Cien días de ira contra el presidente serbio

Miles de personas salen a las calles cada sábado en la mayor protesta en el país desde el levantamiento que acabó con Milosevic en 2000

Antonio Pita
Madrid, El País
Cuando, el pasado 8 de diciembre, más de 10.000 personas se manifestaron en Belgrado al grito de "¡basta de camisetas ensangrentadas!" a raíz de la paliza que unos hombres enmascarados propinaron a un político opositor, el presidente serbio, Aleksandar Vucic, rebautizó sin querer la protesta. “Ni aunque hubiera cinco millones de personas en las calles", dijo, tendría en cuenta sus demandas. En un país de siete millones de habitantes, la frase saltó a las redes sociales y el movimiento tomó como nombre 1od5miliona (1 de 5 millones), con el que se ha convertido en el mayor del país desde el levantamiento que acabó con Slobodan Milosevic en 2000. Hasta decenas de miles de personas salen a las calles cada semana, pero —cien días después de la primera manifestación— la elevada popularidad del presidente Vucic sigue intacta.


La protesta de este sábado en Belgrado transcurrió sin incidentes. Los manifestantes portaron rosas y velas frente a la televisión estatal en memoria de los empleados de la cadena que murieron en los bombardeos de la OTAN, de los que este domingo se cumplen 20 años, y para acabar con la “oscuridad mediática”. Algunos escenificaron un telediario propio.

La cita era una importante piedra de toque para el movimiento, formado principalmente por ciudadanos, organizaciones estudiantiles y una heterogénea alianza de partidos de oposición que va desde la socialdemocracia hasta la derecha nacionalista. No solo por el carácter simbólico de los cien días, sino también porque el anterior sábado los manifestantes fueron un paso más allá y ocuparon la sede de la radiotelevisión estatal para reclamar visibilidad en los informativos. La policía les evacuó y arrestó a 18 personas, posteriormente liberadas. El presidente llamó a algunos líderes de 1od5miliona “fascistas, hooligans y ladrones” y advirtió de que “el Estado no tolerará más violencia”.

“Nos manifestamos principalmente por la creciente violencia contra la oposición y para pedir libertad de prensa y de expresión. Sobre el papel, Serbia es un país democrático. En realidad, no”, afirma por teléfono uno de sus principales líderes y fundadores, la activista estudiantil Jelena Anasonovic, de 23 años.

El pegamento que aglutina la protesta es el rechazo a Vucic. Le acusan de utilizar las estructuras del Estado, las redes clientelares y los medios afines para silenciar a la disidencia. "Ha transformado el país de una democracia en una autocracia. Y ahora está cayendo en la dictadura. La libertad de expresión está marginalizada, o incluso prohibida. No se oyen más voces que las del régimen en los medios estatales”, critica con el mismo tono directo que emplea en sus novelas el escritor Marko Vidojkovic, que ha tomado la palabra en varias de las convocatorias.

Hay, además, un malestar difuso. Serbia sufre una notable sangría migratoria (ha perdido un 5% de población en una década), el salario medio neto apenas supera el equivalente a 400 euros mensuales y la corrupción es “profunda”, según Transparencia Internacional, que le otorga un 39 sobre 100 en un índice en el que cero supone la mayor percepción de corrupción.

Acusan al presidente de utilizar el Estado, las redes clientelares y los medios afines para silenciar a la disidencia

En las manifestaciones se ven algunos chalecos amarillos, la prenda del —también diverso y antipresidencial— movimiento de protesta en Francia. Recientemente, algunos líderes políticos han cobrado más protagonismo y la alianza opositora ha dado a Vucic un plazo de treinta días, que concluye el 12 de abril, para que dimita. Hay una manifestación convocada en Belgrado para el día siguiente, por si —como es previsible— no lo hace.

Alianza por Serbia agrupa a una treintena de partidos y organizaciones; algunos anecdóticos y otros con presencia parlamentaria, como el Democrático, de centro-izquierda y que estuvo tres veces en el Gobierno; el Popular del exministro de Exteriores Vuk Jeremic, de centroderecha; o el ultranacionalista y homófobo Dveri. "Su único elemento en común es que son anti-Vucic”, resume Srdjan Bogosavljevic, exdirector de Ipsos en Serbia y profesor de Estadística en la Universidad de Sarajevo. “Son partidos tan heterogéneos que, desde un punto de vista estadístico, pueden efectuar protestas juntos, pero no llevarlas a ningún lado”.

La Alianza firmó un “Acuerdo con el pueblo” en el que se comprometen a defender la libertad de prensa y la convocatoria de elecciones “libres y justas”, a las que acudirían en una lista conjunta. Si ganan, formarían un Gobierno tecnocrático de transición que, al año, convocase nuevos comicios. En las actuales circunstancias, sin embargo, rechazan participar en comicios y en la labor parlamentaria. Vucic les ha retado a un adelanto de las legislativas y ha lanzado una gira por el país con tintes de campaña electoral.
Popularidad intacta

“Está acabado”. Es un eslogan de los días contra Milosevic que se escucha en las manifestaciones de ahora. La realidad parece contradecirles. La popularidad de Vucic y la intención de voto de su partido conservador llevan meses intactas, explica Bogosavljevic. “Hay más gente que piensa que el país va en buena dirección que en mala. Y también un 34% de la población a la que le disgusta profundamente Vucic, más por su retórica o por la influencia en los medios que por la economía o la política exterior”, agrega.

En tres décadas, el hoy presidente ha recorrido el largo trecho que va de ministro de información con Slobodan Milosevic (y autor de la frase “por cada serbio muerto, mataremos cien musulmanes”) a firme defensor del ingreso del país en la UE, sin renunciar al tradicional nexo con Moscú. “No me avergüenza decir que estaba equivocado”, ha señalado en más de una ocasión.

Tras ser primer ministro, arrasó en las elecciones presidenciales de 2017, con un 55% de los votos. La misión de observación de la OSCE consideró válido el proceso, pero denunció una “cobertura mediática desigual, alegaciones creíbles de presión sobre votantes y empleados estatales y mal uso de recursos administrativos”. Su partido tiene mayoría absoluta en la Asamblea Nacional y gobierna en todos los Ayuntamientos, menos tres. El año pasado, la Comisión Europea mostró su "creciente preocupación" por la falta de avances en libertad de expresión y, según Reporteros sin Fronteras, Serbia “se ha convertido en un país donde ejercer el periodismo puede ser peligroso”, con agresiones, amenazas y campañas de difamación.

Bogosavljevic apunta otra clave sobre la dificultad de 1od5milliona para arrastrar auténticas multitudes. Tradicionalmente, la principal preocupación de los serbios ha sido el desempleo. En los últimos meses, se disputa el primer puesto en las encuestas con el asunto de Kosovo, el territorio que en 2008 declaró su independencia de Serbia, reconocida por más de cien Estados. El cambio, matiza, tiene menos que ver con lo emocional —en tanto que cuna física y espiritual de la nación serbia— y más con lo práctico, ya que un acuerdo de normalización con Pristina abriría a Serbia las puertas de la Unión Europea. Y Vucic impulsa un trueque geográfico entre enclaves con población mayoritaria étnicamente del otro país (albaneses, en el sur de Serbia, y serbios, en el norte de Kosovo) que dé luz al acuerdo final. “La gente está mucho más preocupada por Kosovo o por el paro”, explica Bogosavljevic. “Por eso, la protesta tiene muchas personas, pero no supone ahora mismo una amenaza para el Gobierno”.

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