Lilian, la dama de los 48 gatos

La entrevista con Lilian fue en su casa, un lugar sorprendentemente silencioso. Nos acompañó el gato Martín que, de tanto subirse a la mesa, fue parte de la conversación.

Marcos Grisi/  La Paz 
Desde que tiene memoria, Lilian vivió con animales a su alrededor. Esta es la historia de cómo los cuida y los protege, especialmente a los que sufren alguna enfermedad.


“Siempre me gustaron los animales, me crié con ellos. Cuando era niña, en mi casa   había perros, gallinas, un chanchito, una vaca y hasta un conejo. Me llamaba la atención que nosotros los humanos, cuando nos pasa algo, podemos hablar, podemos hacernos entender. Nos quejamos ante el más mínimo dolor. Pero los animales no y los veía desprotegidos.

Fotos Marcos Grisi

En mi vida adulta me volví cada vez más sensible con la vulnerabilidad de los animalitos en la ciudad. Empecé a notar la cantidad de gatos abandonados, con hambre. Vi cómo la gente abría la puerta de sus casas para que sus perros vayan a hacer sus necesidades afuera en la mañana y los dejaban en la calle hasta la noche, a merced que los atropellaran o que se contagiaran de algún tipo de enfermedad.
Poco a poco empecé a traer animales a mi casa, para darles alimento y protección. Fue así que llegaron muchos gatos, de diferentes partes y bajo diferentes circunstancias. Y también llegaron algunos perros, especialmente los viejos o atropellados que estaban tirados en la acera. A ellos los llevaba a la veterinaria para curarlos y después a mi casa para darles el cuidado y sus medicamentos.
Actualmente viven en mi casa 48 gatos y  seis perros. Si hubieran sobrevivido todos los animales que he rescatado, tendría muchísimos más, pero se fueron yendo de a poco. Esta es la historia de cómo es esta parte de mi vida.
Parece un asilo
Debo decir que mi casa parece un asilo, porque la mayoría de los gatos y perros que viven aquí están enfermos, viejos o recuperándose de un accidente. No se los puede dar en adopción, la gente no los quiere tener. 
A pesar de la cantidad de animales que hay acá, el lugar es muy silencioso. Todos los gatos están castrados y las gatas están esterilizadas. Los machos no se pelean arriba en el techo, porque no hay ninguna gata en celo. Tampoco van a las casas vecinas para aparearse. He puesto mallas alrededor de la casa para que no se vayan a otros tejados. Esa es la manera con la que me manejo con el vecindario y funciona bastante bien, nunca tuve problemas con nadie.  
En esta casa vivo sola. Mis dos hijos mayores ya tienen su vida, mi hija menor a veces se queda a dormir. Dos veces a la semana viene una muchacha que me ayuda con algunos quehaceres. El resto del tiempo soy yo quien se debe ocupar de los animales. Acá hay que limpiar, levantar lo que ellos ensucian, vigilar su alimentación y llevarlos al veterinario cuando lo necesitan. Es de nunca parar. 


Esto no es fácil
Calculo que gasto alrededor de 2.500 dólares por mes por la alimentación, medicamentos, veterinarios y transporte de los animales. Todo esto lo financio con los ingresos que obtengo de mi práctica profesional. Alguna vez me llegan donaciones chicas, pero nada más.
La responsabilidad que me puse encima es enorme. Cuando se hace un hogar para animales como éste, hay que pensarlo mucho, no lo puedes largar a otra persona así nomás. No puedes decir: “Tomá, continuá con esto porque yo ya me cansé”. Hay muchos seres vivos que dependen ahora de mí, y tengo que seguir cuidándolos hasta que pueda.
Tengo 66 años y cada vez me cuesta más estar a cargo de tantas responsabilidades. No puedo dejar la casa sola. Para evitar la hora de tráfico, salgo muy temprano por las mañanas a mi trabajo.  A medio día vuelvo a casa, no sólo para dar de comer a los animales, sino también para cambiar las aguas y hacer curaciones a los que necesitan. En la tarde otra vez salgo para atender las consultas que tengo, y llego tarde en la noche. Todo eso lo hago en transporte público, ya que no tengo auto propio.
Mi vida social es casi nula, no tengo tiempo de ir a tomar un café con alguien, es imposible. Tampoco puedo salir de viaje. Tengo muy pocas amigas y son ellas las que vienen, yo no puedo ir a sus casas. Una de ellas, por ejemplo, viene los domingos solo a traerme comida para los animales que compra del mercado. A veces llegamos a charlar no más de media hora, porque los domingos y algunos feriados también trabajo.
Alimentación
Para alimentar a los 48 gatos, utilizo cuatro kilos de comida balanceada diaria. Compro bolsas grandes de 15 kilos que cuestan algo más de 40 dólares, incluido el transporte. Esa bolsa dura hasta cuatro días, administrándola con cuidado. La última comida les sirvo tarde en la noche y de ahí otra vez en la madrugada, cuando me levanto. Siempre controlo quién está comiendo. Si alguno no se arrima a la comida, es porque puede estar enfermo. Es posible que tenga una infección urinaria, que no esté defecando porque le falta fibra, o que tenga una recaída de una enfermedad crónica. A ese lo vigilo más de cerca.
En cuanto a los perros, todos los que están aquí son viejos. Ellos, por falta de dientes, no pueden alimentarse con las croquetas duras de la comida balanceada. Para que puedan tragar, esas croquetas las mojo con caldo caliente y agrego otros suplementos que necesitan para su edad.
Veterinaria 
Cuando rescato un animal, no puedo traerlo directamente de la calle. Lo llevo a la veterinaria para que le hagan todos los análisis. Los chequeos cuestan por lo bajo 70 dólares por un animal relativamente sano. Si llega a ser un animal atropellado, cuesta por encima de 400 dólares, ya que se le hace varias radiografías para ver la columna, la cadera y las patas. También se le hacen ecografías para ver si no hay daños internos.
Algunas veces el animal debe quedarse internado en la veterinaria. La internación cuesta alrededor de 20 dólares por día, o menos si te conocen. Cuando los animales están enfermos, por lo general no quieren saber nada de croquetas secas porque necesitan sentir olores más fuertes. Entonces, yo preparo algo para comer en casa y se los llevo a la veterinaria.
Momentos felices
Uno de los momentos más felices que tengo es cuando llego en la noche y mis gatos vienen a recibirme, alborotados. Saludo a los que están cerca de la puerta y, a medida que entro, sigo hablando con los que veo en el patio. Llego a mi cuarto y sigo compartiendo con quienes me siguieron.
Una de las gatas que era más apegada a mí se llamaba Mumi. Ella fue mi gran compañera por muchos años. Cuando yo llegaba a casa y ella veía que yo ya estaba cambiada, pedía permiso para subirse sobre mi hombro. Podía andar media hora o una hora ahí acomodada. Así se quedaba, alrededor de mi cuello, mientras yo hacía las cosas de la casa.
Mumi siempre tuvo un problema de defensas bajas, desde el día que fue rescatada. Varias veces la llevamos a la veterinaria, y salía de sus crisis. Pero llegó un día de esos que se enfermó, y no se la pudo salvar. Ella ya no está conmigo físicamente, pero está en mi corazón. La amo profundamente.
Eutanasia humanitaria
Me acuerdo de muchos animales que he tenido que poner a dormir por una cuestión de humanidad. No se los podía dejar sufrir. Das todo lo que tienes, pones tu tiempo, gastas en médicos y veterinarias, pero a veces ya no hay nada para hacer. Son momentos tristes.
En la eutanasia humanitaria, ellos se van sin darse cuenta porque se quedan dormidos, no hay ahogos, no hay nada. Eso he tenido que hacer con animales viejos o accidentados, atropellados. Algunos de ellos tienen hemorragia interna y los huesos rotos. No queda otra alternativa que hacerlos dormir, obviamente con un veterinario capacitado.
Personas que cuidan animales
Yo creo que las personas que cuidan animales tienen una sensibilidad más desarrollada, una luz y un amor interior en ellas. Siempre están dejando algo de sí mismas para dar a sus animales. Generalmente, este tipo de personas no son económicamente pudientes, sino es gente que simplemente sobrevive con sus ingresos.
Misión espiritual
Los gatos son maravillosos. Cuando frotan su cuerpo y se ponen cariñosos, están limpiando la energía negativa que a veces nosotros traemos de la calle, del trabajo, o de un inconveniente que tuvimos con alguien. Yo creo firmemente que los gatos absorben las malas vibras. La misión espiritual de los perros y los gatos es de proteger el ambiente y proteger a los seres humanos.
En esta casa tengo una regla clara: ya no puede entrar un animal más. ¿Por qué? Porque hay algo lógico. Con mi edad, no sé hasta cuándo voy a tener la fuerza para cobijar y proteger a estos animalitos a mi cargo. Yo no tengo la vida comprada.  
La idea es que ellos se vayan muriendo naturalmente, cuando tenga que suceder. Es una forma natural de resolver esta situación. Ya no puedo rescatar ni acoger a nadie más, no sería lógico ni responsable. Yo me siento muy libre, muy feliz con la ayuda que estoy haciendo a los animales. Hay personas que dirían: “¡Pero ésta está loca, dice que es feliz y mira cómo vive…!”. Pero sí, soy feliz. A veces estoy preocupada por las responsabilidades, por el tiempo y el dinero que se necesita para mantener este hogar. Mi preocupación es ésta, no tengo otra.
Yo podría haber tenido hace rato mi auto en la puerta y una casa propia. Sin embargo, me transporto en buses y vivo en alquiler. No tengo ninguna propiedad. Por cuidar animales  he sacrificado mi bienestar económico. Si me preguntan si estoy arrepentida de eso, yo digo que no, más allá de todo lo que me ha costado. Entiendo que podría estar de otra manera, pero es la decisión que tomé y la asumo como tal.
No estoy aislada del mundo. Sigo ejerciendo mi profesión como psicóloga, lo cual me da para vivir. Soy vegetariana, tengo algunos achaques de la edad, pero que no me traen problema. Me manejo bien, soy independiente económicamente, y en general estoy sana.
Con el correr del tiempo, ya no das la misma importancia a algunas cosas mundanas. Te haces más espiritual y tratas de ser mejor persona. Valoras el amor a los animales, el amor a servir, sin ninguna duda”.

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