La desconexión de Piqué

Por primera vez en los últimos 11 años tendrá 50 días de vacaciones. Su junio de este año nada tiene que ver con el de su último Mundial y La Decisión.

Juan Jiménez
As
Por primera vez en los últimos once años, Piqué tendrá 50 días de vacaciones. Los que van entre el 25 de mayo, día de la final de Copa en la que acabó como nueve buscando desesperadamente un gol parecido al de Alexanco contra la Real Sociedad en la final de 1988, y el 14 de julio, cuando arrancará su duodécima temporada en el Barça. Piqué siempre había tenido parte del mes de junio ocupado. Pese a que muchos se empeñaron a discutir su compromiso con la Selección, llegó a jugar un partido de clasificación para la Eurocopa contra Bielorrusia un 14 de junio y otro contra Macedonia válido para el Mundial de Rusia el 11 de junio. La temporada que más tarde acabó fue, lógicamente, la del Mundial 2010, cuando jugó la final ante Holanda el 11 de julio. Pero también llegó a julio en 2012 (final de la Eurocopa ante Italia), 2013 (final de la Confederaciones ante Brasil) y 2018 (Mundial de Rusia).


Piqué se ha encontrado un escenario inesperado. Primero, porque había soñado terminar el 1 de junio en el Wanda ("estoy convencido de que si hubiéramos pasado en Liverpool hubiéramos ganado el triplete"). Y luego, porque llevaba más de una década sin estos casi dos meses de vacaciones. Esta vez, además, vacaciones de verdad. Frente al pasado año, cuando el futbolista dividió sus esfuerzos entre el último Mundial y estar pendiente de los flecos del documental La Decisión que Griezmann emitió justo hace un año, al apagón de este año. Casi digital. Piqué apenas ha subido cuatro tuits a su cuenta oficial de twitter desde que perdió la final de Copa: jugando al tenis con Vasek Pospisil, felicitando a Rakuten como patrocinador de la nueva Davis, con su pareja Shakira y otro que sí hizo ruido: subiéndose al carro de los nostálgicos que piden el regreso de la camiseta blanca como segunda equipación en un futuro próximo.

Piqué, tercer capitán del Barça por votación desde el pasado verano, mantuvo silencio después del 4-0 en Liverpool, pero sí habló el día antes de la final y después de la caída en el Villamarín contra el Valencia, donde junto a Busquets y Messi fue de los pocos que dio la cara y cayó con orgullo y la cabeza alta. Su discurso, conciliador y apostando por la continuidad de Valverde pero separándose y dando independencia a la directiva para que tomase decisiones, habla de un futbolista más moderado que en otros tiempos y consciente del peso que tiene en la entidad cualquier paso que da.

Con Piqué, que amplió contrato hasta 2022 en enero de 2018, siempre revolotea alrededor el temor de una retirada prematura desde que ese mismo día que renovó dijo ("si no jugase aquí en el club de mi vida ya me había retirado"), pero no parece que Piqué quiera marcharse con un perfil perdedor del Barça. Venga o no venga De Ligt, y por una cosa u otra, el próximo año será un reto para él. Y no podrá decir que no llega descansado. Tiene 50 días para ponerse en orden. De momento, los vive alejado del mundanal ruido.

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