Los vagos éramos nosotros

Ahora se juegan de 10 a 20 partidos más por año que en mi época y las pretemporadas las hacen en paraísos de 40 grados a la sombra

Jorge Valdano
El País
Diálogo de sordos. Algunos futbolistas viven en una realidad paralela y hay una razón: ninguna de las personas que les rodean tiene sentido crítico. Elogiar asegura mejor el puesto de trabajo que reprobar. No quiero dejar pasar el episodio que protagonizó Coutinho, que ha tenido un mal año. Valverde le tuvo paciencia, sus compañeros lo respaldaron y la afición le pitó un poco, no mucho. Así es la vida. En cuartos de Champions marcó un buen gol al Manchester y decidió vengarse de la gente con un gesto lamentable. Pareció preguntarle a la multitud: “¿Y ahora qué me cuentan?”. Si la afición supiera contestar le hubiera dicho, primero: “No me jodas la alegría del gol con esta reacción infantil” (cuesta imaginarse a una hinchada hablando educadamente). Y segundo: “Si nadie te cuenta la verdad, cuéntatela tú mismo, que ya tienes edad”. Lástima que la hinchada, como el entorno del jugador, no sepa hablar.


Medio centro, jugador entero. El medio centro. He aquí un hombre de pie en un vital cruce de caminos, a veces sembrando y a veces podando. Las tareas que se le asignan tienen una prioridad: no puede darse el lujo de pensar en sí mismo. Necesita orden posicional y criterio colectivo. Se suele valorar su despliegue y velocidad, cosas superficiales para la función. Guardiola, además de lento, era frágil; Fernando Redondo usaba los brazos como remos para defenderse de su falta de velocidad; Xabi Alonso tenía el culo gordo para decirlo con palabras de un directivo; a Busquets nadie lo confundiría con un jugador veloz… Todos, maravillosos especialistas para distribuir juego en fase ofensiva y para cerrar el tránsito cuando se trata de defender. Como lo que es excepcional para una generación es rutinario para la siguiente, llegó Rodri, que en el Atlético de Madrid parece traer todo lo admirable de los mejores de siempre.

Correr, pensar, jugar… Sterling pasó de jugar a la pelota a jugar al fútbol con apenas cuatro conceptos básicos que le agregó a sus portentosas condiciones naturales. Tener un lugar de partida, saber dónde debe arriesgar, entender que los compañeros están para apoyarse y descubrir que la portería tiene rincones. Su musculatura de velocista no le cabe en el cuerpo y sobresale en unos glúteos como piedras que son un turbo acelerando, un freno parando y un eficaz sistema de contrapesos equilibrando. Hubo un tiempo que corría más rápido que su pensamiento. O corría o pensaba. Ahora puede hacer las dos cosas juntas, incluso mascar chicle al mismo tiempo, sin confundirse. Guardiola le llenó el fútbol de referencia y con eso logró que un futbolista desconcertante pusiera orden a sus virtudes. Como los jugadores devuelven la confianza con intereses, Sterling le dice gracias a Guardiola llevando al City un poco más lejos cada día.

Antes sí que… El mejor ejemplo de la tramposa fascinación que provoca la nostalgia no es opinable, sino medible. En estos tiempos de madridismo errante, cuando se me acerca alguien de cierta edad, es para decirme cosas tan discutibles como la siguiente: “Ustedes sí que se dejaban el alma en el campo y no como estos vagos”. Lo cierto es que nosotros corríamos entre ocho y nueve kilómetros por partido, y estos vagos 10 con picos que superan los 12. Más a favor de los vagos: juegan de 10 a 20 partidos más que nosotros por año y las pretemporadas las hacen en paraísos de 40 grados a la sombra, jugando contra equipos de primer nivel con los que está prohibido perder por una cuestión de imagen. De manera que, en este punto, tampoco tenemos que dejarnos engañar por la nostalgia porque, según los datos y aunque sienta decirlo, los auténticos vagos éramos los que nos dejábamos el alma.

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