El error político de Matteo Salvini que nadie entendió (ni siquiera él)
Cómo el ministro de Interior de Italia pasó en dos semanas de un ascenso que parecía imparable a propiciar una crisis que lo deja lejos del poder
Andrea Bonzo
abonzo@infobae.com
Hasta hace dos semanas, para Matteo Salvini las cosas no hubieran podido marchar mejor. La Liga, su partido, venía de duplicar los votos en las elecciones europeas de mayo. El gobierno, volcado a sus deseos, le había otorgado poderes sin precedentes para un ministro de Interior. Europa veía su ascenso con temor creciente. Era un verano inolvidable.
Los italianos lo amaban. Y él amaba a los italianos. Lanzó un "beach tour" para conquistar votantes en las ciudades costeras de la península. En las playas, multitudes exultantes hacían fila para tomarse una selfie con su "Capitán". Él —el viceprimer ministro y ministro de Interior de Italia— disfrutaba del momento: con el torso desnudo, tomaba mojitos, jugaba a ser DJ y bailaba entre las modelos al ritmo del himno nacional. Con el rosario en la mano, se entregaba al "sagrado corazón de la virgen María" y prometía defender al pueblo italiano de la "invasión" inmigrante. Su campaña no descansaba nunca, incesante en todos los medios posibles. No cabía duda: era un verano inolvidable.
También, Matteo Salvini se sentía invencible. Los escándalos —las negociaciones con Rusia de uno de sus colaboradores para obtener fondos ilegales para la Liga, el paseo del hijo en una moto acuática de la policía— no lo afectaban. Definitivamente, era un verano inolvidable.
Por eso, cual jugador de poker, Matteo Salvini decidió hacer all in. El 8 de agosto, en plena semana de Ferragosto, cuando toda Italia está de vacaciones, con un pretexto dio por rota la coalición de Gobierno que echó a andar hace solo 14 meses con el antisistema Movimiento 5 Estrellas (M5S). "Pido a los italianos que me den plenos poderes", dijo, citando a Benito Mussolini. La ruptura se formalizó durante un mitin en la playa.
Reclamaba elecciones rápidas: anunció una moción de censura contra el primer ministro Giuseppe Conte. Salvini confiaba en que no habría una mayoría parlamentaria en torno a otro líder político y que el Parlamento sería disuelto llevando a elecciones anticipadas en octubre. Los sondeos le acreditaban el 40% de los votos. Estaba muy cerca, en una probable alianza con los neofascistas de Hermanos de Italia, de alcanzar la mayoría absoluta. De gobernar sin contrapesos, elegir al próximo presidente de la República.
Sin embargo, casi como si el vértigo del poder le hubiera hecho perder lucidez, Salvini no había tenido en cuenta un pequeño detalle: las reglas de la democracia parlamentaria de Italia. Al día siguiente del anuncio de Salvini, Matteo Renzi comentó en Facebook: "Yo digo que el Capitán Fanfarrón cometió el error político de su vida". Era la primera señal de lo que planeaba el ex primer ministro: una alianza, que el propio Renzi había siempre vetado, entre los otrora acérrimos enemigos Partido Democrático y los populistas del M5S. Renzi, heredero de los astutos políticos de la Democracia Cristiana, sabía que en la política italiana dar las cosas por descontado puede ser un error mortal.
Así, los engranajes se pusieron en marcha. Conte tildó a Salvini de "irresponsable", "oportunista", que "no respeta las reglas". Luego, renunció. A partir de hoy el presidente de la República Sergio Mattarella consultará a los partidos sobre la posibilidad de formar un nuevo gabinete o convocar elecciones anticipadas. Pero una nueva mayoría parlamentaria parece estar más cerca que nunca. La crisis que el propio Salvini desató hace dos semanas terminará por frenar su conquista del poder.
"Volvería a hacer lo mismo", dijo Salvini en un confuso discurso ante el Senado. Lo cierto es que ya no es más ministro de Interior. Y le espera, con toda probabilidad, una larga temporada en la oposición. Después de todo, fue un verano inolvidable.
Andrea Bonzo
abonzo@infobae.com
Hasta hace dos semanas, para Matteo Salvini las cosas no hubieran podido marchar mejor. La Liga, su partido, venía de duplicar los votos en las elecciones europeas de mayo. El gobierno, volcado a sus deseos, le había otorgado poderes sin precedentes para un ministro de Interior. Europa veía su ascenso con temor creciente. Era un verano inolvidable.
Los italianos lo amaban. Y él amaba a los italianos. Lanzó un "beach tour" para conquistar votantes en las ciudades costeras de la península. En las playas, multitudes exultantes hacían fila para tomarse una selfie con su "Capitán". Él —el viceprimer ministro y ministro de Interior de Italia— disfrutaba del momento: con el torso desnudo, tomaba mojitos, jugaba a ser DJ y bailaba entre las modelos al ritmo del himno nacional. Con el rosario en la mano, se entregaba al "sagrado corazón de la virgen María" y prometía defender al pueblo italiano de la "invasión" inmigrante. Su campaña no descansaba nunca, incesante en todos los medios posibles. No cabía duda: era un verano inolvidable.
También, Matteo Salvini se sentía invencible. Los escándalos —las negociaciones con Rusia de uno de sus colaboradores para obtener fondos ilegales para la Liga, el paseo del hijo en una moto acuática de la policía— no lo afectaban. Definitivamente, era un verano inolvidable.
Por eso, cual jugador de poker, Matteo Salvini decidió hacer all in. El 8 de agosto, en plena semana de Ferragosto, cuando toda Italia está de vacaciones, con un pretexto dio por rota la coalición de Gobierno que echó a andar hace solo 14 meses con el antisistema Movimiento 5 Estrellas (M5S). "Pido a los italianos que me den plenos poderes", dijo, citando a Benito Mussolini. La ruptura se formalizó durante un mitin en la playa.
Reclamaba elecciones rápidas: anunció una moción de censura contra el primer ministro Giuseppe Conte. Salvini confiaba en que no habría una mayoría parlamentaria en torno a otro líder político y que el Parlamento sería disuelto llevando a elecciones anticipadas en octubre. Los sondeos le acreditaban el 40% de los votos. Estaba muy cerca, en una probable alianza con los neofascistas de Hermanos de Italia, de alcanzar la mayoría absoluta. De gobernar sin contrapesos, elegir al próximo presidente de la República.
Sin embargo, casi como si el vértigo del poder le hubiera hecho perder lucidez, Salvini no había tenido en cuenta un pequeño detalle: las reglas de la democracia parlamentaria de Italia. Al día siguiente del anuncio de Salvini, Matteo Renzi comentó en Facebook: "Yo digo que el Capitán Fanfarrón cometió el error político de su vida". Era la primera señal de lo que planeaba el ex primer ministro: una alianza, que el propio Renzi había siempre vetado, entre los otrora acérrimos enemigos Partido Democrático y los populistas del M5S. Renzi, heredero de los astutos políticos de la Democracia Cristiana, sabía que en la política italiana dar las cosas por descontado puede ser un error mortal.
Así, los engranajes se pusieron en marcha. Conte tildó a Salvini de "irresponsable", "oportunista", que "no respeta las reglas". Luego, renunció. A partir de hoy el presidente de la República Sergio Mattarella consultará a los partidos sobre la posibilidad de formar un nuevo gabinete o convocar elecciones anticipadas. Pero una nueva mayoría parlamentaria parece estar más cerca que nunca. La crisis que el propio Salvini desató hace dos semanas terminará por frenar su conquista del poder.
"Volvería a hacer lo mismo", dijo Salvini en un confuso discurso ante el Senado. Lo cierto es que ya no es más ministro de Interior. Y le espera, con toda probabilidad, una larga temporada en la oposición. Después de todo, fue un verano inolvidable.