ANÁLISIS / Ahora que ha caído Baguz, ¿qué?
Si persisten los motivos que lo crearon, no hay duda de que, con un disfraz u otro, el califato pervivirá
Luz Gómez García
El País
Hace varias semanas que se contaba con la caída de Baguz, el último enclave, más bien un poblacho, en poder del Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés), al este de Siria. Las milicias kurdas y árabes que integran las Fuerzas de la Siria Democrática (FSD) han dosificado la toma de este escaso kilómetro cuadrado a sabiendas de que el plan para el día después quizá sea peor que la guerra misma, porque no lo hay.
Las FSD han ido evacuando a mujeres, niños y ancianos, tanto afines como rehenes del ISIS, y los han conducido a campos de internamiento casi a la intemperie, a la espera de no se sabe bien qué, pues los países de los que procede el grueso de estos cautivos colaterales (Francia, Reino Unido, Bélgica o Túnez) preferirían no saber nada de ellos. Solo Irak y Marruecos parecen haber extraído las lecciones pertinentes para su seguridad y están repatriando a sus connacionales del califato, a los que espera la boca de lobo de su sistema judicial y carcelario. Pero ahora que ha caído Baguz, ¿qué? Porque el Estado Islámico fue una consecuencia de la descomposición regional, no su causa.
Para pensar el futuro habría que volver a los motivos, estructurales y no coyunturales, que hicieron posible la creación de un califato, por muy quimérico que fuera, sobre un territorio equivalente al del Reino Unido. Hay que decirlo: el califato del Estado Islámico es hijo del despotismo de los regímenes árabes que, con la connivencia de Occidente, aplastaron las revueltas populares de 2011. Apoyados en la represión militarizada y la intervención extranjera, los viejos y nuevos tiranos de Irak, Egipto, Yemen, Siria, Bahréin y Libia se emplearon a fondo contra cualquier demanda democrática de unos pueblos previamente desestructurados en lo económico y lo social. El califa Abubaker Al Bagdadi tocaba esta fibra al inaugurar, en junio de 2014, el califato desde la mezquita mayor de Mosul: “¡Oh musulmanes de todos los lugares! Alegraos y confiad, levantad bien alto la cabeza, pues hoy tenéis, por gracia de Dios, un Estado y un califato que os restituyen la dignidad y la autoestima, que os devuelven vuestros derechos y soberanía”.
Si persisten los motivos que lo crearon, no hay duda de que, con un disfraz u otro, el califato pervivirá. Hace unos días, una mujer del ISIS evacuada de Baguz le espetaba en un perfecto inglés a un periodista: “¡Allí donde haya un miembro del Estado Islámico, habrá califato!”. Palabras en las que resuena el conocido dicho “allí donde hay un musulmán, hay una mezquita”. La lógica califal no la destruirán solo las armas. Y menos aún si los Gobiernos occidentales carecen de visión política para repatriar y juzgar debidamente a los jóvenes que “emigraron” al califato, y los deshumanizan hasta el punto de retirarles la ciudadanía o abandonar a los niños a su suerte.
Con Estados Unidos decidido a dar esquinazo a sus aliados de las FSD ahora que la misión más vistosa está cumplida, con Rusia y Turquía buscando una entente que respete sus respectivos intereses en la región —mantener el régimen de Asad para los primeros, desmantelar la capacidad operativa kurda para los segundos—, con la ONU ausente y las monarquías del Golfo a la gresca, el día después del califato se presta al mercadeo. Lo cual no es del todo lo mismo que su derrota.
Luz Gómez es profesora titular de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad Autónoma de Madrid; su último libro
Luz Gómez García
El País
Hace varias semanas que se contaba con la caída de Baguz, el último enclave, más bien un poblacho, en poder del Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés), al este de Siria. Las milicias kurdas y árabes que integran las Fuerzas de la Siria Democrática (FSD) han dosificado la toma de este escaso kilómetro cuadrado a sabiendas de que el plan para el día después quizá sea peor que la guerra misma, porque no lo hay.
Las FSD han ido evacuando a mujeres, niños y ancianos, tanto afines como rehenes del ISIS, y los han conducido a campos de internamiento casi a la intemperie, a la espera de no se sabe bien qué, pues los países de los que procede el grueso de estos cautivos colaterales (Francia, Reino Unido, Bélgica o Túnez) preferirían no saber nada de ellos. Solo Irak y Marruecos parecen haber extraído las lecciones pertinentes para su seguridad y están repatriando a sus connacionales del califato, a los que espera la boca de lobo de su sistema judicial y carcelario. Pero ahora que ha caído Baguz, ¿qué? Porque el Estado Islámico fue una consecuencia de la descomposición regional, no su causa.
Para pensar el futuro habría que volver a los motivos, estructurales y no coyunturales, que hicieron posible la creación de un califato, por muy quimérico que fuera, sobre un territorio equivalente al del Reino Unido. Hay que decirlo: el califato del Estado Islámico es hijo del despotismo de los regímenes árabes que, con la connivencia de Occidente, aplastaron las revueltas populares de 2011. Apoyados en la represión militarizada y la intervención extranjera, los viejos y nuevos tiranos de Irak, Egipto, Yemen, Siria, Bahréin y Libia se emplearon a fondo contra cualquier demanda democrática de unos pueblos previamente desestructurados en lo económico y lo social. El califa Abubaker Al Bagdadi tocaba esta fibra al inaugurar, en junio de 2014, el califato desde la mezquita mayor de Mosul: “¡Oh musulmanes de todos los lugares! Alegraos y confiad, levantad bien alto la cabeza, pues hoy tenéis, por gracia de Dios, un Estado y un califato que os restituyen la dignidad y la autoestima, que os devuelven vuestros derechos y soberanía”.
Si persisten los motivos que lo crearon, no hay duda de que, con un disfraz u otro, el califato pervivirá. Hace unos días, una mujer del ISIS evacuada de Baguz le espetaba en un perfecto inglés a un periodista: “¡Allí donde haya un miembro del Estado Islámico, habrá califato!”. Palabras en las que resuena el conocido dicho “allí donde hay un musulmán, hay una mezquita”. La lógica califal no la destruirán solo las armas. Y menos aún si los Gobiernos occidentales carecen de visión política para repatriar y juzgar debidamente a los jóvenes que “emigraron” al califato, y los deshumanizan hasta el punto de retirarles la ciudadanía o abandonar a los niños a su suerte.
Con Estados Unidos decidido a dar esquinazo a sus aliados de las FSD ahora que la misión más vistosa está cumplida, con Rusia y Turquía buscando una entente que respete sus respectivos intereses en la región —mantener el régimen de Asad para los primeros, desmantelar la capacidad operativa kurda para los segundos—, con la ONU ausente y las monarquías del Golfo a la gresca, el día después del califato se presta al mercadeo. Lo cual no es del todo lo mismo que su derrota.
Luz Gómez es profesora titular de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad Autónoma de Madrid; su último libro