El país europeo partido en dos donde elegir primer ministro es una misión casi imposible
Las elecciones federales en Bélgica mostraron una nación dividida como nunca: en el norte, neerlandés y rico, se impuso la derecha; en el sur, francófono y rezagado, primó la izquierda. Los diálogos para formar gobierno están trabados y crece el temor a repetir la historia de 2010-2011, cuando el proceso se extendió 541 días
Darío Mizrahi
dmizrahi@infobae.com
Cada vez que hay elecciones en Bélgica se impone la misma pregunta: antes de quién va a gobernar, lo que inquieta es cuánto tiempo va a pasar hasta que se sepa.
En todos los sistemas parlamentarios los ciudadanos votan partidos, no primer ministro. Este es elegido por las fuerzas que obtienen el control del Parlamento. Como las mayorías son difíciles de alcanzar, lo más habitual es que el gobierno surja de un proceso de negociación, que puede ser más o menos complicado, dependiendo del grado de coincidencias que tengan las partes.
Pero el caso belga es mucho más intrincado que el resto. Porque más allá de las diferencias ideológicas y programáticas que hay entre los partidos, hay una división mucho más fuerte, que es, al mismo tiempo, regional, lingüística, cultural y económica.
"La dificultad de formar un gobierno, y su posterior inestabilidad, tienen causas similares. Mientras que en muchos países las tensiones socioeconómicas, religiosas o étnicas traen consigo problemas entre los partidos, en Bélgica también existe la división lingüística, expresada en fuertes y profundas tensiones regionales, entre la Flandes de habla neerlandesa y la Valonia de habla francesa. La superación de estas asperezas ha sido muy difícil ya desde los años 60, cuando el lenguaje y el regionalismo empezaron a ser cada vez más importantes en la política belga", explicó Arco Timmermans, profesor del Instituto de Administración Pública de la Universidad de Leiden, consultado por Infobae.
Bélgica es un país que, literalmente, está partido en dos. En el norte está Flandes, una región que comprende el 44% del territorio, pero en la que vive el 57% de la población (6,5 millones sobre 11,3). El idioma oficial es el neerlandés, el PIB per cápita asciende a 43.000 dólares, sus exportaciones representan el 80% del producto total del país y la tasa de desempleo es de 5,9 por ciento.
En el sur está Valonia, que ocupa el 54% del territorio pero alberga al 31% de los habitantes (3,6 millones). Su idioma dominante es el francés, el PIB per cápita es 31.000 dólares, sus exportaciones representan el 17% del producto nacional y el desempleo afecta al 12,7 por ciento de las personas. En el medio está Bruselas, región capital y sede de la Unión Europea, donde vive el restante 10% de la población y, si bien es oficialmente bilingüe, la mayoría es francófona.
Un país dividido
"Los problemas de estabilidad de los gobierno se deben a que siempre tienen que estar compuestos por representantes de partidos flamencos y valones, por lo que requieren una doble mayoría: a nivel nacional y en cada grupo lingüístico. Lo ideal sería que los partidos que consiguen esas mayorías tuvieran preferencias y planes políticos comunes, pero eso no es fácil. Somo todo, si los electores de ambos lados del país votan de forma muy diferente. Un problema adicional es que no hay agrupaciones nacionales: los políticos son elegidos en Flandes o en Valonia. Por eso, nadie hace campaña a favor de los intereses belgas, sino en defensa de los intereses flamencos o valones", dijo a Infobae Theo Jans, politólogo por la Universidad Libre de Bruselas e investigador del Instituto Europeo de Administración Pública.
La necesidad de que haya representantes de las dos regiones en la coalición gobernante —la Constitución establece que tiene que haber paridad absoluta entre los ministros— dificulta enormemente las negociaciones. Especialmente en un contexto de creciente polarización política, en el que los grandes partidos pierden apoyo y avanzan fuerzas populistas, con discursos secesionistas.
Las elecciones del 26 de mayo profundizaron la incertidumbre. Es habitual que en Flandes gane la derecha y en Valonia la izquierda, pero tradicionalmente primaban formaciones que tendían al centro. En el norte, la Democracia Cristiana y Flamenca (CD&V), y en el sur, el Partido Socialista (PS). Sin embargo, los votantes se corrieron hacia los extremos en estos comicios.
"Los resultados electorales han sido muy diferentes en cada lado —continuó Jans—. En Flandes, el pueblo votó principalmente por los partidos nacionalistas y conservadores de derecha. En Valonia, favoreció a los partidos de izquierda y verdes. A pesar de estas orientaciones electorales disímiles, la Constitución exige que el gobierno nacional esté formado por partidos que emanen tanto del sur como del norte. En otras palabras, se supone que los nacionalistas flamencos de derecha se unan a los socialistas valones de izquierda, lo que es, por supuesto, un matrimonio muy difícil de concretar, porque ambos bandos se demonizan mutuamente y utilizan el miedo hacia el otro como razón para votar por ellos".
La polarización vino de la mano de la fragmentación, una cuestión recurrente en Europa. Los grandes grupos de partidos tradicionales, que eran los democristianos, los socialdemócratas y los liberales, sumaban en 1987 el 71% de los votos y el 77% de las bancas en el Parlamento. La relativa cercanía de posiciones entre esas formaciones facilitaba los acuerdos. Pero ahora ya no llegan a reunir la mayoría necesaria para gobernar: la suma cayó a 56,5% de los votos en 2014 y a 44,9% en 2019, el mínimo histórico.
La CD&V, que durante décadas fue el principal partido de Flandes, perdió seis bancas y quedó con apenas 12 sobre 150 en la Cámara de Representantes. La Nueva Alianza Flamenca (N-VA), una fuerza nacionalista con rasgos separatistas, confirmó su lugar como el nuevo partido fuerte de la región y del país, pero también sufrió pérdidas: pasó de 33 a 25 escaños.
Los grandes ganadores fueron los populistas de derecha de Vlaams Belang (VB, Interés Flamenco), una reconfiguración suavizada de Vlaams Blok (Bloque Flamenco), que debió disolverse en 2004 luego de que la Justicia lo acusara de promover el racismo. Vlaams Belang trepó ahora de 3 a 18 bancas. Obviamente, nunca fue aceptado como socio de gobierno, pero el rey Felipe causó una conmoción semanas atrás cuando incluyó a Tom Van Grieken, su líder de 32 años, en la ronda de consultas que realizó luego de las elecciones.
"El crecimiento del Vlaams Blok separatista en la década de 1990 radicalizó a la moderada VU federalista, que más tarde se convertiría en la N-VA, un partido independentista. Incluso hizo que los partidos flamencos tradicionales comenzaran a abrazar la idea del confederalismo. Un número creciente de votantes flamencos apoya a los partidos separatistas de derecha, y el carácter xenófobo de VB no los inhibe de elegirlo. Nótese que a pesar de ser de extrema derecha, antiinmigrante y socialmente conservador, en términos socioeconómicos VB hizo campaña con propuestas tendientes a la izquierda, adoptando la estrategia populista de Marine Le Pen en Francia", dijo a Infobae Patrick Dumont, politólogo por la Universidad Católica de Lovaina, en Bélgica, y profesor de la Universidad Nacional Australiana.
Por el lado valón, el Partido Socialista sigue siendo la principal agrupación —y la segunda a nivel nacional—, aunque perdió tres representantes y quedó en 20. También retrocedió —de 20 a 14— el Movimiento Reformador (MR) del primer ministro liberal Charles Michel, que había llegado al gobierno de forma inesperada en 2014, tras un acuerdo inédito con las tres principales fuerzas flamencas de ese momento: N-VA, CD&V y Open Vld.
El que más creció en el área francoparlante fue ECOLO, el partido verde, que pasó de 6 a 13 escaños. El otro que tuvo un avance sorprendente, de 2 a 12, fue el Partido de los Trabajadores de Bélgica (PVDA/PTB), que es de izquierda radical. Es el único que se presenta con el mismo sello en todo el territorio, pero obtiene el grueso de sus votos en el sur.
Con este reparto de poder, cuesta imaginar una coalición de gobierno. Con tantos lugares en manos de formaciones radicalizadas, con escasa predisposición a negociar, alcanzar una mayoría puede ser una odisea.
"Estas coaliciones nacionales de 'enemigos jurados' o de partidos diametralmente opuestos no son imposibles en Bélgica y ya se han establecido en el pasado. Pero suelen llevar mucho tiempo, porque ambas partes necesitan demostrar que han intentado todas las demás opciones, que no hay alternativa y que el acuerdo sellado con el otro al que se odia no es tan malo después de todo. Esto requiere dar explicaciones a las bases partidarias y al público en general, con el riesgo de perder las elecciones siguientes", sostuvo Jans.
Mucho tiempo en Bélgica puede ser verdaderamente mucho. El temor de todos es que se repita la película que siguió a las elecciones de 2010, cuando el proceso se empantanó tanto que el país estuvo 541 días sin gobierno, un récord absoluto.
En busca de la coalición "imposible"
El rey Felipe, que designó a Didier Reynders y Johan Vande Lanotte como informadores oficiales para acercar posiciones, anunció esta semana que los diálogos se extenderán al menos hasta el 1 de julio. Más allá de su gesto inicial hacia Van Grieken, sus representantes resolvieron excluir a su partido de los encuentros. Al menos por ahora.
"Los informadores decidieron no hablar con VB ni con PVDA/PTB, ya que son considerados partidos radicales y populistas, a pesar de que los dos son tenidos en cuenta como posibles socios a nivel regional por los principales partidos, la N-VA y el PS. Estos últimos han expresado una negativa a gobernar juntos en el plano federal. En realidad, ninguno de los partidos francófonos, a excepción del MR, está dispuesto a gobernar con la N-VA. Mucho menos con VB. Por su parte, la N-VA sólo aceptaría discutir un gobierno con el PS si estuviera en agenda convertir al país en una confederación (el paso siguiente a una federación en términos de autonomías), algo que el PS rechaza", contó Dumont.
Si falta mucho para tener indicios claros de cómo podría alcanzarse un acuerdo de gobierno es también porque recién se están negociando los pactos de gobernabilidad a nivel regional. Por tradición, primero se resuelven las respectivas autoridades flamencas y valonas, y luego se pasa a la discusión federal.
"El proceso de federalización dio más autonomía y poder a los gobiernos regionales, pero esto ha implicado que mantener unido al federal se hiciera aún más difícil —dijo Timmermans—. Las controversias sobre qué poderes y presupuestos son federales y cuáles son regionales son un factor adicional de división. La vida y los tiempos de los gobiernos centrales están relacionados con lo que sucede en las regiones. De hecho, para algunos partidos lo que pasa en la escena federal es incluso secundario frente a lo local, donde tienen su base e identidad".
El panorama en las negociaciones regionales es tan oscuro como en las nacionales. En Flandes, Bart De Wever, líder de la N-VA, está dispuesto a sentarse con VB, pero entre los dos no llegan a la mayoría y ninguno de los otros partidos quiere ir a una alianza con la extrema derecha.
"En Valonia, los socialdemócratas intentan formar una coalición de izquierda con los Verdes, pero esto tampoco sería suficiente —dijo Dumont—. Allí, los pequeños democristianos centristas decidieron no volver a formar parte de un gobierno después de perder otra vez las elecciones, lo que complicó mucho las cosas. Y es poco probable que los populistas de izquierda del PVDA/PTB acepten ser socios, a pesar de haber sido invitados por los socialdemócratas, que prefieren no unirse con los liberales, porque iría en contra de los resultados electorales".
En cualquier caso, incluso cuando se llegue a sendos pactos de gobernabilidad en el norte y en el sur, seguirá siendo una tarea demasiado ardua hallar algo equivalente en Bruselas. De Wever anticipó que no aceptaría un gobierno que no descanse en una mayoría flamenca, y eso parece imposible sin incluir a su partido. Pero su cercanía con VB y su insistencia secesionista lo están convirtiendo en una figura casi inaceptable para los valones.
"Una mega coalición entre las familias de partidos tradicionales que incluya a los Verdes sería difícil de aceptar en Flandes, ya que excluiría a la formación más grande, la N-VA, y al principal ganador de los comicios, VB. Además, no tendría la mayoría de los escaños flamencos en el parlamento federal. Aunque ese no sea un requisito legal, sería una decisión difícil de tomar para los eventuales socios flamencos de dicha alianza. Por otro lado, sería muy arriesgado para el país en su conjunto, dado el elevado y creciente apoyo a los partidos independentistas en Flandes", concluyó Dumont.
Darío Mizrahi
dmizrahi@infobae.com
Cada vez que hay elecciones en Bélgica se impone la misma pregunta: antes de quién va a gobernar, lo que inquieta es cuánto tiempo va a pasar hasta que se sepa.
En todos los sistemas parlamentarios los ciudadanos votan partidos, no primer ministro. Este es elegido por las fuerzas que obtienen el control del Parlamento. Como las mayorías son difíciles de alcanzar, lo más habitual es que el gobierno surja de un proceso de negociación, que puede ser más o menos complicado, dependiendo del grado de coincidencias que tengan las partes.
Pero el caso belga es mucho más intrincado que el resto. Porque más allá de las diferencias ideológicas y programáticas que hay entre los partidos, hay una división mucho más fuerte, que es, al mismo tiempo, regional, lingüística, cultural y económica.
"La dificultad de formar un gobierno, y su posterior inestabilidad, tienen causas similares. Mientras que en muchos países las tensiones socioeconómicas, religiosas o étnicas traen consigo problemas entre los partidos, en Bélgica también existe la división lingüística, expresada en fuertes y profundas tensiones regionales, entre la Flandes de habla neerlandesa y la Valonia de habla francesa. La superación de estas asperezas ha sido muy difícil ya desde los años 60, cuando el lenguaje y el regionalismo empezaron a ser cada vez más importantes en la política belga", explicó Arco Timmermans, profesor del Instituto de Administración Pública de la Universidad de Leiden, consultado por Infobae.
Bélgica es un país que, literalmente, está partido en dos. En el norte está Flandes, una región que comprende el 44% del territorio, pero en la que vive el 57% de la población (6,5 millones sobre 11,3). El idioma oficial es el neerlandés, el PIB per cápita asciende a 43.000 dólares, sus exportaciones representan el 80% del producto total del país y la tasa de desempleo es de 5,9 por ciento.
En el sur está Valonia, que ocupa el 54% del territorio pero alberga al 31% de los habitantes (3,6 millones). Su idioma dominante es el francés, el PIB per cápita es 31.000 dólares, sus exportaciones representan el 17% del producto nacional y el desempleo afecta al 12,7 por ciento de las personas. En el medio está Bruselas, región capital y sede de la Unión Europea, donde vive el restante 10% de la población y, si bien es oficialmente bilingüe, la mayoría es francófona.
Un país dividido
"Los problemas de estabilidad de los gobierno se deben a que siempre tienen que estar compuestos por representantes de partidos flamencos y valones, por lo que requieren una doble mayoría: a nivel nacional y en cada grupo lingüístico. Lo ideal sería que los partidos que consiguen esas mayorías tuvieran preferencias y planes políticos comunes, pero eso no es fácil. Somo todo, si los electores de ambos lados del país votan de forma muy diferente. Un problema adicional es que no hay agrupaciones nacionales: los políticos son elegidos en Flandes o en Valonia. Por eso, nadie hace campaña a favor de los intereses belgas, sino en defensa de los intereses flamencos o valones", dijo a Infobae Theo Jans, politólogo por la Universidad Libre de Bruselas e investigador del Instituto Europeo de Administración Pública.
La necesidad de que haya representantes de las dos regiones en la coalición gobernante —la Constitución establece que tiene que haber paridad absoluta entre los ministros— dificulta enormemente las negociaciones. Especialmente en un contexto de creciente polarización política, en el que los grandes partidos pierden apoyo y avanzan fuerzas populistas, con discursos secesionistas.
Las elecciones del 26 de mayo profundizaron la incertidumbre. Es habitual que en Flandes gane la derecha y en Valonia la izquierda, pero tradicionalmente primaban formaciones que tendían al centro. En el norte, la Democracia Cristiana y Flamenca (CD&V), y en el sur, el Partido Socialista (PS). Sin embargo, los votantes se corrieron hacia los extremos en estos comicios.
"Los resultados electorales han sido muy diferentes en cada lado —continuó Jans—. En Flandes, el pueblo votó principalmente por los partidos nacionalistas y conservadores de derecha. En Valonia, favoreció a los partidos de izquierda y verdes. A pesar de estas orientaciones electorales disímiles, la Constitución exige que el gobierno nacional esté formado por partidos que emanen tanto del sur como del norte. En otras palabras, se supone que los nacionalistas flamencos de derecha se unan a los socialistas valones de izquierda, lo que es, por supuesto, un matrimonio muy difícil de concretar, porque ambos bandos se demonizan mutuamente y utilizan el miedo hacia el otro como razón para votar por ellos".
La polarización vino de la mano de la fragmentación, una cuestión recurrente en Europa. Los grandes grupos de partidos tradicionales, que eran los democristianos, los socialdemócratas y los liberales, sumaban en 1987 el 71% de los votos y el 77% de las bancas en el Parlamento. La relativa cercanía de posiciones entre esas formaciones facilitaba los acuerdos. Pero ahora ya no llegan a reunir la mayoría necesaria para gobernar: la suma cayó a 56,5% de los votos en 2014 y a 44,9% en 2019, el mínimo histórico.
La CD&V, que durante décadas fue el principal partido de Flandes, perdió seis bancas y quedó con apenas 12 sobre 150 en la Cámara de Representantes. La Nueva Alianza Flamenca (N-VA), una fuerza nacionalista con rasgos separatistas, confirmó su lugar como el nuevo partido fuerte de la región y del país, pero también sufrió pérdidas: pasó de 33 a 25 escaños.
Los grandes ganadores fueron los populistas de derecha de Vlaams Belang (VB, Interés Flamenco), una reconfiguración suavizada de Vlaams Blok (Bloque Flamenco), que debió disolverse en 2004 luego de que la Justicia lo acusara de promover el racismo. Vlaams Belang trepó ahora de 3 a 18 bancas. Obviamente, nunca fue aceptado como socio de gobierno, pero el rey Felipe causó una conmoción semanas atrás cuando incluyó a Tom Van Grieken, su líder de 32 años, en la ronda de consultas que realizó luego de las elecciones.
"El crecimiento del Vlaams Blok separatista en la década de 1990 radicalizó a la moderada VU federalista, que más tarde se convertiría en la N-VA, un partido independentista. Incluso hizo que los partidos flamencos tradicionales comenzaran a abrazar la idea del confederalismo. Un número creciente de votantes flamencos apoya a los partidos separatistas de derecha, y el carácter xenófobo de VB no los inhibe de elegirlo. Nótese que a pesar de ser de extrema derecha, antiinmigrante y socialmente conservador, en términos socioeconómicos VB hizo campaña con propuestas tendientes a la izquierda, adoptando la estrategia populista de Marine Le Pen en Francia", dijo a Infobae Patrick Dumont, politólogo por la Universidad Católica de Lovaina, en Bélgica, y profesor de la Universidad Nacional Australiana.
Por el lado valón, el Partido Socialista sigue siendo la principal agrupación —y la segunda a nivel nacional—, aunque perdió tres representantes y quedó en 20. También retrocedió —de 20 a 14— el Movimiento Reformador (MR) del primer ministro liberal Charles Michel, que había llegado al gobierno de forma inesperada en 2014, tras un acuerdo inédito con las tres principales fuerzas flamencas de ese momento: N-VA, CD&V y Open Vld.
El que más creció en el área francoparlante fue ECOLO, el partido verde, que pasó de 6 a 13 escaños. El otro que tuvo un avance sorprendente, de 2 a 12, fue el Partido de los Trabajadores de Bélgica (PVDA/PTB), que es de izquierda radical. Es el único que se presenta con el mismo sello en todo el territorio, pero obtiene el grueso de sus votos en el sur.
Con este reparto de poder, cuesta imaginar una coalición de gobierno. Con tantos lugares en manos de formaciones radicalizadas, con escasa predisposición a negociar, alcanzar una mayoría puede ser una odisea.
"Estas coaliciones nacionales de 'enemigos jurados' o de partidos diametralmente opuestos no son imposibles en Bélgica y ya se han establecido en el pasado. Pero suelen llevar mucho tiempo, porque ambas partes necesitan demostrar que han intentado todas las demás opciones, que no hay alternativa y que el acuerdo sellado con el otro al que se odia no es tan malo después de todo. Esto requiere dar explicaciones a las bases partidarias y al público en general, con el riesgo de perder las elecciones siguientes", sostuvo Jans.
Mucho tiempo en Bélgica puede ser verdaderamente mucho. El temor de todos es que se repita la película que siguió a las elecciones de 2010, cuando el proceso se empantanó tanto que el país estuvo 541 días sin gobierno, un récord absoluto.
En busca de la coalición "imposible"
El rey Felipe, que designó a Didier Reynders y Johan Vande Lanotte como informadores oficiales para acercar posiciones, anunció esta semana que los diálogos se extenderán al menos hasta el 1 de julio. Más allá de su gesto inicial hacia Van Grieken, sus representantes resolvieron excluir a su partido de los encuentros. Al menos por ahora.
"Los informadores decidieron no hablar con VB ni con PVDA/PTB, ya que son considerados partidos radicales y populistas, a pesar de que los dos son tenidos en cuenta como posibles socios a nivel regional por los principales partidos, la N-VA y el PS. Estos últimos han expresado una negativa a gobernar juntos en el plano federal. En realidad, ninguno de los partidos francófonos, a excepción del MR, está dispuesto a gobernar con la N-VA. Mucho menos con VB. Por su parte, la N-VA sólo aceptaría discutir un gobierno con el PS si estuviera en agenda convertir al país en una confederación (el paso siguiente a una federación en términos de autonomías), algo que el PS rechaza", contó Dumont.
Si falta mucho para tener indicios claros de cómo podría alcanzarse un acuerdo de gobierno es también porque recién se están negociando los pactos de gobernabilidad a nivel regional. Por tradición, primero se resuelven las respectivas autoridades flamencas y valonas, y luego se pasa a la discusión federal.
"El proceso de federalización dio más autonomía y poder a los gobiernos regionales, pero esto ha implicado que mantener unido al federal se hiciera aún más difícil —dijo Timmermans—. Las controversias sobre qué poderes y presupuestos son federales y cuáles son regionales son un factor adicional de división. La vida y los tiempos de los gobiernos centrales están relacionados con lo que sucede en las regiones. De hecho, para algunos partidos lo que pasa en la escena federal es incluso secundario frente a lo local, donde tienen su base e identidad".
El panorama en las negociaciones regionales es tan oscuro como en las nacionales. En Flandes, Bart De Wever, líder de la N-VA, está dispuesto a sentarse con VB, pero entre los dos no llegan a la mayoría y ninguno de los otros partidos quiere ir a una alianza con la extrema derecha.
"En Valonia, los socialdemócratas intentan formar una coalición de izquierda con los Verdes, pero esto tampoco sería suficiente —dijo Dumont—. Allí, los pequeños democristianos centristas decidieron no volver a formar parte de un gobierno después de perder otra vez las elecciones, lo que complicó mucho las cosas. Y es poco probable que los populistas de izquierda del PVDA/PTB acepten ser socios, a pesar de haber sido invitados por los socialdemócratas, que prefieren no unirse con los liberales, porque iría en contra de los resultados electorales".
En cualquier caso, incluso cuando se llegue a sendos pactos de gobernabilidad en el norte y en el sur, seguirá siendo una tarea demasiado ardua hallar algo equivalente en Bruselas. De Wever anticipó que no aceptaría un gobierno que no descanse en una mayoría flamenca, y eso parece imposible sin incluir a su partido. Pero su cercanía con VB y su insistencia secesionista lo están convirtiendo en una figura casi inaceptable para los valones.
"Una mega coalición entre las familias de partidos tradicionales que incluya a los Verdes sería difícil de aceptar en Flandes, ya que excluiría a la formación más grande, la N-VA, y al principal ganador de los comicios, VB. Además, no tendría la mayoría de los escaños flamencos en el parlamento federal. Aunque ese no sea un requisito legal, sería una decisión difícil de tomar para los eventuales socios flamencos de dicha alianza. Por otro lado, sería muy arriesgado para el país en su conjunto, dado el elevado y creciente apoyo a los partidos independentistas en Flandes", concluyó Dumont.