Oblak amarga al Valladolid
Un autogol de Joaquín le da el triunfo al Atleti y forzó al Barça a ganar para cantar el alirón. Brilló Oblak. El Valladolid reclamó penalti en el 88'.
Patricia Cazón
As
El equipo que se jugaba la vida veía como el partido le torcía la cara ya en el segundo 26. Su capitán, Moyano, veía la amarilla por un agarrón en el centro. Tres minutos después, antes de que al Atleti le diera tiempo a hurgar en su lateral derecho y buscarle cosquillas a esa tarjeta, Godín le imitaba. El capitán del Atleti también veía tarjeta. Iguales. El equipo que se jugaba la vida había salido con intención de mandar. Antes de los diez minutos Oblak ya había estrenado sus guantes: saltó como un gato para repeler un chut de Guardiola con veneno.
Sin Rodrigo, suplente por primera vez en tres meses, con Saúl junto a Thomas, tardó el Atlético en saludar a Masip lo que tardó Morata en asomarse al partido. Pero cuando lo hizo, se quedó a vivir en su área mientras continuaba su master-class de movimientos. En una de esas, recortó y cedió a Grizi, pero el francés desvió su disparo. Apretaban los rojiblancos pero Masip permanecía muy atento ante tanta visita, por si acaso. Se palpó en los reflejos que mostró para sacar de puños una falta de Griezmann que se fue envenenando en el aire.
El Valladolid esperaba con paciencia, bien plantado, una contra. Músculos en tensión, líneas juntas y Moyano aguantando a Lemar con su tarjeta, como un jabato. Era el francés el desequilibrio del Cholo entonces, una vez disipado Morata. Añoraba el Atleti demasiado a Rodrigo. En la salida de pelota limpia, en el balance defensivo, que Thomas no es igual cuando inicia el juego. Saúl se vio obligado a cortar dos balones en el alambre y Godín remendaba los fallos de Filipe, que no comenzó bien la tarde. Koke y Lemar siempre quedaban descolgados de Grizi y Morata.
Cuando llegó el descanso sólo se contaba otra ocasión. De Guardiola. Pero volvió a toparse con Oblak mientras la grada, llena, le cantaba eso de Obi, Oba. El equipo que se jugaba la vida llegaba al descanso sin herida alguna en el Metropolitano.
En cuanto regresó el partido pudo comprobar que había cambiado. Que Thomas se quedaba en la ducha, que ahí en el centro estaba Rodrigo y el Atleti ahora robaba en la salida de balón. Antes de la hora, Simeone agitaba su gaseosa y aparecía Correa mientras Saúl se iba a su particular tortura: el lateral. Buscaba el Cholo más en ataque. El partido estaba tan interesante como plantar perejil en un tiesto y esperar a que crezca. O para que Juanfran, en el banco, pudiera ir a hacerse fotos con un hincha en la grada. Ese era nivel, sí.
Calero le arrebataba a Grizi el balón para desbaratarle una ocasión dos jugadas antes de que Joaquín, el otro central del equipo que se jugaba la vida, se disparara en el pie. Saúl corrió toda la banda izquierda como por la mañana los corredores de la maratón habían corrido Madrid para llegar a la línea de fondo y centrar... A la cabeza de Joaquín. Gol. Quedó el futbolista tendido en el área y 600 pucelanos en la grada mudos, mientras Correa iba y venía con las botas imantadas. Tuvo una bala Plano. Y la disparó desde la frontal... para estamparla de nuevo contra ese muro llamado Oblak. A mano cambiada y a los pies de esos 600 que habían viajado de Valladolid con el rezo en la boca. Llenaron su aire, grada alta, casi al final. Su equipo, a la desesperada, casi toca el empate.
Lanzó Míchel una falta, cabeceó Calero y el balón golpeó a Arias en el brazo. Avisó el VAR de ella, pero el árbitro chequeó en la pantalla y dijo que no. Que no era penalti. El Valladolid se lanzó sobre la portería del esloveno como lo que era, un equipo que se juega la vida y se queda sin tiempo, pero otra vez se topó con Oblak y todas las demás no llegaría a ningún lugar. Sergio se iba, negando, con esa mano de Arias y el VAR clavado, otra vez, como un puñal.
El Barça para ser campeón de Liga tuvo que ganarle al Levante. No se lo sirvió el Atleti antes en su bandeja de plata. No.
Patricia Cazón
As
El equipo que se jugaba la vida veía como el partido le torcía la cara ya en el segundo 26. Su capitán, Moyano, veía la amarilla por un agarrón en el centro. Tres minutos después, antes de que al Atleti le diera tiempo a hurgar en su lateral derecho y buscarle cosquillas a esa tarjeta, Godín le imitaba. El capitán del Atleti también veía tarjeta. Iguales. El equipo que se jugaba la vida había salido con intención de mandar. Antes de los diez minutos Oblak ya había estrenado sus guantes: saltó como un gato para repeler un chut de Guardiola con veneno.
Sin Rodrigo, suplente por primera vez en tres meses, con Saúl junto a Thomas, tardó el Atlético en saludar a Masip lo que tardó Morata en asomarse al partido. Pero cuando lo hizo, se quedó a vivir en su área mientras continuaba su master-class de movimientos. En una de esas, recortó y cedió a Grizi, pero el francés desvió su disparo. Apretaban los rojiblancos pero Masip permanecía muy atento ante tanta visita, por si acaso. Se palpó en los reflejos que mostró para sacar de puños una falta de Griezmann que se fue envenenando en el aire.
El Valladolid esperaba con paciencia, bien plantado, una contra. Músculos en tensión, líneas juntas y Moyano aguantando a Lemar con su tarjeta, como un jabato. Era el francés el desequilibrio del Cholo entonces, una vez disipado Morata. Añoraba el Atleti demasiado a Rodrigo. En la salida de pelota limpia, en el balance defensivo, que Thomas no es igual cuando inicia el juego. Saúl se vio obligado a cortar dos balones en el alambre y Godín remendaba los fallos de Filipe, que no comenzó bien la tarde. Koke y Lemar siempre quedaban descolgados de Grizi y Morata.
Cuando llegó el descanso sólo se contaba otra ocasión. De Guardiola. Pero volvió a toparse con Oblak mientras la grada, llena, le cantaba eso de Obi, Oba. El equipo que se jugaba la vida llegaba al descanso sin herida alguna en el Metropolitano.
En cuanto regresó el partido pudo comprobar que había cambiado. Que Thomas se quedaba en la ducha, que ahí en el centro estaba Rodrigo y el Atleti ahora robaba en la salida de balón. Antes de la hora, Simeone agitaba su gaseosa y aparecía Correa mientras Saúl se iba a su particular tortura: el lateral. Buscaba el Cholo más en ataque. El partido estaba tan interesante como plantar perejil en un tiesto y esperar a que crezca. O para que Juanfran, en el banco, pudiera ir a hacerse fotos con un hincha en la grada. Ese era nivel, sí.
Calero le arrebataba a Grizi el balón para desbaratarle una ocasión dos jugadas antes de que Joaquín, el otro central del equipo que se jugaba la vida, se disparara en el pie. Saúl corrió toda la banda izquierda como por la mañana los corredores de la maratón habían corrido Madrid para llegar a la línea de fondo y centrar... A la cabeza de Joaquín. Gol. Quedó el futbolista tendido en el área y 600 pucelanos en la grada mudos, mientras Correa iba y venía con las botas imantadas. Tuvo una bala Plano. Y la disparó desde la frontal... para estamparla de nuevo contra ese muro llamado Oblak. A mano cambiada y a los pies de esos 600 que habían viajado de Valladolid con el rezo en la boca. Llenaron su aire, grada alta, casi al final. Su equipo, a la desesperada, casi toca el empate.
Lanzó Míchel una falta, cabeceó Calero y el balón golpeó a Arias en el brazo. Avisó el VAR de ella, pero el árbitro chequeó en la pantalla y dijo que no. Que no era penalti. El Valladolid se lanzó sobre la portería del esloveno como lo que era, un equipo que se juega la vida y se queda sin tiempo, pero otra vez se topó con Oblak y todas las demás no llegaría a ningún lugar. Sergio se iba, negando, con esa mano de Arias y el VAR clavado, otra vez, como un puñal.
El Barça para ser campeón de Liga tuvo que ganarle al Levante. No se lo sirvió el Atleti antes en su bandeja de plata. No.