El trauma, cuatro meses después de sobrevivir a una matanza escolar en Brasil

Transcurridos 120 días del asesinato a sangre fría de ocho personas en la escuela Raul Brasil de Suzano (en la periferia de São Paulo), los alumnos del centro todavía tratan de sanar las heridas de un ataque que conmocionó a América

Beatriz Jucá
Suzano, El País
Era una mañana interminable. En la escuela estatal Raul Brasil, el 13 de marzo parece no haber terminado aún. Aquel día, alrededor de las 9.30 horas, dos exalumnos armados irrumpieron en la escuela de Suzano (en la periferia de São Paulo), asesinaron a ocho personas —entre estudiantes y empleados— y después se suicidaron. Un momento de pavor y pánico que se repite todavía en la mente de los testigos de la tragedia. Son recuerdos difíciles de borrar: Winnie Sally de Oliveira, de 16 años, no puede dormir sin la ayuda de medicamentos y a su rutina diaria de estudiante añade la tarea de esforzarse para no pensar en las escenas que presenció aquel fatídico día.


Cuando los atacantes entraron a la escuela, Winnie Sally estaba esperando a un amigo en el centro de lenguas, uno de los objetivos del ataque. Habían planeado comer juntos un pastel que había llevado para el recreo, pero los disparos y el consiguiente alboroto llegaron antes. En un primer momento, ella creyó que se trataba de una broma y no se movió. Solo echó a correr cuando vio que las balas alcanzaban a dos personas. Para entonces, ya había un arma apuntando en su dirección. En el trayecto desesperado hacia la puerta, se cruzó con otros cuerpos en el suelo, cerca de la secretaría, hasta que consiguió alcanzar la calle. Siguió corrió todo lo que pudo para meterse en una tienda y salió ilesa. Pero solo físicamente.

El miedo permaneció latente durante los días siguientes. Winnie se despertaba gritando de madrugada, y su madre, Liliane de Oliveira, decidió llevarla algunos días a casa de su abuela, en la ciudad vecina de Mogi das Cruzes. No sirvió de nada. La adolescente empezó a presentar heridas en la cabeza y sus ojos se hincharon, síntomas que el médico interpretó como secuelas del trauma psicológico. Preocupada con la situación de su hija, Liliane la llevó a un centro público de atención para el que solo consiguió cita un mes después. “Tener a alguien con quien hablar sobre lo que siento me ayuda mucho”, dice la joven, con la mirada fija en el suelo de la casa donde vive con sus padres y su hermano pequeño, a las afueras de Suzano. Después del ataque, desarrolló una gastritis crónica y cualquier situación de estrés todavía la hace vomitar. Una reacción que le avergüenza y que le hizo dejar el curso de peluquería que cursaba con grandes esfuerzos, vendiendo dulces en el colegio. “No quiero continuar haciendo el curso. Voy a estudiar para ser médica. Quiero cuidar del corazón de las personas”, dice.

La estudiante volvió a la escuela Raul Brasil tan pronto como volvió a abrir las puertas, una semana después de la masacre. Llamó a su madre pocas horas después: “No tenemos clase, estamos en el patio y solo me acuerdo de lo que pasó. Quiero salir de aquí”, dijo. Durante semanas, la joven no quería quedarse sola en el colegio ni pasar por la secretaría, donde había visto los cuerpos. Únicamente el apoyo de las profesoras y las sesiones de terapia la ayudaron a readaptarse. "Era aterrador estar allí", cuenta. "Hoy es un poco más fácil. No quiero dejar la escuela, porque no me veo estudiando en otro lugar".

Su madre, Liliane, se unió a otras 13 progenitoras de alumnos para exigir acciones del poder público y buscar un contacto más directo con la escuela. En el contexto actual, con 1.380 víctimas directas o indirectas de la tragedia aún a la espera de recibir atención psicológica, según los datos del Ayuntamiento de Suzano, el grupo hace visitas para apoyar a las familias de los supervivientes.

Guilherme de Oliveira, de 14 años, no pudo continuar en la escuela Raul Brasil. Fue uno de los primeros estudiantes que logró escapar de la escuela saltando el muro. Momentos después supo que su padre había entrado en la escuela para buscarlo y se había topado cara a cara con uno de los asesinos. Ninguno de los dos resultó herido, pero tampoco han conseguido superar todavía lo ocurrido. Guilherme, que ahora estudia en un colegio privado del mismo barrio, tuvo hace poco un ataque de pánico provocado por el ruido de la puerta del aula al cerrarse de golpe. Empezó a llorar de forma incontrolable. “No consigo sentirme seguro”, dice. Su padre, Dênis de Oliveira, cuenta que su hijo ya no sale solo de casa y las frecuentes conversaciones sobre los estudios que tenían antes de la masacre ya no se producen, porque Guilherme siempre está en estado de tensión. Hace tres meses que la familia espera atención psicológica, que espera conseguir con la llegada de 39 nuevos psicólogos a la red municipal en julio. Se sumarán, más de cien días después de la tragedia, a los 19 terapeutas que conforman hoy la plantilla.

“Nos tienen olvidados. Entendemos que es difícil perder a un ser querido, pero nos sentimos excluidos. A nosotros también nos afectó”, afirma Dênis. A principios de junio, el Estado terminó de pagar 45 indemnizaciones a los familiares de las víctimas fatales y a los 11 heridos en la masacre. La Secretaría de Educación del Estado de São Paulo dice que el equipo gestor de la escuela está en contacto con las familias para darles apoyo y que ha organizado, junto con las dependencias de Sanidad y de Justicia y Ciudadanía, acciones integradas de asistencia psicológica a los alumnos, profesores y empleados.

En los últimos meses, la escuela ha contratado a dos guardias de seguridad, y ha instalado portones automáticos y un sistema de vigilancia 24 horas. Paradójicamente, la nueva estructura —poco común en los colegios públicos de Suzano— ha transformado el escenario de una masacre brutal en algo parecido a un modelo de seguridad a escala nacional. Según el Gobierno del Estado, desde la masacre se han matriculado 99 nuevos alumnos en la Raul Brasil, frente a la veintena de estudiantes que ha pedido la transferencia a otros centros. Tres profesores y dos empleados han pedido la baja.

La investigación policial del atentado se cerró a finales de mayo. Cuatro personas fueron detenidas y encausadas por comercializar la munición y las armas utilizadas en el crimen. Un joven también fue detenido y condenado por haber participado en la planificación. No se involucró materialmente en el ataque después de que uno de sus mentores, también menor, dudase de su capacidad para matar tras verlo en una iglesia. La matanza, sin embargo, siguió adelante.

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