Las 76.000 millones de pastillas que llevaron al mayor juicio civil de la historia en Estados Unidos

Los opiáceos son analgésicos recetados y altamente adictivos. Más de 2.000 ciudades y pueblos iniciaron un juicio contra las farmacéuticas. Alegan que las compañías inundaron, a sabiendas, sus comunidades con estas medicinas que ya mataron a 400.000 personas

Gustavo Sierra
Especial para Infobae America
La epidemia de los opiáceos multiplicó por siete las muertes de sobredosis en Estados Unidos en la última década. Ya es la mayor catástrofe sanitaria de la historia del país, por encima de la del Sida en los 80. Los documentos presentados la última semana en la histórica demanda contra las farmacéuticas estadounidenses muestran claramente cómo estas compañías aumentaron su producción, incentivaron a los médicos y presionaron a sus empleados para vender más analgésicos derivados del opio cuando ya se habían encendido todas las alarmas sobre el aumento del consumo. Una epidemia que ya dejó más de 400.000 muertos y que afecta, sobre todo, a los blancos de entre 53 y 57 años.


Las declaraciones juradas de ejecutivos, correos electrónicos corporativos e informes de expertos revelan cómo las grandes empresas farmacéuticas ignoraron las advertencias de los funcionarios de sanidad y médicos sobre la enorme cantidad de analgésicos recetados legalmente que provocaban una adicción similar a la de cualquiera de las otras drogas prohibidas, desde la cocaína hasta la ketamina. Uno de esos correos electrónicos, por ejemplo, muestra cómo un ejecutivo de la compañía Purdue Pharma recibió un pedido de un distribuidor por 115.200 pastillas de oxicodona, el triple de lo que venía comprando hasta el momento. Lo autorizó en ese instante y nunca lo reportó a la autoridad sanitaria correspondiente como indica la ley. Esto ocurría sistemáticamente. Un informe de la Administración de Control de Drogas presentado en la demanda que se lleva a cabo en un juzgado de Cleveland, revela que las compañías distribuyeron en Estados Unidos 76.000 millones de píldoras de oxicodona e hidrocodona entre 2006 y 2012.

De la demanda participan más de 2.000 ciudades, municipalidades y pueblos que alegan que las compañías inundaron, a sabiendas, sus comunidades con analgésicos altamente adictivos. Uno de los testimonios presentados es el de una residente del condado de Pinellas en Florida, que contó entre llantos cómo la policía le avisó que su hijo, Matthew, de 28 años, se había muerto por una sobredosis de oxicodona mezclada con otras drogas. Todas, conseguidas con receta médica legal. El muchacho acababa de graduarse de la Universidad de Florida, y lo que terminó con su vida no fue nada ilegal. Fueron los analgésicos de oxicodona que le recetaron para los fuertes dolores de espalda que padecía por una lesión que sufrió haciendo deportes. En Pinellas, cuya capital es la ciudad de Tampa, viven 970.000 personas. Cada tres horas, los servicios de urgencias atienden a un residente con sobredosis por consumo de opiáceos. Cada 43 horas, muere por esa causa una persona en el condado. Este ejemplo se multiplica por miles, particularmente en los estados de West Virginia, Ohio y Carolina del Norte. En seis años, la prescripción de estos "painkillers" a nivel nacional, subió un 51%; en 2006 fueron 8.400 millones de pastillas y en 2012 llegaron a 12.600 millones.

La oxicodona es un derivado semisintético del opio, que fue descubierta en Alemania en 1917, en un momento en el que las farmacéuticas buscaban alternativas más potentes a la morfina. Setenta y ocho años después, en 1995, la farmacéutica estadounidense Purdue empezó a comercializar oxicodona, bajo el nombre de OxyContin, un calmante que como todos los opiáceos actúan sobe el sistema nervioso haciendo disminuir o desaparecer el dolor. Pronto, los consumidores que buscan nuevas drogas permanentemente descubrieron que, si aplastaban las pastillas de OxyCotin y aspiraban el polvo o se lo inyectaban por vía intravenosa, sus efectos eran muy intensos y llegaban a niveles de la morfina o de narcóticos empleados para tratar el dolor de enfermos terminales de cáncer.

Una década más tarde, Purdue diseñó unas pastillas prácticamente irrompibles para evitar esas prácticas, pero ya era muy tarde. Los consumidores buscaron medicamentos similares de otras marcas, como Percocet. Aunque muchos habían adquirido tal adicción que se habían pasado directamente a la heroína. Solo en 2017 murieron 63.617 personas por sobredosis de estos narcóticos. Eso equivale a 31 veces el ataque del 11-S, 12 veces la Guerra de Irak, o algo más que las bajas de soldados estadounidenses en la Guerra de Vietnam.

Cuando la epidemia ya era demasiado evidente y la Casa Blanca declaró la emergencia nacional, Purdue pasó a tener todos los focos encima. Y también sus dueños, la familia Sackler, una de las más reconocidas en el mundo por su filantropía y particularmente su mecenazgo en las artes. El ala del Louvre en la que está el Código de Hammurabí -el texto jurídico más antiguo de la Historia de la Humanidad- y el Palacio del rey persa Darío I lleva el nombre de quien pagó su construcción: Sackler. Lo mismo que el sector del Museo Metropolitano de Nueva York, en el que está el templo egipcio de Dendour, construido hace 3.450 años. Las Universidades de Columbia, Oxford, y Yale tienen sus cátedras Sackler para la investigación del cáncer. Hasta el Fondo de Malala Yousafzai, la chica pakistaní que recibió el Nobel por su trabajo en favor de la educación de las mujeres, tiene un programa de ayuda con el nombre de la familia Sackler. Todas esas obras se financiaron en los últimos años con la venta del OxiCotyn.

Varios casos de famosos afectados por estas drogas terminaron de poner el tema en la atención de la opinión pública. Prince, la estrella de rock, apareció muerto en el ascensor de su estudio por el efecto combinado de otros dos opiáceos, Vincodin y Fentanyl. Un año y medio más tarde, otra estrella del rock clásico, Tom Petty, moría en Los Angeles, justo antes de un concierto, por un cóctel de siete drogas que incluía cuatro opiáceos. Y llegó hasta figuras mucho más conservadoras, como la esposa del héroe de Vietnam, ex senador y candidato presidencial, John McCain. En 1993, a Cindy McCain le recetaron Percocet por unos dolores que tenía en las articulaciones. Se convirtió en una adicta que le pedía a su médico que le diera recetas a nombre de tres personas distintas para comprar la medicina con mayor discreción. Se curó de la adicción después de un largo tratamiento y estuvo a punto de ir a la cárcel.

El grueso de los consumidores está en los pequeños pueblos rurales, mayoritariamente de clase media blanca. El pueblo minero de Williamson, en el estado de West Virginia, tiene un poco más de 3.000 habitantes, y entre 2006 y 2016, recibió un tsunami de pastillas: 20 millones de unidades de analgésicos opioides, dice el informe presentado ante un comité del Congreso en diciembre. Esto equivale a más de 6.500 unidades por persona. El pueblo comenzó a ser nombrado como "Pilliamson" o "Drogamson". El Centro para el Control de Enfermedades (CDC), la principal agencia de salud estadounidense, informó que West Virginia tuvo la tasa más alta de muertes por sobredosis de drogas en el país: 57,3 muertos por cada 100.000 personas en 2017, más del doble del promedio nacional que es de 21,7. Y el condado de Mingo, donde se encuentra Williamson, tiene la cuarta mayor tasa nacional de muertes por abuso de pastillas prescritas.

Cincuenta millones de estadounidenses sufren dolores crónicos, según el Centro de Control de Enfermedades (CDC), en buena medida debido a alimentación deficiente, hábitos de vida sedentarios, trabajos múltiples, mala alimentación y escasas horas de sueño. De esos 50 millones, 20 millones experimentan "dolor crónico de alto impacto" que limita sus actividades laborales. La solución de los médicos: opiáceos. En total, 66 millones de estadounidenses toman estas sustancias. De ellas, 11 millones abusan de los narcóticos. Dejarlos es muy difícil. No solo por los efectos de la abstinencia. También, porque la droga está en todas partes: en las farmacias, en internet, entre los amigos, y, por supuesto, en manos de los traficantes. Y las drogas se van renovando. Ante el creciente control sobre los opiáceos, apareció el Fentanyl. Se produce en China, y lo entran en Estados Unidos los cárteles mexicanos. Su potencia es 50 veces mayor que la de la heroína. Apenas tres miligramos de Fentanyl pueden matar a una persona. "Si hueles Fentanyl directamente, mueres en el acto. Así que perdimos muchos perros detectores de droga porque, simplemente, lo detectaban y se morían", explicó un agente de aduanas a cargo de la división canina del aeropuerto de Chicago.

Existe un método eficaz para sacar a los enfermos de su adicción. Se les entrega metadona en forma regulada en centros de salud especializados. La metadona es otro opiáceo pero que produce menos "subidas y bajadas" de ánimo y que se puede ir reduciendo sus dosis hasta dejarla por completo. Pero aún no hay en Estados Unidos suficientes centros de atención de este tipo. En 2107 se entregaron unas 328.000 dosis de metadona, apenas el 2% de los 11,6 millones de recetas de opiáceos legalmente expedidas.

Como ocurrió antes con los grandes juicios contra poderosas industrias –particularmente la del tabaco en los primeros años de este siglo-, los procesos son largos y costosos. Pero están avanzando. Ya se iniciaron en varios estados y están direccionados hacia gigantes farmacéuticos como Johnson & Johnson, las populares cadenas de farmacias CVS o los supermercados Walmart. Todos ellos hicieron la vista gorda ante el extraordinario consumo de estos analgésicos. Era un negocio extraordinario, unos cinco mil millones de dólares al año. La primera en ser sancionada fue la empresa británica Reckitt Benckiser, que llegó a un acuerdo con miles de damnificados por 1.400 millones de dólares. Se probó que la compañía incentivaba a los médicos a recetar sus opioides con viajes y lujosos regalos.

Entradas populares