El talibán estadounidense que combatió en Afganistán, acaba de ser liberado y no se arrepiente de nada

John Walker Lindh cumplió 17 de los 20 años en prisión a los que había sido condenado. Salió por buena conducta. Pero sigue convencido de su apoyo a los extremistas islámicos

Gustavo Sierra
Especial para Infobae America
Escucho un revuelo y miro la pantalla. Aparece un tipo desgreñado, agotado, con los ojos desorbitados y abajo, en la leyenda de la CNN aparece: "El Talibán estadounidense". Algunos periodistas salieron corriendo a buscar más información. Pero la noticia estaba ahí, en el rostro demudado de los oficiales y soldados estadounidenses que no podían creer que un compatriota hubiera combatido junto al enemigo. Los talibanes de Afganistán habían dado refugio a los terroristas de Al Qaeda que mataron a 3.000 personas en las Torres Gemelas de Manhattan. Para ellos no era posible que un estadounidense pudiera engrosar las filas de quienes habían ayudado a cometer semejante masacre. Estaban ahí, en el lobby del semidestruido hotel Intercontinental de Kabul, una estructura de arquitectura soviética, escenario de mil batallas de la guerra civil afgana, cuya piscina había sido convertida en un cementerio de los combatientes que cayeron disparando desde sus ventanas. "¡Se va a arrepentir de no haber caído en combate!", me comentó con mucha rabia en su rostro un capitán de las fuerzas especiales.


Dieciocho años después de esa escena, John Walker Lindh, el Talibán estadounidense, vive tranquilamente en un pueblo del estado de Virginia. Había sido condenado a 20 años de prisión, pero salió libre por buena conducta al cumplir 17. Fue en mayo pasado. Alguien sacó una foto de una silueta alta y desgarbada saliendo de la prisión de alta seguridad de Terre Haute, en el estado de Indiana. Y su abogado, William Cummings, explicó que iba a vivir en la casa de un familiar en el norte de Virginia, pero no especificó dónde. Seguramente, se mueve entre ciudadanos que no tienen la menor idea de que se están cruzando con uno de los "combatientes enemigos" más odiados. Imagino que cuando se enteró de la noticia, ese capitán que encontré en Kabul en noviembre de 2001, apenas unos días después de la entrada de las tropas de la fuerza prooccidental y la caída del régimen de los talibanes, estaría tan frustrado como hace diecisiete años atrás. Particularmente, después de escuchar los informes de toda la prensa estadounidense diciendo que Walker Lindh nunca mostró un solo gesto de arrepentimiento.

En 2015, el talibán estadounidense intercambió una serie de cartas con un productor de televisión de la cadena NBC en las que le contó cómo había pasado sus días en la cárcel estudiando y buscando "el conocimiento islámico puro". También reiteró que se consideraba un preso político. Y nunca expresó un solo remordimiento. Hace cuatro años, cuando el ISIS conquistó un vasto territorio en Siria e Irak y creó su califato de muerte y destrucción, Walker Lindh escribió que el grupo terrorista estaba "haciendo un trabajo espectacular". Un documento de 2016 del Centro Nacional contra el Terrorismo, que evalúa el comportamiento de los extremistas capturados, indica que Walker Lindh, "a pesar de haber pasado 14 años en un centro penitenciario, sigue siendo un defensor de la jihad (la guerra santa) global". Un año más tarde, la revista Foreign Policy informó en una nota que el talibán americano pasaba sus horas en la cárcel escribiendo y traduciendo textos del radicalismo musulmán.
Imagen de TV de John Walker Lindh en diciembre de 2001, al ser capturado en Mazar-i-Sgharif (AP Video, File)
Imagen de TV de John Walker Lindh en diciembre de 2001, al ser capturado en Mazar-i-Sgharif (AP Video, File)

John Philip Walker Lindh, nació en febrero de 1981 en Silver Spring, un barrio de las afueras de la ciudad de Washington. Sus padres le pusieron ese nombre en honor a John Lennon que había sido asesinado dos meses antes. Fue bautizado como católico, aunque a los 16 años se convirtió al Islam. Su familia se había mudado a California y su padre ya se había declarado gay y vivía en San Francisco con otro hombre. John encontró cierta paz en la mezquita que frecuentaba y en 1998 se fue a estudiar árabe a Yemen para poder leer el Corán en su versión original. Dos años más tarde, estaba estudiando en una madrasa, una escuela coránica en Pakistán, donde varios de sus compañeros eran afganos. Ellos lo contactaron con los talibanes que gobernaban en Kabul. Trabajó allí como traductor de documentos oficiales hasta que las Fuerzas del Norte apoyadas por la aviación estadounidense y tropas especiales occidentales obligaron a los talibanes a huir y refugiarse en las montañas de la cadena del Hindu Kush, donde aún hoy siguen operando. Casi dos décadas más tarde, en las últimas semanas hubo avances en las conversaciones de paz entre los talibanes, el gobierno afgano y enviados estadounidenses.

El talibán estadounidense fue apresado cerca de la frontera con Uzbekistán y trasladado a la fortaleza convertida en prisión de Qala-i-Jangi, en la ciudad de Mazar-e-Sharif. En ese momento dijo que era irlandés y que no había realizado un solo disparo. Pero volvió a tomar las armas cuando hubo un levantamiento de los casi 500 talibanes prisioneros en el lugar. Se produjo una matanza. Los últimos talibanes se refugiaron en unos túneles que fueron inundados para sacarlos de allí. Apenas sobrevivieron 86 reclusos, entre ellos Walker Lindh. Agentes de la CIA lo volvieron a interrogar y fue cuando confesó que, en realidad, era estadounidense, había adoptado el nombre de Sulayman al Faris (en la cárcel decía llamarse Abu Sulayman al Irlandi). Un periodista de la CNN estaba ahí y difundió la noticia con la foto que vimos entonces en la pantalla.

Walker Lindh no es el único ex combatiente que salió libre en los últimos meses. Najibullah Zazi, un recluta de Al Qaeda que planeaba atentar contra el subte de Nueva York, fue liberado el mes pasado después de cumplir una condena de 10 años. Más de 80 encarcelados por cargos de "proporcionar apoyo material a organizaciones terroristas extranjeras" son elegibles para ser liberados antes de 2024, incluidas docenas de personas que cumplen sentencias por delitos relacionados con el ISIS.

Estas liberaciones sacaron a la luz la falta de programas concretos de desradicalización de estos combatientes como los que funcionan en varios países europeos y de Medio Oriente. A diferencia de esos países, "Estados Unidos no ha establecido un programa formal de rehabilitación y reingreso para terroristas condenados ni han desarrollado infraestructuras para apoyar a las personas en su liberación", informa un estudio reciente de la organización internacional Proyecto de Lucha contra el Extremismo. Creen que los extremistas no reformados suponen una amenaza grave para todo el mundo. "Sin duda, son una bomba de tiempo que puede estallar en cualquier momento", explicó al Washington Post, Mubin Shaikh, un experto canadiense en el tema. "No hay nada que indique que su ideología e impulsos hayan cambiado. En todo caso, ahora empeoraron porque los dejaron sueltos entre la población sin ninguna advertencia. Y todo indica que están más radicalizados que nunca. Las prisiones estadounidenses no son precisamente conocidas por su efecto de rehabilitación".

Hay algunas iniciativas de ONGs que están tratando de suplir la falta de interés de la Administración Trump. "Parents For Peace", de Tennessee, creada por familiares de adolescentes y jóvenes radicalizados reclutados por extremistas, tiene una línea directa para que las personas pueden llamar si temen que un ser querido esté siendo 'tentado". Y dan consejos y recursos para que puedan alejarlos del peligro. En Minnesota, donde centenares de jóvenes de la comunidad somalí-estadounidense (unos 100.000 en Minneapolis) fueron contactados por los reclutadores del ISIS y Al Shabab (una filial de Al Qaeda en el este de África) que operan por Internet, tienen el mejor programa de rehabilitación en Estados Unidos. Decenas de los que viajaron a Somalia y Siria en los últimos años, regresaron a vivir con sus familias. El "Programa de Desadaptación y Desradicalización del Terrorismo", fundado por un ex funcionario que dirigió por años el programa de libertad condicional en el estado, tiene una red de contención para acompañar a estos chicos en su reingreso a la sociedad. Desde que comenzó a funcionar, hace dos años, tuvo resultados mixtos. Diez ex combatientes completaron el programa con éxito y otros diez lo abandonaron sin mostrar ninguna voluntad de cambio. El profesor canadiense, Mubin Shaikh, cree que ese es el camino correcto. "La desradicalización no debe ser una cosa del gobierno; los esfuerzos de arriba hacia abajo impulsados por el gobierno van a fracasar porque no provienen de las comunidades en riesgo", dice Shaikh. "Para que haya un cambio social significativo dentro de las comunidades, debe ser dirigido por sus mismo integrantes". En algunos casos, los jueces ordenaron a los ex combatientes liberados a pasar una temporada en "casas intermedias", que están diseñadas para ayudar a las personas condenadas por delitos de consumo de alcohol y drogas a regresar a la vida civil.

Walker Lindh, que ahora tiene 38 años, está sujeto a una serie de restricciones, aunque tiene libertad de movimientos dentro del pueblo en el que vive y sus alrededores. A pesar de que cuenta por sus ancestros con un pasaporte irlandés que tramitó durante sus años en la cárcel, tiene prohibido abandonar el país. También tiene la obligación de asistir a sesiones con un psicoterapeuta y se le monitorea el acceso a Internet. No puede, de ninguna manera, acceder a páginas del radicalismo islámico.

El gran Robert Fisk, colega británico del diario The Independent e historiador profundo de la historia de Medio Oriente, me contó en una charla en Bagdad que en la batalla de Maiwand, del 27 de julio 1880, durante la segunda guerra anglo-afgana, los oficiales británicos describieron cómo algunos combatientes afganos, que llevaban turbantes negros (característicos de los talibanes contemporáneos), corrían hacia las líneas de infantería enemigas y al llegar miraban a un soldado en particular y se cortaban la garganta. A estos combatientes afganos suicidas ya se los denominaba "talibanes". En ese momento del relato, Fisk suspiró y dijo como al pasar: "".

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