Salvini contra el Papa

El Pontífice y el líder de la Liga, preso de un catolicismo sobrevenido que empieza a dar réditos electorales, mantienen un enfrentamiento que ya nadie oculta

Daniel Verdú
Roma, El País
Una muchedumbre cubierta bajo un manto de paraguas coreaba a Matteo Salvini en la plaza del Duomo de Milán el pasado 18 de mayo. El líder de la Liga, después de bramar algunas consignas contra el Islam con los socios europeos que le acompañaban, empuñó un rosario y embistió por primera vez contra el papa Francisco. Empezó criticando su visión sobre la inmigración. Hurgando en la herida, su equipo proyectó en las pantallas gigantes fotos del Juan Pablo II y Benedicto XVI para que pudiera ensalzar sus figuras, en contraste con la del actual Pontífice. Lo mismo hizo luego con el cardenal conservador guineano, Robert Sarah, uno de los favoritos del sector ultra para el próximo cónclave y antagonista del actual pontífice. Pero el guion no es original. Es el obstinado leitmotiv de la creciente ala opositora a Francisco, organizada desde EE UU y con cierto músculo en el colegio cardenalicio. Lo novedoso es que ese día, cuando Salvini pronunció el nombre del Papa, la parroquia de la Liga, hoy el partido con más votantes católicos de Italia, se puso a silbar extendiendo la insólita división a la calle.


A un lado y otro del Tíber nadie oculta un enfrentamiento que también alcanza a la Conferencia Episcopal Italiana. Francisco y el Vaticano -la parte que sigue compacta- se han erigido en el dique de las políticas sociales y migratorias del actual Gobierno. La relación con el primer ministro, Giuseppe Conte, y con el otro vicepresidente, Luigi Di Maio, ambos católicos, es excelente. Esto es una cuestión social, ética, señalan en la Santa Sede. El Papa, sin embargo, no rehúye un cierto tipo de política. Aunque a menudo parafrasee a Kissinger asegurando que la italiana es demasiado complicada y no la entiende, pero acabe diciendo que un “político no debe sembrar odio y miedo” cuando le preguntan por Salvini [en la rueda de prensa del avión de vuelta de su viaje a Rumania del pasado domingo].

La secuencia suele ser de acción y reacción. Cuando el ministro del Interior ataca a una familia de gitanos asediados por los vecinos, Francisco les recibe en el Palacio Apostólico. Si cierra los puertos, el Papa abraza a las ONG y a sus líderes como el español Óscar Camps (en total sintonía con Francisco). Incluso la Conferencia Episcopal Italiana, alineada con Francisco en este frente, autorizó a un párroco embarcarse en el último barco que quedaba patrullando el Mediterráneo, algo que molestó sobremanera al ministro del Interior que, como siempre, basa su estrategia en un estudiado cálculo electoral. Y los números cuadran.

La liga es hoy ya el partido preferido de los católicos. En un año, desde que Salvini se presentó por primera vez con un rosario y una Biblia en un mitin, los votantes que se declaran practicantes y van cada domingo a misa han pasado del 12% al 27%, según una encuesta realizada por Demos & Piper para La Repubblica. La gente que conoce a Salvini, sin embargo, no recuerda que fuera católico. Si era más o menos devoto, señalan, no era una cuestión pública. Salvini, un hombre divorciado que ha tenido dos nuevas parejas desde que está en el Gobierno, ha visto un espacio electoral desatendido entre los votantes de derechas que no acaban de sintonizar con algunas de las ideas de Francisco. “¿Católico? Que yo sepa no lo era. Pero tiene la casa llena de vírgenes que le regalan sus fans de desde que aparece con un rosario en la mano en cada acto”.

En Italia, donde la Democracia Cristiana gobernó monolíticamente durante 44 años, se hace raro ver enfrentamientos entre el Ejecutivo y el Vaticano. Es verdad que Pío XII, que decretó en 1949 la excomunión para quien votase al Partido Comunista —se negó a hacerlo con Mussolini—, tuvo también roces con el primer ministro Alcide De Gasperi, recuerda el historiador y exdirector de L’Osservatore Romano, Giovanni Maria Vian. Especialmente cuando el Vaticano impulsó una lista de ultraderecha al Ayuntamiento de Roma en lo que se conoció como la operación Sturzo [por el sacerdote que la encabezaría] y el hoy venerado líder de la DC se negó. Ahora, sin embargo, sucede lo contrario.

El 18 de mayo, los asistentes a un mitin de Salvini silbaron a Francisco cuando el líder de la Liga le criticó

El choque incomoda a los sectores más conservadores de la Iglesia, tradicionalmente acostumbrados a la cercanía con el poder y la derecha. El cardenal Gerhard Müller, hasta hace dos años al frente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, criticó hace dos semanas que “en esta fase la Iglesia hace demasiada política y se ocupa demasiado poco de los fieles”. “Decir que Salvini no es cristiano [lo dijo uno de los principales asesores del Papa, Antonio Spadaro] es un error, una bestialidad. Es un juicio político”, señaló tras defender al líder de la Liga por su lucha a favor de las raíces cristianas de Europa.

Hace un mes el Vaticano escribió otro capítulo que indignó a Salvini. El cardenal polaco Konrad Krakewski se coló en el cuarto de contadores de un edificio ocupado donde vivían 400 personas desde hacía semanas sin luz y volvió a conectarla. Se convirtió de inmediato en un héroe para la izquierda y un traidor para la derecha. “Le pasaremos al Vaticano la factura de 300.000 euros que debía ese edificio”, desafío el ministro del Interior. Pero no hubo respuesta. Tampoco desautorizando el gesto del polaco. Algunos en el entorno del Papa creen que no fue casual. “Tenía que saberlo. Hablan a menudo y sería raro que no se lo hubiera dicho antes. Es un símbolo muy potente políticamente que corría el riesgo de enemistar al Vaticano con el Ejecutivo”. Pero en el Gobierno, de nuevo, solo lo interpretó así Salvini.
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El Vaticano sí tiene buena relación con Conte y Di Maio

El Papa nunca ha recibido a Matteo Salvini. En primer lugar porque, tal y como reconoció el ministro del Interior, jamás ha pedido la audiencia por las vías oficiales. Tras ser preguntado por ello el domingo pasado en el vuelo de regreso de su viaje a Rumanía, Francisco aprovechó para ensalzar la figura del primer ministro, Giuseppe Conte, y dejar en evidencia que el problema se circunscribe a un solo miembro del Ejecutivo. “No he oído que nadie del Gobierno, excepto el premier, haya pedido audiencia. Nadie. Con él fue una bonita audiencia, de una hora o algo más. Un hombre inteligente, un pofesor que sabe de lo que habla”.

Esta última polémica, que Salvini trató de desactivar asegurando que estaría encantado de ser recibido , llegó a trasladarse a las páginas de Avvenire, el periódico de los obispos italianos, completamente alineado en esta batalla. “Sería sabio por parte del viceprimer ministro seguir las vías institucionales y abstenerse de alimentar con una conducta ambigua en las redes sociales las voces que dicen que el Papa no quiere recibirle”.

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