El fútbol va muy rápido
Sebastian Fest Periodista argentino
La Copa América tiene una gran ventaja para Bolivia: la juegan todos los países del fútbol sudamericano, no es necesario clasificarse a ella. Y una gran desventaja: no suele irle bien, hay una gran diferencia entre la inusual circunstancia de disputarla en casa o la lógica de jugarla fuera de ella. Basta con recordar el título de 1963 y el subcampeonato de 1997.
Por eso es que podría pensarse que abrir ante un pentacampeón mundial como Brasil el torneo de selecciones más antiguo del mundo es un honor. Y lo es, claro. Pero cuando todo se liquida en un puñado de minutos del segundo tiempo y sobreviene la goleada, ese honor queda en segundo plano. ¿No era mejor jugar el segundo o tercer día, ser parte de algún partido en el que no estuvieran puestos los ojos de todos? La mitad de la biblioteca dirá que sí, la otra mitad, que no.
En todo caso, algo está claro: nada es comparable con aquel inolvidable 1994, cuando Bolivia no solo llegó al Mundial por sus propios méritos, sino que mostró fútbol y dignidad. Lo hizo ante la campeona del mundo, Alemania, en la inauguración del torneo en el Soldier Field de Chicago. Era, la de Xabier Azkargorta, una selección que tenía un gran peso propio. Pasaron ya 25 años y no es precisamente que se haya avanzado. Por eso Bolivia sigue mirando con añoranza aquel Mundial.
¿Se cortará la racha en Qatar 2022, estará Bolivia en ese Mundial que se perfila de ciencia ficción? La historia indica que no, que sería una sorpresa importante. Probablemente la apuesta deba ser hacia Estados Unidos/Canadá/México 2026, cuando la Conmebol clasifique entre seis y siete países de los diez que disputan las eliminatorias.
Esta Copa América, en la que Bolivia se jugará las posibilidades que le quedan el martes ante Perú y el sábado ante Venezuela, es el último de los torneos entre caóticos y provisionales de los últimos años. A partir de 2020, con Argentina/Colombia (un experimento inédito de sede compartida a miles de kilómetros de distancia), el ritmo del certamen se acoplará al de la Eurocopa: los dos en simultáneo, cada cuatro años y en años pares.
Esa “nueva” Copa América ofrece muchas posibilidades, y algunas de ellas inquietan a la FIFA. Si a mediados de 2020 Sudamérica y Europa le ofrecen al mundo nuevos campeones, la idea de que se midan entre ellos para definir cuál es el mejor se convierte en lógica pura. Una Intercontinental, pero de países. Una final del mundo que, en cierta forma, plantea un desafío para el Mundial de dos años más tarde. ¿Cómo llamar al ganador de una final entre el campeón de la Eurocopa y el campeón de la Copa América? Campeón Intercontinental, sin dudas. ¿Y por qué no campeón del mundo? Ahí hay un problema...
La idea le gusta a Alejandro Domínguez, presidente de la Conmebol. Y, más que gustarle, le encanta a Alexander Ceferin, jefe de la UEFA. La diferencia es que el europeo está dispuesto a sacarla adelante incluso sin luz verde de la FIFA. Domínguez, en cambio, no cree que sea bueno desafiar de esa manera a Gianni Infantino.
Pero algo está claro: los próximos años, mientras Bolivia busca que su historia no se quede anclada en los recuerdos de 1963, 1994 y 1997, ofrecerán nuevos trofeos, nuevos formatos, nuevos desafíos. El fútbol va muy rápido, ya lo demostró en la noche del viernes Brasil en el Morumbí.
La Copa América tiene una gran ventaja para Bolivia: la juegan todos los países del fútbol sudamericano, no es necesario clasificarse a ella. Y una gran desventaja: no suele irle bien, hay una gran diferencia entre la inusual circunstancia de disputarla en casa o la lógica de jugarla fuera de ella. Basta con recordar el título de 1963 y el subcampeonato de 1997.
Por eso es que podría pensarse que abrir ante un pentacampeón mundial como Brasil el torneo de selecciones más antiguo del mundo es un honor. Y lo es, claro. Pero cuando todo se liquida en un puñado de minutos del segundo tiempo y sobreviene la goleada, ese honor queda en segundo plano. ¿No era mejor jugar el segundo o tercer día, ser parte de algún partido en el que no estuvieran puestos los ojos de todos? La mitad de la biblioteca dirá que sí, la otra mitad, que no.
En todo caso, algo está claro: nada es comparable con aquel inolvidable 1994, cuando Bolivia no solo llegó al Mundial por sus propios méritos, sino que mostró fútbol y dignidad. Lo hizo ante la campeona del mundo, Alemania, en la inauguración del torneo en el Soldier Field de Chicago. Era, la de Xabier Azkargorta, una selección que tenía un gran peso propio. Pasaron ya 25 años y no es precisamente que se haya avanzado. Por eso Bolivia sigue mirando con añoranza aquel Mundial.
¿Se cortará la racha en Qatar 2022, estará Bolivia en ese Mundial que se perfila de ciencia ficción? La historia indica que no, que sería una sorpresa importante. Probablemente la apuesta deba ser hacia Estados Unidos/Canadá/México 2026, cuando la Conmebol clasifique entre seis y siete países de los diez que disputan las eliminatorias.
Esta Copa América, en la que Bolivia se jugará las posibilidades que le quedan el martes ante Perú y el sábado ante Venezuela, es el último de los torneos entre caóticos y provisionales de los últimos años. A partir de 2020, con Argentina/Colombia (un experimento inédito de sede compartida a miles de kilómetros de distancia), el ritmo del certamen se acoplará al de la Eurocopa: los dos en simultáneo, cada cuatro años y en años pares.
Esa “nueva” Copa América ofrece muchas posibilidades, y algunas de ellas inquietan a la FIFA. Si a mediados de 2020 Sudamérica y Europa le ofrecen al mundo nuevos campeones, la idea de que se midan entre ellos para definir cuál es el mejor se convierte en lógica pura. Una Intercontinental, pero de países. Una final del mundo que, en cierta forma, plantea un desafío para el Mundial de dos años más tarde. ¿Cómo llamar al ganador de una final entre el campeón de la Eurocopa y el campeón de la Copa América? Campeón Intercontinental, sin dudas. ¿Y por qué no campeón del mundo? Ahí hay un problema...
La idea le gusta a Alejandro Domínguez, presidente de la Conmebol. Y, más que gustarle, le encanta a Alexander Ceferin, jefe de la UEFA. La diferencia es que el europeo está dispuesto a sacarla adelante incluso sin luz verde de la FIFA. Domínguez, en cambio, no cree que sea bueno desafiar de esa manera a Gianni Infantino.
Pero algo está claro: los próximos años, mientras Bolivia busca que su historia no se quede anclada en los recuerdos de 1963, 1994 y 1997, ofrecerán nuevos trofeos, nuevos formatos, nuevos desafíos. El fútbol va muy rápido, ya lo demostró en la noche del viernes Brasil en el Morumbí.