El poder de la mezquina furia personal

Paul Krugman
Infobae
La columna de hoy es sobre los popotes o pajitas de plástico, las hamburguesas y el detergente lavaplatos. También sobre Capitana Marvel.

No, no me he vuelto loco, o al menos no creo que así sea, pero bastantes personas sí, y su mezquindad llena de rabia es una fuerza más importante en el Estados Unidos moderno de lo que nos gusta pensar.


Mi punto de partida es un tuit del fin de semana del representante de California Devin Nunes, quien dirigió el Comité de Inteligencia de la Cámara de Representantes hasta que esta cambió de manos después de las elecciones intermedias. En tal capacidad, este representante básicamente actuó como el obstruccionista principal a favor de Donald Trump e hizo todo lo posible para evitar cualquier investigación real sobre la posible colusión entre la campaña de Trump y Vladimir Putin.

Sin embargo, su tuit no fue sobre eso. Fue sobre una mesera que, citando a la "policía de los popotes (o pajitas)", les preguntó a sus acompañantes si querían uno. "¡Bienvenidos al socialismo en California!", dijo Nunes con furia.

Si esta les parece una aberración extraña —ni siquiera se le negó la pajilla, solo se le preguntó si quería una— necesitan darse cuenta de que las explosiones de furia por cosas aparentemente tontas son extremadamente comunes en la derecha. Según los testigos, la mayor ovación en la Conferencia de Acción Política Conservadora —que motivó vítores a Estados Unidos— fue para la afirmación de que los demócratas vienen para quitarles sus hamburguesas, igual que Stalin (no lo están haciendo y, de hecho, Stalin fue un genocida, pero objetivamente estaba a favor de las hamburguesas).

Por cierto, este no es un fenómeno nuevo. Estoy seguro de que los lectores pueden recordar muchos ejemplos, pero, en mi caso, recuerdo una publicación en un blog en 2009 del activista de derecha Erick Erickson que fue casi una invitación a la violencia: "¿En qué momento el pueblo les dice a los políticos que se vayan al infierno? ¿En qué momento la gente se levanta del sofá, marcha hasta la casa de su legislador estatal, lo saca de ahí y lo golpea hasta que sea una masa sanguinolenta?".

¿Qué motivó su ira? La observación de que el detergente lavaplatos no funcionaba tan bien sin los fosfatos.

¿Qué tienen en común estos incidentes? Todos involucran casos en los que las elecciones personales imponen costos a los demás. Los pitillos de plástico realmente son una fuente de contaminación oceánica. Aunque nadie está planeando prohibir la carne de res, las vacas flatulentas en realidad son una fuente importante de metano, un poderoso gas de efecto invernadero, y los fosfatos contribuyen a la proliferación de algas tóxicas.

No obstante, la ira parece provenir de la sugerencia de que estos costos impuestos a los demás significan que los hombres blancos —parece que siempre son los hombres blancos— deberían considerar cambiar su comportamiento, incluso un poco, en aras del interés público. Lo cual me lleva a Capitana Marvel.

Para aquellos que tienen la fortuna de desconocer el tema, la más reciente película de superhéroes está protagonizada por una mujer y Brie Larson, la actriz que la interpreta, ha manifestado algunas opiniones medianamente feministas. ¿Y eso qué?

Bueno, parece ser que para un número importante de hombres todo esto es bastante amenazador. Así fue como una multitud inundó sitios de internet como Rotten Tomatoes con reseñas negativas de la película antes de que se estrenara, es decir: incluso antes de que hubieran podido verla; YouTube se llenó de videos de ataques y predicciones de que la película sería un rotundo fracaso.

La ira hacia Marvel evidentemente recurrió a la misma mezquindad patológica que la ira sobre el popote y la hamburguesa. En realidad, la película parece ser un gran éxito y está recibiendo calificaciones favorables del público. Esto demuestra que los hombres afligidos con este síndrome son una minoría bastante pequeña.

Sin embargo, no se trata de una minoría sin influencia. Durante algún tiempo, Nunes se encontró entre los políticos más importantes de Washington. La Conferencia de Acción Política Conservadora establece la agenda del partido que controla la Casa Blanca y el Senado. Los berrinches radiofónicos de Tucker Carlson de Fox News que se dieron a conocer hace poco podrían haber salido directo de una de esas extrañas y largas diatribas contra Brie Larson.

La cuestión es que el enojo demente es un factor importante de la vida política moderna de Estados Unidos y de manera abrumadora proviene de un bando. Toda esa conversación sobre los frágiles liberales que son como "copos de nieve" es una proyección; si en realidad quieren ver a personas iracundas por nimiedades e insultos apenas percibidos, por lo general, las encontrarán en la derecha. Tampoco tiene que ver con racismo ni misoginia. Aunque, en efecto, estos son componentes importantes del fenómeno, no veo la conexión evidente con la paranoia relacionada con las hamburguesas.

Solo para ser claro: parafraseando a John Stuart Mill, no estoy diciendo que la mayoría de los conservadores se enfurecen por nimiedades. Más bien, lo que estoy diciendo es que la mayoría de los que están llenos de esa ira son conservadores y en su mayoría alimentan el movimiento. Para decirlo sin contemplaciones, es casi seguro que la mezquindad patológica fue lo que le dio a Donald Trump la victoria en la elección de 2016.

A estas alturas tal vez quieran saber qué creo que deberíamos hacer al respecto. Para ser honesto, no lo sé. Supongo que hay fundamentos para proponer que se usen los impuestos en lugar de las normas para controlar la contaminación, dado que no se le dirá a la gente directamente qué hacer, pero podemos sospechar que la gente de la que hablo seguirá encontrando algo por lo cual enojarse.

Sin embargo, al menos deberíamos darnos cuenta de qué está ocurriendo. Tal vez sea un consuelo creer que la política está motivada por más o menos las mismas consideraciones racionales de costos y beneficios, pero la realidad es que en su mayoría lo que la impulsa es el enojo irracional.

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