La ultraderecha europea corona en Milán a Salvini como su nuevo líder
El líder de la Liga reúne en la ciudad italiana a una docena de fuerzas de la corriente ultranacionalista europea para lanzar un mensaje de unidad
Daniel Verdú
Milán, El País
Matteo Salvini quería que la fiesta fuera en su casa. Milán, ciudad donde comenzó su carrera política como concejal, epicentro de la región que vio crecer a la antigua Liga Norte, reunía todos los mimbres para una coronación política. Ninguno de los 11 socios de las corrientes ultranacionalistas que había invitado a la cumbre, entre los que estaban Marine Le Pen y el holandés Geert Wilders, puso pegas. Tras una manifestación que recorrió el centro de Milán y un acto político en el que se bramó contra el Islam, la inmigración y los “tecnócratas de Bruselas”, el ministro del Interior y líder de la Liga fue proclamado de facto como nuevo líder de los soberanistas.
La plaza del Duomo se convirtió el sábado en la primera postal que envió a Bruselas el movimiento que amenaza con cambiar los equilibrios de fuerzas de la Unión Europea y dinamitar desde dentro sus cimientos. La cita contó con los 11 partidos invitados (menos los españoles de Vox) y un amplio despliegue de la Liga. Justo antes de Salvini, sin rubor a ejercer de teloneros, hablaron Marine Le Pen, líder de Reagrupamiento Nacional francés, y Geert Wilders, jefe del Partido para la Libertad holandés. También representantes de otras corrientes ultras europeas como Alternativa por Alemania (AfD), los Verdaderos Finlandeses, el Partido del Pueblo Danés o el partido ultranacionalista austriaco FPÖ. "Es un día histórico. Lo esperábamos desde hace mucho tiempo y finalmente se ha dado bajo el cielo de Italia", lanzó Marine Le Pen, recibida en Milán como una gran estrella y la principal aliada.
La lluvia deslució la buscada fuerza del desafío a la UE. La plaza del Duomo apenas pudo llenarse —quedó muy lejos de los 100.000 seguidores esperados— y los paraguas rompieron el ambiente de épica que tanto entusiasma a la Liga. Las noticias que llegaban de Austria, donde el vicecanciller de extrema derecha austriaco, Heinz-Christian Strache, amigo de Salvini, había dimitido tras la divulgación de un vídeo que muestra cómo se deja corromper por una oligarca rusa, generó cierto runrún. Los teloneros hablaron uno a uno con la habitual retórica ultra contra Bruselas, los "tecnócratas", los inmigrantes o a "la islamización de Europa", como bramó con rabia Wilders antes de rendirse al anfitrión. "Matteo sabe decir basta, Europa necesita más Salvinis".
El acto pretendía unir corrientes europeas en un clima de alianza. Pero la paradoja ultranacionalista quiso que el único nombre que anunciaban los carteles sobre el escenario fuera el del líder de la Liga. “Primero los italianos”, rezaba la gran bandera. Ni franceses, ni holandeses, ni búlgaros. Las tornas han cambiado, recordó el líder de la Liga nada más pisar las tablas mientras sonaba el aria Nessun Dorma de Turandot de Puccini. "Antes los políticos italianos iban al extranjero para aprender cómo se hacían las cosas. El cambio empieza hoy en Milán". Ninguno de sus socios parece dudarlo.
El liderazgo de Salvini, pese a la fuerte personalidad política de sus aliados en esta aventura, es hoy incuestionable. El ministro del Interior de Italia es quien más consenso y poder real acumula en un país con peso específico en la economía europea. Es el único—más allá de Viktor Orbán en Hungría, del PPE— que ha podido desarrollar casi con toda la libertad el sueño húmedo ultra del cierre de puertos y una política autoritaria que empieza a cristalizar en la vida cotidiana (esta semana una profesora de bachillerato siciliana fue suspendida de empleo y sueldo dos meses por permitir que unos alumnos criticasen la política migratoria de Salvini en un trabajo). Él, sin embargo, negó ayer que su programa y su platea sean extremistas. "En esta plaza no hay fascistas, racistas ni fascistas. La diferencia está entre quienes hablan del futuro y quienes hablan del pasado porque no tienen ni idea del futuro. No es ultraderecha, sino sentido común".
Críticas al Papa y a otros líderes europeos
El nuevo príncipe de la ultraderecha europea desplegó toda la artillería retórica. Citó a Churchill, a Chesterton, puso como ejemplo a Margaret Thatcher y a De Gaulle, y terminó comparándose con Galileo por la incomprensión que suscitan los cambios que plantea ahora su familia política. “¡Nos trataban como a unos locos!”, lanzó. En una ampliación del campo de batalla, parafraseó indisimuladamente algunas ideas de Steve Bannon invocando los valores del "occidente judeo-cristiano" y atacando frontalmente al papa Francisco —el pontífice fue insólitamente abucheado por el público— por su discurso sobre la migración. Hurgando en la herida, defendió el legado de sus predecesores (Juan Pablo II y Benedicto XVI) y se alineó con la corriente ultra de la Iglesia invocando el nombre del cardenal conservador Robert Sarah, que hace las delicias de los opositores a Francisco.
El ministro del Interior italiano dedicó el resto del discurso a tirar sus clásicos contra "las élites", la socialdemocracia o Emmanuel Macron y Jean Claude Juncker. Porque en realidad hay pocas cosas que unan a los soberanistas europeos, diametralmente contrarios en algunos casos particulares, como la política fiscal o la regulación de los parámetros que están en la base del euro. La inmigración, en ese caso, es el comodín que nunca falla. “Si hacéis que seamos el primer partido en Europa, la política antiinmigrantes la llevaremos a toda la UE y aquí no entra ni uno más”. Y las encuestas no son malas.
La Liga, según todos los sondeos, ganará las elecciones europeas en Italia. En Italia están en liza 73 diputados y goza de una estimación de voto de alrededor del 30%, ocho puntos por encima de sus perseguidores (PD y Movimiento 5 Estrellas). Incluso habiendo perdido cuatro puntos en el último mes a causa de un escándalo de corrupción, sigue siendo casi el doble de lo que obtuvo en las elecciones legislativas de hace poco más de un año. Una cifra que le permitiría soñar con ser el partido con mayor representación de la UE. Y eso, piensa Salvini, permitiría que su coronación de Milán fuese ya incuestionable.
Daniel Verdú
Milán, El País
Matteo Salvini quería que la fiesta fuera en su casa. Milán, ciudad donde comenzó su carrera política como concejal, epicentro de la región que vio crecer a la antigua Liga Norte, reunía todos los mimbres para una coronación política. Ninguno de los 11 socios de las corrientes ultranacionalistas que había invitado a la cumbre, entre los que estaban Marine Le Pen y el holandés Geert Wilders, puso pegas. Tras una manifestación que recorrió el centro de Milán y un acto político en el que se bramó contra el Islam, la inmigración y los “tecnócratas de Bruselas”, el ministro del Interior y líder de la Liga fue proclamado de facto como nuevo líder de los soberanistas.
La plaza del Duomo se convirtió el sábado en la primera postal que envió a Bruselas el movimiento que amenaza con cambiar los equilibrios de fuerzas de la Unión Europea y dinamitar desde dentro sus cimientos. La cita contó con los 11 partidos invitados (menos los españoles de Vox) y un amplio despliegue de la Liga. Justo antes de Salvini, sin rubor a ejercer de teloneros, hablaron Marine Le Pen, líder de Reagrupamiento Nacional francés, y Geert Wilders, jefe del Partido para la Libertad holandés. También representantes de otras corrientes ultras europeas como Alternativa por Alemania (AfD), los Verdaderos Finlandeses, el Partido del Pueblo Danés o el partido ultranacionalista austriaco FPÖ. "Es un día histórico. Lo esperábamos desde hace mucho tiempo y finalmente se ha dado bajo el cielo de Italia", lanzó Marine Le Pen, recibida en Milán como una gran estrella y la principal aliada.
La lluvia deslució la buscada fuerza del desafío a la UE. La plaza del Duomo apenas pudo llenarse —quedó muy lejos de los 100.000 seguidores esperados— y los paraguas rompieron el ambiente de épica que tanto entusiasma a la Liga. Las noticias que llegaban de Austria, donde el vicecanciller de extrema derecha austriaco, Heinz-Christian Strache, amigo de Salvini, había dimitido tras la divulgación de un vídeo que muestra cómo se deja corromper por una oligarca rusa, generó cierto runrún. Los teloneros hablaron uno a uno con la habitual retórica ultra contra Bruselas, los "tecnócratas", los inmigrantes o a "la islamización de Europa", como bramó con rabia Wilders antes de rendirse al anfitrión. "Matteo sabe decir basta, Europa necesita más Salvinis".
El acto pretendía unir corrientes europeas en un clima de alianza. Pero la paradoja ultranacionalista quiso que el único nombre que anunciaban los carteles sobre el escenario fuera el del líder de la Liga. “Primero los italianos”, rezaba la gran bandera. Ni franceses, ni holandeses, ni búlgaros. Las tornas han cambiado, recordó el líder de la Liga nada más pisar las tablas mientras sonaba el aria Nessun Dorma de Turandot de Puccini. "Antes los políticos italianos iban al extranjero para aprender cómo se hacían las cosas. El cambio empieza hoy en Milán". Ninguno de sus socios parece dudarlo.
El liderazgo de Salvini, pese a la fuerte personalidad política de sus aliados en esta aventura, es hoy incuestionable. El ministro del Interior de Italia es quien más consenso y poder real acumula en un país con peso específico en la economía europea. Es el único—más allá de Viktor Orbán en Hungría, del PPE— que ha podido desarrollar casi con toda la libertad el sueño húmedo ultra del cierre de puertos y una política autoritaria que empieza a cristalizar en la vida cotidiana (esta semana una profesora de bachillerato siciliana fue suspendida de empleo y sueldo dos meses por permitir que unos alumnos criticasen la política migratoria de Salvini en un trabajo). Él, sin embargo, negó ayer que su programa y su platea sean extremistas. "En esta plaza no hay fascistas, racistas ni fascistas. La diferencia está entre quienes hablan del futuro y quienes hablan del pasado porque no tienen ni idea del futuro. No es ultraderecha, sino sentido común".
Críticas al Papa y a otros líderes europeos
El nuevo príncipe de la ultraderecha europea desplegó toda la artillería retórica. Citó a Churchill, a Chesterton, puso como ejemplo a Margaret Thatcher y a De Gaulle, y terminó comparándose con Galileo por la incomprensión que suscitan los cambios que plantea ahora su familia política. “¡Nos trataban como a unos locos!”, lanzó. En una ampliación del campo de batalla, parafraseó indisimuladamente algunas ideas de Steve Bannon invocando los valores del "occidente judeo-cristiano" y atacando frontalmente al papa Francisco —el pontífice fue insólitamente abucheado por el público— por su discurso sobre la migración. Hurgando en la herida, defendió el legado de sus predecesores (Juan Pablo II y Benedicto XVI) y se alineó con la corriente ultra de la Iglesia invocando el nombre del cardenal conservador Robert Sarah, que hace las delicias de los opositores a Francisco.
El ministro del Interior italiano dedicó el resto del discurso a tirar sus clásicos contra "las élites", la socialdemocracia o Emmanuel Macron y Jean Claude Juncker. Porque en realidad hay pocas cosas que unan a los soberanistas europeos, diametralmente contrarios en algunos casos particulares, como la política fiscal o la regulación de los parámetros que están en la base del euro. La inmigración, en ese caso, es el comodín que nunca falla. “Si hacéis que seamos el primer partido en Europa, la política antiinmigrantes la llevaremos a toda la UE y aquí no entra ni uno más”. Y las encuestas no son malas.
La Liga, según todos los sondeos, ganará las elecciones europeas en Italia. En Italia están en liza 73 diputados y goza de una estimación de voto de alrededor del 30%, ocho puntos por encima de sus perseguidores (PD y Movimiento 5 Estrellas). Incluso habiendo perdido cuatro puntos en el último mes a causa de un escándalo de corrupción, sigue siendo casi el doble de lo que obtuvo en las elecciones legislativas de hace poco más de un año. Una cifra que le permitiría soñar con ser el partido con mayor representación de la UE. Y eso, piensa Salvini, permitiría que su coronación de Milán fuese ya incuestionable.