Peor imposible
Argentina tuvo un flojísimo debut en Copa América ante Colombia y cayó por 2-0 (Roger Martínez y Duvan Zápata). El primer tiempo fue una sombra y apenas tuvo 15 minutos buenos en el comienzo del complemento. El miércoles, el segundo partido frente a Paraguay.
Olé
Argentina se había recuperado. Y se había recuperado, en gran parte, de sí mismo. De un primer tiempo en el que le pesó todo: el debut, el partido, la jerarquía del rival, su cuerpo, alma y espíritu. Se había recuperado a partir de la desfachatez de De Paul (entró por un flojísimo Di María), de un Agüero más activo, de un Messi menos aislado. Se había recuperado, incluso, para generar las dos chances más claras (hasta ahí) del partido: un remate de Paredes y un cabezazo de Messi, franco, tras una tapada de Ospina a Otamendi. Pero duró poco. Fue una mejoría efímera. Cuando todo eso sucedía, James la cambió de lado con precisión suiza y Roger Martínez clavó un bombazo que devolvió todos los fantasmas. Otra vez a sufrir. Otra vez a empezar de nuevo. Otra vez a entender que la Selección hoy está lejos, lejísimos, de lo que fue y supo ser.
Colombia le dio un cachetazo de realidad. Un equipo que tiene una identidad, que tiene un funcionamiento marcado y jugadores, desequilibrantes, que sobresalen justamente por ese respaldo colectivo. Durante el primer tiempo ya se vio esa diferencia. El equipo de Queiroz tuvo siempre otra autoridad para jugar. Y Argentina, ahí mismo, empezó a dar las peores señales de que nada había cambiado demasiado. Aislado Messi (ni un pase con Agüero en 45 minutos), muy abiertos Lo Celso y Di María, demasiado lentos y en línea Guido Rodríguez y Paredes. Fue un equipo partido. Sin corte ni recuperación. Sin pase. Sin socios para Leo. Sin circuito. Sin ideas. Casi, casi, sin plan.
Si es una verdad incontrastable que el orden siempre le gana al desorden, pues eso se vio en esa etapa. Colombia tuvo, a partir de su 4-3-3, intensidad para jugar, coordinación para presionar y solidez defensiva para avanzar. Argentina, un 4-4-2 desprolijo, extrañamente desprolijo. Inseguro en el traslado, dubitativo en la generación, previsible en el armado desde el fondo. Le costó muchísimo salir, le costó todavía más encontrar a Messi. Y pasó lo de siempre: cuando Leo no aparece, cuando no tiene sociedades, cuando se queda cercado, desconectado, no hay soluciones mágicas. La Selección se vuelve un equipo terrenal, normalito, sufrido. Menos que varios.
Que De Paul le haya dado otro aire en el segundo tiempo y que Paredes que se haya conectado mejor con Leo, es demasiado poco para pensar que algo puede cambiar radicalmente en tan poco tiempo, pero... Quedó claro que es una Selección en formación, pero que ni eso le alcanza como atenuante: porque aun en ese proceso, lo más inquietante es que tampoco tuvo un plan lo suficientemente claro como para sacar, justamente, algo en claro. Scaloni dijo que no importaba el resultado sino el cómo. Bueno, en este caso, el cómo preocupa tanto o más que el resultado.
Si la Selección nunca le alcanzó con las individuales, en este contexto, mucho menos. Padeció el recambio en varios sectores: inexperto Saravia, desbordado en ambos goles; inconsistente Rodríguez, quien debió ser reemplazado por Pizarro; livianito Lo Celso, quien trasladó más de lo que tocó; inestable Paredes, que empezó mal y terminó mejor, pero le falta; sin garantías Armani, quien fue a buscar a la red las dos pelotas que le patearon al arco; y hasta confundido Scaloni, quien no supo romper la monotonía con los cambios: terminó buscando el empate sin un 9.
Además de un café amargo, Colombia le sirvió una demostración de lo que es un equipo candidato. Argentina, así, volverá a sufrir para clasificarse. Casi casi como pasó hace un año…
Olé
Argentina se había recuperado. Y se había recuperado, en gran parte, de sí mismo. De un primer tiempo en el que le pesó todo: el debut, el partido, la jerarquía del rival, su cuerpo, alma y espíritu. Se había recuperado a partir de la desfachatez de De Paul (entró por un flojísimo Di María), de un Agüero más activo, de un Messi menos aislado. Se había recuperado, incluso, para generar las dos chances más claras (hasta ahí) del partido: un remate de Paredes y un cabezazo de Messi, franco, tras una tapada de Ospina a Otamendi. Pero duró poco. Fue una mejoría efímera. Cuando todo eso sucedía, James la cambió de lado con precisión suiza y Roger Martínez clavó un bombazo que devolvió todos los fantasmas. Otra vez a sufrir. Otra vez a empezar de nuevo. Otra vez a entender que la Selección hoy está lejos, lejísimos, de lo que fue y supo ser.
Colombia le dio un cachetazo de realidad. Un equipo que tiene una identidad, que tiene un funcionamiento marcado y jugadores, desequilibrantes, que sobresalen justamente por ese respaldo colectivo. Durante el primer tiempo ya se vio esa diferencia. El equipo de Queiroz tuvo siempre otra autoridad para jugar. Y Argentina, ahí mismo, empezó a dar las peores señales de que nada había cambiado demasiado. Aislado Messi (ni un pase con Agüero en 45 minutos), muy abiertos Lo Celso y Di María, demasiado lentos y en línea Guido Rodríguez y Paredes. Fue un equipo partido. Sin corte ni recuperación. Sin pase. Sin socios para Leo. Sin circuito. Sin ideas. Casi, casi, sin plan.
Si es una verdad incontrastable que el orden siempre le gana al desorden, pues eso se vio en esa etapa. Colombia tuvo, a partir de su 4-3-3, intensidad para jugar, coordinación para presionar y solidez defensiva para avanzar. Argentina, un 4-4-2 desprolijo, extrañamente desprolijo. Inseguro en el traslado, dubitativo en la generación, previsible en el armado desde el fondo. Le costó muchísimo salir, le costó todavía más encontrar a Messi. Y pasó lo de siempre: cuando Leo no aparece, cuando no tiene sociedades, cuando se queda cercado, desconectado, no hay soluciones mágicas. La Selección se vuelve un equipo terrenal, normalito, sufrido. Menos que varios.
Que De Paul le haya dado otro aire en el segundo tiempo y que Paredes que se haya conectado mejor con Leo, es demasiado poco para pensar que algo puede cambiar radicalmente en tan poco tiempo, pero... Quedó claro que es una Selección en formación, pero que ni eso le alcanza como atenuante: porque aun en ese proceso, lo más inquietante es que tampoco tuvo un plan lo suficientemente claro como para sacar, justamente, algo en claro. Scaloni dijo que no importaba el resultado sino el cómo. Bueno, en este caso, el cómo preocupa tanto o más que el resultado.
Si la Selección nunca le alcanzó con las individuales, en este contexto, mucho menos. Padeció el recambio en varios sectores: inexperto Saravia, desbordado en ambos goles; inconsistente Rodríguez, quien debió ser reemplazado por Pizarro; livianito Lo Celso, quien trasladó más de lo que tocó; inestable Paredes, que empezó mal y terminó mejor, pero le falta; sin garantías Armani, quien fue a buscar a la red las dos pelotas que le patearon al arco; y hasta confundido Scaloni, quien no supo romper la monotonía con los cambios: terminó buscando el empate sin un 9.
Además de un café amargo, Colombia le sirvió una demostración de lo que es un equipo candidato. Argentina, así, volverá a sufrir para clasificarse. Casi casi como pasó hace un año…