El rey de la meritocracia: la revolución de Ricardo Gareca en la selección de Perú
La Bicolor jugará la final de la Copa América después de 44 años, otro hito del proceso del estratega argentino que impulsó el recambio generacional, tomó el esfuerzo como criterio de jerarquización y se sostiene con el poder de convencer a sus jugadores cada día
Rodrigo Duben
rduben@infobae.com
Hasta septiembre del año 2007, año en que se convirtió en DT de Universitario, el único vínculo de Ricardo Gareca con Perú era ese toque sobre la línea que les significó una racha muy extensa de frustraciones. En junio de 1985, Perú visitó a Argentina en Buenos Aires con la obligación de ganar para clasificarse al Mundial '86. El triunfo se les escapó de la manos cuando el 'Tigre' empujó a la red un remate cruzado de Daniel Passarella y puso el 2-2 definitivo. Chile ganó el repechaje y Perú no viajó a la Copa del Mundo en México. Tampoco Gareca, quien no formó parte del plantel campeón de Argentina. Ese tanto fue el principio de la decadencia de la Blanquirroja y dio inicio a un sequía de éxitos, con 25 entrenadores en 33 años y ninguna clasificación a Copas Mundiales de la FIFA. La gloria de la generación encabezada por Cubillas, Velázquez, Chumpitaz, Uribe y Oblitas, entre otros, se diluía con cada fracaso en los procesos clasificatorios, marcados incluso por actos de indisciplina y suspensiones de jugadores. Parecía que la crisis no tendría fin, hasta que aquel el verdugo se vistió de héroe.
Ricardo Gareca, quien se coronó campeón del Torneo Apertura 2008 con la 'U' y luego tuvo un gran proceso en Vélez Sársfield, dejó atrás el mote de villano por aquel gol cuando se transformó en el encargado de que Perú vuelva a jugar una Copa del Mundo después de 36 años. Y no solo eso. También clasificó a una final de Copa América luego de 44 años. Su ciclo, el más largo de la historia de la selección peruana, ha promovido un necesario recambio generacional y construyó una sólida identidad.
Antes del desembarco de Gareca, La selección peruana venía de ser conducida por José 'Chemo' Del Solar (2007-2009), Sergio Markarián (2010-2013) –quien logró un inesperado tercer puesto en la Copa América 2011– y Pablo Bengoechea (2014), todos entrenadores rehenes de la calidad individual. Al momento diseñar sus equipos, agrupaban a los jugadores de mayor jerarquía como Pizarro, Carlos Ascues, Carlos Zambrano o Juan Manuel Vargas, dejando en segundo plano el sentido colectivo.
Cuando el régimen de Manuel Burga al frente de la Federación Peruana de Fútbol (FPF) llegó a su fin con la victoria de Edwin Oviedo en los comicios presidenciales de diciembre de 2014, todo cambió. La figura de Oviedo había sido impulsada por el apoyo de Juan Carlos Oblitas, una de las figuras más respetadas del fútbol peruano, quien además de ser un futbolista emblemático había rozado como DT la clasificación a Francia '98. Él iba a tomar el nuevo cargo de gerente deportivo y debía elegir entrenador. Sabella, La Volpe, Scolari y Reinaldo Rueda estuvieron en el radar para asumir el puesto vacante. Todos con experiencias mundialistas. Pero se apostó por Ricardo Gareca, quien había dejado atrás una traumática experiencia de solo seis meses en el Palmeiras de Brasil. Llegó junto a su ayudante Sergio Santín y el preparador físico Néstor Bonillo, a quienes se le sumó Nolberto Solano.
Su ciclo inició con un auspicioso tercer lugar en la Copa América 2015 pero al comenzar el proceso mundialista los resultados eran muy adversos. Al cabo de las primeras seis jornadas de las Eliminatorias Sudamericanas, parecía que Perú otra vez tendría que ver el Mundial por televisión tras conseguir 4 puntos de los primeros 18 posibles. Aunque se respiraba otro aire. Lejos del histrionismo de Markarián o la improvisación de Del Solar, con Gareca predominaba la seriedad y se inició un periodo de meritocracia. Su legitimidad se alimentaba del trabajo, demostrándole a sus jugadores su valía a cada paso.
Si bien el gran punto de inflexión en el ciclo de Ricardo Gareca se vio en la Copa América Centenario que se disputó en junio de 2016 en Estados Unidos, en su arranque ya había pequeños síntomas de revolución. Por ejemplo, en la Fecha 5 de las Eliminatorias, que se disputó en marzo de ese año, Perú recibió a Venezuela en Lima y perdía 2-0 en 55 minutos de partido. Gareca sacó a Farfán y a Pizarro, emblemas del equipo, de los jugadores peruanos con mayor prestigio en el mundo, para poner a Edison Flores y Raúl Ruidíaz, quienes por entonces jugaban en la liga local. Ninguno de sus antecesores hubiera arriesgado a quitar a los caudillos. El 'Tigre' lo hizo, envió un claro mensaje al vestuario y empató 2-2 en el último minuto.
Esa última doble fecha de Eliminatorias significó la despedida de algunos antiguos referentes. Gareca prescindió de Vargas definitivamente, así como momentaneamente lo hizo con Farfán y Zambrano. Y también de Claudio Pizarro, el eterno capitán, al por entonces máximo goleador extranjero de la prestigiosa Bundesliga, multicampeón con Bayern Múnich. El entrenador argentino entendió que la Copa América Centenario era el escenario ideal para hacer el necesario recambio generacional, sin importar si los jugadores históricos aún estaban vigentes. Conservó solamente a Paolo Guerrero y a Alberto Rodríguez de la vieja guardia. A su vez, comenzó a trabajar en profundidad con tácticas y estrategias que hasta ese momento solo era intenciones. Apostó por completo al 4-2-3-1 como esquema predilecto e edificó una identidad: ser protagonista con la pelota, con salidas desde atrás, instalándose en campo contrario con el balón, generando movilidad y triangulaciones en todos los sectores, para luego ser punzante en el último tercio. Más riesgos, mayor exposición, pero mejores resultados.
Perú eliminó a Brasil en la fase de grupos y fue eliminado en cuartos de final ante Colombia por penales, un resultado intrascendente, que poco importaba al ver los cambios radicales a nivel juego y el crecimiento de la nueva generación: había 14 futbolistas que no sumaban ni siquiera 10 partidos internacionales.
Tras el torneo en Estados Unidos ya no quedaban rastros de debilidad mental en una Bicolor revitalizada. Gareca ya había dirigido 22 partidos entre amistosos, las dos Copas Américas y las Eliminatorias, y su sello empezaba a ser más explícito. Las piezas encajaban cada vez mejor en su engranaje, empezaba a recuperar poco a poco los rasgos esenciales del jugador peruano: el juego de toque al ras del piso, las selecciones de Didí, Marcos Calderón y Tim, precisamente los entrenadores que clasificaron a Perú al Mundial de los gloriosos años 70 e inicios de los 80. El potencial del jugador peruano estaba ahí. Gareca logró rescatarlo arriesgándose al cambio generacional, dándole confianza al nuevo grupo, quitándole las mochilas de los antiguos fracasos y dotándolo de fortaleza mental.
Al retomar las Eliminatorias, el Tribunal de Arbitraje Deportivo (TAS) le dio los tres puntos de su partido con Bolivia por irregularidades en la alineación de La Verde y a eso se le sumaron un triunfo ante Ecuador y un gran empate ante la Argentina en Lima. Ese fue el cierre de la primera rueda. Y aunque la segunda iniciaría con una derrota ante Chile, la Blanquirroja reaccionó a tiempo. En noviembre de 2016, Perú goleó 4-1 a Paraguay en Asunción y luego cayó ante Brasil en Lima (0-2). Aquella caída ante el equipo de Tite sería la última derrota en la segunda vuelta.
Le siguieron un empate ante Venezuela (2-2), los grandes triunfos sobre Uruguay (2-1) y Bolivia (2-1) y la histórica victoria contra Ecuador en Quito (2-1) para colocarse en zona de clasificación a dos fechas del final. El empate 0-0 ante Argentina en la Bombonera sirvió para fomentar aún más la consolidación de un equipo que derrochó carácter ante Lionel Messi y compañía. Solo faltaba sellar el boleto ante Colombia, en Lima. No era un partido sencillo y la derrota dejaba fuera a Perú afuera del Mundial. Pero lograron un empate que les aseguró jugar un repechaje ante Nueva Zelanda.
Antes de disputar la repesca, Paolo Guerrero fue sancionado por la FIFA por un resultado analítico adverso en un control antidopaje hecho en Buenos Aires y quedó inhabilitado para jugar ante los All Whites. Era un golpe muy duro. Perú tenía que afrontar un partido decisivo sin su máximo exponente y líder en el campo. Jefferson Farfán tomó el rol de caudillo en el césped y, tras un empate sin goles en Wellington, llegó el triunfo 2-0 en el Estadio Nacional. Perú se convirtió esa noche en el último país en conseguir su boleto para jugar el Mundial de Rusia 2018.
Con un invicto de 15 partidos oficiales (10 triunfos y cinco empates), un funcionamiento completamente consolidado, y un permiso especial de la Justicia suiza para que Paolo Guerrero pueda ser parte del equipo, Perú jugó un Mundial por primera vez en 36 años. Se despidió en primera ronda pero con la frente en alto, con su juego vistoso, alegre y ofensivo. En el hincha peruano, el dolor de la eliminación temprana quedó eclipsado por el orgulloso de ver a su selección defender su idea ante cada rival. Y aunque los resultados en amistosos previos a la Copa América 2019 hayan sido irregulares, Perú desembarcó en Brasil conservando a Gareca y a las piezas que han impulsado un fútbol asociativo, comprometido con el balón, cómodo con la posesión, con laterales profundos y libertad en los metros finales. Que se defiende con una intensa presión y apuesta a la recuperación inmediata.
Su deslucida primera fase ya quedó sepultada después de vencer a Uruguay por penales y barrer a Chile. Perú tiene una cita histórica en el Maracaná con Brasil, rival con el que perdió por 5-0 hace 15 días. Tras esa estrepitosa caída, Ricardo Gareca aguantó una tormenta de críticas, sobre todo de un periodista peruano que le dijo cara a cara en la rueda de prensa que la derrota era "vergonzosa para el país". El 'Tigre' lo escuchó con atención y asumió ser el "máximo responsable" de la goleada. Puede que lo fuera. Aunque eso no quita que es absoluto responsable de resucitar a una selección que recuperó su identidad y ahora volverá a jugar una final de Copa América. En lugar de dormirse en los laureles mundialistas, Gareca se demuestra constantemente a sí mismo y al resto su poder de convencimiento. Su gestión se sostiene porque aún ya habiendo logrado lo que muchos no pudieron, es consciente que el éxito puede acabarse en cualquier momento. Porque para un entrenador como él, tan seguro de su mandato, la gloria solo es consecuencia del mérito.
Rodrigo Duben
rduben@infobae.com
Hasta septiembre del año 2007, año en que se convirtió en DT de Universitario, el único vínculo de Ricardo Gareca con Perú era ese toque sobre la línea que les significó una racha muy extensa de frustraciones. En junio de 1985, Perú visitó a Argentina en Buenos Aires con la obligación de ganar para clasificarse al Mundial '86. El triunfo se les escapó de la manos cuando el 'Tigre' empujó a la red un remate cruzado de Daniel Passarella y puso el 2-2 definitivo. Chile ganó el repechaje y Perú no viajó a la Copa del Mundo en México. Tampoco Gareca, quien no formó parte del plantel campeón de Argentina. Ese tanto fue el principio de la decadencia de la Blanquirroja y dio inicio a un sequía de éxitos, con 25 entrenadores en 33 años y ninguna clasificación a Copas Mundiales de la FIFA. La gloria de la generación encabezada por Cubillas, Velázquez, Chumpitaz, Uribe y Oblitas, entre otros, se diluía con cada fracaso en los procesos clasificatorios, marcados incluso por actos de indisciplina y suspensiones de jugadores. Parecía que la crisis no tendría fin, hasta que aquel el verdugo se vistió de héroe.
Ricardo Gareca, quien se coronó campeón del Torneo Apertura 2008 con la 'U' y luego tuvo un gran proceso en Vélez Sársfield, dejó atrás el mote de villano por aquel gol cuando se transformó en el encargado de que Perú vuelva a jugar una Copa del Mundo después de 36 años. Y no solo eso. También clasificó a una final de Copa América luego de 44 años. Su ciclo, el más largo de la historia de la selección peruana, ha promovido un necesario recambio generacional y construyó una sólida identidad.
Antes del desembarco de Gareca, La selección peruana venía de ser conducida por José 'Chemo' Del Solar (2007-2009), Sergio Markarián (2010-2013) –quien logró un inesperado tercer puesto en la Copa América 2011– y Pablo Bengoechea (2014), todos entrenadores rehenes de la calidad individual. Al momento diseñar sus equipos, agrupaban a los jugadores de mayor jerarquía como Pizarro, Carlos Ascues, Carlos Zambrano o Juan Manuel Vargas, dejando en segundo plano el sentido colectivo.
Cuando el régimen de Manuel Burga al frente de la Federación Peruana de Fútbol (FPF) llegó a su fin con la victoria de Edwin Oviedo en los comicios presidenciales de diciembre de 2014, todo cambió. La figura de Oviedo había sido impulsada por el apoyo de Juan Carlos Oblitas, una de las figuras más respetadas del fútbol peruano, quien además de ser un futbolista emblemático había rozado como DT la clasificación a Francia '98. Él iba a tomar el nuevo cargo de gerente deportivo y debía elegir entrenador. Sabella, La Volpe, Scolari y Reinaldo Rueda estuvieron en el radar para asumir el puesto vacante. Todos con experiencias mundialistas. Pero se apostó por Ricardo Gareca, quien había dejado atrás una traumática experiencia de solo seis meses en el Palmeiras de Brasil. Llegó junto a su ayudante Sergio Santín y el preparador físico Néstor Bonillo, a quienes se le sumó Nolberto Solano.
Su ciclo inició con un auspicioso tercer lugar en la Copa América 2015 pero al comenzar el proceso mundialista los resultados eran muy adversos. Al cabo de las primeras seis jornadas de las Eliminatorias Sudamericanas, parecía que Perú otra vez tendría que ver el Mundial por televisión tras conseguir 4 puntos de los primeros 18 posibles. Aunque se respiraba otro aire. Lejos del histrionismo de Markarián o la improvisación de Del Solar, con Gareca predominaba la seriedad y se inició un periodo de meritocracia. Su legitimidad se alimentaba del trabajo, demostrándole a sus jugadores su valía a cada paso.
Si bien el gran punto de inflexión en el ciclo de Ricardo Gareca se vio en la Copa América Centenario que se disputó en junio de 2016 en Estados Unidos, en su arranque ya había pequeños síntomas de revolución. Por ejemplo, en la Fecha 5 de las Eliminatorias, que se disputó en marzo de ese año, Perú recibió a Venezuela en Lima y perdía 2-0 en 55 minutos de partido. Gareca sacó a Farfán y a Pizarro, emblemas del equipo, de los jugadores peruanos con mayor prestigio en el mundo, para poner a Edison Flores y Raúl Ruidíaz, quienes por entonces jugaban en la liga local. Ninguno de sus antecesores hubiera arriesgado a quitar a los caudillos. El 'Tigre' lo hizo, envió un claro mensaje al vestuario y empató 2-2 en el último minuto.
Esa última doble fecha de Eliminatorias significó la despedida de algunos antiguos referentes. Gareca prescindió de Vargas definitivamente, así como momentaneamente lo hizo con Farfán y Zambrano. Y también de Claudio Pizarro, el eterno capitán, al por entonces máximo goleador extranjero de la prestigiosa Bundesliga, multicampeón con Bayern Múnich. El entrenador argentino entendió que la Copa América Centenario era el escenario ideal para hacer el necesario recambio generacional, sin importar si los jugadores históricos aún estaban vigentes. Conservó solamente a Paolo Guerrero y a Alberto Rodríguez de la vieja guardia. A su vez, comenzó a trabajar en profundidad con tácticas y estrategias que hasta ese momento solo era intenciones. Apostó por completo al 4-2-3-1 como esquema predilecto e edificó una identidad: ser protagonista con la pelota, con salidas desde atrás, instalándose en campo contrario con el balón, generando movilidad y triangulaciones en todos los sectores, para luego ser punzante en el último tercio. Más riesgos, mayor exposición, pero mejores resultados.
Perú eliminó a Brasil en la fase de grupos y fue eliminado en cuartos de final ante Colombia por penales, un resultado intrascendente, que poco importaba al ver los cambios radicales a nivel juego y el crecimiento de la nueva generación: había 14 futbolistas que no sumaban ni siquiera 10 partidos internacionales.
Tras el torneo en Estados Unidos ya no quedaban rastros de debilidad mental en una Bicolor revitalizada. Gareca ya había dirigido 22 partidos entre amistosos, las dos Copas Américas y las Eliminatorias, y su sello empezaba a ser más explícito. Las piezas encajaban cada vez mejor en su engranaje, empezaba a recuperar poco a poco los rasgos esenciales del jugador peruano: el juego de toque al ras del piso, las selecciones de Didí, Marcos Calderón y Tim, precisamente los entrenadores que clasificaron a Perú al Mundial de los gloriosos años 70 e inicios de los 80. El potencial del jugador peruano estaba ahí. Gareca logró rescatarlo arriesgándose al cambio generacional, dándole confianza al nuevo grupo, quitándole las mochilas de los antiguos fracasos y dotándolo de fortaleza mental.
Al retomar las Eliminatorias, el Tribunal de Arbitraje Deportivo (TAS) le dio los tres puntos de su partido con Bolivia por irregularidades en la alineación de La Verde y a eso se le sumaron un triunfo ante Ecuador y un gran empate ante la Argentina en Lima. Ese fue el cierre de la primera rueda. Y aunque la segunda iniciaría con una derrota ante Chile, la Blanquirroja reaccionó a tiempo. En noviembre de 2016, Perú goleó 4-1 a Paraguay en Asunción y luego cayó ante Brasil en Lima (0-2). Aquella caída ante el equipo de Tite sería la última derrota en la segunda vuelta.
Le siguieron un empate ante Venezuela (2-2), los grandes triunfos sobre Uruguay (2-1) y Bolivia (2-1) y la histórica victoria contra Ecuador en Quito (2-1) para colocarse en zona de clasificación a dos fechas del final. El empate 0-0 ante Argentina en la Bombonera sirvió para fomentar aún más la consolidación de un equipo que derrochó carácter ante Lionel Messi y compañía. Solo faltaba sellar el boleto ante Colombia, en Lima. No era un partido sencillo y la derrota dejaba fuera a Perú afuera del Mundial. Pero lograron un empate que les aseguró jugar un repechaje ante Nueva Zelanda.
Antes de disputar la repesca, Paolo Guerrero fue sancionado por la FIFA por un resultado analítico adverso en un control antidopaje hecho en Buenos Aires y quedó inhabilitado para jugar ante los All Whites. Era un golpe muy duro. Perú tenía que afrontar un partido decisivo sin su máximo exponente y líder en el campo. Jefferson Farfán tomó el rol de caudillo en el césped y, tras un empate sin goles en Wellington, llegó el triunfo 2-0 en el Estadio Nacional. Perú se convirtió esa noche en el último país en conseguir su boleto para jugar el Mundial de Rusia 2018.
Con un invicto de 15 partidos oficiales (10 triunfos y cinco empates), un funcionamiento completamente consolidado, y un permiso especial de la Justicia suiza para que Paolo Guerrero pueda ser parte del equipo, Perú jugó un Mundial por primera vez en 36 años. Se despidió en primera ronda pero con la frente en alto, con su juego vistoso, alegre y ofensivo. En el hincha peruano, el dolor de la eliminación temprana quedó eclipsado por el orgulloso de ver a su selección defender su idea ante cada rival. Y aunque los resultados en amistosos previos a la Copa América 2019 hayan sido irregulares, Perú desembarcó en Brasil conservando a Gareca y a las piezas que han impulsado un fútbol asociativo, comprometido con el balón, cómodo con la posesión, con laterales profundos y libertad en los metros finales. Que se defiende con una intensa presión y apuesta a la recuperación inmediata.
Su deslucida primera fase ya quedó sepultada después de vencer a Uruguay por penales y barrer a Chile. Perú tiene una cita histórica en el Maracaná con Brasil, rival con el que perdió por 5-0 hace 15 días. Tras esa estrepitosa caída, Ricardo Gareca aguantó una tormenta de críticas, sobre todo de un periodista peruano que le dijo cara a cara en la rueda de prensa que la derrota era "vergonzosa para el país". El 'Tigre' lo escuchó con atención y asumió ser el "máximo responsable" de la goleada. Puede que lo fuera. Aunque eso no quita que es absoluto responsable de resucitar a una selección que recuperó su identidad y ahora volverá a jugar una final de Copa América. En lugar de dormirse en los laureles mundialistas, Gareca se demuestra constantemente a sí mismo y al resto su poder de convencimiento. Su gestión se sostiene porque aún ya habiendo logrado lo que muchos no pudieron, es consciente que el éxito puede acabarse en cualquier momento. Porque para un entrenador como él, tan seguro de su mandato, la gloria solo es consecuencia del mérito.