La ciencia que vino de la Luna
Parte del instrumental dejado en el satélite aún envía información y quedan muestras de rocas lunares por analizar
Miguel Ángel Criado
El País
En su alocución al Congreso en mayo de 1961 en la que anunció el propósito de llegar a la Luna antes de una década, John F. Kennedy no pronunció la palabra ciencia. Y solo la mencionó dos veces en su discurso del año siguiente en Houston en el que dijo el famoso "Nosotros elegimos ir a la Luna". La política, la propaganda y hasta la ingeniería eran más importantes que la investigación científica. Sin embargo, tras llegada del Apolo 11 las misiones sucesivas fueron cada vez más científicas, sentando las bases de la ciencia espacial. Aún hoy, los kilos de piedras que se trajeron a la Tierra y algunos de los instrumentos que se dejaron allí arriba siguen alegrando a los científicos.
El astronauta del Apolo 11 Buzz Aldrin apenas pasó una hora y media pisando la Luna. En este tiempo tuvo que desplegar, entre otros instrumentos, un sismógrafo (ver imagen arriba) y un retrorreflector. En las sucesivas misiones Apolo, llegaron más. Con aquellos aparatos se pudo estudiar el grosor de la corteza lunar y anticipar como es el interior del satélite. También se detectaron hasta 28 lunamotos entre 1969 y 1977, cuando los sismógrafos aún operativos fueron desactivados.
El pasado abril, con la ayuda de un nuevo algoritmo, un grupo de investigadores pudo reinterpretar aquellos datos sísmicos y afinar en la localización del epicentro de cada temblor. Al solapar las nuevas ubicaciones con las imágenes que la Lunar Reconnaissance Orbiter (LRO), una sonda de la NASA que lleva una década orbitando y fotografiando al satélite, comprobaron que al menos ocho de los seísmos caían sobre líneas de falla. La conclusión para los científicos es que la Luna aún está activa.
Solo uno de los astronautas, el último en pisar la Luna, era científico
"Creemos que es muy probable que estos ocho temblores se produjeran por el deslizamiento de fallas a medida que se acumulaba el estrés por la compresión de la corteza lunar provocada por la contracción global y fuerzas de marea, lo que indicaría que los sismógrafos de las Apolo grabaron el encogimiento de la Luna y que aún es tectónicamente activa", decía en una nota el principal autor del estudio, el experto en ciencias planetarias del Instituto Smithsoniano, Thomas Watters. A medida que el interior del satélite se enfría, se va contrtayendo, provocando esta inestabilidad.
Otro de los instrumentos que Aldrin dejó sobre la Luna fue un retrorreflector que aún funciona. Se trata de una especie de espejo que refleja pulsos de láser enviados desde la Tierra hacia el mismo punto de origen. Con él se pudo determinar con más precisión la distancia entre satélite y planeta. Otros cuatro retroreflectores, dos llevados por naves Apolo y otros dos por misiones soviéticas, también siguen operativos. Con esta red se pudo determinar también que la Luna se está separando de la Tierra a un ritmo de 3,8 centímetros al año.
Dentro de su programa Artemisa de regreso a la Luna, la NASA anunció a comienzos de mes algunos de los experimentos e instrumental científico candidatos para llevar al satélite. Entre estos, aprobaron una nueva red de retrorreflectores más avanzados. "Nuestros retrorreflectores lunares de última generación son la versión para el siglo XXI de los instrumentos que hay ahora en la Luna", decía el científico responsable de los nuevos aparatos, Douglas Currie, en una nota de la Universidad de Maryland (EE UU). Se da la circunstancia de que Currie, ahora profesor emérito, fue el cocreador de aquel primer espejo que colocó Aldrin.
Además de lo que dejaron en la Luna, los astronautas del Apolo 11 se trajeron de vuelta a la Tierra casi 22 kilogramos de material lunar, entre rocas y polvo. Al acabar las misiones, los tripulantes de las Apolo se llevaron con ellos un total de 382 kilogramos de Luna. Con estos trozos se empezó a reescribir el origen y evolución del satélite y, en cierta medida, también el de la Tierra, el del sistema solar y más allá.
"Antes del Apolo, la visión dominante sobre la Luna era que estaba compuesta de material primitivo datado en los primeros tiempos de la formación del sistema solar. Se formó en frío (menos de 300º) y solo fundida localmente por el impacto de algún gran meteorito", comenta en un correo Rick Carlson, geoquímico y director del departamento de magnetismo terrestre del Instituto Carnegie para la Ciencia (EE UU). Parte de esa idea se sustentaba en la teoría de que los planetas y cuerpos rocosos similares se formaron por acreción, por la acumulación de materia durante cientos de millones de años de progresivo enfriamiento.
"Con las primeras muestras del Apolo 11, nos dimos cuenta de que la Luna se formó en caliente, posiblemente completamente fundida. Al enfriarse desde este estado inicial, generó una gruesa corteza mediante la flotación de cristales en un magma en enfriamiento, en cierta medida como los icebergs se forma en el océano, pero mucho más caliente", explica Carlson. Las rocas extraídas de los cráteres también han permitido reconstruir el tormentoso pasado no solo de la Luna: "El registro de cráteres de la Luna nos cuenta que los grandes impactos de meteoritos eran algo común en los principios del sistema solar", añade el geoquímico.
La convulsa historia de la Luna ayuda a conocer la de todo el sistema solar
Para Carlson, las muestras lunares cambiaron completamente la visión de cómo se forman los planetas: "En vez de una suave y fría acumulación de cuerpos pequeños, ahora en la mayoría de los modelos de formación planetaria intervienen impactos muy energéticos entre grandes objetos. De hecho, el modelo dominante sobre el origen de la Luna es que se formó de materiales despedidos de la Tierra cuando esta fue impactada por un objeto puede que tan grande como Marte".
Y aún queda historia por contar. De todos los astronautas que estuvieron en la Luna solo uno era científico: el geólogo Harrison Schmitt, de la misión Apolo 17, la última. Él fue el último humano en pisar suelo lunar. De vuelta a la Tierra se trajeron 111 kilogramos de muestras de rocas. Ahora 800 gramos del material nunca expuestos a la atmósfera terrestre serán desembalados y estudiados con la tecnología que no existía hace 50 años. Como decía tras el anuncio la directora en funciones de la división de ciencias planetarias de la NASA, Lori Glaze, "estas muestras se guardaron deliberadamente para que pudiéramos aprovechar la más avanzada y sofisticada tecnología actual para responder a preguntas que no sabíamos que íbamos a tener que hacernos".
Miguel Ángel Criado
El País
En su alocución al Congreso en mayo de 1961 en la que anunció el propósito de llegar a la Luna antes de una década, John F. Kennedy no pronunció la palabra ciencia. Y solo la mencionó dos veces en su discurso del año siguiente en Houston en el que dijo el famoso "Nosotros elegimos ir a la Luna". La política, la propaganda y hasta la ingeniería eran más importantes que la investigación científica. Sin embargo, tras llegada del Apolo 11 las misiones sucesivas fueron cada vez más científicas, sentando las bases de la ciencia espacial. Aún hoy, los kilos de piedras que se trajeron a la Tierra y algunos de los instrumentos que se dejaron allí arriba siguen alegrando a los científicos.
El astronauta del Apolo 11 Buzz Aldrin apenas pasó una hora y media pisando la Luna. En este tiempo tuvo que desplegar, entre otros instrumentos, un sismógrafo (ver imagen arriba) y un retrorreflector. En las sucesivas misiones Apolo, llegaron más. Con aquellos aparatos se pudo estudiar el grosor de la corteza lunar y anticipar como es el interior del satélite. También se detectaron hasta 28 lunamotos entre 1969 y 1977, cuando los sismógrafos aún operativos fueron desactivados.
El pasado abril, con la ayuda de un nuevo algoritmo, un grupo de investigadores pudo reinterpretar aquellos datos sísmicos y afinar en la localización del epicentro de cada temblor. Al solapar las nuevas ubicaciones con las imágenes que la Lunar Reconnaissance Orbiter (LRO), una sonda de la NASA que lleva una década orbitando y fotografiando al satélite, comprobaron que al menos ocho de los seísmos caían sobre líneas de falla. La conclusión para los científicos es que la Luna aún está activa.
Solo uno de los astronautas, el último en pisar la Luna, era científico
"Creemos que es muy probable que estos ocho temblores se produjeran por el deslizamiento de fallas a medida que se acumulaba el estrés por la compresión de la corteza lunar provocada por la contracción global y fuerzas de marea, lo que indicaría que los sismógrafos de las Apolo grabaron el encogimiento de la Luna y que aún es tectónicamente activa", decía en una nota el principal autor del estudio, el experto en ciencias planetarias del Instituto Smithsoniano, Thomas Watters. A medida que el interior del satélite se enfría, se va contrtayendo, provocando esta inestabilidad.
Otro de los instrumentos que Aldrin dejó sobre la Luna fue un retrorreflector que aún funciona. Se trata de una especie de espejo que refleja pulsos de láser enviados desde la Tierra hacia el mismo punto de origen. Con él se pudo determinar con más precisión la distancia entre satélite y planeta. Otros cuatro retroreflectores, dos llevados por naves Apolo y otros dos por misiones soviéticas, también siguen operativos. Con esta red se pudo determinar también que la Luna se está separando de la Tierra a un ritmo de 3,8 centímetros al año.
Dentro de su programa Artemisa de regreso a la Luna, la NASA anunció a comienzos de mes algunos de los experimentos e instrumental científico candidatos para llevar al satélite. Entre estos, aprobaron una nueva red de retrorreflectores más avanzados. "Nuestros retrorreflectores lunares de última generación son la versión para el siglo XXI de los instrumentos que hay ahora en la Luna", decía el científico responsable de los nuevos aparatos, Douglas Currie, en una nota de la Universidad de Maryland (EE UU). Se da la circunstancia de que Currie, ahora profesor emérito, fue el cocreador de aquel primer espejo que colocó Aldrin.
Además de lo que dejaron en la Luna, los astronautas del Apolo 11 se trajeron de vuelta a la Tierra casi 22 kilogramos de material lunar, entre rocas y polvo. Al acabar las misiones, los tripulantes de las Apolo se llevaron con ellos un total de 382 kilogramos de Luna. Con estos trozos se empezó a reescribir el origen y evolución del satélite y, en cierta medida, también el de la Tierra, el del sistema solar y más allá.
"Antes del Apolo, la visión dominante sobre la Luna era que estaba compuesta de material primitivo datado en los primeros tiempos de la formación del sistema solar. Se formó en frío (menos de 300º) y solo fundida localmente por el impacto de algún gran meteorito", comenta en un correo Rick Carlson, geoquímico y director del departamento de magnetismo terrestre del Instituto Carnegie para la Ciencia (EE UU). Parte de esa idea se sustentaba en la teoría de que los planetas y cuerpos rocosos similares se formaron por acreción, por la acumulación de materia durante cientos de millones de años de progresivo enfriamiento.
"Con las primeras muestras del Apolo 11, nos dimos cuenta de que la Luna se formó en caliente, posiblemente completamente fundida. Al enfriarse desde este estado inicial, generó una gruesa corteza mediante la flotación de cristales en un magma en enfriamiento, en cierta medida como los icebergs se forma en el océano, pero mucho más caliente", explica Carlson. Las rocas extraídas de los cráteres también han permitido reconstruir el tormentoso pasado no solo de la Luna: "El registro de cráteres de la Luna nos cuenta que los grandes impactos de meteoritos eran algo común en los principios del sistema solar", añade el geoquímico.
La convulsa historia de la Luna ayuda a conocer la de todo el sistema solar
Para Carlson, las muestras lunares cambiaron completamente la visión de cómo se forman los planetas: "En vez de una suave y fría acumulación de cuerpos pequeños, ahora en la mayoría de los modelos de formación planetaria intervienen impactos muy energéticos entre grandes objetos. De hecho, el modelo dominante sobre el origen de la Luna es que se formó de materiales despedidos de la Tierra cuando esta fue impactada por un objeto puede que tan grande como Marte".
Y aún queda historia por contar. De todos los astronautas que estuvieron en la Luna solo uno era científico: el geólogo Harrison Schmitt, de la misión Apolo 17, la última. Él fue el último humano en pisar suelo lunar. De vuelta a la Tierra se trajeron 111 kilogramos de muestras de rocas. Ahora 800 gramos del material nunca expuestos a la atmósfera terrestre serán desembalados y estudiados con la tecnología que no existía hace 50 años. Como decía tras el anuncio la directora en funciones de la división de ciencias planetarias de la NASA, Lori Glaze, "estas muestras se guardaron deliberadamente para que pudiéramos aprovechar la más avanzada y sofisticada tecnología actual para responder a preguntas que no sabíamos que íbamos a tener que hacernos".