Trump y Biden trasladan la polarización que vive EE UU a la precampaña
Los insultos entre el presidente y el favorito para enfrentarse a él en 2020 marcan el tono rudo de la carrera e indican que a ambos les conviene atacarse sin piedad
Pablo Guimón
Washington, El País
No son las propuestas de uno, ni los valores del otro. No es la economía, estúpido, ni siquiera la política. Directamente, se trata de la aptitud para dirigir el país. Joe Biden es un “perdedor”, un “aletargado”, un “tontorrón”. Donald Trump, por su parte, es “una amenaza existencial”. Ese es el tono, a cuatro días de que el presidente anuncie oficialmente su candidatura, en el que se ha instalado la precampaña para las elecciones estadounidenses de 2020.
Esta semana ha ofrecido motivos de peso para pensar que la lucha será en el barro. Joe Biden, 77 años, quien fuera vicepresidente con Obama, encabeza cómodamente todos los sondeos para hacerse con la candidatura demócrata en las concurridísimas primarias. Poco hará la contienda, de ser así, por curar las heridas de un país radicalmente polarizado. Porque a Biden y a Trump, a cada uno por sus motivos, les conviene atacarse sin piedad.
La mayoría de aspirantes a la candidatura demócrata elude mencionar a Trump. En su discurso en Iowa el martes, Joe Biden pronunció el nombre del presidente más de 40 veces. A los que no mentó fue a sus 22 rivales demócratas. Biden se salta un paso. Su objetivo no es lograr la candidatura demócrata, es algo más importante: desalojar a Trump. Y busca presentarse como la única candidatura con posibilidades de hacerlo.
El descenso de Biden al fango se sustenta en una convicción: le conviene alimentar a la bestia. En 2020, confían los estrategas del más centrista de los candidatos demócratas, el peor enemigo de Trump será el propio Trump. Cada insulto del presidente abrirá un poco más la brecha que le separa de las mujeres suburbanas que le llevaron a la Casa Blanca en 2016, y que empezaron a darle la espalda en las legislativas del año pasado.
Al presidente, por su parte, se le acumulan los sondeos que indican que Biden estaría por delante de él en los Estados clave que le dieron la victoria hace tres años. Por eso ataca a Biden e ignora al resto de candidatos demócratas. Ha dado indicaciones a su equipo, según publicaba The New York Times, de que insistan en describirlo como débil y viejo. La manera en que lo ridiculiza revela que el público al que se dirige es el demócrata, tratando de que elijan a otro candidato que cree que le haría menos daño.
El martes por la mañana los noticieros ardían con los envenenados fragmentos que adelantó Biden del discurso que pronunciaría esa noche en Iowa. Desde el césped de la Casa Blanca, el presidente entró al trapo. “Parece diferente de como era. Actúa de manera distinta. Le veo más lento de lo que solía ser... Es un tontorrón”, dijo Trump. “Preferiría enfrentarme a él que a cualquier otro. Creo que es el más débil mentalmente. Los otros tienen mucha más energía”.
La estrategia tiene otra explicación, esta en clave de primarias. Biden, la última esperanza del liberalismo clásico estadounidense, se refirió en Iowa a Trump como “una amenaza existencial”, cuyas acciones atentan contra los “valores centrales” de la nación. De la nación, ojo, no del partido, pues los valores de este, hoy por hoy, no tienen en Biden a su mejor representante.
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Su propia trayectoria es la peor enemiga de Biden. Entró en el Senado en 1973, y su hemeroteca es prolija en decisiones que chocan con la nueva línea de un partido que tres años de Trump han escorado aún más a la izquierda. El tiempo que las televisiones han dedicado esta semana a la gresca es tiempo que no dedicaron, por ejemplo, al hecho de que Biden apoyó una medida que prohíbe la financiación federal del aborto. Biden está cómodo lejos del debate de ideas. Por eso plantea una lucha existencial. Tápense la nariz, demócratas millenials, y resígnense al voto útil.
Conviene recordar que uno de cada cuatro demócratas que apoyaron a Bernie Sanders en las primarias no votaron después por Clinton en las presidenciales. Son 800.000 votos, diez veces más que la suma de los márgenes por los que Trump ganó en Michigan, Pensilvania y Wisconsin, tres Estados claves en su victoria. Convertido desde ya en el candidato a batir, los ataques a Biden de sus rivales no harán sino crecer en los próximos meses, alienando más a un sector de los demócratas.
Renunciar al giro a la izquierda, que llevó en noviembre al Congreso a flamantes figuras progresistas como Alexandria Ocasio-Cortez, es un paso atrás que para algunos demócratas sería más grave que cuatro años más de Trump. Una derrota de Biden ante Trump enterraría para siempre el proyecto de la vieja guardia que, para muchos, estaba acabado ya antes de la derrota de Hillary Clinton.
Esa es la realidad a la que se enfrenta Biden. La de un partido que debe decidir entre asentar su nueva identidad o tolerar a un candidato centrista que se presenta como el más elegible. Su baza es la urgencia de acabar con la “amenaza existencial”. Para ello, procede alimentar a la bestia.
Pablo Guimón
Washington, El País
No son las propuestas de uno, ni los valores del otro. No es la economía, estúpido, ni siquiera la política. Directamente, se trata de la aptitud para dirigir el país. Joe Biden es un “perdedor”, un “aletargado”, un “tontorrón”. Donald Trump, por su parte, es “una amenaza existencial”. Ese es el tono, a cuatro días de que el presidente anuncie oficialmente su candidatura, en el que se ha instalado la precampaña para las elecciones estadounidenses de 2020.
Esta semana ha ofrecido motivos de peso para pensar que la lucha será en el barro. Joe Biden, 77 años, quien fuera vicepresidente con Obama, encabeza cómodamente todos los sondeos para hacerse con la candidatura demócrata en las concurridísimas primarias. Poco hará la contienda, de ser así, por curar las heridas de un país radicalmente polarizado. Porque a Biden y a Trump, a cada uno por sus motivos, les conviene atacarse sin piedad.
La mayoría de aspirantes a la candidatura demócrata elude mencionar a Trump. En su discurso en Iowa el martes, Joe Biden pronunció el nombre del presidente más de 40 veces. A los que no mentó fue a sus 22 rivales demócratas. Biden se salta un paso. Su objetivo no es lograr la candidatura demócrata, es algo más importante: desalojar a Trump. Y busca presentarse como la única candidatura con posibilidades de hacerlo.
El descenso de Biden al fango se sustenta en una convicción: le conviene alimentar a la bestia. En 2020, confían los estrategas del más centrista de los candidatos demócratas, el peor enemigo de Trump será el propio Trump. Cada insulto del presidente abrirá un poco más la brecha que le separa de las mujeres suburbanas que le llevaron a la Casa Blanca en 2016, y que empezaron a darle la espalda en las legislativas del año pasado.
Al presidente, por su parte, se le acumulan los sondeos que indican que Biden estaría por delante de él en los Estados clave que le dieron la victoria hace tres años. Por eso ataca a Biden e ignora al resto de candidatos demócratas. Ha dado indicaciones a su equipo, según publicaba The New York Times, de que insistan en describirlo como débil y viejo. La manera en que lo ridiculiza revela que el público al que se dirige es el demócrata, tratando de que elijan a otro candidato que cree que le haría menos daño.
El martes por la mañana los noticieros ardían con los envenenados fragmentos que adelantó Biden del discurso que pronunciaría esa noche en Iowa. Desde el césped de la Casa Blanca, el presidente entró al trapo. “Parece diferente de como era. Actúa de manera distinta. Le veo más lento de lo que solía ser... Es un tontorrón”, dijo Trump. “Preferiría enfrentarme a él que a cualquier otro. Creo que es el más débil mentalmente. Los otros tienen mucha más energía”.
La estrategia tiene otra explicación, esta en clave de primarias. Biden, la última esperanza del liberalismo clásico estadounidense, se refirió en Iowa a Trump como “una amenaza existencial”, cuyas acciones atentan contra los “valores centrales” de la nación. De la nación, ojo, no del partido, pues los valores de este, hoy por hoy, no tienen en Biden a su mejor representante.
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Su propia trayectoria es la peor enemiga de Biden. Entró en el Senado en 1973, y su hemeroteca es prolija en decisiones que chocan con la nueva línea de un partido que tres años de Trump han escorado aún más a la izquierda. El tiempo que las televisiones han dedicado esta semana a la gresca es tiempo que no dedicaron, por ejemplo, al hecho de que Biden apoyó una medida que prohíbe la financiación federal del aborto. Biden está cómodo lejos del debate de ideas. Por eso plantea una lucha existencial. Tápense la nariz, demócratas millenials, y resígnense al voto útil.
Conviene recordar que uno de cada cuatro demócratas que apoyaron a Bernie Sanders en las primarias no votaron después por Clinton en las presidenciales. Son 800.000 votos, diez veces más que la suma de los márgenes por los que Trump ganó en Michigan, Pensilvania y Wisconsin, tres Estados claves en su victoria. Convertido desde ya en el candidato a batir, los ataques a Biden de sus rivales no harán sino crecer en los próximos meses, alienando más a un sector de los demócratas.
Renunciar al giro a la izquierda, que llevó en noviembre al Congreso a flamantes figuras progresistas como Alexandria Ocasio-Cortez, es un paso atrás que para algunos demócratas sería más grave que cuatro años más de Trump. Una derrota de Biden ante Trump enterraría para siempre el proyecto de la vieja guardia que, para muchos, estaba acabado ya antes de la derrota de Hillary Clinton.
Esa es la realidad a la que se enfrenta Biden. La de un partido que debe decidir entre asentar su nueva identidad o tolerar a un candidato centrista que se presenta como el más elegible. Su baza es la urgencia de acabar con la “amenaza existencial”. Para ello, procede alimentar a la bestia.