Los ‘chalecos amarillos’ vuelven a protestar en París en una manifestación con altercados violentos

31 personas han sido detenidas, según un balance de la Policía divulgado a media mañana de este sábado

Marc Bassets
París, El País
Cada vez movilizan a menos personas, y cada vez son menos los que simpatizan con ellos en Francia, pero los chalecos amarillos volvieron este sábado a recuperar el centro de la escena política con una violencia que no se había visto desde las primeras manifestaciones en París, en otoño.


Era el día después del final del llamado gran debate nacional, dos meses de miles de reuniones por todo el país que han servido al presidente Emmanuel Macron, que ha interrumpido un viaje de esquí para regresar a París, para calmar los ánimos y retomar la iniciativa. Era, también, el decimoctavo fin de semana de protestas, casi cuatro meses. El nuevo estallido de tensiones en París abre interrogantes sobre el futuro del movimiento.

Unos 10.000 chalecos amarillos, más que en las semanas recientes, tomaron de nuevo la plaza de l’Étoile, donde se ubica el Arco del Triunfo, y los Campos Elíseos, la gran avenida comercial y turística, y causaron varios incendios. Un incendio en la planta baja de un banco dejó bloqueados a una mujer y su bebé en el segundo piso del edificio, informa la agencia France Presse. Ambos fueron rescatados.

Desde la mañana, un grupo considerable —más de un millar, según el ministro del Interior, Christophe Castaner— saquearon comercios, lanzaron objetos a la policía y provocaron incendios. Las imágenes, presentes durante todo el día sin interrupción en las cadenas de información continua, recordaron a las del 1 de diciembre pasado, cuando los violentos tomaron el Arco del Triunfo e incendiaron decenas de vehículos en las calles adyacentes.

Esta vez, el asalto se cobró otro símbolo, no nacional como el Arco del Triunfo, sino del lujo parisino: el restaurante Fouquet’s, en los Campos Elíseos, arrasado por los manifestantes. La revuelta tiene algo de lucha de clases y al mismo tiempo territorial: la Francia de las clases medias empobrecidas y de las provincias contra el París más opulento, la capital global. Casi todas las manifestaciones, que se celebran cada sábado desde el 17 de noviembre, se han desarrollado en los alrededores de los Campos Elíseos, donde se encuentran algunos de los comercios más caros, y en los barrios más acomodados de París.

El antielitismo es uno de los rasgos de los chalecos amarillos, que irrumpieron con la icónica prenda fluorescente el pasado otoño en protesta contra el aumento del precio del carburante. En seguida la revuelta se fijó otros objetivos, desde la dimisión de Macron hasta un cambio de sistema. Al carecer de líderes y programa, el movimiento sirvió de contenedor para todo tipo de tendencias y reclamaciones: desde la extrema izquierda a la extrema derecha, desde pacifistas hasta antisemitas y violentos con fines insurreccionales.

Algunos líderes oficiosos de los chalecos amarillos habían descrito la convocatoria del sábado como un momento decisivo, necesario para revertir la tendencia a la marginalización. Maxime Nicolle, un chaleco amarillo aficionado a las teorías de la conspiración y con amplias audiencias en la red social Facebook, hablaba de una “jornada memorable”. Otros llamaban a “sitiar el Elíseo”, la sede de la presidencia de la República, cerca de los Campos Elíseos.

Unos 5.000 agentes de la policía se desplegaron en París. Como en otras ocasiones, no lograron impedir los actos vandálicos. Los agentes detuvieron a más de cien personas, de las cuales 46 pasaron a disposición judicial. El Gobierno francés ha sido cuestionado en las últimas semanas, incluso desde instancias internacionales como el Consejo de Europa o el Alto Comisionado por los Derechos Humanos de la ONU, por el empleo de balas de goma en algunas manifestaciones.

“No hay duda: llaman a la violencia y están ahí para sembrar el caos en París”, escribió el ministro Castaner en la red social Twitter. “Profesionales del altercado y del desorden, equipados y enmascarados se han infiltrado en los desfiles”. El primer ministro, Édouard Philippe, que por la tarde se desplazó a la zona de los disturbios, pidió a las fuerzas del orden “firmeza total”. “Que los que se libran a estos actos inaceptables puedan ser juzgados y castigados con severidad”, añadió. Y lanzó una crítica a los políticos de la oposición que en el pasado se han mostrado comprensivos con los alborotadores o con sus objetivos. “Todos los que excusan o alientan estos actos se convierten en cómplices”, dijo. Macron interrumpió su fin de semana de esquí en los Pirineos para regresar a París el mismo sábado por la noche.

El debate, desde el principio de la protesta en noviembre, es si esta es o no es violenta. Es verdad que la inmensa mayoría de chalecos amarillos son pacíficos. También que quienes causan los destrozos son, en parte, casseurs, o violentos vocacionales que aprovechan las manifestaciones para actuar. En diciembre y también este sábado se veían, entre los chalecos amarillos, personas vestidas de negro y enmascarados. Pero la violencia no es del todo ajena al movimiento. Hay chalecos amarillos participando en los destrozos y en las agresiones. Entre los pacíficos es habitual escuchar justificaciones de la violencia. Y con frecuencia son indistinguibles unos y otros.

Es más, la violencia, en la primera etapa del movimiento, funcionó. Fue después del fin de semana del 1 de diciembre, el de la ocupación del Arco del triunfo, cuando Macron y su Gobierno, hasta entonces intransigentes ante las demandas de los chalecos, empezaron a hacer concesiones.

La incógnita ahora es si este estallido violento es la expresión desesperada de un revuelta que se apaga, o si los chalecos amarillos retomarán la iniciativa perdida.

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