Cuando el fútbol para mujeres era delito

En Brasil, por un decreto del presidente, a las mujeres se les prohibió jugar al fútbol... ¡hasta 1979! Les podía dañar el útero o causar depresión. Y cuando las dejaron, las obligaron a usar pantaloncitos ajustados, estar maquilladas y tener el pelo largo... Incluso en 2001 un requisito básico para jugar era “ser linda”.

Olé
En 1940 al presidente Getúlio Vargas le llegó una carta escandalosa: cada vez eran más las mujeres que jugaban al fútbol. Especialistas y médicos de la época afirmaban que esta práctica era muy violenta para sus frágiles cuerpos, podía causarles depresión e incluso lastimar sus órganos reproductivos. Los expertos aseguraban que, si bien el fútbol le daría “disciplina” a la mujer, la práctica de este deporte perturbaba, según ellos, su armonía femenina, pudiendo causar defectos morfológicos, rodillas deformes y desarrollo excesivo de las piernas. Además, consideraban que, si no se terminaba de una buena vez con esta moda, el fútbol se esparciría provocando la creación de equipos femeninos, “verdaderos centros de destrucción de la salud de las mujeres”.


El 14 de abril de 1941, el presidente Vargas, junto al Consejo Nacional de Deportes, sacó el decreto-ley Nº 3.199 que les impedía a las mujeres “realizar actividades incompatibles con la condición de su naturaleza”.

Con esta ley, los miembros de los Consejos Regionales de Deporte se dedicaron a perseguir a aquellas rebeldes que cometían el terrible delito de patear una pelota. El lugar de la mujer siempre había estado más que claro: la cocina, para las pobres; la pureza y el decoro, para las distinguidas señoras. En las canchas, el sitio de la mujer era también obvio: mirar los partidos desde el costado del campo. Cuando el fútbol llegó a Brasil, a mediados del siglo XIX, los partidos eran reuniones de la elite y a la mujer se le permitía asistir para acompañar al hombre. El fútbol estaba visto incluso como uno de los lugares que les brindaba a las jovencitas solteras la oportunidad de encontrar a un respetable esposo de la elite.

Esta presencia femenina en los partidos fue la que, de hecho, ya a comienzos de los años 20, dio origen a un término tan utilizado hoy: torcedor/torcedora. Cuando el escritor brasileño Coelho Neto concurre a ver algunos partidos del Fluminense, escribe una crónica en la que llama torcedoras a las mujeres que están en las tribunas con sus maridos. Coelho Neto advierte que, cada vez que un equipo ataca, ellas aprietan (“tuercen”) sus pañuelos o sus guantes, ansiosas al desarrollo de la jugada.

El decreto que le prohibió jugar a la mujer se mantuvo por 38 años: tras acalorados debates, recién fue revocado en 1979 por iniciativa de los movimientos feministas. Eso sí, el Consejo Nacional de Deportes, tan preocupado siempre en “proteger a la mujer”, consideró necesario establecer ciertas reglas: los partidos femeninos debían durar un máximo de 70 minutos, a las jugadoras se les requería el uso de protectores pectorales, los botines no podían tener tapones en punta y el balón no podía ser detenido con el pecho. O sea, pararla de pechito era como agarrarla con la mano. Se decidió, además, que las que ingresaran al fútbol debían “mantener su femineidad”. Es decir, ser capaces de atraer las miradas de los hombres. Y no por su habilidad con la pelota, sino por sus atributos físicos.

La antropóloga brasileña Carmen Rial, en un artículo publicado en 2013 en la revista Nueva Sociedad, cuenta que, según la Federación de Fútbol de San Pablo (FPF), las futbolistas tenían que responder a un estándar de belleza determinado: evitar el cabello corto, lucir pantalones ceñidos (para que se les marque el culo, claro) y estar maquilladas.

Para el Torneo Paulista 2001, sí, el del 2001, no el de 1900, la Federación promovió un casting con más de 200 jugadoras para dividirlas entre los 12 equipos participantes. La belleza fue uno de los criterios básicos de la elección. Los dirigentes de la Federación Paulista decían que el embellecimiento era uno de los “objetivos principales” para lograr el éxito del torneo. El vice de la FPF, Renato Duprat, hablaba categórico: “Ninguna futbolista juega aquí con cabello corto, eso consta en el reglamento”. Así, la Federación se encargó de brindarles a las jugadoras un asesoramiento sobre imagen, estilo personal y desenvolvimiento en los medios.

Hoy, a 40 años de aquella prohibición –casi la misma cantidad de años de los que duró-, Brasil, país con la quinta tasa de femicidios más alta en el mundo, juega la Copa del Mundo 2019 (el jueves cayó 3-2 ante Australia). Las mujeres lideradas por una crack como Marta patean en ese paisaje francés tan lleno de castillos renacentistas y palacios. Ellas, que han sido adormecidas desde pequeñas con historias en las que las princesas deben ser rescatadas por su príncipe azul, reescriben los cuentos de hadas. Van perfumadas por la pasión, maquilladas por el amor propio y peinadas por los vientos de cambio.

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