Un Brasil con más orden que 'jogo bonito': Tite rompió el molde y construyó a la selección más sólida de Sudamérica
Se hizo cargo de un equipo derrumbado, eliminado en primera ronda de la Copa América 2016 y lejos de clasificar al Mundial de Rusia 2018. Con más eficiencia que brillantez, limpió los escombros y edificó al conjunto más sólido del continente
Rodrigo Duben
rduben@infobae.com
No es sencillo ser revolucionario en un fútbol tan insular como el brasileño, muy encasillado en los rasgos socio-culturales del pueblo. Siempre la selección tuvo tendencia a practicar un fútbol astuto, pícaro, extravagante y, sobre todo, espontáneo. La falta de estructura era compensada con talento y el famoso jogo bonito. En los últimos años, sobre todo desde la obtención de su último Mundial, la selección de Brasil decidió apostar un pleno a la calidad individual, englobada por entrenadores de su propio seno. Desde aquel 2002, hubo dos ciclos de Luiz Felipe Scolari, dos de Dunga y Carlos Alberto Parreira tuvo su tercera etapa. También Mano Menezes pasó por el cargo. Todos contribuyeron, en mayor o menor medida, en la crisis futbolística a la que puso fin Adenor Leonardo Bacchi, mejor conocido como Tite, quien tiene una horma diferente a la de sus antecesores. Sus conceptos, que escapan a la matriz del típico estratega brasileño, lograron rescatar a un combinado nacional hundido en el naufragio y lo convirtieron en el equipo más sólido de Sudamérica.
Brasil, que cuando llegó Tite había quedado eliminada en primera ronda de la Copa América 2016 y corría peligro de no jugar el Mundial 2018, logró clasificarse muy anticipadamente a esa Copa de Mundo en Rusia y ahora se enfrentará a la Argentina en semifinales de la Copa América 2019 como invicta y máxima candidata al título. En un ciclo de 40 partidos que ha tenido más ponderación del orden que la estética, la Canarinha ha encajado solo 10 goles y solamente sumó dos derrotas. Pura solidez.
No hubo mejor decisión en Brasil que terminar con aquella tradición de repetir directores técnicos. Tite había insinuado ser un gran entrenador al ganar el Campeonato Brasileño 2011, la Copa Libertadores 2012 y posteriormente el Mundial de Clubes con el Corinthians, aunque era catalogado con un técnico aburrido, de planteos austeros y abusador del contraataque. Por ello decidió romper con el molde de la reticencia a las ideas extranjeras y durante un año sabático viajó a Europa para entrevistarse con colegas y acuñar nuevos conceptos. Se reunió con Carlo Ancelotti en el Real Madrid, donde tomó nota principalmente de sus trabajos ofensivos y de su capacidad para atacar con vértigo y presionar de forma intensa sin perder el equilibrio.
Cuando el ciclo de Dunga colapsó tras la eliminación en primera ronda en la Copa América Centenario 2016 y la crisis progresiva parecía imparable, Tite tuvo su oportunidad. Vio desde afuera la obtención de la medalla dorada en los Juegos Olímpicos 2016 con un Sub 23 hambriento liderado por Neymar y agarró el timón de la selección absoluta con esa consagración como viento de cola importante para embarcarse en un ciclo exitoso.
Se hizo cargo con Brasil en el 6° puesto de la clasificación de las Eliminatorias Sudamericanas, producto de solo dos victorias en seis partidos (tres empates y una derrota). Le quitó el corset ideológico y empezó a introducir matices como la disciplina táctica, el juego de apoyos, las triangulaciones y la creatividad limitada solamente al último tercio del campo. Hizo un equipo de transiciones ágiles y hasta competitivo en el balón parado. Dejó de llamar a jugadores como Hulk, Ricardo Oliveira y Luiz Gustavo para darle lugar a otros como Marquinhos, Gabriel Jesús y Casemiro. La Brasil de Tite ganó ocho partidos consecutivos y logró la clasificación a Rusia 2018 con cuatro fechas de anticipación.
Su desempeño en el extraño Mundial de Rusia fue más que satisfactorio, solo interrumpido por Bélgica en cuartos de final. Incluso aquella jornada en Kazán en la que quedaron eliminados, Tite acertó de lleno con los cambios (sobre todo con el ingreso de Firmino para centralizar a Neymar), pero la pulseada la ganaron Hazard con el control del ritmo y Courtois con sus innumerables atajadas. Ese encuentro y un intrascendente amistoso ante la Argentina en Melbourne fueron los únicos dos partidos que perdió Brasil bajo las órdenes del estratega de 58 años oriundo de Caxias do Sul.
De cara a esta Copa América, el equipo ha evolucionado. El 4-3-3 ya es más definido –antes también ensayaban un 4-1-4-1 para encontrar aún más equilibrio– y el mediocampo cambió dinamismo por control. A Casemiro como mediocentro antes lo acompañaban Renato Augusto y Paulinho, dos volantes de área a área con buena pegada. Ahora esos lugares los ocupan mayormente Arthur, el 'Xavi' brasileño, y Coutinho, también enérgico pero mucho más dúctil con la pelota. Si bien en la primera etapa de Tite los jugadores tenían más libertades para asociarse y ahora obedecen a una estructura rígida, los nuevos actores dan mayor fluidez al juego.
Puede que en el torneo continental hayan mostrado ciertos déficits, sobre todo en la zona ofensiva, donde la ausencia de Neymar es notoria. David Neres no dio la talla y, pese a sus sensacionales regates y gran remate de media distancia, Everton no tiene capacidad para liderar y ser foco de los ataques. Firmino no se siente tan cómodo en un ecosistema diferente al que le propone Klopp. Pero defensivamente todo está encarrilado. Es la primera vez en la historia que Brasil supera los primeros cuatro partidos de una Copa América sin encajar ni un gol. A Brasil le rematan poco y, como si eso no fuera suficiente, tiene en el arco a Alisson, el muro del campeón de Europa, quien acumula 540 minutos sin recibir goles.
Las incomodidades para golpear arriba con un "ataque posicional" son circunstanciales en un equipo tiene un promedio de más de dos goles por encuentro. A Tite no le preocupan, es solo un tornillo que deberá ajustar en su engranaje de cara al partido ante la Argentina. Quizás ofrecer más autonomía a los jugadores en el último tercio pueda ser el camino para que Brasil pueda ganar una Copa América después de 12 años. La última vez derrotó justamente a la Albiceleste en Venezuela y alzó su octavo título. Aquel equipo de Dunga era cuestionado por hinchas y vapuleado por la prensa por fallar a su esencia y ser conservador. Lo de Tite tampoco es jogo bonito y también ha recibido abucheos, pero Brasil tiene por primera vez en más de una década un plan bien diseñado. Es por lejos el equipo más sólido de Sudamérica.
Rodrigo Duben
rduben@infobae.com
No es sencillo ser revolucionario en un fútbol tan insular como el brasileño, muy encasillado en los rasgos socio-culturales del pueblo. Siempre la selección tuvo tendencia a practicar un fútbol astuto, pícaro, extravagante y, sobre todo, espontáneo. La falta de estructura era compensada con talento y el famoso jogo bonito. En los últimos años, sobre todo desde la obtención de su último Mundial, la selección de Brasil decidió apostar un pleno a la calidad individual, englobada por entrenadores de su propio seno. Desde aquel 2002, hubo dos ciclos de Luiz Felipe Scolari, dos de Dunga y Carlos Alberto Parreira tuvo su tercera etapa. También Mano Menezes pasó por el cargo. Todos contribuyeron, en mayor o menor medida, en la crisis futbolística a la que puso fin Adenor Leonardo Bacchi, mejor conocido como Tite, quien tiene una horma diferente a la de sus antecesores. Sus conceptos, que escapan a la matriz del típico estratega brasileño, lograron rescatar a un combinado nacional hundido en el naufragio y lo convirtieron en el equipo más sólido de Sudamérica.
Brasil, que cuando llegó Tite había quedado eliminada en primera ronda de la Copa América 2016 y corría peligro de no jugar el Mundial 2018, logró clasificarse muy anticipadamente a esa Copa de Mundo en Rusia y ahora se enfrentará a la Argentina en semifinales de la Copa América 2019 como invicta y máxima candidata al título. En un ciclo de 40 partidos que ha tenido más ponderación del orden que la estética, la Canarinha ha encajado solo 10 goles y solamente sumó dos derrotas. Pura solidez.
No hubo mejor decisión en Brasil que terminar con aquella tradición de repetir directores técnicos. Tite había insinuado ser un gran entrenador al ganar el Campeonato Brasileño 2011, la Copa Libertadores 2012 y posteriormente el Mundial de Clubes con el Corinthians, aunque era catalogado con un técnico aburrido, de planteos austeros y abusador del contraataque. Por ello decidió romper con el molde de la reticencia a las ideas extranjeras y durante un año sabático viajó a Europa para entrevistarse con colegas y acuñar nuevos conceptos. Se reunió con Carlo Ancelotti en el Real Madrid, donde tomó nota principalmente de sus trabajos ofensivos y de su capacidad para atacar con vértigo y presionar de forma intensa sin perder el equilibrio.
Cuando el ciclo de Dunga colapsó tras la eliminación en primera ronda en la Copa América Centenario 2016 y la crisis progresiva parecía imparable, Tite tuvo su oportunidad. Vio desde afuera la obtención de la medalla dorada en los Juegos Olímpicos 2016 con un Sub 23 hambriento liderado por Neymar y agarró el timón de la selección absoluta con esa consagración como viento de cola importante para embarcarse en un ciclo exitoso.
Se hizo cargo con Brasil en el 6° puesto de la clasificación de las Eliminatorias Sudamericanas, producto de solo dos victorias en seis partidos (tres empates y una derrota). Le quitó el corset ideológico y empezó a introducir matices como la disciplina táctica, el juego de apoyos, las triangulaciones y la creatividad limitada solamente al último tercio del campo. Hizo un equipo de transiciones ágiles y hasta competitivo en el balón parado. Dejó de llamar a jugadores como Hulk, Ricardo Oliveira y Luiz Gustavo para darle lugar a otros como Marquinhos, Gabriel Jesús y Casemiro. La Brasil de Tite ganó ocho partidos consecutivos y logró la clasificación a Rusia 2018 con cuatro fechas de anticipación.
Su desempeño en el extraño Mundial de Rusia fue más que satisfactorio, solo interrumpido por Bélgica en cuartos de final. Incluso aquella jornada en Kazán en la que quedaron eliminados, Tite acertó de lleno con los cambios (sobre todo con el ingreso de Firmino para centralizar a Neymar), pero la pulseada la ganaron Hazard con el control del ritmo y Courtois con sus innumerables atajadas. Ese encuentro y un intrascendente amistoso ante la Argentina en Melbourne fueron los únicos dos partidos que perdió Brasil bajo las órdenes del estratega de 58 años oriundo de Caxias do Sul.
De cara a esta Copa América, el equipo ha evolucionado. El 4-3-3 ya es más definido –antes también ensayaban un 4-1-4-1 para encontrar aún más equilibrio– y el mediocampo cambió dinamismo por control. A Casemiro como mediocentro antes lo acompañaban Renato Augusto y Paulinho, dos volantes de área a área con buena pegada. Ahora esos lugares los ocupan mayormente Arthur, el 'Xavi' brasileño, y Coutinho, también enérgico pero mucho más dúctil con la pelota. Si bien en la primera etapa de Tite los jugadores tenían más libertades para asociarse y ahora obedecen a una estructura rígida, los nuevos actores dan mayor fluidez al juego.
Puede que en el torneo continental hayan mostrado ciertos déficits, sobre todo en la zona ofensiva, donde la ausencia de Neymar es notoria. David Neres no dio la talla y, pese a sus sensacionales regates y gran remate de media distancia, Everton no tiene capacidad para liderar y ser foco de los ataques. Firmino no se siente tan cómodo en un ecosistema diferente al que le propone Klopp. Pero defensivamente todo está encarrilado. Es la primera vez en la historia que Brasil supera los primeros cuatro partidos de una Copa América sin encajar ni un gol. A Brasil le rematan poco y, como si eso no fuera suficiente, tiene en el arco a Alisson, el muro del campeón de Europa, quien acumula 540 minutos sin recibir goles.
Las incomodidades para golpear arriba con un "ataque posicional" son circunstanciales en un equipo tiene un promedio de más de dos goles por encuentro. A Tite no le preocupan, es solo un tornillo que deberá ajustar en su engranaje de cara al partido ante la Argentina. Quizás ofrecer más autonomía a los jugadores en el último tercio pueda ser el camino para que Brasil pueda ganar una Copa América después de 12 años. La última vez derrotó justamente a la Albiceleste en Venezuela y alzó su octavo título. Aquel equipo de Dunga era cuestionado por hinchas y vapuleado por la prensa por fallar a su esencia y ser conservador. Lo de Tite tampoco es jogo bonito y también ha recibido abucheos, pero Brasil tiene por primera vez en más de una década un plan bien diseñado. Es por lejos el equipo más sólido de Sudamérica.