Nicolás Maduro y el miedo a ser abandonado por Putin
Rusia tiene a un delegado ideal y obediente en Caracas. Es el encargado de construir los nuevos puentes del Kremlin en Venezuela. El inevitable destino del dictador
Laureano Pérez Izquierdo
laureano@infobae.com
Sergei Riabkov fue claro: "Tenemos contactos con la oposición". Lo dijo hace casi una semana. Es un funcionario clave. Nada menos que el vicecanciller de Vladimir Putin y uno de los que mejor interpreta los pensamientos de su jefe político. Sin embargo, fue cauto: "Son esporádicos" esos encuentros. No especificó mucho más.
No hacía falta. El mensaje había llegado a quien era un destinatario primario, aunque no explícito: Nicolás Maduro.
El dictador venezolano tomó nota. Preocupado. O resignado. Sabe desde hace tiempo que uno de sus principales sostenes -Rusia- no apostó todo a su permanencia, sino al futuro. Allí estará siempre Venezuela pero no necesariamente él, el hombre que asegura tener la capacidad de conversar con seres alados.
Moscú intuye que el actual es un gobierno en cuenta regresiva. Tarde o temprano -semanas, meses a lo sumo- el heredero de Hugo Chávez caerá. La forma en que se precipitará no está clara: ¿retomará la idea de un exilio en su siempre generosa anfitriona República Dominicana? Todavía tiene una posibilidad. Es la idea que desesperadamente intenta plantarle de una vez y para siempre su esposa Cilia Flores.
La histórica dirigente chavista está desorientada: su marido siempre le hizo caso. Pero ahora se convirtió en un cartesiano fundamentalista: plantea dudas permanentes. La mujer sospecha de la influencia cubana en los temores sembrados en el espíritu de su marido, al quien vislumbra encerrado en una cárcel en su tierra natal o en el extranjero. Cilia prefiere la comodidad de Punta Cana.
A Putin, un político formado en la frialdad de la Unión Soviética y los enjambres de la KGB, no le mortifica demasiado pensar cuál puede ser el final de Maduro. Sólo sabe que no tendrá oportunidad de continuar al mando de Venezuela. Y el país sí le interesa. Sobre todo sus recursos. Riquísimos, casi infinitos.
Es por eso que ordenó contactos con la oposición venezolano. Son tímidos, pero calculados. En el Kremlin evalúan la posibilidad de que ante una salida electoral cualquier escenario debe mantenerlos dentro del tablero. Ya sea con algún alfil de la autocracia o con Juan Guaidó, el actual presidente interino al que Moscú no reconoce como tal.
El sucesor ideal para Putin recibió una bendición. No fue tradicional, ni desde un altar. Se la concedió el embajador ruso en Caracas, Vladimir Zaemskiy. El ungido: Héctor Rodríguez, gobernador del estado de Miranda y uno de los delegados chavistas en las cumbres de Oslo y Barbados. El joven tiene vuelo propio, aunque no abandona -mucho menos condena- las prácticas que llevaron al Socialismo del Siglo XXI a convertirse en una dictadura.
Zaemskiy ya inició conversaciones con el alter ego de Guaidó. Fue por orden expresa de la jerarquía del Kremlin. Quieren asegurarse la continuidad del desprendimiento de Maduro en cuestiones de intercambios comerciales. En lo posible igual de asimétricos.
El diplomático es uno de los dirigentes que mejor conocen Caracas, Miraflores y sus intrigas: hace 10 años que está destinado allí. Pero no es su primera incursión en tierras cálidas. En los años soviéticos vivió tres años en la capital venezolana como agregado de la Embajada de la URSS. Pocos en el mundo caminan vendados los pasillos del poder de la nación latinoamericana como este experto de 67 años. Nadie mejor para conversar con el posible sucesor.
Ese heredero mantiene un currículum intachable para los sommeliers ideológicos. Rodríguez tiene 37 años, es abogado y gobernador. Desde temprana edad fue un elegido en el círculo de confianza de Chávez quien lo llevó a trabajar junto a él cuando apenas reconocía su pasión por la política. Pese a que ganó Miranda con artes ¿desleales? -de acuerdo a las denuncias hechas por la oposición- el joven gobernador no tiene que responder por atrocidades -aún, que se le conozcan- como sí deben hacerlo otras figuras del régimen: Diosdado Cabello, Vladimir Padrino López o Tareck El Aissami, el "fugitivo más buscado".
Sobre éste último: Samark López un multimillonario socio y amigo de El Aissami también figura en la lista de la US Inmigration and Custom Enforcement (ICE). Ambos están involucrados y son requeridos por narcotráfico. La DEA ya había estado a punto de encerrar al financista fanático del golf y de la comida japonesa en Punta Cana. Esta vez los buscarán por todo el planeta.
Es por eso que Putin mira a Rodríguez con otros ojos. Su recelo radica en mantener los millonarios negocios y contratos a flote. Continuar recibiendo barriles de petróleo, conservar todas sus refinerías, el control de gran parte del sector minero (oro, diamantes, litio…). En lo posible con las actuales facilidades, algo que se aseguraría con la promesa ascendente del gobernador de Miranda.
Maduro, por su parte, ya no representa un factor de confianza para el zar ruso. Percibe que de un momento a otro el dictador podría volar hacia una isla, caer por maniobras internas del chavismo o diluirse en unas elecciones de las cuales no formaría parte. Incluso terminar preso como la mayoría de los dictadores de América Latina. Síntesis: no hay porvenir con el actual jefe de Miraflores. El futuro está en otro lado. O en otro nombre, mejor dicho.
Laureano Pérez Izquierdo
laureano@infobae.com
Sergei Riabkov fue claro: "Tenemos contactos con la oposición". Lo dijo hace casi una semana. Es un funcionario clave. Nada menos que el vicecanciller de Vladimir Putin y uno de los que mejor interpreta los pensamientos de su jefe político. Sin embargo, fue cauto: "Son esporádicos" esos encuentros. No especificó mucho más.
No hacía falta. El mensaje había llegado a quien era un destinatario primario, aunque no explícito: Nicolás Maduro.
El dictador venezolano tomó nota. Preocupado. O resignado. Sabe desde hace tiempo que uno de sus principales sostenes -Rusia- no apostó todo a su permanencia, sino al futuro. Allí estará siempre Venezuela pero no necesariamente él, el hombre que asegura tener la capacidad de conversar con seres alados.
Moscú intuye que el actual es un gobierno en cuenta regresiva. Tarde o temprano -semanas, meses a lo sumo- el heredero de Hugo Chávez caerá. La forma en que se precipitará no está clara: ¿retomará la idea de un exilio en su siempre generosa anfitriona República Dominicana? Todavía tiene una posibilidad. Es la idea que desesperadamente intenta plantarle de una vez y para siempre su esposa Cilia Flores.
La histórica dirigente chavista está desorientada: su marido siempre le hizo caso. Pero ahora se convirtió en un cartesiano fundamentalista: plantea dudas permanentes. La mujer sospecha de la influencia cubana en los temores sembrados en el espíritu de su marido, al quien vislumbra encerrado en una cárcel en su tierra natal o en el extranjero. Cilia prefiere la comodidad de Punta Cana.
A Putin, un político formado en la frialdad de la Unión Soviética y los enjambres de la KGB, no le mortifica demasiado pensar cuál puede ser el final de Maduro. Sólo sabe que no tendrá oportunidad de continuar al mando de Venezuela. Y el país sí le interesa. Sobre todo sus recursos. Riquísimos, casi infinitos.
Es por eso que ordenó contactos con la oposición venezolano. Son tímidos, pero calculados. En el Kremlin evalúan la posibilidad de que ante una salida electoral cualquier escenario debe mantenerlos dentro del tablero. Ya sea con algún alfil de la autocracia o con Juan Guaidó, el actual presidente interino al que Moscú no reconoce como tal.
El sucesor ideal para Putin recibió una bendición. No fue tradicional, ni desde un altar. Se la concedió el embajador ruso en Caracas, Vladimir Zaemskiy. El ungido: Héctor Rodríguez, gobernador del estado de Miranda y uno de los delegados chavistas en las cumbres de Oslo y Barbados. El joven tiene vuelo propio, aunque no abandona -mucho menos condena- las prácticas que llevaron al Socialismo del Siglo XXI a convertirse en una dictadura.
Zaemskiy ya inició conversaciones con el alter ego de Guaidó. Fue por orden expresa de la jerarquía del Kremlin. Quieren asegurarse la continuidad del desprendimiento de Maduro en cuestiones de intercambios comerciales. En lo posible igual de asimétricos.
El diplomático es uno de los dirigentes que mejor conocen Caracas, Miraflores y sus intrigas: hace 10 años que está destinado allí. Pero no es su primera incursión en tierras cálidas. En los años soviéticos vivió tres años en la capital venezolana como agregado de la Embajada de la URSS. Pocos en el mundo caminan vendados los pasillos del poder de la nación latinoamericana como este experto de 67 años. Nadie mejor para conversar con el posible sucesor.
Ese heredero mantiene un currículum intachable para los sommeliers ideológicos. Rodríguez tiene 37 años, es abogado y gobernador. Desde temprana edad fue un elegido en el círculo de confianza de Chávez quien lo llevó a trabajar junto a él cuando apenas reconocía su pasión por la política. Pese a que ganó Miranda con artes ¿desleales? -de acuerdo a las denuncias hechas por la oposición- el joven gobernador no tiene que responder por atrocidades -aún, que se le conozcan- como sí deben hacerlo otras figuras del régimen: Diosdado Cabello, Vladimir Padrino López o Tareck El Aissami, el "fugitivo más buscado".
Sobre éste último: Samark López un multimillonario socio y amigo de El Aissami también figura en la lista de la US Inmigration and Custom Enforcement (ICE). Ambos están involucrados y son requeridos por narcotráfico. La DEA ya había estado a punto de encerrar al financista fanático del golf y de la comida japonesa en Punta Cana. Esta vez los buscarán por todo el planeta.
Es por eso que Putin mira a Rodríguez con otros ojos. Su recelo radica en mantener los millonarios negocios y contratos a flote. Continuar recibiendo barriles de petróleo, conservar todas sus refinerías, el control de gran parte del sector minero (oro, diamantes, litio…). En lo posible con las actuales facilidades, algo que se aseguraría con la promesa ascendente del gobernador de Miranda.
Maduro, por su parte, ya no representa un factor de confianza para el zar ruso. Percibe que de un momento a otro el dictador podría volar hacia una isla, caer por maniobras internas del chavismo o diluirse en unas elecciones de las cuales no formaría parte. Incluso terminar preso como la mayoría de los dictadores de América Latina. Síntesis: no hay porvenir con el actual jefe de Miraflores. El futuro está en otro lado. O en otro nombre, mejor dicho.