Lo que necesitamos entender de la dictadura de Nicolás Maduro
Raúl Gallegos
Infobae
Han pasado cinco meses desde que Juan Guadió asumió el papel simbólico de presidente encargado de Venezuela con la esperanza de derrocar al dictador Nicolás Maduro. Pese a que más de cincuenta países reconocieron a Guaidó como el presidente legítimo de Venezuela, a las sanciones de Estados Unidos al petróleo, a las manifestaciones ciudadanas masivas y a la peor crisis económica de la historia moderna, Maduro continúa en el poder.
La resistencia del vapuleado gobierno de Maduro ha desconcertado a la comunidad internacional, a académicos, analistas y periodistas de todo el mundo. Llamémoslo una falta de imaginación negativa: la capacidad de concebir y prepararse para los peores escenarios posibles. La incapacidad de comprender la resiliencia de un régimen autoritario demuestra lo políticamente ingenuos que se han vuelto los miembros de las democracias liberales. La libertad y la riqueza nos confieren fortaleza, pero esto también se puede convertir en una debilidad. Ahora estamos menos preparados para lo impensable y nos tomaron por sorpresa eventos como los ataques terroristas del 11 de septiembre, el ascenso de Donald Trump al poder y la votación a favor del brexit en el Reino Unido.
Cuando en las reuniones con los encargados de elaborar políticas en Washington o con los financieros en Nueva York se plantea la posibilidad de que Maduro pueda desafiar las expectativas y aferrarse al poder durante mucho más tiempo, casi siempre provoca enfado o escepticismo. Lo sé por experiencia. En mi trabajo con Control Risks, una consultoría global de gestión de riesgos, hemos alertado desde hace tres años y medio de que Maduro y su movimiento político chavista podrían aferrarse al poder durante más tiempo del que la mayoría de la gente se imagina. Los amigos de Maduro en Cuba, China, Rusia y Turquía le han ayudado a permanecer en el cargo. En Occidente se han subestimado de manera constante su determinación y su falta de escrúpulos.
Cuando explico esto a clientes incrédulos, por lo general las respuestas que recibo son silencios incómodos o una avalancha de contrargumentos furiosos. Una vez, un periodista se preguntó, medio en tono de broma, si mi opinión profesional se debía a que era un chavista de clóset. En las democracias con instituciones que funcionan correctamente y sociedades civiles sólidas, una realidad que no encaja en esos parámetros se vuelve inconcebible.
Asumimos que los dictadores cortos de efectivo caerán pronto porque ya no pueden comprar la lealtad de las personas. Sin embargo, no logramos comprender que cuando el dinero escasea, los regímenes sin principios como los de Corea del Norte, Cuba y Venezuela recurren al miedo y al terror —hasta el punto de encarcelar o asesinar a disidentes y a sus familias— para imponer obediencia.
Asimismo, nos gusta pensar que las dictaduras se tambalean constantemente en el borde del colapso debido a la debilidad y la corrupción de sus instituciones. Pero los regímenes como el de Maduro se valen de los sobornos para mantener a los burócratas codiciosos de su lado y para tener una herramienta de coacción en su contra si llegan a convertirse en sus enemigos. Hay bastantes ejemplos de partidarios corruptos del régimen de Maduro que fueron perseguidos cuando se pusieron en contra de su gobierno.
Por ejemplo, el fraude venezolano más reciente del que se tiene noticia es que los funcionarios de las agencias que emiten pasaportes les cobran a los ciudadanos hasta 2000 dólares por un pasaporte nuevo. La corrupción es una trampa que les dificulta a los funcionarios públicos criminalizados tener una vida normal fuera del régimen, ya que siempre correrán el riesgo de terminar en prisión o muertos. Las instituciones criminalizadas se han mantenido en el poder precisamente porque son corruptas.
Una idea errónea particularmente romántica es que las personas hambrientas lucharán por su libertad y de manera inevitable derrocarán al régimen. Hay estudios que demuestran que la gente que se enfrenta a la escasez de alimentos se enfoca en sobrevivir día tras día. La hambruna hace que las personas sean más dependientes del Estado que las controla, tal como los venezolanos ahora dependen más de la repartición de alimentos de Maduro. Una ciudadanía maltratada cae en una "impotencia aprendida" y se vuelve más dócil y acobardada. Las personas hambrientas rara vez acaban con las dictaduras; eso lo hacen los movimientos insurgentes o los golpes de Estado bien organizados.
Cuando cae un régimen perverso, si acaso lo hace, también nos gusta pensar que los buenos tomarán el control. Si Maduro dimite —en particular después de una negociación—, varios de los chavistas que controlan las palancas del poder podrían terminar al frente del país. Nadie cede el poder por voluntad propia sin recibir algo a cambio. Esto significa que los personajes del régimen considerados despreciables por la comunidad internacional aún podrían ejercer el poder tras la partida de Maduro, quizá compartiéndolo con miembros de la oposición con tendencias populistas. Es poco realista suponer que líderes democráticos a favor de las empresas privadas asumirán el control de Venezuela inmediatamente después de que Maduro se marche, si es que lo hace.
Para ayudar a los países a superar a los gobernantes dictatoriales, lo primero que debe hacer la comunidad internacional es quitarse sus gafas que edulcoran la realidad. El pensamiento positivo casi se ha convertido en una ideología en los círculos de política exterior. Sin embargo, solo hasta que empecemos a considerar todas las cosas que pueden salir mal, podremos prepararnos para enfrentar con éxito los resultados negativos con antelación. De igual forma, es crucial comprender cómo funcionan los regímenes criminales e iliberales, en lugar de asumir que responderán a los mismos incentivos que nos motivan a nosotros. Esperar que todo salga bien no servirá para rescatar a las naciones del retraso político. Lograr una transición democrática en Venezuela requerirá de más que solo ilusiones vanas.
Raúl Gallegos es asesor de riesgos políticos para Control Risks y autor de "Crude Nation: How Oil Riches Ruined Venezuela".
Copyright: 2019 New York Times News Service
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Han pasado cinco meses desde que Juan Guadió asumió el papel simbólico de presidente encargado de Venezuela con la esperanza de derrocar al dictador Nicolás Maduro. Pese a que más de cincuenta países reconocieron a Guaidó como el presidente legítimo de Venezuela, a las sanciones de Estados Unidos al petróleo, a las manifestaciones ciudadanas masivas y a la peor crisis económica de la historia moderna, Maduro continúa en el poder.
La resistencia del vapuleado gobierno de Maduro ha desconcertado a la comunidad internacional, a académicos, analistas y periodistas de todo el mundo. Llamémoslo una falta de imaginación negativa: la capacidad de concebir y prepararse para los peores escenarios posibles. La incapacidad de comprender la resiliencia de un régimen autoritario demuestra lo políticamente ingenuos que se han vuelto los miembros de las democracias liberales. La libertad y la riqueza nos confieren fortaleza, pero esto también se puede convertir en una debilidad. Ahora estamos menos preparados para lo impensable y nos tomaron por sorpresa eventos como los ataques terroristas del 11 de septiembre, el ascenso de Donald Trump al poder y la votación a favor del brexit en el Reino Unido.
Cuando en las reuniones con los encargados de elaborar políticas en Washington o con los financieros en Nueva York se plantea la posibilidad de que Maduro pueda desafiar las expectativas y aferrarse al poder durante mucho más tiempo, casi siempre provoca enfado o escepticismo. Lo sé por experiencia. En mi trabajo con Control Risks, una consultoría global de gestión de riesgos, hemos alertado desde hace tres años y medio de que Maduro y su movimiento político chavista podrían aferrarse al poder durante más tiempo del que la mayoría de la gente se imagina. Los amigos de Maduro en Cuba, China, Rusia y Turquía le han ayudado a permanecer en el cargo. En Occidente se han subestimado de manera constante su determinación y su falta de escrúpulos.
Cuando explico esto a clientes incrédulos, por lo general las respuestas que recibo son silencios incómodos o una avalancha de contrargumentos furiosos. Una vez, un periodista se preguntó, medio en tono de broma, si mi opinión profesional se debía a que era un chavista de clóset. En las democracias con instituciones que funcionan correctamente y sociedades civiles sólidas, una realidad que no encaja en esos parámetros se vuelve inconcebible.
Asumimos que los dictadores cortos de efectivo caerán pronto porque ya no pueden comprar la lealtad de las personas. Sin embargo, no logramos comprender que cuando el dinero escasea, los regímenes sin principios como los de Corea del Norte, Cuba y Venezuela recurren al miedo y al terror —hasta el punto de encarcelar o asesinar a disidentes y a sus familias— para imponer obediencia.
Asimismo, nos gusta pensar que las dictaduras se tambalean constantemente en el borde del colapso debido a la debilidad y la corrupción de sus instituciones. Pero los regímenes como el de Maduro se valen de los sobornos para mantener a los burócratas codiciosos de su lado y para tener una herramienta de coacción en su contra si llegan a convertirse en sus enemigos. Hay bastantes ejemplos de partidarios corruptos del régimen de Maduro que fueron perseguidos cuando se pusieron en contra de su gobierno.
Por ejemplo, el fraude venezolano más reciente del que se tiene noticia es que los funcionarios de las agencias que emiten pasaportes les cobran a los ciudadanos hasta 2000 dólares por un pasaporte nuevo. La corrupción es una trampa que les dificulta a los funcionarios públicos criminalizados tener una vida normal fuera del régimen, ya que siempre correrán el riesgo de terminar en prisión o muertos. Las instituciones criminalizadas se han mantenido en el poder precisamente porque son corruptas.
Una idea errónea particularmente romántica es que las personas hambrientas lucharán por su libertad y de manera inevitable derrocarán al régimen. Hay estudios que demuestran que la gente que se enfrenta a la escasez de alimentos se enfoca en sobrevivir día tras día. La hambruna hace que las personas sean más dependientes del Estado que las controla, tal como los venezolanos ahora dependen más de la repartición de alimentos de Maduro. Una ciudadanía maltratada cae en una "impotencia aprendida" y se vuelve más dócil y acobardada. Las personas hambrientas rara vez acaban con las dictaduras; eso lo hacen los movimientos insurgentes o los golpes de Estado bien organizados.
Cuando cae un régimen perverso, si acaso lo hace, también nos gusta pensar que los buenos tomarán el control. Si Maduro dimite —en particular después de una negociación—, varios de los chavistas que controlan las palancas del poder podrían terminar al frente del país. Nadie cede el poder por voluntad propia sin recibir algo a cambio. Esto significa que los personajes del régimen considerados despreciables por la comunidad internacional aún podrían ejercer el poder tras la partida de Maduro, quizá compartiéndolo con miembros de la oposición con tendencias populistas. Es poco realista suponer que líderes democráticos a favor de las empresas privadas asumirán el control de Venezuela inmediatamente después de que Maduro se marche, si es que lo hace.
Para ayudar a los países a superar a los gobernantes dictatoriales, lo primero que debe hacer la comunidad internacional es quitarse sus gafas que edulcoran la realidad. El pensamiento positivo casi se ha convertido en una ideología en los círculos de política exterior. Sin embargo, solo hasta que empecemos a considerar todas las cosas que pueden salir mal, podremos prepararnos para enfrentar con éxito los resultados negativos con antelación. De igual forma, es crucial comprender cómo funcionan los regímenes criminales e iliberales, en lugar de asumir que responderán a los mismos incentivos que nos motivan a nosotros. Esperar que todo salga bien no servirá para rescatar a las naciones del retraso político. Lograr una transición democrática en Venezuela requerirá de más que solo ilusiones vanas.
Raúl Gallegos es asesor de riesgos políticos para Control Risks y autor de "Crude Nation: How Oil Riches Ruined Venezuela".
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