¿Sultanato en peligro? Tras la derrota en Estambul, crecen las dudas sobre el futuro de Recep Erdogan
El triunfo de Ekrem Imamoglu en la alcaldía de la ciudad más importante de Turquía, que desde hacía 25 años estaba en manos del oficialismo, cambió el escenario político en el país. Con una economía en crisis y crecientes internas en su núcleo de poder, el Gobierno atraviesa un período de mucha incertidumbre
Darío Mizrahi
dmizrahi@infobae.com
Hace exactamente un año, Recep Erdogan se convertía en una especie de sultán moderno. Al imponerse con el 52,5% de los votos en la primera vuelta de las elecciones presidenciales del 24 de junio, concretó la transformación de Turquía: una república parlamentaria laica pasó a ser un presidencialismo autoritario, con fuertes rasgos islamistas.
El líder del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), que gobierna desde 2003, se aprovechó de un crecimiento económico extraordinario para concentrar atribuciones como ningún otro mandatario desde Mustafa Kemal Atatürk (1923 — 1938), fundador de la Turquía contemporánea. El proceso se acentuó a partir de 2014, cuando dejó de ser primer ministro y asumió la presidencia, que hasta ese momento era un cargo protocolar.
Tras el fallido golpe de Estado del 15 de julio de 2016, realizó una purga sin precedentes, que vació de elementos críticos al Ejército, a las universidades y a las principales instituciones públicas. Se estima que 160.000 personas fueron desplazadas de sus puestos y unas 50.000 pasaron por la cárcel. Además, cerró más 120 medios de comunicación y arrestó a más de 200 periodistas.
En abril de 2017 —tras un ajustado y muy cuestionado referéndum— aprobó una reforma constitucional que abolió la figura del primer ministro y concentró todas las decisiones en el Poder Ejecutivo, incluso la posibilidad de designar a jueces del Tribunal Constitucional. El triunfo en los comicios de 2018 le permitió asumir todas esas potestades, que lo hacían parecer definitivamente imbatible.
Sin embargo, un año después, el panorama no podría ser más contrastante. Ekrem Imamoglu, del Partido Republicano del Pueblo (CHP), la histórica fuerza socialdemócrata y laica de Turquía, ganó con el 54,2% de los votos la alcaldía de Estambul, con una ventaja de diez puntos sobre el candidato del AKP, Binali Yıldırım. Se quedó con la ciudad más poblada, rica y significativa del país, y le arrebató a Erdogan su principal bastión, que estaba bajo su control desde hacía 25 años, cuando él mismo asumió como alcalde.
"Durante la última década como primer ministro y presidente, Erdogan construyó un régimen autoritario personalista altamente consolidado. Estambul le servía no sólo como emblema de dónde lanzó su carrera política, sino también como una fuente masiva de rentas que pueden ser utilizadas para obtener apoyo electoral. Ya hemos visto a través de la repetición de los comicios que no estaba dispuesto a dejarla ir fácilmente. Ahora tenemos que esperar y ver si el gobierno de Imamoglu como alcalde se verá interferido de alguna manera, ya sea cortándole el financiamiento y obstaculizando su capacidad para brindar servicios, o destituyéndolo bajo algún pretexto legal", dijo a Infobae Lisel Hintz, profesora de la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados de la Universidad Johns Hopkins
La derrota se amplificó porque Imamoglu ya había ganado el 31 de marzo, cuando se realizaron las elecciones locales en todo el país. El golpe de ese día había sido muy grande para Erdogan, porque también perdió Ankara, la capital, junto a otras ciudades importantes.
Durante la última década, Erdogan construyó un régimen autoritario personalista altamente consolidado. Estambul le servía no sólo como emblema, sino también como una fuente masiva de rentas
Pero, como la diferencia había sido de sólo 13.000 votos en Estambul, el AKP impugnó los resultados, alegando irregularidades que, insólitamente, habrían perjudicado al partido que controla todo el aparato estatal. La Justicia, que ha dado muchas muestras de parcialidad en estos años, le dio la razón y ordenó repetir la votación. El desenlace fue catastrófico: además de aumentar la indignación de la ciudadanía, y de incrementar la importancia simbólica de la elección, logró que la distancia se extendiera a 800.000 votos.
"El CHP ha aprendido del AKP a estar presente en todos los colegios electorales y su fuerza organizativa ha aumentado significativamente, lo cual redujo la posibilidad de fraude. El CHP comprendió que debía formar una coalición con otras fuerzas políticas, en particular con el Partido Democrático de los Pueblos (HDP), que es pro kurdo. Sin desarrollar una alianza formal para no molestar a los votantes nacionalistas, estos dos partidos, junto con los ultranacionalsitas del Partido İyi, plantearon un desafío al AKP. La oposición hizo algo impensable, creando una unión muy poco probable", explicó Ekrem Karakoc, profesor del Departamento de Ciencia Política de la Universidad de Binghamton, consultado por Infobae.
La caída provocó un terremoto en el círculo de poder de Erdogan, que había discutido mucho la decisión de repetir los comicios. La profundización de la crisis económica y del enfrentamiento con Estados Unidos, que amenazó con sanciones contra el gobierno por la compra de misiles rusos S-400, también habían generado malestar. En este contexto, una supremacía que parecía total, entró en una fase de incertidumbre inesperada.
"La victoria de Imamoglu entrega a la oposición la ciudad más grande de Turquía y la mayor potencia económica. Este hecho pone en peligro el fuerte control de Erdogan sobre el poder, ya que su capacidad para distribuir recursos entre sus seguidores se verá fuertemente limitada. En un momento de recesión económica y de fisuras dentro del partido gobernante, esta derrota aumenta la presión sobre él. La oposición tiene ahora una base de poder local para desafiarlo en la presidencia", dijo a Infobae Berk Esen, profesor de relaciones internacionales de la Universidad Bilkent.
Un sultán en problemas
Ekrem Imamoglu era casi un desconocido meses atrás. Tiene 49 años y estudió administración de empresas en la Universidad de Estambul. Está casado y tiene tres hijos. La mayor parte de su vida adulta trabajó en el sector privado, en una empresa de construcción familiar que llegó a dirigir.
La inmersión en la política se produjo diez años atrás, cuando se incorporó a las filas del CHP. En 2014 compitió por su primer cargo electivo, la alcaldía de Beylikdüzü, un distrito de clase media ubicado en los suburbios de Estambul. El triunfo y su buena gestión subieron sus acciones en el partido.
En su único mandato en el municipio construyó una imagen de administrador eficiente y sobrio, sin grandilocuencias. Ante la falta de otros dirigentes con llegada al electorado, el CHP decidió el año pasado postularlo a la alcaldía de la gran ciudad.
El CHP ha aprendido del AKP a estar presente en todos los colegios electorales y su fuerza organizativa ha aumentado significativamente, lo cual redujo la posibilidad de fraude
Con escasas posibilidades de acceder a los medios, controlados por el Estado o por empresarios leales al gobierno, su campaña se apoyó mucho en las recorridas callejeras, en las reuniones con vecinos y en las redes sociales. En todo momento evitó la polarización, se mostró siempre respetuoso de sus rivales y hasta mantuvo encuentros con los últimos alcaldes de Estambul, incluido Erdogan.
"La oposición puso a un nuevo nombre como candidato para atraer a una amplia gama de grupos sociales en Estambul. La campaña fue vívida, inclusiva y casi impecable, sin errores importantes. Por otro lado, el postulante del AKP, un político veterano, no pudo reunir mucha energía ni movilización, en una campaña electoral que fue débil. Con el estatus de víctima que obtuvo Imamoglu a causa de la repetición de las elecciones, consiguió el voto de algunos partidarios del AKP", sostuvo Hakkı Taş, investigador del Instituto Alemán de Estudios Globales y de Área, en diálogo con Infobae.
En el fondo, a Imamoglu lo ayudó mucho el enorme contraste de su imagen con el estilo populista y caudillesco del presidente. Por eso, su resonante triunfo lo convierte en la mayor aparición en las filas opositoras desde la llegada de Erdogan al poder, y en un aspirante natural para pelear la presidencia en 2023.
"La importancia de la victoria en Estambul no puede ser subestimada —dijo Hintz—. Los actores de la oposición merecen un inmenso reconocimiento por haberse unido en circunstancias muy difíciles. Imamoglu en particular representó un cambio muy necesario en el discurso político, enfatizando el poder de la unidad sobre la división y la polarización. La táctica de Erdogan de apostar a la política de identidad cayó de bruces contra este candidato optimista y de voz relativamente suave. A diferencia del agresivo Muharrem Ince, Imamoglu se negó a morder el anzuelo de Erdogan y a permitir que la atención de los medios de comunicación se desvaneciera el 31 de marzo a la noche, algo crucial para impedir que el AKP simplemente declare una victoria".
De todos modos, más allá de los atributos de Imamoglu, si un político de tan escasa trayectoria logró derrotar a Erdogan en su bastión es también porque su gobierno está en un estado de debilidad que no había conocido antes. Las razones son muchas. El rechazo de buena parte de la población al autoritarismo creciente, al cercenamiento de libertades civiles y al fanatismo religioso, es un factor insoslayable. Sin mencionar el agotamiento con un liderazgo omnipresente, que cultiva la confrontación permanente.
Este hecho pone en peligro el fuerte control de Erdogan sobre el poder, ya que su capacidad para distribuir recursos entre sus seguidores se verá fuertemente limitada
Pero no hay dudas de que lo decisivo es el deterioro de las condiciones materiales de vida. Erdogan erigió los cimientos de su hegemonía sobre el suelo de la fenomenal expansión económica que vivió Turquía a partir de 2003, con tasas de crecimiento de entre 9% y 11% anual hasta 2011. Entonces comenzó un proceso de desaceleración, que se profundizó en 2018, cuando el país creció 2,6%, el mínimo en una década. Las proyecciones del Fondo Monetario Internacional muestran que este año el país entrará en recesión, con una caída de 2,5% del producto.
"Algunos partidarios del AKP, unos 200.000, le dieron la espalda al AKP por la creciente crisis económica —dijo Karakoc—. En entrevistas con gente de negocios y personas comunes antes de las elecciones, fui testigo de que muchos pro AKP son críticos con las políticas económicas del gobierno así como con las políticas clientelares".
La inflación, que es la variable que más afecta a los ciudadanos y que más rápido se siente, se disparó el año pasado a 20,3%, máximo desde 2002. El país atravesó en 2018 una crisis cambiaria que llevó a la lira turca a depreciarse un 30% en 2018. En lo que va del año cayó otro 9%, convirtiéndose en la segunda moneda emergente más devaluada del mundo, detrás del peso argentino.
A este panorama se suma el desempleo, que está en alza desde hace meses. De 9,7% en mayo del año pasado, subió a 14% en abril de 2019.
"Una victoria tan aplastante de la oposición era impensable hasta hace muy poco tiempo. Las razones son muchas. La caída del nivel de vida, la reacción de los votantes a la deriva autoritaria del AKP y a su discurso populista, que equipara a toda oposición con traición, y la propaganda pacífica de Imamoglu, que atrae a todos los segmentos de la población, incluyendo a los decepcionados del AKP. No se trataba de una simple elección municipal. Se convirtió en un referéndum y un voto de confianza para la administración de Erdoğan Por lo tanto, sus efectos se sentirán en todo el país. La mayoría de los observadores están de acuerdo en que éste es el punto de partida de la inevitable caída del AKP", vaticinó Ergun Özbudun, profesor de derecho y ciencia política de la Universidad Sehir de Estambul, consultado por Infobae.
Como suele ocurrir en estos casos, cuando un líder que acumuló tanto poder comienza a debilitarse, algunos de sus aliados con ambiciones personales se animan a expresar sus diferencias y a desplegar sus propias estrategias. La principal figura es el ex primer ministro Ahmet Davutoglu, que había dicho que la decisión de repetir la elección del 31 de marzo "causó daño a los valores fundamentales" del país. Es uno de los que podría desafiar a Erdogan en un futuro próximo, lo que le quitaría votos y apoyo parlamentario.
"Lo que pasó acelerará el proceso de formación de nuevos partidos por parte de antiguos miembros del AKP como Ahmet Davutoglu y el ex vice primer ministro Ali Babacan —dijo Taş—. Con tales alternativas, podemos ser testigos de que algunos segmentos de la actual bancada parlamentaria del AKP abandonan el partido en favor de los emergentes. Un AKP más débil, pero aún controlando el Estado, provocará más inestabilidad, especialmente considerando los problemas económicos y diplomáticos".
Este combo de golpes económicos y políticos sería potencialmente letal para cualquier gobierno. Pero Erdogan tiene a su disposición recursos que pocos presidentes poseen. Sobre todo en países con democracias consolidadas, algo que Turquía dejó de ser hace años. Por eso, sería demasiado osado anticipar que su ciclo político está llegando a su fin.
"Estoy leyendo algunos titulares como 'El fin del régimen de Erdogan', o 'La desaparición de Erdogan' —continuó Taş—. Pero son suposiciones ingenuas. Sigue siendo el único hombre que gobierna el país. Sin embargo, las elecciones mostraron que todavía existe un rayo de esperanza en la dinámica interna de la política turca. Después de los comicios generales de junio de 2015, el 23 de junio fue el segundo mayor reto al que se enfrentó Erdogan, conocido como el maestro de las urnas. Esto crea activismo en la oposición, un espíritu de 'sí, se puede'".
Mucho de lo que suceda en los próximos meses dependerá de la capacidad del gobierno para estabilizar la economía y evitar nuevas fugas en su círculo de poder. En caso de que no logre controlar la crisis por las buenas, siempre estará latente la posibilidad de hacerlo por las malas, aumentando la represión, un camino que estaría repleto de riesgos para él y para el país.
"Me preocupa que declaraciones tan radicales como 'el regreso de la democracia' sean demasiado prematuras y optimistas. Necesitamos ver cómo responde el régimen del AKP. La mera existencia de los Juicios de Gezi, donde defensores de la democracia y los derechos humanos han sido detenidos por los cargos más absurdos, significa que las normas y prácticas democráticas tienen un largo camino por recorrer antes de ser internalizadas. Una elección puede ser un catalizador que galvanice el impulso para el cambio, pero va a ser necesario mucho más progreso, y muy probablemente el fin del gobierno de Erdogan, para que los observadores internos y externos puedan reclamar legítimamente que la democracia ha regresado a Turquía", concluyó Hintz.
Darío Mizrahi
dmizrahi@infobae.com
Hace exactamente un año, Recep Erdogan se convertía en una especie de sultán moderno. Al imponerse con el 52,5% de los votos en la primera vuelta de las elecciones presidenciales del 24 de junio, concretó la transformación de Turquía: una república parlamentaria laica pasó a ser un presidencialismo autoritario, con fuertes rasgos islamistas.
El líder del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), que gobierna desde 2003, se aprovechó de un crecimiento económico extraordinario para concentrar atribuciones como ningún otro mandatario desde Mustafa Kemal Atatürk (1923 — 1938), fundador de la Turquía contemporánea. El proceso se acentuó a partir de 2014, cuando dejó de ser primer ministro y asumió la presidencia, que hasta ese momento era un cargo protocolar.
Tras el fallido golpe de Estado del 15 de julio de 2016, realizó una purga sin precedentes, que vació de elementos críticos al Ejército, a las universidades y a las principales instituciones públicas. Se estima que 160.000 personas fueron desplazadas de sus puestos y unas 50.000 pasaron por la cárcel. Además, cerró más 120 medios de comunicación y arrestó a más de 200 periodistas.
En abril de 2017 —tras un ajustado y muy cuestionado referéndum— aprobó una reforma constitucional que abolió la figura del primer ministro y concentró todas las decisiones en el Poder Ejecutivo, incluso la posibilidad de designar a jueces del Tribunal Constitucional. El triunfo en los comicios de 2018 le permitió asumir todas esas potestades, que lo hacían parecer definitivamente imbatible.
Sin embargo, un año después, el panorama no podría ser más contrastante. Ekrem Imamoglu, del Partido Republicano del Pueblo (CHP), la histórica fuerza socialdemócrata y laica de Turquía, ganó con el 54,2% de los votos la alcaldía de Estambul, con una ventaja de diez puntos sobre el candidato del AKP, Binali Yıldırım. Se quedó con la ciudad más poblada, rica y significativa del país, y le arrebató a Erdogan su principal bastión, que estaba bajo su control desde hacía 25 años, cuando él mismo asumió como alcalde.
"Durante la última década como primer ministro y presidente, Erdogan construyó un régimen autoritario personalista altamente consolidado. Estambul le servía no sólo como emblema de dónde lanzó su carrera política, sino también como una fuente masiva de rentas que pueden ser utilizadas para obtener apoyo electoral. Ya hemos visto a través de la repetición de los comicios que no estaba dispuesto a dejarla ir fácilmente. Ahora tenemos que esperar y ver si el gobierno de Imamoglu como alcalde se verá interferido de alguna manera, ya sea cortándole el financiamiento y obstaculizando su capacidad para brindar servicios, o destituyéndolo bajo algún pretexto legal", dijo a Infobae Lisel Hintz, profesora de la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados de la Universidad Johns Hopkins
La derrota se amplificó porque Imamoglu ya había ganado el 31 de marzo, cuando se realizaron las elecciones locales en todo el país. El golpe de ese día había sido muy grande para Erdogan, porque también perdió Ankara, la capital, junto a otras ciudades importantes.
Durante la última década, Erdogan construyó un régimen autoritario personalista altamente consolidado. Estambul le servía no sólo como emblema, sino también como una fuente masiva de rentas
Pero, como la diferencia había sido de sólo 13.000 votos en Estambul, el AKP impugnó los resultados, alegando irregularidades que, insólitamente, habrían perjudicado al partido que controla todo el aparato estatal. La Justicia, que ha dado muchas muestras de parcialidad en estos años, le dio la razón y ordenó repetir la votación. El desenlace fue catastrófico: además de aumentar la indignación de la ciudadanía, y de incrementar la importancia simbólica de la elección, logró que la distancia se extendiera a 800.000 votos.
"El CHP ha aprendido del AKP a estar presente en todos los colegios electorales y su fuerza organizativa ha aumentado significativamente, lo cual redujo la posibilidad de fraude. El CHP comprendió que debía formar una coalición con otras fuerzas políticas, en particular con el Partido Democrático de los Pueblos (HDP), que es pro kurdo. Sin desarrollar una alianza formal para no molestar a los votantes nacionalistas, estos dos partidos, junto con los ultranacionalsitas del Partido İyi, plantearon un desafío al AKP. La oposición hizo algo impensable, creando una unión muy poco probable", explicó Ekrem Karakoc, profesor del Departamento de Ciencia Política de la Universidad de Binghamton, consultado por Infobae.
La caída provocó un terremoto en el círculo de poder de Erdogan, que había discutido mucho la decisión de repetir los comicios. La profundización de la crisis económica y del enfrentamiento con Estados Unidos, que amenazó con sanciones contra el gobierno por la compra de misiles rusos S-400, también habían generado malestar. En este contexto, una supremacía que parecía total, entró en una fase de incertidumbre inesperada.
"La victoria de Imamoglu entrega a la oposición la ciudad más grande de Turquía y la mayor potencia económica. Este hecho pone en peligro el fuerte control de Erdogan sobre el poder, ya que su capacidad para distribuir recursos entre sus seguidores se verá fuertemente limitada. En un momento de recesión económica y de fisuras dentro del partido gobernante, esta derrota aumenta la presión sobre él. La oposición tiene ahora una base de poder local para desafiarlo en la presidencia", dijo a Infobae Berk Esen, profesor de relaciones internacionales de la Universidad Bilkent.
Un sultán en problemas
Ekrem Imamoglu era casi un desconocido meses atrás. Tiene 49 años y estudió administración de empresas en la Universidad de Estambul. Está casado y tiene tres hijos. La mayor parte de su vida adulta trabajó en el sector privado, en una empresa de construcción familiar que llegó a dirigir.
La inmersión en la política se produjo diez años atrás, cuando se incorporó a las filas del CHP. En 2014 compitió por su primer cargo electivo, la alcaldía de Beylikdüzü, un distrito de clase media ubicado en los suburbios de Estambul. El triunfo y su buena gestión subieron sus acciones en el partido.
En su único mandato en el municipio construyó una imagen de administrador eficiente y sobrio, sin grandilocuencias. Ante la falta de otros dirigentes con llegada al electorado, el CHP decidió el año pasado postularlo a la alcaldía de la gran ciudad.
El CHP ha aprendido del AKP a estar presente en todos los colegios electorales y su fuerza organizativa ha aumentado significativamente, lo cual redujo la posibilidad de fraude
Con escasas posibilidades de acceder a los medios, controlados por el Estado o por empresarios leales al gobierno, su campaña se apoyó mucho en las recorridas callejeras, en las reuniones con vecinos y en las redes sociales. En todo momento evitó la polarización, se mostró siempre respetuoso de sus rivales y hasta mantuvo encuentros con los últimos alcaldes de Estambul, incluido Erdogan.
"La oposición puso a un nuevo nombre como candidato para atraer a una amplia gama de grupos sociales en Estambul. La campaña fue vívida, inclusiva y casi impecable, sin errores importantes. Por otro lado, el postulante del AKP, un político veterano, no pudo reunir mucha energía ni movilización, en una campaña electoral que fue débil. Con el estatus de víctima que obtuvo Imamoglu a causa de la repetición de las elecciones, consiguió el voto de algunos partidarios del AKP", sostuvo Hakkı Taş, investigador del Instituto Alemán de Estudios Globales y de Área, en diálogo con Infobae.
En el fondo, a Imamoglu lo ayudó mucho el enorme contraste de su imagen con el estilo populista y caudillesco del presidente. Por eso, su resonante triunfo lo convierte en la mayor aparición en las filas opositoras desde la llegada de Erdogan al poder, y en un aspirante natural para pelear la presidencia en 2023.
"La importancia de la victoria en Estambul no puede ser subestimada —dijo Hintz—. Los actores de la oposición merecen un inmenso reconocimiento por haberse unido en circunstancias muy difíciles. Imamoglu en particular representó un cambio muy necesario en el discurso político, enfatizando el poder de la unidad sobre la división y la polarización. La táctica de Erdogan de apostar a la política de identidad cayó de bruces contra este candidato optimista y de voz relativamente suave. A diferencia del agresivo Muharrem Ince, Imamoglu se negó a morder el anzuelo de Erdogan y a permitir que la atención de los medios de comunicación se desvaneciera el 31 de marzo a la noche, algo crucial para impedir que el AKP simplemente declare una victoria".
De todos modos, más allá de los atributos de Imamoglu, si un político de tan escasa trayectoria logró derrotar a Erdogan en su bastión es también porque su gobierno está en un estado de debilidad que no había conocido antes. Las razones son muchas. El rechazo de buena parte de la población al autoritarismo creciente, al cercenamiento de libertades civiles y al fanatismo religioso, es un factor insoslayable. Sin mencionar el agotamiento con un liderazgo omnipresente, que cultiva la confrontación permanente.
Este hecho pone en peligro el fuerte control de Erdogan sobre el poder, ya que su capacidad para distribuir recursos entre sus seguidores se verá fuertemente limitada
Pero no hay dudas de que lo decisivo es el deterioro de las condiciones materiales de vida. Erdogan erigió los cimientos de su hegemonía sobre el suelo de la fenomenal expansión económica que vivió Turquía a partir de 2003, con tasas de crecimiento de entre 9% y 11% anual hasta 2011. Entonces comenzó un proceso de desaceleración, que se profundizó en 2018, cuando el país creció 2,6%, el mínimo en una década. Las proyecciones del Fondo Monetario Internacional muestran que este año el país entrará en recesión, con una caída de 2,5% del producto.
"Algunos partidarios del AKP, unos 200.000, le dieron la espalda al AKP por la creciente crisis económica —dijo Karakoc—. En entrevistas con gente de negocios y personas comunes antes de las elecciones, fui testigo de que muchos pro AKP son críticos con las políticas económicas del gobierno así como con las políticas clientelares".
La inflación, que es la variable que más afecta a los ciudadanos y que más rápido se siente, se disparó el año pasado a 20,3%, máximo desde 2002. El país atravesó en 2018 una crisis cambiaria que llevó a la lira turca a depreciarse un 30% en 2018. En lo que va del año cayó otro 9%, convirtiéndose en la segunda moneda emergente más devaluada del mundo, detrás del peso argentino.
A este panorama se suma el desempleo, que está en alza desde hace meses. De 9,7% en mayo del año pasado, subió a 14% en abril de 2019.
"Una victoria tan aplastante de la oposición era impensable hasta hace muy poco tiempo. Las razones son muchas. La caída del nivel de vida, la reacción de los votantes a la deriva autoritaria del AKP y a su discurso populista, que equipara a toda oposición con traición, y la propaganda pacífica de Imamoglu, que atrae a todos los segmentos de la población, incluyendo a los decepcionados del AKP. No se trataba de una simple elección municipal. Se convirtió en un referéndum y un voto de confianza para la administración de Erdoğan Por lo tanto, sus efectos se sentirán en todo el país. La mayoría de los observadores están de acuerdo en que éste es el punto de partida de la inevitable caída del AKP", vaticinó Ergun Özbudun, profesor de derecho y ciencia política de la Universidad Sehir de Estambul, consultado por Infobae.
Como suele ocurrir en estos casos, cuando un líder que acumuló tanto poder comienza a debilitarse, algunos de sus aliados con ambiciones personales se animan a expresar sus diferencias y a desplegar sus propias estrategias. La principal figura es el ex primer ministro Ahmet Davutoglu, que había dicho que la decisión de repetir la elección del 31 de marzo "causó daño a los valores fundamentales" del país. Es uno de los que podría desafiar a Erdogan en un futuro próximo, lo que le quitaría votos y apoyo parlamentario.
"Lo que pasó acelerará el proceso de formación de nuevos partidos por parte de antiguos miembros del AKP como Ahmet Davutoglu y el ex vice primer ministro Ali Babacan —dijo Taş—. Con tales alternativas, podemos ser testigos de que algunos segmentos de la actual bancada parlamentaria del AKP abandonan el partido en favor de los emergentes. Un AKP más débil, pero aún controlando el Estado, provocará más inestabilidad, especialmente considerando los problemas económicos y diplomáticos".
Este combo de golpes económicos y políticos sería potencialmente letal para cualquier gobierno. Pero Erdogan tiene a su disposición recursos que pocos presidentes poseen. Sobre todo en países con democracias consolidadas, algo que Turquía dejó de ser hace años. Por eso, sería demasiado osado anticipar que su ciclo político está llegando a su fin.
"Estoy leyendo algunos titulares como 'El fin del régimen de Erdogan', o 'La desaparición de Erdogan' —continuó Taş—. Pero son suposiciones ingenuas. Sigue siendo el único hombre que gobierna el país. Sin embargo, las elecciones mostraron que todavía existe un rayo de esperanza en la dinámica interna de la política turca. Después de los comicios generales de junio de 2015, el 23 de junio fue el segundo mayor reto al que se enfrentó Erdogan, conocido como el maestro de las urnas. Esto crea activismo en la oposición, un espíritu de 'sí, se puede'".
Mucho de lo que suceda en los próximos meses dependerá de la capacidad del gobierno para estabilizar la economía y evitar nuevas fugas en su círculo de poder. En caso de que no logre controlar la crisis por las buenas, siempre estará latente la posibilidad de hacerlo por las malas, aumentando la represión, un camino que estaría repleto de riesgos para él y para el país.
"Me preocupa que declaraciones tan radicales como 'el regreso de la democracia' sean demasiado prematuras y optimistas. Necesitamos ver cómo responde el régimen del AKP. La mera existencia de los Juicios de Gezi, donde defensores de la democracia y los derechos humanos han sido detenidos por los cargos más absurdos, significa que las normas y prácticas democráticas tienen un largo camino por recorrer antes de ser internalizadas. Una elección puede ser un catalizador que galvanice el impulso para el cambio, pero va a ser necesario mucho más progreso, y muy probablemente el fin del gobierno de Erdogan, para que los observadores internos y externos puedan reclamar legítimamente que la democracia ha regresado a Turquía", concluyó Hintz.