May afronta las elecciones europeas en medio de una creciente revuelta en sus filas
Los partidos marginales se convierten en los protagonistas de unos comicios inesperados
Rafa de Miguel
Londres, El País
Theresa May calculó que las elecciones europeas, que se celebran este jueves en el Reino Unido, eran un mal trago que había que dejar atrás cuanto antes. La tormenta desatada entre los conservadores, al conocer el último intento de la primera ministra de aprobar su plan del Brexit con el guiño de un posible nuevo referéndum, puede provocar que el mal resultado de estos comicios sea la excusa definitiva para acabar con su liderazgo. La jornada de este miércoles ha estado marcada por crecientes maniobras en las filas de su Gabinete y su partido para forzar la dimisión de la primera ministra. La líder de los conservadores en la Cámara de los Comunes, Andrea Leadsom, ha presentado su dimisión este miércoles como rechazo a los planes de May.
La ya frágil posición de la primera ministra parece haber sufrido un ulterior deterioro este miércoles con crecientes señales de discrepancias con sus planes en el seno del Gobierno y presión para que dimita desde las filas de su partido. Nadie imaginaba que el Reino Unido volvería a votar en unas elecciones al Parlamento Europeo. El torpe manejo del Brexit por parte del Gobierno de May, la inexorable fuerza del calendario y la imposición legal que supone seguir siendo miembro de la UE a estas alturas han provocado el peor de los escenarios.
Los dos partidos mayoritarios se disponen a asumir el mal trago de este jueves y dejarlo atrás cuanto antes. “La idea de que los británicos vayan a las urnas para elegir europarlamentarios tres años después de votar [en referéndum] a favor del abandono de la UE resulta algo casi insoportable de pensar. No podría haber un símbolo más poderoso del fracaso político colectivo de este Parlamento”, escribía May en The Sunday Telegraph poco antes de que, a finales de marzo, los diputados derrotaran por tercera vez su plan para el Brexit.
El acto de lanzamiento de la campaña electoral conservadora rozó el ridículo. La primera ministra se rodeó, en un escenario improvisado, de cuatro de sus colaboradores, convocó a las cámaras de televisión, y permitió la entrada de un solo periodista para que hiciera una sola pregunta.
May afronta las elecciones europeas en medio de una creciente revuelta en sus filas
El Partido Conservador ni siquiera ha elaborado un programa electoral. Sus miembros se limitan a mirar de reojo y con temor al renacido Farage, que con su recién creado Partido del Brexit —hasta la elección del nombre estaba cantada— se dispone a arrasar este jueves en las urnas. Las encuestas le sitúan en primera posición, y la media de todas anticipa que podría sumar más votos (35,3%) que conservadores (10%) y laboristas (16,8%) juntos. “Nadie se cree la honestidad de Farage”, explica Alastair Campbell, el que durante años fuera el brillante director de comunicación del ex primer ministro Tony Blair. “Pero su mensaje es simple y contundente, capaz de llegar a la ciudadanía. No tiene más que señalar la traición del establishment a lo que el pueblo votó hace tres años”, añade.
El exfundador del UKIP, siglas inglesas del Partido de la Independencia del Reino Unido —al que los sondeos sitúan al borde de la desaparición por su deriva radical—, pide a sus seguidores un pago mínimo (unos tres euros) para asistir a sus actos, y llena pabellones. “Dos al precio de uno”, dijo Farage a los 3.000 congregados el martes pasado en el centro de convenciones London Olympia. “Si obtenemos una gran victoria, nos desharemos de la peor y más hipócrita primera ministra en la historia de esta nación. Y visto el modo en que estamos machacando a los laboristas en Gales y el norte de Inglaterra, quizá nos deshagamos también de Jeremy Corbyn”, clamó.
Las únicas noticias generadas durante la campaña por los conservadores las han protagonizado sus desertores. Como Michael Heseltine, una veterana figura en los Gobiernos de Margaret Thatcher y John Major, quien ha perdido su cargo en el grupo de la Cámara de los Lores al proclamar que, en estas elecciones, iba a “experimentar” con su voto a los liberaldemócratas. “Mi conciencia no me permite votar a mi partido, que está centrado de un modo miope en provocar el mayor acto de autodestrucción económica realizado nunca por un Gobierno democrático”, explicaba Heseltine su decisión.
Los otros triunfadores
Los liberaldemócratas de Vince Cable pueden ser, después de Farage, los grandes triunfadores de estos comicios. Con la ventaja de saber que nunca será el partido mayoritario en el Reino Unido, Cable ha entendido que su apuesta debía consistir en defender, sin complejos, la permanencia en la Unión Europea y la revocación con una nueva consulta del referéndum de 2016.
“Somos un sólido bloque de ciudadanos liberales que desean plantar cara al resurgir de la xenofobia, al populismo, y hasta al descarado racismo y fascismo que se está extendiendo por toda Europa”, proclama. Las encuestas (le dan un 16,3%) sugieren que el partido podría quedar incluso por delante de los laboristas.
Esa es la segunda parte del drama. Jeremy Corbyn se ha empeñado hasta el final en ignorar el Brexit, casi con un afectado desdén intelectual, y apelar a la unidad de los bandos. En parte por razones estratégicas, para no espantar el voto antieuropeo de sus bases tradicionales. Pero en gran parte también por su propia historia de rechazo a Bruselas. “Podríamos permitir que nos definieran como pro o antiBrexit, etiquetas que no querían decir nada apenas hace unos años. ¿Dónde nos llevaría eso? ¿Quién quiere vivir en un país atascado en este bucle interminable?”, protesta el líder de la oposición.
El problema es que, con ese discurso, la formación ha dejado huérfanos a un amplio grupo de votantes urbanos, de clase media, proeuropeos, que no se sienten identificados con el tacticismo de Corbyn.
El Reino Unido elegirá este jueves a 73 europarlamentarios bajo la convicción generalizada de que, tarde o temprano deberán abandonar sus escaños, si finalmente se lleva a un acuerdo para materializar el Brexit. No se espera una participación elevada. En 2014, apenas superó el 35%, siete puntos por debajo de la media del continente. Los dos principales partidos esperan dejar atrás cuanto antes este trámite desagradable para volver a centrarse, paradójicamente, en el bucle interminable del Brexit. Aunque ambos intuyen que, cuando el domingo por la noche se conozcan los resultados, las elecciones que nadie quiso acaben provocando tormentas internas en las dos principales formaciones del país, y Europa se cobre su venganza.
Rafa de Miguel
Londres, El País
Theresa May calculó que las elecciones europeas, que se celebran este jueves en el Reino Unido, eran un mal trago que había que dejar atrás cuanto antes. La tormenta desatada entre los conservadores, al conocer el último intento de la primera ministra de aprobar su plan del Brexit con el guiño de un posible nuevo referéndum, puede provocar que el mal resultado de estos comicios sea la excusa definitiva para acabar con su liderazgo. La jornada de este miércoles ha estado marcada por crecientes maniobras en las filas de su Gabinete y su partido para forzar la dimisión de la primera ministra. La líder de los conservadores en la Cámara de los Comunes, Andrea Leadsom, ha presentado su dimisión este miércoles como rechazo a los planes de May.
La ya frágil posición de la primera ministra parece haber sufrido un ulterior deterioro este miércoles con crecientes señales de discrepancias con sus planes en el seno del Gobierno y presión para que dimita desde las filas de su partido. Nadie imaginaba que el Reino Unido volvería a votar en unas elecciones al Parlamento Europeo. El torpe manejo del Brexit por parte del Gobierno de May, la inexorable fuerza del calendario y la imposición legal que supone seguir siendo miembro de la UE a estas alturas han provocado el peor de los escenarios.
Los dos partidos mayoritarios se disponen a asumir el mal trago de este jueves y dejarlo atrás cuanto antes. “La idea de que los británicos vayan a las urnas para elegir europarlamentarios tres años después de votar [en referéndum] a favor del abandono de la UE resulta algo casi insoportable de pensar. No podría haber un símbolo más poderoso del fracaso político colectivo de este Parlamento”, escribía May en The Sunday Telegraph poco antes de que, a finales de marzo, los diputados derrotaran por tercera vez su plan para el Brexit.
El acto de lanzamiento de la campaña electoral conservadora rozó el ridículo. La primera ministra se rodeó, en un escenario improvisado, de cuatro de sus colaboradores, convocó a las cámaras de televisión, y permitió la entrada de un solo periodista para que hiciera una sola pregunta.
May afronta las elecciones europeas en medio de una creciente revuelta en sus filas
El Partido Conservador ni siquiera ha elaborado un programa electoral. Sus miembros se limitan a mirar de reojo y con temor al renacido Farage, que con su recién creado Partido del Brexit —hasta la elección del nombre estaba cantada— se dispone a arrasar este jueves en las urnas. Las encuestas le sitúan en primera posición, y la media de todas anticipa que podría sumar más votos (35,3%) que conservadores (10%) y laboristas (16,8%) juntos. “Nadie se cree la honestidad de Farage”, explica Alastair Campbell, el que durante años fuera el brillante director de comunicación del ex primer ministro Tony Blair. “Pero su mensaje es simple y contundente, capaz de llegar a la ciudadanía. No tiene más que señalar la traición del establishment a lo que el pueblo votó hace tres años”, añade.
El exfundador del UKIP, siglas inglesas del Partido de la Independencia del Reino Unido —al que los sondeos sitúan al borde de la desaparición por su deriva radical—, pide a sus seguidores un pago mínimo (unos tres euros) para asistir a sus actos, y llena pabellones. “Dos al precio de uno”, dijo Farage a los 3.000 congregados el martes pasado en el centro de convenciones London Olympia. “Si obtenemos una gran victoria, nos desharemos de la peor y más hipócrita primera ministra en la historia de esta nación. Y visto el modo en que estamos machacando a los laboristas en Gales y el norte de Inglaterra, quizá nos deshagamos también de Jeremy Corbyn”, clamó.
Las únicas noticias generadas durante la campaña por los conservadores las han protagonizado sus desertores. Como Michael Heseltine, una veterana figura en los Gobiernos de Margaret Thatcher y John Major, quien ha perdido su cargo en el grupo de la Cámara de los Lores al proclamar que, en estas elecciones, iba a “experimentar” con su voto a los liberaldemócratas. “Mi conciencia no me permite votar a mi partido, que está centrado de un modo miope en provocar el mayor acto de autodestrucción económica realizado nunca por un Gobierno democrático”, explicaba Heseltine su decisión.
Los otros triunfadores
Los liberaldemócratas de Vince Cable pueden ser, después de Farage, los grandes triunfadores de estos comicios. Con la ventaja de saber que nunca será el partido mayoritario en el Reino Unido, Cable ha entendido que su apuesta debía consistir en defender, sin complejos, la permanencia en la Unión Europea y la revocación con una nueva consulta del referéndum de 2016.
“Somos un sólido bloque de ciudadanos liberales que desean plantar cara al resurgir de la xenofobia, al populismo, y hasta al descarado racismo y fascismo que se está extendiendo por toda Europa”, proclama. Las encuestas (le dan un 16,3%) sugieren que el partido podría quedar incluso por delante de los laboristas.
Esa es la segunda parte del drama. Jeremy Corbyn se ha empeñado hasta el final en ignorar el Brexit, casi con un afectado desdén intelectual, y apelar a la unidad de los bandos. En parte por razones estratégicas, para no espantar el voto antieuropeo de sus bases tradicionales. Pero en gran parte también por su propia historia de rechazo a Bruselas. “Podríamos permitir que nos definieran como pro o antiBrexit, etiquetas que no querían decir nada apenas hace unos años. ¿Dónde nos llevaría eso? ¿Quién quiere vivir en un país atascado en este bucle interminable?”, protesta el líder de la oposición.
El problema es que, con ese discurso, la formación ha dejado huérfanos a un amplio grupo de votantes urbanos, de clase media, proeuropeos, que no se sienten identificados con el tacticismo de Corbyn.
El Reino Unido elegirá este jueves a 73 europarlamentarios bajo la convicción generalizada de que, tarde o temprano deberán abandonar sus escaños, si finalmente se lleva a un acuerdo para materializar el Brexit. No se espera una participación elevada. En 2014, apenas superó el 35%, siete puntos por debajo de la media del continente. Los dos principales partidos esperan dejar atrás cuanto antes este trámite desagradable para volver a centrarse, paradójicamente, en el bucle interminable del Brexit. Aunque ambos intuyen que, cuando el domingo por la noche se conozcan los resultados, las elecciones que nadie quiso acaben provocando tormentas internas en las dos principales formaciones del país, y Europa se cobre su venganza.