Wimbledon abusa de su autoridad
Quien, bajo el argumento de su singularidad, se desmarca de su propio gremio hace gala de un cierto aire de superioridad que llama mucho la atención en los tiempos que corren
Toni Nadal
El País
Que Wimbledon define sus propias normas y somete a los jugadores a sus arbitrariedades cuando nombra a los cabezas de serie es un hecho que viene de lejos. No nos pilla por sorpresa, pues, la polémica de la presente edición.
Hasta hace unos años la subjetividad era absoluta. Ellos decidían su propio orden atendiendo única y exclusivamente a sus valoraciones. En 2000, y gracias a la intervención de Àlex Corretja, se vieron obligados a cambiar de criterio y, desde entonces, aplican una fórmula matemática en la que evalúan los dos últimos años de cada tenista solo en los torneos de hierba. Con lo cual, no nos engañemos, estamos en lo mismo. Siguen haciendo lo que les da la gana.
Cuando es un individuo el que manifiestamente no quiere someterse a las normas que acatan los demás, lo tenemos por un desconsiderado y, tal vez, un incívico. Si quien se toma la ley a su manera es una asociación, un club o una institución, sea en el ámbito que sea, con poder o prestigio, la cosa va un poco más allá. Estamos hablando ya de un abuso de autoridad.
Quien, bajo el argumento de su singularidad, se desmarca de su propio gremio hace gala de un cierto aire de superioridad que llama mucho la atención en los tiempos que corren. Wimbledon se siente con el derecho de ir a su libre albedrío porque se percibe diferente, especial y prestigioso. Los demás torneos del Grand Slam tienen también sus peculiaridades, su belleza y su reputación, y tienen a gala, sobre todo, el empeño de tratar bien a los jugadores; es decir, de ser justos con ellos y cumplir las normas que establece la ATP, regidora del circuito mundial. Y también ellos podrían defender sus propias conveniencias.
La desconsideración de Wimbledon no es tanto con los tenistas, o con Rafael en el presente año, que se ven afectados por sus particulares decisiones, como contra un mundo altamente profesionalizado y con normas que todos los implicados siguen a pies juntillas. Todos menos ellos. Es un mal principio que un organismo se crea con la autoridad de poder actuar al margen de los demás. Si todos los clubes que albergan un evento se permitieran hacer lo mismo, nos veríamos abocados a un desbarajuste nada recomendable para el buen desarrollo de nuestra disciplina.
Lo reprobable no es tanto la norma en sí, como el desprecio que con ella demuestran hacia el resto de torneos que sí admiten la clasificación del ranking. Wimbledon no debiera hacerse notar, marcando sus diferencias, cuando estas suponen posicionarse en un estamento superior. Los tiempos en los que el poderoso podía permitirse licencias o la toma de decisiones caprichosas, por mucho que las argumenten, han pasado a mejor vida. Nadie puede seguir adelante con tradiciones que contravengan las reglas que todos debemos seguir.
Yo creo que Wimbledon ha demostrado un empeño continuo en renovarse y en mejorar en muchos aspectos sin perjudicar la belleza del torneo británico. Las formas se cuidan allí hasta el extremo. No estaría de más que también se preocuparan de pulir algunas cuestiones de fondo. Empezar cada edición con la misma controversia solo puede ir en detrimento de su prestigio e invitar a la desconsideración por parte del resto de torneos.
Toni Nadal
El País
Que Wimbledon define sus propias normas y somete a los jugadores a sus arbitrariedades cuando nombra a los cabezas de serie es un hecho que viene de lejos. No nos pilla por sorpresa, pues, la polémica de la presente edición.
Hasta hace unos años la subjetividad era absoluta. Ellos decidían su propio orden atendiendo única y exclusivamente a sus valoraciones. En 2000, y gracias a la intervención de Àlex Corretja, se vieron obligados a cambiar de criterio y, desde entonces, aplican una fórmula matemática en la que evalúan los dos últimos años de cada tenista solo en los torneos de hierba. Con lo cual, no nos engañemos, estamos en lo mismo. Siguen haciendo lo que les da la gana.
Cuando es un individuo el que manifiestamente no quiere someterse a las normas que acatan los demás, lo tenemos por un desconsiderado y, tal vez, un incívico. Si quien se toma la ley a su manera es una asociación, un club o una institución, sea en el ámbito que sea, con poder o prestigio, la cosa va un poco más allá. Estamos hablando ya de un abuso de autoridad.
Quien, bajo el argumento de su singularidad, se desmarca de su propio gremio hace gala de un cierto aire de superioridad que llama mucho la atención en los tiempos que corren. Wimbledon se siente con el derecho de ir a su libre albedrío porque se percibe diferente, especial y prestigioso. Los demás torneos del Grand Slam tienen también sus peculiaridades, su belleza y su reputación, y tienen a gala, sobre todo, el empeño de tratar bien a los jugadores; es decir, de ser justos con ellos y cumplir las normas que establece la ATP, regidora del circuito mundial. Y también ellos podrían defender sus propias conveniencias.
La desconsideración de Wimbledon no es tanto con los tenistas, o con Rafael en el presente año, que se ven afectados por sus particulares decisiones, como contra un mundo altamente profesionalizado y con normas que todos los implicados siguen a pies juntillas. Todos menos ellos. Es un mal principio que un organismo se crea con la autoridad de poder actuar al margen de los demás. Si todos los clubes que albergan un evento se permitieran hacer lo mismo, nos veríamos abocados a un desbarajuste nada recomendable para el buen desarrollo de nuestra disciplina.
Lo reprobable no es tanto la norma en sí, como el desprecio que con ella demuestran hacia el resto de torneos que sí admiten la clasificación del ranking. Wimbledon no debiera hacerse notar, marcando sus diferencias, cuando estas suponen posicionarse en un estamento superior. Los tiempos en los que el poderoso podía permitirse licencias o la toma de decisiones caprichosas, por mucho que las argumenten, han pasado a mejor vida. Nadie puede seguir adelante con tradiciones que contravengan las reglas que todos debemos seguir.
Yo creo que Wimbledon ha demostrado un empeño continuo en renovarse y en mejorar en muchos aspectos sin perjudicar la belleza del torneo británico. Las formas se cuidan allí hasta el extremo. No estaría de más que también se preocuparan de pulir algunas cuestiones de fondo. Empezar cada edición con la misma controversia solo puede ir en detrimento de su prestigio e invitar a la desconsideración por parte del resto de torneos.