La caída de la imagen presidencial tensa la alianza política que sostiene a Mauricio Macri
La Unión Cívica Radical presiona por una candidatura alternativa y más poder dentro del Gobierno
Federico Rivas Molina
Buenos Aires, El País
Mauricio Macri ya no es una apuesta a ganador. La caída de su popularidad, lastrada por la crisis económica, ha potenciado viejas tensiones en Cambiemos, la alianza que en 2015 venció al kirchnerismo en las generales. La Unión Cívica Radical (UCR) decidió el lunes en una convención partidaria elevar la presión interna. Tras horas de debate, sus líderes ratificaron la permanencia en Cambiemos, pero desafiaron a Macri a que someta su candidatura a la reelección al escrutinio de las primarias que se celebrarán en agosto. El Gobierno, por su parte, ratificó que Macri no se baja de la carrera electoral.
La alianza Cambiemos nació en 2015 como un acuerdo entre el PRO de Macri y la UCR, un partido centenario que fue potencia electoral a principios del siglo pasado, combatió luego al peronismo y regresó al poder tras el fin de la dictadura en 1983, con Raúl Alfonsín. Hace cuatro años, Macri era el aspirante a la Casa Rosada con mejor imagen, pero su poder se concentraba en la ciudad de Buenos Aires y carecía de una estructura nacional. La UCR le dio esa estructura. Diezmados tras la crisis que en 2001 eyectó de la Casa Rosada al radical Fernando de la Rúa, el partido encontró en Macri la llave para un regreso al poder, aunque sea con la cabeza gacha. La fórmula funcionó y Macri se convirtió en presidente.
Cambiemos no es una coalición, sino una alianza electoral. Macri pagó el apoyo de la UCR con la cesión de algunos ministerios, pero enseguida los radicales entendieron que no estaban llamados a cogobernar. Mientras la economía acompañó y la popularidad de Macri se mantuvo por encima del 50%, tuvieron poco espacio para el pataleo. Pero todo cambió en abril del año pasado, cuando se inició la crisis cambiaria, se disparó la inflación y subieron el desempleo y la pobreza. Hoy, la imagen de Macri está por debajo del 35%, el porcentaje de votos que obtuvo en la primera vuelta de aquella elección de 2015. Las voces que piden que ceda su lugar en la lista presidencial crecieron dentro de la UCR, aunque nunca en forma homogénea.
La convención que el partido celebró el lunes en Buenos Aires fue evidencia de las divisiones. Al sector “amarrillo” (el color del PRO) que defiende a capa y espada a Macri se le enfrentó otro que pidió sin vueltas romper Cambiemos. Al frente de este último grupo estuvo Ricardo Alfonsín, hijo del expresidente. Como suele suceder cuando hay posiciones extremas, triunfó el punto medio. El gobernador Alfredo Cornejo, presidente del partido, impuso la fórmula de la permanencia dentro de la alianza, pero a cambio de que Macri les dé más poder de decisión y se abra a que el candidato de Cambiemos se decida en elecciones primarias. Al mismo tiempo, Cornejo obtuvo mandato para negociar un acercamiento al peronismo no kirchnerista, hoy la tercera fuerza electoral del país.
El objetivo de fondo es que Cambiemos avance hacia una coalición “con un esquema de funcionamiento reglado y sistémico que provea certidumbre en los procesos decisorios”, según establecieron los radicales en el documento final de la convención. Un cambio semejante supone, en la práctica, menos poder para Macri, en caso de que finalmente gane las elecciones en octubre. "Queremos menos PRO en el Gobierno", advirtió Cornejo, una declaración que hace sólo un año hubiese sonado como una declaración de guerra sin retorno. Desde el Gobierno, aclararon públicamente que Macri no se baja porque es el “candidato natural” de Cambiemos.
No es la primera vez que los radicales, apremiados por sus propias necesidades, tienen que lidiar con socios incómodos. La última vez que gobernaron en soledad fue con Alfonsín, pero la hiperinflación que marcó el final de aquel mandato los redujo a la insignificancia política. Todo cambió en 1999, cuando Fernando de la Rúa se presentó a elecciones con el peronista Carlos Chacho Álvarez como compañero de fórmula y ganó. La aventura de a dos duró poco: Álvarez renunció a su cargo un año después, en repudio a un escándalo de compra de votos en el Congreso. Un año después, se iría De la Rúa. Los radicales se refugiaron entonces en algunos bastiones provinciales, aguantaron durante el kirchnerismo y volvieron con Macri. Las tensiones de esta semana son el corolario de una sociedad que nació despareja.
Federico Rivas Molina
Buenos Aires, El País
Mauricio Macri ya no es una apuesta a ganador. La caída de su popularidad, lastrada por la crisis económica, ha potenciado viejas tensiones en Cambiemos, la alianza que en 2015 venció al kirchnerismo en las generales. La Unión Cívica Radical (UCR) decidió el lunes en una convención partidaria elevar la presión interna. Tras horas de debate, sus líderes ratificaron la permanencia en Cambiemos, pero desafiaron a Macri a que someta su candidatura a la reelección al escrutinio de las primarias que se celebrarán en agosto. El Gobierno, por su parte, ratificó que Macri no se baja de la carrera electoral.
La alianza Cambiemos nació en 2015 como un acuerdo entre el PRO de Macri y la UCR, un partido centenario que fue potencia electoral a principios del siglo pasado, combatió luego al peronismo y regresó al poder tras el fin de la dictadura en 1983, con Raúl Alfonsín. Hace cuatro años, Macri era el aspirante a la Casa Rosada con mejor imagen, pero su poder se concentraba en la ciudad de Buenos Aires y carecía de una estructura nacional. La UCR le dio esa estructura. Diezmados tras la crisis que en 2001 eyectó de la Casa Rosada al radical Fernando de la Rúa, el partido encontró en Macri la llave para un regreso al poder, aunque sea con la cabeza gacha. La fórmula funcionó y Macri se convirtió en presidente.
Cambiemos no es una coalición, sino una alianza electoral. Macri pagó el apoyo de la UCR con la cesión de algunos ministerios, pero enseguida los radicales entendieron que no estaban llamados a cogobernar. Mientras la economía acompañó y la popularidad de Macri se mantuvo por encima del 50%, tuvieron poco espacio para el pataleo. Pero todo cambió en abril del año pasado, cuando se inició la crisis cambiaria, se disparó la inflación y subieron el desempleo y la pobreza. Hoy, la imagen de Macri está por debajo del 35%, el porcentaje de votos que obtuvo en la primera vuelta de aquella elección de 2015. Las voces que piden que ceda su lugar en la lista presidencial crecieron dentro de la UCR, aunque nunca en forma homogénea.
La convención que el partido celebró el lunes en Buenos Aires fue evidencia de las divisiones. Al sector “amarrillo” (el color del PRO) que defiende a capa y espada a Macri se le enfrentó otro que pidió sin vueltas romper Cambiemos. Al frente de este último grupo estuvo Ricardo Alfonsín, hijo del expresidente. Como suele suceder cuando hay posiciones extremas, triunfó el punto medio. El gobernador Alfredo Cornejo, presidente del partido, impuso la fórmula de la permanencia dentro de la alianza, pero a cambio de que Macri les dé más poder de decisión y se abra a que el candidato de Cambiemos se decida en elecciones primarias. Al mismo tiempo, Cornejo obtuvo mandato para negociar un acercamiento al peronismo no kirchnerista, hoy la tercera fuerza electoral del país.
El objetivo de fondo es que Cambiemos avance hacia una coalición “con un esquema de funcionamiento reglado y sistémico que provea certidumbre en los procesos decisorios”, según establecieron los radicales en el documento final de la convención. Un cambio semejante supone, en la práctica, menos poder para Macri, en caso de que finalmente gane las elecciones en octubre. "Queremos menos PRO en el Gobierno", advirtió Cornejo, una declaración que hace sólo un año hubiese sonado como una declaración de guerra sin retorno. Desde el Gobierno, aclararon públicamente que Macri no se baja porque es el “candidato natural” de Cambiemos.
No es la primera vez que los radicales, apremiados por sus propias necesidades, tienen que lidiar con socios incómodos. La última vez que gobernaron en soledad fue con Alfonsín, pero la hiperinflación que marcó el final de aquel mandato los redujo a la insignificancia política. Todo cambió en 1999, cuando Fernando de la Rúa se presentó a elecciones con el peronista Carlos Chacho Álvarez como compañero de fórmula y ganó. La aventura de a dos duró poco: Álvarez renunció a su cargo un año después, en repudio a un escándalo de compra de votos en el Congreso. Un año después, se iría De la Rúa. Los radicales se refugiaron entonces en algunos bastiones provinciales, aguantaron durante el kirchnerismo y volvieron con Macri. Las tensiones de esta semana son el corolario de una sociedad que nació despareja.