Batalla sorda por el poder en Argelia
La presión de la calle, tras seis semanas de protestas multitudinarias, torpedea la lucha entre el Ejército y el clan Buteflika por el control del Gobierno en el país norteafricano desde hace décadas
Francisco Peregil
Rabat, El País
Abdelaziz Buteflika, ese anciano de 82 años vestido con su gandura argelina -una especie de pijama, no sabemos si muy apropiado para la ocasión-, que sostiene la carta de dimisión sobre su silla de ruedas este martes 2 de abril por la noche, acaba de ser humillado por otro anciano, Ahmed Gaid Salah, de 79 años, jefe del Estado Mayor. Su gran aliado desde hace 15 años. Hay otro personaje bastante más joven, sin el que no se entendería la escena. Es el pueblo argelino: 41 millones de personas, con una media de 27 años, y el deseo de implantar una democracia transparente sin elecciones amañadas en el país más extenso de África.
Muchos argelinos piensan que Buteflika ha intentado en vano inspirar pena al presentarse de esa guisa en un momento tan solemne. A su derecha, con traje y corbata comparece el presidente del Senado, Abdelkáder Bensalá, de 77 años. Y a su izquierda, el presidente del Consejo Constitucional, Tayeb Belaiz, de 70 años. Los dos han permanecido leales a Buteflika hasta última hora. Buteflika tiene que entregarle la carta de dimisión a Belaiz y apenas puede sostener el papel entre las manos. Belaiz se levanta para recogerlo.
Gaid Salah también solía mostrar en público un respeto casi empalagoso hacia Buteflika. No en vano, fue Buteflika quien lo emplazó al frente del Ejército en 2004. Antiguos combatientes de la guerra de la independencia, juntos han sabido deshacerse de todos los enemigos argelinos que les salieron al paso; sobre todo, del temido general Mohamed Mediane, de 79 años, que permaneció un cuarto de siglo al frente de los servicios secretos hasta que Buteflika y Gaid Salah pudieron enviarlo a la reserva en 2015. Cuando Buteflika sufrió el infarto cerebral en 2013 el jefe del Ejército lo apoyó para que concurriese a las presidenciales de 2014. Y Buteflika le devolvió el favor nombrándolo viceministro de Defensa, solo por debajo de él mismo, que era el ministro.
En octubre del año pasado, cuando se hablaba de la posibilidad de que Buteflika se postulara para un quinto mandato, Gaid Salah -o para ser exactos, un tribunal castrense- encarceló a cinco generales acusados de corrupción. En un país donde la corrupción está tan asimilada nadie creyó que esa fuera la verdadera causa. Muchos observadores apuntaban que esos mandos se habían opuesto a la candidatura de Buteflika. Pero la verdad nunca afloró.
La alianza entre los dos ancianos perduró incluso después de que decenas de miles de argelinos salieran a las calles el 22 de febrero para protestar contra “la humillación” del quinto mandato. La irrupción de ese enemigo no entraba en las previsiones de ningún clan. Gaid Salah respondió cuatro días después con un discurso donde “delante de Alá el Todopoderoso, del Pueblo y de Su Excelencia, el Señor Presidente de la República” aireaba su compromiso para que las elecciones presidenciales del 18 de abril se desarrollasen en un clima de “quietud, serenidad, seguridad y estabilidad”. Aquello sonó a amenaza. Pero la gente, en lugar de acobardarse, salió de forma más masiva a las calles.
Ha sido tan abrumadora y pacífica la presencia del pueblo que el lunes 18 de marzo Gaid Salah empezó a recular de una forma imperceptible para quien no fuese argelino. Pronunció un discurso donde apeló al “sentido de la responsabilidad” para salir de la crisis, pero por primera vez no mencionó a “Su Excelencia, el Señor Presidente de la República, Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas, Ministro de la Defensa Nacional”. Ocho días después, el martes 26 de marzo, emplazó a la inhabilitación del presidente. Siempre, en el nombre de las reivindicaciones del pueblo. Y el sábado 30 de marzo denunció una reunión de personajes “conocidos” cuyos nombres no desveló y que supuestamente estaban conspirando contra el Ejército. Entre esos personajes, convenientemente desvelados por un canal argelino, se encontraba Said Buteflika y… el antiguo jefe de los servicios secretos, Mohamed Mediane.
Esas intrigas cuarteleras de viejos combatientes pueden resultar apasionantes en una película, pero la calle lleva demasiado tiempo sufriéndolas y pide viernes tras viernes que se vayan todos. Buteflika, o quien pretendiera actuar en su nombre, difundió una carta el lunes 1 de abril en donde que anunciaba que dimitiría antes del 28 de abril, cuando expiraba su cuarto mandato. Pero advirtió -él o quien pudiese actuar en su nombre- que antes de dimitir tomaría “medidas importantes para asegurar la continuidad del funcionamiento de las instituciones del Estado”. A nadie se le escapaba que esa medida podría ser la destitución de Gaid Salah.
El jefe del Ejército emitió al día siguiente otro comunicado en el que indicaba que había que aplicar “inmediatamente” la solución que propuso. En ese mensaje Gaid Salah parecía haber descubierto lo que nunca pareció apreciar en sus 15 años al mando del Ejército: “Yo no sabría callarme hoy sobre los complós y las conspiraciones abyectas, fomentadas por una banda que ha hecho del fraude, la malversación y de la duplicidad su vocación”.
“Una banda”, “conspiraciones abyectas”… El anciano Gaid Salah, al mando del segundo Ejército más poderoso de África, después del de Egipto, había pasado a la acción. Acaba de ser detenido en la madrugada del domingo el constructor Ali Haddad, gran beneficiario de la obra pública argelina, expresidente de la patronal argelina (FCE, por sus siglas en francés) y estrecho aliado de Said Buteflika. Haddad intentaba huir hacia Túnez. Una decena de empresarios recibieron una prohibición expresa de abandonar el territorio. Al mismo tiempo, las autoridades prohibieron el despegue de avionetas privadas que pretendieran salir de Argelia. Dos horas después de que Gaid Salah llamara a la aplicación inmediata del artículo 102 dimitía Buteflika. Sin tiempo para ejecutar esas "medidas importantes".
A menudo, los argelinos se preguntaban estos últimos años quién gobernaba realmente en Argelia. ¿El clan Buteflika? ¿Gobernaban también los “oligarcas”, las grandes fortunas amasadas sobre todo con dinero público? ¿Los servicios secretos (DRS, por sus siglas en francés)? ¿O gobernaba, como siempre, el Ejército? Y dentro del Ejército, ¿qué clanes? Ahora quedó claro quién manda. El sitio satírico argelino El Manchar, tituló: “ Abdelfatá al Sisi [el presidente egipcio] felicita a Gaid Salah y le advierte contra los riesgos de una deriva democrática”.
La hora de la venganza entre clanes parece haber llegado. Pero varios dirigentes de la oposición reclaman procesos justos y transparentes contra los procesados, nada de revanchas. La sociedad, que ha sufrido impotente la rapiña de la oligarquía, no desea ninguna venganza entre clanes. La calle argelina, una vez más en las últimas siete semanas, daba muestra de madurez y templanza. Buteflika, o quien actuase en su nombre, difundió el miércoles un último mensaje donde pidió perdón al pueblo, al mismo pueblo al que pretendió humillar con su quinto mandato. Ahora solo queda el clan del Ejército frente al pueblo. Y el pueblo, con toda su complejidad y discrepancias, buscándose a sí mismo cada viernes. De forma abierta, sin clanes.
Francisco Peregil
Rabat, El País
Abdelaziz Buteflika, ese anciano de 82 años vestido con su gandura argelina -una especie de pijama, no sabemos si muy apropiado para la ocasión-, que sostiene la carta de dimisión sobre su silla de ruedas este martes 2 de abril por la noche, acaba de ser humillado por otro anciano, Ahmed Gaid Salah, de 79 años, jefe del Estado Mayor. Su gran aliado desde hace 15 años. Hay otro personaje bastante más joven, sin el que no se entendería la escena. Es el pueblo argelino: 41 millones de personas, con una media de 27 años, y el deseo de implantar una democracia transparente sin elecciones amañadas en el país más extenso de África.
Muchos argelinos piensan que Buteflika ha intentado en vano inspirar pena al presentarse de esa guisa en un momento tan solemne. A su derecha, con traje y corbata comparece el presidente del Senado, Abdelkáder Bensalá, de 77 años. Y a su izquierda, el presidente del Consejo Constitucional, Tayeb Belaiz, de 70 años. Los dos han permanecido leales a Buteflika hasta última hora. Buteflika tiene que entregarle la carta de dimisión a Belaiz y apenas puede sostener el papel entre las manos. Belaiz se levanta para recogerlo.
Gaid Salah también solía mostrar en público un respeto casi empalagoso hacia Buteflika. No en vano, fue Buteflika quien lo emplazó al frente del Ejército en 2004. Antiguos combatientes de la guerra de la independencia, juntos han sabido deshacerse de todos los enemigos argelinos que les salieron al paso; sobre todo, del temido general Mohamed Mediane, de 79 años, que permaneció un cuarto de siglo al frente de los servicios secretos hasta que Buteflika y Gaid Salah pudieron enviarlo a la reserva en 2015. Cuando Buteflika sufrió el infarto cerebral en 2013 el jefe del Ejército lo apoyó para que concurriese a las presidenciales de 2014. Y Buteflika le devolvió el favor nombrándolo viceministro de Defensa, solo por debajo de él mismo, que era el ministro.
En octubre del año pasado, cuando se hablaba de la posibilidad de que Buteflika se postulara para un quinto mandato, Gaid Salah -o para ser exactos, un tribunal castrense- encarceló a cinco generales acusados de corrupción. En un país donde la corrupción está tan asimilada nadie creyó que esa fuera la verdadera causa. Muchos observadores apuntaban que esos mandos se habían opuesto a la candidatura de Buteflika. Pero la verdad nunca afloró.
La alianza entre los dos ancianos perduró incluso después de que decenas de miles de argelinos salieran a las calles el 22 de febrero para protestar contra “la humillación” del quinto mandato. La irrupción de ese enemigo no entraba en las previsiones de ningún clan. Gaid Salah respondió cuatro días después con un discurso donde “delante de Alá el Todopoderoso, del Pueblo y de Su Excelencia, el Señor Presidente de la República” aireaba su compromiso para que las elecciones presidenciales del 18 de abril se desarrollasen en un clima de “quietud, serenidad, seguridad y estabilidad”. Aquello sonó a amenaza. Pero la gente, en lugar de acobardarse, salió de forma más masiva a las calles.
Ha sido tan abrumadora y pacífica la presencia del pueblo que el lunes 18 de marzo Gaid Salah empezó a recular de una forma imperceptible para quien no fuese argelino. Pronunció un discurso donde apeló al “sentido de la responsabilidad” para salir de la crisis, pero por primera vez no mencionó a “Su Excelencia, el Señor Presidente de la República, Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas, Ministro de la Defensa Nacional”. Ocho días después, el martes 26 de marzo, emplazó a la inhabilitación del presidente. Siempre, en el nombre de las reivindicaciones del pueblo. Y el sábado 30 de marzo denunció una reunión de personajes “conocidos” cuyos nombres no desveló y que supuestamente estaban conspirando contra el Ejército. Entre esos personajes, convenientemente desvelados por un canal argelino, se encontraba Said Buteflika y… el antiguo jefe de los servicios secretos, Mohamed Mediane.
Esas intrigas cuarteleras de viejos combatientes pueden resultar apasionantes en una película, pero la calle lleva demasiado tiempo sufriéndolas y pide viernes tras viernes que se vayan todos. Buteflika, o quien pretendiera actuar en su nombre, difundió una carta el lunes 1 de abril en donde que anunciaba que dimitiría antes del 28 de abril, cuando expiraba su cuarto mandato. Pero advirtió -él o quien pudiese actuar en su nombre- que antes de dimitir tomaría “medidas importantes para asegurar la continuidad del funcionamiento de las instituciones del Estado”. A nadie se le escapaba que esa medida podría ser la destitución de Gaid Salah.
El jefe del Ejército emitió al día siguiente otro comunicado en el que indicaba que había que aplicar “inmediatamente” la solución que propuso. En ese mensaje Gaid Salah parecía haber descubierto lo que nunca pareció apreciar en sus 15 años al mando del Ejército: “Yo no sabría callarme hoy sobre los complós y las conspiraciones abyectas, fomentadas por una banda que ha hecho del fraude, la malversación y de la duplicidad su vocación”.
“Una banda”, “conspiraciones abyectas”… El anciano Gaid Salah, al mando del segundo Ejército más poderoso de África, después del de Egipto, había pasado a la acción. Acaba de ser detenido en la madrugada del domingo el constructor Ali Haddad, gran beneficiario de la obra pública argelina, expresidente de la patronal argelina (FCE, por sus siglas en francés) y estrecho aliado de Said Buteflika. Haddad intentaba huir hacia Túnez. Una decena de empresarios recibieron una prohibición expresa de abandonar el territorio. Al mismo tiempo, las autoridades prohibieron el despegue de avionetas privadas que pretendieran salir de Argelia. Dos horas después de que Gaid Salah llamara a la aplicación inmediata del artículo 102 dimitía Buteflika. Sin tiempo para ejecutar esas "medidas importantes".
A menudo, los argelinos se preguntaban estos últimos años quién gobernaba realmente en Argelia. ¿El clan Buteflika? ¿Gobernaban también los “oligarcas”, las grandes fortunas amasadas sobre todo con dinero público? ¿Los servicios secretos (DRS, por sus siglas en francés)? ¿O gobernaba, como siempre, el Ejército? Y dentro del Ejército, ¿qué clanes? Ahora quedó claro quién manda. El sitio satírico argelino El Manchar, tituló: “ Abdelfatá al Sisi [el presidente egipcio] felicita a Gaid Salah y le advierte contra los riesgos de una deriva democrática”.
La hora de la venganza entre clanes parece haber llegado. Pero varios dirigentes de la oposición reclaman procesos justos y transparentes contra los procesados, nada de revanchas. La sociedad, que ha sufrido impotente la rapiña de la oligarquía, no desea ninguna venganza entre clanes. La calle argelina, una vez más en las últimas siete semanas, daba muestra de madurez y templanza. Buteflika, o quien actuase en su nombre, difundió el miércoles un último mensaje donde pidió perdón al pueblo, al mismo pueblo al que pretendió humillar con su quinto mandato. Ahora solo queda el clan del Ejército frente al pueblo. Y el pueblo, con toda su complejidad y discrepancias, buscándose a sí mismo cada viernes. De forma abierta, sin clanes.