La audaz operación de espionaje de un técnico ruso que entregó material clave a la CIA y ganó una colosal fortuna

Los dos frentes, el espía y los Estados Unidos, sacaron ventaja. El ruso se hizo billonario en dólares y la inteligencia norteamericana ahorró varias veces esa suma

Alfredo Serra
Especial para Infobae
Hacia 1983, Adolf Tolkachev ya llevaba bajo la lengua una píldora venenosa y letal –muerte en segundos– que le entregó la CIA. No le quedaba demasiado tiempo. La situación era cada vez más tensa, sospechosa, y sin certeza alguna.


La historia se había acelerado…

Cuánto más claro y más fácil había sido seis años antes, una noche de enero de 1977, en Moscú, cuando se encontró en secreto, en una estación de servicio cercana de la Embajada de los Estados Unidos, con el jefe de la CIA destacado al corazón del Kremlin y sus misterios.

Un dato no menor: Tolkachev, mucho antes de la misión que emprendería, era un enamorado de los Estados Unidos: "Me gusta todo. Su comida, su bebida, su forma de vida… ¡y hasta sus juguetes!".

Esa noche, y desde hacía largo tiempo, ese hombre silencioso y de aire melancólico trabajaba en un área hipersensible: Instituto de Investigación Fazotron, Moscú, experto en tecnología de interferencia de radares y sistemas guiados por láser para la fuerza aérea del Soviet. Más que un cargo de la infinita burocracia del régimen…, un polvorín.

La noche del encuentro en la estación de servicio no cambió palabra con el jefe de la CIA: ambos se estudiaron como midiéndose.

Por fin, Tolkachev se acercó al auto del hombre de la CIA y dejó un sobre debajo de la escobilla limpiaparabrisas.

Carta escueta: "Estoy interesado en discutir asuntos estrictamente confidenciales con el funcionario norteamericano apropiado".

Pero la cuestión no se resolvió en un chasquear de dedos. Recién después de dos años (¡dos años!) de intercambio de notas secretas, la CIA hizo un guiño: "Ok".

En realidad, una luz verde encendida por el azar: al nacer 1978, el Pentágono envió un memorándum pidiendo la información que Tolkachev juraba tener. Y el moscovita no perdió tiempo. Se acercó, discreto como siempre, a Gardner Hathaway, nuevo jefe de la CIA en Moscú, y a su mujer. Y sin bajar de su auto, les deslizó una nota altamente enigmática: contenía todos los dígitos de su número telefónico…, menos dos. Y escribió a continuación: "Los otros dos serán revelados en cierto día y a cierta hora que indicaré, grabados en dos piezas de madera que tendré en mis manos".

Así fue. Y Tolkachev protagonizó la más impresionante serie de robos de información sobre aviación militar… ¡de toda la historia rusa!

No era extraño: su puesto en el Instituto de Investigación Fazotron era un barril de miel al alcance de un oso. Espiando para la CIA en ese estratégico lugar entre 1979 y 1985, hizo llover datos. Tantos, que le dio a Israel ventaja sobre el poderío de los países árabes, dueños de aviones con un 99 por ciento de tecnología soviética.

Pero muy bien pago. A cuerpo de rey. Más dólares por mes que el presidente de los Estados Unidos…

Para entonces ya había estrenado su nombre de guerra "Sphere" (Esfera).
No tardó en entrar en la sombría historia del espionaje, nido de traiciones si los hay, como el Rey Midas del oficio: cobró decenas de millones de dólares. Al final del camino, a valores de hoy, pasó la barrera del billion dollars (mil millones de dólares): un 1 seguido de nueve ceros…

Pero no memos ahorró El Tío Sam en innovaciones tecnológicas. Según el Departamento de Defensa, el país aprovechó las filtraciones de Tolkachev hasta muy entrado el año 1990, y los sistemas de guía por láser y de radar se adelantaron una década gracias a ese traidor de baja estatura, silencioso, de mirada triste, que vivía en un sencillo departamento de dos dormitorios, noveno piso, con su mujer y su hijo, en la plaza Kúdrinskaia…, apenas a cuatro calles de la actual embajada norteamericana. Cercanía que facilitaba las cosas…

Pero, además del dinero, ¿qué impulsó a Tolkachev a traicionar a su patria? Hacia 1979, en una carta a las autoridades de su nuevo patrón, confesó que los disidentes Andréi Sájarov, físico nuclear, y Alexandr Solzhenitsin, escritor, historiador y ex prisionero durante años en un Gulag (campos de exterminio creados por Iósif Stalin), y premio Nobel de Literatura 1970 por su libro "Archipiélago Gulag", le habían inspirado sentimientos de rebeldía…, además de su admiración por el país al que decidió servir.

Otra motivación pudo ser la venganza. El padre y la madre de su esposa judía murieron bajo las purgas del terrible Padrecito…

¿Cómo trabajaba "Shpere"? Con simples microcámaras, y a la hora del almuerzo. Tiempo propicio y sin interrupciones para fotografiar cientos de documentos y redactar decenas de informes, silencioso como un ratón…
Pero hacia 1980 notó que el diáfano cielo se ocultaba tras ominosos nubarrones. Advirtió que lo seguían. Ante el peligro, le pidió a la CIA la píldora de cianuro.

La comunicación se tornó más difícil. Dependía de que Tolkachev abriera una ventana de su cocina a cierta hora…

En 1983, Fazotron cambió todas sus normas de seguridad: alto riesgo para operar.

Convencido de que la KGB lo había descubierto, se refugió en su dacha (casa de campo) y quemó cientos de documentos, y tiró al agua su equipo de espionaje.

Principio del fin… El 13 de junio de 1985, un oficial de la CIA planeaba reunirse con el espía. Pero en ese instante cayeron sobre ambos doce guardias de la KGB, llevaron a Tolkachev al cuartel general, en Lubianka, revisaron cada rincón de su portafolio y sus bolsillos, y lo liberaron hacia la medianoche…, lo mismo que al hombre de la CIA.

Pero en 1986, los diarios soviéticos, lacónicos, informaron que Tolkachev "fue ejecutado por alta traición".

Oleg, el hijo, salió indemne. Hoy es un notorio arquitecto con despacho y estudio en Pokrovka.

La mujer del espía fue olvidada. Reclamó a la CIA el dinero que aun le debían a su marido, pero no recibió un dólar.

¿Quién traicionó al traidor? Al parecer, el oficial de la CIA Edward Lee Howard, borracho compulsivo e incapaz para el trabajo de campo, que lo envidiaba, y aspiraba a ser su contacto en Moscú.

En 2015, la CIA desclasificó casi mil páginas con los detalles de la saga de espionaje del audaz y millonario Adolf Tolkachev. Material que le sirvió al escritor David Hoffman para escribir "El espía del billón de dólares: una historia verdadera de espionaje y traición en la Guerra Fría".
Premio Pulitzer de ese año.

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