Todo listo para la abdicación del emperador en Japón
Akihito renuncia este martes al trono en una ceremonia formal. El miércoles, su hijo Naruhito será proclamado nuevo emperador
Macarena Vidal Liy
Pekín, El País
Con medidas de seguridad reforzadas en torno al palacio, un aire festivo en todo el país y mucha curiosidad, Japón se prepara para presenciar este martes la abdicación de su emperador Akihito, de 85 años. En una ceremonia llena de ritos sintoístas y cuidadosamente coreografiada, el soberano se despedirá de los símbolos de su trono y pronunciará su último discurso como jefe de Estado. Al día siguiente, con la entronización de su hijo Naruhito, empezará en el imperio del Sol Naciente una nueva era: la era Reiwa.
El proceso se ha gestado durante tres años, desde que el anciano emperador, en el trono desde hace 31 años, anunció en 2016 su deseo de retirarse, puesto que su avanzada edad le impedía acometer como es debido las funciones de jefe del Estado. Era la primera vez en que un soberano nipón quería abdicar desde hacía dos siglos, cuando el emperador Kokahu renunció en favor de su hijo Ninko. Su voluntad obligó al Parlamento nipón a aprobar una ley especial: hasta entonces no estaba previsto que el monarca —considerado de estirpe divina hasta la derrota japonesa en la Segunda Guerra Mundial en 1945— pudiera abandonar el trono en vida.
Este desacostumbrado relevo en el trono viene rodeado de una atmósfera muy diferente a la que tuvo lugar en 1989. Entonces, acababa de fallecer el emperador Hirohito, que dirigió a su pueblo durante la Segunda Guerra Mundial adorado como un dios y tuvo que guiarlo durante la posguerra reducido a la condición humana. El ambiente en aquellos momentos era sombrío. Esta vez, nadie ha muerto y los dos emperadores seguirán conviviendo cordialmente. Y los nipones viven diez días de vacaciones oficiales, el periodo de ocio más largo de su historia. Algo que ha contribuido a la alegría general, aunque no para todos: un 45% se lamenta de que es demasiado tiempo de cierre de los servicios públicos o para tener a los niños sin escuela.
La ceremonia de abdicación, televisada en directo y en la asistirán apenas 300 personas, comenzará a las 17.00, hora japonesa. En el solemne salón de los Pinos (Matsu no Ma), reservado para los acontecimientos más importantes en el palacio imperial, los chambelanes reales traerán los sellos del Estado y del monarca. También, guardados en sus cajas cerradas, dos de los tres símbolos del trono, una espada y una joya (el tercero, un espejo, permanecerá guardado en el sagrado santuario de Ise) que, según la tradición, la diosa del Sol Amaterasu entregó a su hijo, Niniki no Mikoto, padre del primer emperador nipón.
En esa breve ceremonia, de apenas diez minutos, Akihito pronunciará su último discurso como jefe de Estado. Escuchándole en la sala, entre otros, estarán el primer ministro, Shinzo Abe, que anunciará la abdicación; Naruhito y su esposa, la princesa Masako; los líderes del Parlamento y los jueces del Tribunal Supremo.
A medianoche terminará oficialmente la era del emperador Hesei (“Mantenimiento de la paz”) y comenzará la de Akihito, la era Reiwa o “Bella Armonía”.
La entronización tendrá lugar en la mañana del miércoles, en dos pasos. En una ceremonia sintoísta, al todavía príncipe, vestido de frac, se le presentarán los símbolos del trono, como muestra de la legitimidad de su sucesión. Aunque no está permitida la presencia de las mujeres de la familia real —solo podrán asistir los varones adultos—, sí participará en ella, entre los representantes de los tres poderes, la única ministra del Gobierno de Abe, Satsuki Katayama, la primera mujer que participa en este tipo de acontecimiento.
Pocos minutos más tarde, y vestido ahora con el traje tradicional japonés, pronunciará su primer discurso como emperador en el “Matsu no Ma”. Ahí, como su padre hace 30 años, dará algunas pistas de cuáles serán las prioridades de su reinado. Akihito, en 1989, prometió cumplir los deberes de su cargo, buscar la prosperidad nacional y la paz global y defender la Constitución. Esto último parece haber suscitado diferencias con Abe, que aspira a reformar la Carta Magna pacifista; Naruhito podría dar pistas en su discurso de sobre cuál será su posición al respecto. Aunque la opinión de los emperadores, siempre expuesta con discreción, cuenta con un peso más moral que práctico: el jefe de Estado tiene un estatus meramente simbólico, según esa Constitución impuesta por Estados Unidos tras la guerra.
Es posible que el nuevo emperador haga también alusión a los problemas que afronta la era Reiwa: un país con un alto nivel de vida, pero envejecido y cuya economía no termina de salir del estancamiento en el que entró durante la etapa de su padre. Y en el que el papel de la mujer está limitado incluso a la hora de heredar el trono, lo que hace que, salvo reforma del sistema, tras la subida al trono de Naruhito solo queden dos herederos posibles: su hermano Akishino y su sobrino Hisahito.
Las celebraciones continuarán durante varios días. El sábado, Naruhito y Masako harán su primera comparecencia pública. O seis, para ser exactos: las veces que saldrán a saludar al público que quiera concentrarse en el palacio imperial para felicitarlos. La ceremonia oficial de entronización aún tardará más: no ocurrirá hasta el 22 de octubre, cuando se invitará a jefes de Estado y gobierno de todo el mundo a los festejos.
Tres tesoros nunca vistos
Los Tres Tesoros Sagrados, los símbolos del trono legados por la diosa Amaterasu, son tan preciados como misteriosos. Tan importantes que, según se cuenta en Japón, el afán por protegerlos fue una de las razones que impelieron al emperador Hirohito a rendirse en agosto de 1945.
El espejo, o Yata no Kagami, se mantiene custodiado en el santuario de Ise, el más importante de la religión sintoísta y dedicado, precisamente, a la diosa del Sol. La espada, que se conoce como Kusanagi no Tsurugi, se guarda en el santuario de Atsuta, en el centro de país. La joya, Yasakani no Matagama, reside en el palacio imperial.
Son tan sagradas que siempre se guardan en cajas que nunca se abren. Nadie puede verlas, ni siquiera el emperador. Nadie, por tanto, sabe exactamente cómo son. Lo que se presentará al nuevo emperador, de hecho, son réplicas. Pero incluso ellas son tan poderosas que tampoco se sacarán de sus cajas.
Macarena Vidal Liy
Pekín, El País
Con medidas de seguridad reforzadas en torno al palacio, un aire festivo en todo el país y mucha curiosidad, Japón se prepara para presenciar este martes la abdicación de su emperador Akihito, de 85 años. En una ceremonia llena de ritos sintoístas y cuidadosamente coreografiada, el soberano se despedirá de los símbolos de su trono y pronunciará su último discurso como jefe de Estado. Al día siguiente, con la entronización de su hijo Naruhito, empezará en el imperio del Sol Naciente una nueva era: la era Reiwa.
El proceso se ha gestado durante tres años, desde que el anciano emperador, en el trono desde hace 31 años, anunció en 2016 su deseo de retirarse, puesto que su avanzada edad le impedía acometer como es debido las funciones de jefe del Estado. Era la primera vez en que un soberano nipón quería abdicar desde hacía dos siglos, cuando el emperador Kokahu renunció en favor de su hijo Ninko. Su voluntad obligó al Parlamento nipón a aprobar una ley especial: hasta entonces no estaba previsto que el monarca —considerado de estirpe divina hasta la derrota japonesa en la Segunda Guerra Mundial en 1945— pudiera abandonar el trono en vida.
Este desacostumbrado relevo en el trono viene rodeado de una atmósfera muy diferente a la que tuvo lugar en 1989. Entonces, acababa de fallecer el emperador Hirohito, que dirigió a su pueblo durante la Segunda Guerra Mundial adorado como un dios y tuvo que guiarlo durante la posguerra reducido a la condición humana. El ambiente en aquellos momentos era sombrío. Esta vez, nadie ha muerto y los dos emperadores seguirán conviviendo cordialmente. Y los nipones viven diez días de vacaciones oficiales, el periodo de ocio más largo de su historia. Algo que ha contribuido a la alegría general, aunque no para todos: un 45% se lamenta de que es demasiado tiempo de cierre de los servicios públicos o para tener a los niños sin escuela.
La ceremonia de abdicación, televisada en directo y en la asistirán apenas 300 personas, comenzará a las 17.00, hora japonesa. En el solemne salón de los Pinos (Matsu no Ma), reservado para los acontecimientos más importantes en el palacio imperial, los chambelanes reales traerán los sellos del Estado y del monarca. También, guardados en sus cajas cerradas, dos de los tres símbolos del trono, una espada y una joya (el tercero, un espejo, permanecerá guardado en el sagrado santuario de Ise) que, según la tradición, la diosa del Sol Amaterasu entregó a su hijo, Niniki no Mikoto, padre del primer emperador nipón.
En esa breve ceremonia, de apenas diez minutos, Akihito pronunciará su último discurso como jefe de Estado. Escuchándole en la sala, entre otros, estarán el primer ministro, Shinzo Abe, que anunciará la abdicación; Naruhito y su esposa, la princesa Masako; los líderes del Parlamento y los jueces del Tribunal Supremo.
A medianoche terminará oficialmente la era del emperador Hesei (“Mantenimiento de la paz”) y comenzará la de Akihito, la era Reiwa o “Bella Armonía”.
La entronización tendrá lugar en la mañana del miércoles, en dos pasos. En una ceremonia sintoísta, al todavía príncipe, vestido de frac, se le presentarán los símbolos del trono, como muestra de la legitimidad de su sucesión. Aunque no está permitida la presencia de las mujeres de la familia real —solo podrán asistir los varones adultos—, sí participará en ella, entre los representantes de los tres poderes, la única ministra del Gobierno de Abe, Satsuki Katayama, la primera mujer que participa en este tipo de acontecimiento.
Pocos minutos más tarde, y vestido ahora con el traje tradicional japonés, pronunciará su primer discurso como emperador en el “Matsu no Ma”. Ahí, como su padre hace 30 años, dará algunas pistas de cuáles serán las prioridades de su reinado. Akihito, en 1989, prometió cumplir los deberes de su cargo, buscar la prosperidad nacional y la paz global y defender la Constitución. Esto último parece haber suscitado diferencias con Abe, que aspira a reformar la Carta Magna pacifista; Naruhito podría dar pistas en su discurso de sobre cuál será su posición al respecto. Aunque la opinión de los emperadores, siempre expuesta con discreción, cuenta con un peso más moral que práctico: el jefe de Estado tiene un estatus meramente simbólico, según esa Constitución impuesta por Estados Unidos tras la guerra.
Es posible que el nuevo emperador haga también alusión a los problemas que afronta la era Reiwa: un país con un alto nivel de vida, pero envejecido y cuya economía no termina de salir del estancamiento en el que entró durante la etapa de su padre. Y en el que el papel de la mujer está limitado incluso a la hora de heredar el trono, lo que hace que, salvo reforma del sistema, tras la subida al trono de Naruhito solo queden dos herederos posibles: su hermano Akishino y su sobrino Hisahito.
Las celebraciones continuarán durante varios días. El sábado, Naruhito y Masako harán su primera comparecencia pública. O seis, para ser exactos: las veces que saldrán a saludar al público que quiera concentrarse en el palacio imperial para felicitarlos. La ceremonia oficial de entronización aún tardará más: no ocurrirá hasta el 22 de octubre, cuando se invitará a jefes de Estado y gobierno de todo el mundo a los festejos.
Tres tesoros nunca vistos
Los Tres Tesoros Sagrados, los símbolos del trono legados por la diosa Amaterasu, son tan preciados como misteriosos. Tan importantes que, según se cuenta en Japón, el afán por protegerlos fue una de las razones que impelieron al emperador Hirohito a rendirse en agosto de 1945.
El espejo, o Yata no Kagami, se mantiene custodiado en el santuario de Ise, el más importante de la religión sintoísta y dedicado, precisamente, a la diosa del Sol. La espada, que se conoce como Kusanagi no Tsurugi, se guarda en el santuario de Atsuta, en el centro de país. La joya, Yasakani no Matagama, reside en el palacio imperial.
Son tan sagradas que siempre se guardan en cajas que nunca se abren. Nadie puede verlas, ni siquiera el emperador. Nadie, por tanto, sabe exactamente cómo son. Lo que se presentará al nuevo emperador, de hecho, son réplicas. Pero incluso ellas son tan poderosas que tampoco se sacarán de sus cajas.