playa cerca de Santa Bárbara, California…, y no volvieron a sus casas. Al día siguiente, el padre de Robert, rastreando el lugar, encontró los cuerpos en una vieja cabaña casi derruida. Estaban atados de pies y manos, y acribillados por un arma calibre 22. Robert, once balazos; Linda, nueve. El asesino intentó quemarlos, pero el fuego no progresó.
Ese 1969 fue infernal. Michael Mageu (19 años) y Darlene Ferrin (22), asesinados también el 4 de julio (¡!) en un campo de golf de Blue Rock Springs, Vallejo, California. Darlene murió en un hospital mientras la operaban, y Michael sobrevivió.
Un día después, llamado telefónico a la policía. En voz muy baja, este mensaje: "Quiero denunciar un asesinato. Si acuden una milla al este de Columbus Parkway, encontrarán unos chicos en un auto marrón. Fueron fusilados con una Luger de 9 milímetros. También maté a otros chicos el año pasado. Adiós".
El 27 de septiembre, casi una copia al carbónico. Bryan Calvin Hartnell (20) y Cecilia Ann Shepard, apuñalados en Lake Berryessa, una isla del condado de Napa. Bryan se salvó a pesar de seis heridas profundas en la espalda, pero Cecilia murió dos días después en el hospital local.
Pero poco antes, el primer día de agosto, el asesino había mostrado su tarjeta de presentación: tres cartas casi idénticas llegadas a los diarios Vallejo Times Herald, San Francisco Chronicle y San Francisco Examiner. En ellas confesó los crímenes, y dibujó un criptograma de 360 caracteres que, descifrado, decía: "Me gusta matar gente porque es mucho más divertido que matar animales salvajes en el bosque, porque el hombre es el criminal más peligroso de todos. Matar algo es la experiencia más excitante. Es aun mejor que acostarse con una chica. Y la mejor parte es que cuando me muera voy a renacer en el paraíso y todos los que he matado serán mis súbditos. No daré mi nombre porque ustedes tratarán de retrasar o detener mi recolección de súbditos para mi vida en el más allá". Firmaba "Zodiac". En adelante, para la prensa y el público, sería "El asesino del Zodíaco".
Pero en las cartas exigió una condición: "Estos comunicados deben ser impresos en la primera plana. En caso contrario, me veré en la obligación moral de asesinar a una docena de personas elegidas al azar en las calles este mismo fin de semana". Tormenta en las oficinas de los editores. Dilema: publicarlas en la tapa crearía pánico, y sería arrodillarse ante el asesino, y no publicarlas podría desatar los crímenes prometidos. Por fin, los tres diarios optaron por imprimirlas en páginas interiores…
De pronto, cuando los ataques a Bryan Hartnell y Cecilia Shepard empezaban a caer en el olvido, apareció un testigo clave y declaró ante Dave Toschi, el detective a cargo del caso Zodiac con su compañero Bill Armstrong:
–Ese día, por casualidad, yo estaba en la orilla del lago, y alguien que se escondía detrás de un árbol se acercó a la pareja. Se tapaba la cara con una capucha negra, de verdugo, y anteojos oscuros, y llevaba una especie de pechera con un símbolo extraño en el medio. No tuvieron tiempo de defenderse ni de huir: los baleó a menos de un metro, y se fue caminando, muy tranquilo…
–Ese día, por casualidad, yo estaba en la orilla del lago, y alguien que se escondía detrás de un árbol se acercó a la pareja. Se tapaba la cara con una capucha negra, de verdugo, y anteojos oscuros, y llevaba una especie de pechera con un símbolo extraño en el medio. No tuvieron tiempo de defenderse ni de huir: los baleó a menos de un metro, y se fue caminando, muy tranquilo…
Los crímenes siguieron. O aparecieron tardíamente, como el de Cheri Jo Bates, degollada y casi decapitada el 30 de octubre de 1966 en Riverside, California, que el reportero Paul Avery conectó, por sus similitudes, con el asesino del Zodíaco. Pero no pudo probarlo.
Y a veces fallaron… El 22 de marzo de 1970 (el serial killer ya no atacaba en fechas especiales), Kathleen Jons (22), con su bebé, iba por la ruta 132, al oeste de la californiana ciudad de Modesto, cuando desde otro coche, con las luces, que pidieron que parara. Lo hizo. Un hombre se acercó:
–Tiene una rueda floja.
–No me di cuenta.
–¿Quiere que se la arregle?
–Sí, gracias, es muy amable.
Ella no se bajó del auto. Al rato, él volvió:
–Ya está. Puede seguir.
Kathleen arrancó, y a los pocos metros perdió la rueda. Desesperada, esperó que alguien la auxiliara. Y volvió el mismo hombre:
–La rueda estaba peor de lo que parecía. ¿Quiere que la lleve hasta una gasolinera?
–Sí, por favor, Pero espere: voy al auto a buscar a mi bebé.
–¿Tiene un bebé?
–Sí. ¿Es un problema?
–No… Mientras más, mejor…
Partieron. Él no se detuvo en la gasolinera más cercana.
–¿Por qué no paró?
–¡Tire a su bebé por la ventanilla!
Horrorizada, la mujer abrazó al bebé, saltó del auto y se escondió detrás de unos arbustos, cerca de la banquina. El hombre aceleró y se perdió en la noche. En la estación de policía, ella reconoció al Retrato-Robot que ya circulaba por todo el estado:
–¡Sí, es ése!
–Tiene una rueda floja.
–No me di cuenta.
–¿Quiere que se la arregle?
–Sí, gracias, es muy amable.
Ella no se bajó del auto. Al rato, él volvió:
–Ya está. Puede seguir.
Kathleen arrancó, y a los pocos metros perdió la rueda. Desesperada, esperó que alguien la auxiliara. Y volvió el mismo hombre:
–La rueda estaba peor de lo que parecía. ¿Quiere que la lleve hasta una gasolinera?
–Sí, por favor, Pero espere: voy al auto a buscar a mi bebé.
–¿Tiene un bebé?
–Sí. ¿Es un problema?
–No… Mientras más, mejor…
Partieron. Él no se detuvo en la gasolinera más cercana.
–¿Por qué no paró?
–¡Tire a su bebé por la ventanilla!
Horrorizada, la mujer abrazó al bebé, saltó del auto y se escondió detrás de unos arbustos, cerca de la banquina. El hombre aceleró y se perdió en la noche. En la estación de policía, ella reconoció al Retrato-Robot que ya circulaba por todo el estado:
–¡Sí, es ése!
Poco después, una llamada de Zodíaco al San Francisco Chronicle: "Tengo que matar. Si no mato, mis dolores de cabeza son insoportables. Empezaron el día en que maté a un niño. Mañana detendré a un autobús escolar con un tiro en la rueda delantera, y liquidaré a todos los niños cuando vayan bajando".
No cumplió. Mientras tanto, una comisión de expertos se devanaba los sesos tratando de descubrir la identidad del monstruo. Calígrafos con sus lupas sobre cada letra de las cartas. Médicos y peritos forenses detrás de una huella –¡al menos una!–, de una gota de sangre o de sudor en busca del ADN, y psicólogos rastreando un perfil para acotar la investigación a una zona o a la lista de sospechosos. Sin coincidencias: según los distintos informes, era blanco o negro, entre 20 y 35 años, entre 45 y 50, de educación universitaria (o no). Etcétera.
Entretanto, en la redacción del San Francisco Chronicle, el caricaturista Robert Graysmith, apasionado por el caso, husmeaba en los escritorios y en los archivos para armar su propia investigación. Y esa curiosidad de felino lo llevó a revelar un dato que se les escapó a policías y periodistas:
–Ya sé por qué eligió el nombre de Zodiac.
Lo miraron con una mezcla de piedad y burla. Pero claudicaron como principiantes:
–Zodiac es una marca de reloj. Seguramente el que usa. Y su firma, un círculo cruzado por una cruz, es parte del logotipo. Indica precisión. Acierto en el blanco. Pero el círculo y la cruz pueden ser también la boca de un arma, y su mira.
No lo aplaudieron ni lo felicitaron: fue como un trago de bilis…
–Ya sé por qué eligió el nombre de Zodiac.
Lo miraron con una mezcla de piedad y burla. Pero claudicaron como principiantes:
–Zodiac es una marca de reloj. Seguramente el que usa. Y su firma, un círculo cruzado por una cruz, es parte del logotipo. Indica precisión. Acierto en el blanco. Pero el círculo y la cruz pueden ser también la boca de un arma, y su mira.
No lo aplaudieron ni lo felicitaron: fue como un trago de bilis…
Zodíaco reapareció en una carta fechada el 20 de abril de 1970: "Mi nombre es (…) seguido de 13 caracteres. No soy responsable de la bomba en la estación de policía de San Francisco que mató al sargento Brian McDonnell el 18 de febrero de 1970. Soy popular. Me gustaría ver a mucha gente luciendo botones con mi nombre en su ropa".
Cuando toda esperanza de atraparlo se había perdido, algunos indicios apuntaron al que sería el principal sospechoso, y para algunos sabuesos, el culpable: Arthur Leigh Allen. Denunciado por un amigo, y detenido, dijo que "los cuchillos ensangrentados que tenía en mi auto el día del doble ataque en Lago Berryessa los usé para matar pollos". Allen (1933-1992) era un maestro de escuela. Dictaba clases en Vallejo, una de las tres ciudades donde sucedieron los crímenes de Zodíaco. En 1975 fue condenado por abuso sexual de menores. Un pedófilo… En su casa tenía armas y explosivos. Sin embargo, todas las posibles pruebas (ADN, rasgos de la escritura, huellas dactilares) fueron consideradas "circunstanciales".
Final del caso.
Según la policía, Zodíaco cargaba sólo con siete ataques y cinco muertos: David Faraday, Betty Lou Jensen, Darlene Ferrin, Cecilia Shepard y el taxista Paul Lee Stine, asesinado a balazos y a quemarropa el 11 de octubre de 1969. Pero en todos sus mensajes y cartas, hasta su desaparición de la escena, confesó que había matado a treinta y siete…, y se esfumó para siempre.
Aún hoy, algunos investigadores creen que Zodiac… fueron al menos dos asesinos, no uno. Otros, que bien podían ser aquellos treinta y siete, y hasta más. Entre biografías, novelas, películas, episodios de tevé, temas musicales y videos, más de veinte títulos están dedicados a él. A ese fantasma. Ese famoso y temido fantasma…