Wilstermann goleaba, se apagó y terminó sufriendo


José Vladimir Nogales
JNN Digital
Dos etapas, cinco goles y dos partidos que terminaron por hacer justicia. A veces ocurre en el fútbol. Wilstermann tuvo presencia, juego y clase en el primer tiempo, pero se cayó en el segundo, que fue de Bolívar en pleno arrebato. Mientras el partido fue de corte pragmático, la superioridad de Wilstermann fue incontestable. Estuvo más concentrado y fino que su rival y sólo le faltó afinar más la precisión. Pero Bolívar actuó con coraje en el segundo tiempo. Por momentos, se llevó por delante a Wilstermann, que se apagó de manera inexplicable. Se quedó huérfano de ánimo y sin la pelota. Es decir, sin nada. Y Bolívar, con los correctivos tácticos aplicados por su técnico, recuperó salud, sin demasiada academia pero con una decisión admirable. Descontó la diferencia y hasta pudo anularla, pero esta vez el fútbol hizo justicia. Un tiempo para cada uno. Ventaja mínima para los rojos, premio a su mayor eficacia.


Nada en la primera parte hizo presagiar el postrero disgusto local. Wilstermann salió concentrado, muy activo, con un juego más directo que elaborado, pero eficiente e indiscutible. El local exhibió todo lo que luego no pudo durante la segunda mitad. Sin noticias de Bolívar, Víctor Melgar rompió el cero. Un servicio oceánico hacia Ballivián, que buscó a espaldas de la defensa, derivó en el gol en propia puerta de Rivas. Una anotación que sacó del partido a un Bolívar tácticamente desquiciado por la baja de Machado, que obligó al técnico Vigevani a rediseñar nómina y dibujo, con devastadores efectos en el funcionamiento. En la adversidad, Bolívar mostró todos sus costurones, lo que aprovechó Wilstermann para darse un festín.

El segundo golpe, atizado por la viveza del técnico Diaz y materializado por el tiro de Álvatez, desenchufó a Bolívar. Lo que parecía un mero contratiempo para un equipo de sus galones se convirtió en un azote en toda regla. A ese descompensado Bolívar del primer tiempo le pudieron las prisas, se descuartizó y no encontró otra vía que el difuso trazado de combinaciones cortas, que morían por imprecisión. Con el Capriles entregado, en una de esas jornadas que se ponen a la altura de su historia, fue Melgar el que terminó de fundir al Bolívar. El 3-0 al borde del descanso parecía haber finiquitado el partido.

Contrariado por lo visto, Vigevani tomó medidas drásticas en el intermedio. Castellón y Flores dieron relevo a Ángel Rodríguez y al infortunado Rivas. Mejoró Bolívar, más panorámico, más vertebrado a partir del control del juego, más chisposo a pies de Arce.

Desde el coraje, Bolívar abrió el partido y no encontró la contestación de Wilstermann, que tuvo un déficit inexplicable de carácter, fundamentalmente desde la salida de Ballivián. Sin el extremo, perdió presencia ofensiva, permitiendo que Bolívar se soltase más cómodamente. El desplome de Wilstermann se hizo demasiado evidente. Cada ataque de Bolívar, Wilstermann se quedó sin respuesta. Y cuando parecía mermar el agobio celeste, llegó el descuento de Gutiérrez y otro, sobre el filo, con el penal de Callejón, lo que incidió todavía más sobre la línea que llevó el encuentro hasta el final: el arrebato de Bolívar y la decadencia de Wilstermann. Lo contrario que en el primer tiempo.

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