Boris Johnson se lanza al ruedo electoral con un plan de inversiones en sanidad

El grueso de los fondos irá a una veintena de hospitales de Inglaterra con especiales carencias, pero también hay un reparto sustancial para Escocia, Gales e Irlanda del Norte

Patricia Tubella
Londres, El País
Rodeado del equipo médico de un hospital de Lincolnshire —condado del este de Inglaterra donde el Brexit es especialmente popular— Boris Johnson ha desgranado este lunes un plan de grandes inversiones en la sanidad pública para “cumplir” con una de sus grandes promesas sobre los beneficios de una salida de la Unión Europea. El primer ministro británico, que ha orientado los primeros pasos de su Gobierno hacia la perspectiva de un desengarce europeo a las bravas, se lanza de este modo a un ruedo electoral sin que se hayan convocado las urnas.


Los ejes de esta campaña oficiosa son una copia de los de su exitosa apuesta populista en el referéndum del 2016: el Vote Leave, que se tradujo en el no del Reino Unido a Europa. “No olviden que estos 1.800 millones de libras (1.950 millones de euros) no estaban sobre la mesa hace tan sólo 10 días”, proclamó un Johnson en pose de campaña mientras se dejaba fotografiar con los empleados del Pilgrim Hospital. Sus palabras aluden a la inyección de recursos que el nuevo jefe de Gobierno se comprometió a conseguir para el NHS, el servicio de salud pública, al poco de tomar posesión a finales de julio. El grueso de los fondos irá a parar a una veintena de hospitales de Inglaterra con especiales carencias, pero también hay un reparto sustancial para Escocia, Gales e Irlanda del Norte.

Entre sus prioridades se encuentra primero la de seducir al inglés de a pie (importante nicho de votos conservadores que compiten con los eurófobos del Partido del Brexit); luego a los escoceses cuyas ansias independentistas se han disparado ante el panorama cada día más real de un no-deal (una salida de la UE sin acuerdo); y, en un lugar que debería ser primordial pero que Johnson tiende a despreciar, la de convencer a los norirlandeses de que un Brexit duro no será la hecatombe. Su proyecto de abandonar la Unión el 31 de octubre, aunque no mediara un pacto con Bruselas, implicaría el reestablecimiento de una frontera dura entre las dos Irlandas con graves consecuencias económicas pero sobre todo políticas, al revertir un punto esencial de los Acuerdos de Viernes Santo. En ese contexto, los 60 millones de libras adicionales que Londres promete a la sanidad norirlandesa saben a muy poco.

Un diputado menos

En el caso de los ninguneados galeses, el más pobre de los territorios autonómicos y el único que hace tres años votó a favor del Brexit, Johnson acaba de encajar su primer toque serio de atención desde que desembarcó en Downing Street. Una elección parcial celebrada allí el pasado jueves le hizo perder un valioso escaño en el Parlamento británico. Su visita al territorio en vísperas de los comicios no consiguió evitar una derrota que dejó reducida la mayoría parlamentaria de los tories en un solo diputado más. Y ventaja sólo teórica, porque entre las huestes conservadoras aflora un sector resuelto a boicotear el no-deal. La perspectiva de una convocatoria de elecciones anticipadas ganó terreno tras esas elecciones locales.

El soberanismo se abre paso en Escocia

Por primera vez desde el referéndum sobre la independencia de Escocia de 2014 —que un 55,3% de los votantes rechazó—, las tesis soberanistas se abren paso tras el desembarco de Boris Johnson en Downing Street. Un 46% apoyaría la separación del Reino Unido, frente al 43%, según un sondeo publicado por la revista Holyrood. Los cálculos de Michael Ashcroft, un tory opuesto a Johnson, indican que ese resultado se traduciría en un 52% a favor de la independencia, si se tiene en cuenta a los indecisos.

En ese punto entra en escena un oscuro personaje que, hace tres años, diseñó el armazón para convertir el Brexit en una opción atractiva: Dominic Cummings, artífice entonces de la campaña Vote Leave y designado ahora por Johnson como su principal asesor. Él ha sido quien recomendó poner el foco en la voluntad de “rescatar” al reverenciado NHS, pasando por alto que fueron los anteriores gobiernos conservadores quienes aplicaron la tijera a los servicios públicos.

Si en 2016 la campaña euroescéptica se apoyó en una mentira impresa en un autobús (con su lema de que el Brexit reportaría 350 millones de libras semanales al NHS), ahora Johnson puede esgrimir estar al frente de las cuentas del Estado. Pero sus críticos alertan de que el revés económico que entrañaría un Brexit duro iría en contra de cualquier alegría en el gasto público. Johnson confía en que los votantes no tengan en cuenta esa ecuación.

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