600 prófugos detenidos por ir a la cancha y otros cuentos (reales) del fútbol argentino
Cuna de la pasión y la fiesta en las gradas, Argentina también carga con la lacra de la violencia. La colaboración de LaLiga marca un comienzo para su erradicación
A. Martín
El País
Algunos dicen que es el mejor cuento de fútbol jamás escrito:
“Hay partidos que no se pueden perder. Si me decían que tenía que matar a mi vieja, me daba lo mismo, hermano”, dice el protagonista de El viejo Casale, un cuento del argentino Roberto Fontanarrosa. Bajo ese pretexto, un grupo de amigos secuestra a un anciano con problemas cardíacos que nunca había visto a Rosario Central perder ante su archirrival Newell´s Old Boys para que sirviera de amuleto durante un derbi rosarino. El hechizo del viejo, de apellido Casale, se cumple y Central vence en Buenos Aires al club que vio nacer a Messi. Pero el corazón de Casale dice basta y el viejo fallece en aquella grada. “¡Así se tenía que morir, que hasta lo envidio, hermano, te juro, lo envidio! ¡Porque si uno pudiera elegir la manera de morir, yo elijo esa, hermano! Yo elijo esa”, concluye el protagonista.
Nadie dibujó con tanta precisión la cultura futbolística de las gradas argentinas como Fontanarrosa. Allí lo llaman folclore, pero esa ansia de ganar como sea, a cualquier precio y aniquilando al rival se ha ido de las manos en Argentina. Superando la ficción de Fontanarrosa, entre 2006 y 2017 el fútbol dejó para el país un saldo de 106 víctimas mortales, la mayoría por peleas de hinchas y no necesariamente contra los del equipo contrario. En ese periodo hubo 60 muertos en reyertas entre seguidores del mismo club, 30 en peleas entre aficiones rivales y cinco contra la policía. Incluso un jugador murió tras ser agredido por un aficionado en una liga regional y otro más falleció a manos de otro futbolista. Son datos que recoge Salvemos al Fútbol, una ONG que desde hace una década trabaja contra "las violencias" en el fútbol argentino. En plural. Porque el secretario general de la organización, Federico Czesli, apunta que “la física no es la única violencia, así como los barras brava [nombre por el que se conoce a los grupos ultras en Argentina] no son los únicos violentos. Es un problema mayor”.
De la hondura de la cuestión da cuenta una realidad insólita empeñada en trascender libros y películas. Como ocurría en el largometraje El secreto de sus ojos, más de 600 prófugos que seguían acudiendo a la cancha, según datos del Ministerio de Seguridad, fueron atrapados por la policía gracias a que en el acceso a los estadios desde 2016 comenzaron a escanear con un móvil el DNI de los espectadores y a cruzar sus datos con los de dos listas: una de 5.000 individuos que tienen prohibida la entrada a los campos (por faltas o delitos dentro de un estadio) y otra de huidos de la Justicia. “Y en Hollywood le decían a Juan José Campanella [director del filme] que ningún delincuente se arriesgaría”, dice Guillermo Madero, que es, desde 2015, director de Seguridad en Espectáculos Futbolísticos del Ministerio de Seguridad, y el máximo responsable de terminar con la lacra de la violencia. “Es la pasión, pero también es la impunidad, la idea de que en el fútbol vale todo.Con eso es con lo que hay que acabar”, agrega Madero.
Argentina ha empezado, con medidas como la anterior, a dar pasos para poner remedio a esta situación, para hacer del fútbol y su disfrute algo seguro. Y en otra de las acciones se ha involucrado LaLiga, cuya experiencia puede ser la bisagra que lleve a un "cambio de paradigma irreversible", indica con esperanza, aunque con perfecta noción de la ardua labor pendiente, Paula Robla, una de las delegadas de LaLiga en Argentina. En 2014, en España, la muerte del aficionado del Deportivo de La Coruña Francisco Javier Romero Taboada, conocido como Jimmy, lo alteró todo. Desde ese instante LaLiga ha conseguido erradicar la violencia de la competición en base a la adopción de una serie de medidas de seguridad, normas en las que se basa el convenio de colaboración que LaLiga firmó en octubre de 2017 con el Ministerio de Seguridad de la Nación Argentina.
Robla formó parte del equipo que concibió el convenio con el Ministerio de Seguridad de ese país. "En estos dos años he podido observar de primera mano el compromiso adquirido por Argentina en lo que a la lucha contra la violencia en las canchas se refiere", asegura. La colaboración ha sido estrecha desde entonces.
“Tomamos modelos que son exitosos, como el de LaLiga, a los que nos queremos parecer”, indica Madero, que explica cómo los expertos enviados por la competición española les asesoraron en materia de normativa y de infraestructuras y tecnología. La esencia del fútbol argentino también tiene que ver con el colorido de un estadio y la entrega en los cánticos durante un partido. “Pero no podemos seguir dejando la fiesta en manos de los violentos”, aduce Madero. Y en esto el ejemplo de LaLiga ya ha cundido. El ministerio planea regular a los grupos y controlar el espacio del graderío en que se ubican siguiendo la experiencia española de las gradas de animación, que tienen entradas nominativas y acceso mediante huella dactilar.
Florentino Villabona, director de Seguridad de LaLiga, fue uno de los expertos que viajó a Argentina. El excomisario español destaca otros cuatro puntos que, habiendo sido un éxito en España y atendiendo al contexto cultural argentino, podrían ser exportables y aplicables al fútbol de ese país. El primero de todos, que de veras se vigile que no se supere el aforo de los campos y que no haya aficionados sin asiento asignado. Fundamental. Dos, la figura del director de seguridad, que sirve de nexo entre el club y la policía. Tres, entradas de los aficionados visitantes con nombre y apellidos y, por último, la creación de un libro de registro de actividades, que recoja las peñas, sus componentes y las pancartas que suelen exhibir. Desde 2013, por prevención, los aficionados del equipo visitante no pueden acudir a los estadios argentinos.
Madero es consciente de la dificultad del cambio conductual y cultural. “Tenemos que construir un proyecto a largo plazo, pero también dar respuesta a las emergencias”. Entre 2006 y 2017, se registraron 623 incidentes violentos en los campos argentinos, según un estudio realizado por los investigadores Diego Murzi y Fernando Segura. Casi el 40% de ellos no provienen de la violencia de las barras bravas. Un 14%, según el informe, es causado por la actuación policial, un 11% por aficionados individuales, un 10% por jugadores y cuerpo técnico y un 2% por otros actores (dirigentes, periodistas, seguridad privada…). No fueron integrantes de la barra brava de River Plate quienes arrojaron las piedras al bus de Boca Juniors, el incidente que llevó la final de la Copa Libertadores a Madrid.
Aunque el problema sea general, las barras lo hacen estructural. Y están legitimadas por muchos clubes. “La capacidad demostrada para pelearse incrementa el estatus dentro del grupo social al que se pertenece, el individuo se hace respetable dentro de ese grupo y accede a otros espacios de poder y de pertenencia. Para muchos hinchas es una muestra de honor: el que aguanta por sus colores frente al cobarde”, reflexiona desde Salvemos al Fútbol Czesli, antropólogo especializado en formación de futbolistas. “El combate es un mandato de masculinidad”, sentencia. Cuando la plantilla de Boca partía rumbo a Madrid el pasado diciembre, el bus lo estaba custodiando La 12, la barra brava del conjunto azul y oro. Hace pocas semanas, cuando La Bombonera cantaba en contra del presidente del club, Daniel Angelici, varios integrantes de la barra pasaron caminando por las gradas laterales para intimidar al resto de aficionados. “Todos los actores niegan a las barras bravas pero negocian por abajo”, añade Czesli.
Las peleas entre los hinchas del mismo equipo conforman los incidentes violentos más repetidos. En este sentido, la disputa de distintas facciones de las barras bravas cobran protagonismo. En Argentina, donde se juega sin público visitante, el 56% de las muertes vinculadas al fútbol se debe a peleas internas de las hinchadas.
Desde el Ministerio de Seguridad argentino se ha impulsado un proyecto de ley para tipificar a las barras bravas como grupos criminales organizados y encarcelar a aquellos dirigentes que les den pábulo. En la redacción del mismo texto se incluye que ningún cargo político ni funcionario público puede integrar la directiva de un equipo.“Es sabido que muchas campañas políticas, por ejemplo, están organizadas por las barras”, explica Czesli. "Son grupos que tienen presencia en distintos barrios y municipios y que gracias a ese capital social se van haciendo fuerte en diferentes territorios".
La oposición al rival está tan enraizada en la cultura futbolística argentina que es normal ver a niños menores de 10 años entonar cánticos en el campo junto a su familia que son literales amenazas a la vida de los aficionados rivales. Hasta al presidente de Boca, Daniel Angelici, en una reunión de peñas en Barcelona, cuando el equipo jugó el trofeo Joan Gamper en 2018, se le escapó uno de los gritos de guerra de su afición: “Quiero la Libertadores y una gallina matar”. Es un cuento, el del fin de la violencia en el fútbol argentino, cuya solución solo se vislumbra en un futuro indeterminado, según los expertos. "Indudablemente, es un camino a largo plazo, se están sentando las bases para un fútbol argentino más seguro", concluye Robla, de LaLiga. Al menos ya hay quienes lo están escribiendo.
A. Martín
El País
Algunos dicen que es el mejor cuento de fútbol jamás escrito:
“Hay partidos que no se pueden perder. Si me decían que tenía que matar a mi vieja, me daba lo mismo, hermano”, dice el protagonista de El viejo Casale, un cuento del argentino Roberto Fontanarrosa. Bajo ese pretexto, un grupo de amigos secuestra a un anciano con problemas cardíacos que nunca había visto a Rosario Central perder ante su archirrival Newell´s Old Boys para que sirviera de amuleto durante un derbi rosarino. El hechizo del viejo, de apellido Casale, se cumple y Central vence en Buenos Aires al club que vio nacer a Messi. Pero el corazón de Casale dice basta y el viejo fallece en aquella grada. “¡Así se tenía que morir, que hasta lo envidio, hermano, te juro, lo envidio! ¡Porque si uno pudiera elegir la manera de morir, yo elijo esa, hermano! Yo elijo esa”, concluye el protagonista.
Nadie dibujó con tanta precisión la cultura futbolística de las gradas argentinas como Fontanarrosa. Allí lo llaman folclore, pero esa ansia de ganar como sea, a cualquier precio y aniquilando al rival se ha ido de las manos en Argentina. Superando la ficción de Fontanarrosa, entre 2006 y 2017 el fútbol dejó para el país un saldo de 106 víctimas mortales, la mayoría por peleas de hinchas y no necesariamente contra los del equipo contrario. En ese periodo hubo 60 muertos en reyertas entre seguidores del mismo club, 30 en peleas entre aficiones rivales y cinco contra la policía. Incluso un jugador murió tras ser agredido por un aficionado en una liga regional y otro más falleció a manos de otro futbolista. Son datos que recoge Salvemos al Fútbol, una ONG que desde hace una década trabaja contra "las violencias" en el fútbol argentino. En plural. Porque el secretario general de la organización, Federico Czesli, apunta que “la física no es la única violencia, así como los barras brava [nombre por el que se conoce a los grupos ultras en Argentina] no son los únicos violentos. Es un problema mayor”.
De la hondura de la cuestión da cuenta una realidad insólita empeñada en trascender libros y películas. Como ocurría en el largometraje El secreto de sus ojos, más de 600 prófugos que seguían acudiendo a la cancha, según datos del Ministerio de Seguridad, fueron atrapados por la policía gracias a que en el acceso a los estadios desde 2016 comenzaron a escanear con un móvil el DNI de los espectadores y a cruzar sus datos con los de dos listas: una de 5.000 individuos que tienen prohibida la entrada a los campos (por faltas o delitos dentro de un estadio) y otra de huidos de la Justicia. “Y en Hollywood le decían a Juan José Campanella [director del filme] que ningún delincuente se arriesgaría”, dice Guillermo Madero, que es, desde 2015, director de Seguridad en Espectáculos Futbolísticos del Ministerio de Seguridad, y el máximo responsable de terminar con la lacra de la violencia. “Es la pasión, pero también es la impunidad, la idea de que en el fútbol vale todo.Con eso es con lo que hay que acabar”, agrega Madero.
Argentina ha empezado, con medidas como la anterior, a dar pasos para poner remedio a esta situación, para hacer del fútbol y su disfrute algo seguro. Y en otra de las acciones se ha involucrado LaLiga, cuya experiencia puede ser la bisagra que lleve a un "cambio de paradigma irreversible", indica con esperanza, aunque con perfecta noción de la ardua labor pendiente, Paula Robla, una de las delegadas de LaLiga en Argentina. En 2014, en España, la muerte del aficionado del Deportivo de La Coruña Francisco Javier Romero Taboada, conocido como Jimmy, lo alteró todo. Desde ese instante LaLiga ha conseguido erradicar la violencia de la competición en base a la adopción de una serie de medidas de seguridad, normas en las que se basa el convenio de colaboración que LaLiga firmó en octubre de 2017 con el Ministerio de Seguridad de la Nación Argentina.
Robla formó parte del equipo que concibió el convenio con el Ministerio de Seguridad de ese país. "En estos dos años he podido observar de primera mano el compromiso adquirido por Argentina en lo que a la lucha contra la violencia en las canchas se refiere", asegura. La colaboración ha sido estrecha desde entonces.
“Tomamos modelos que son exitosos, como el de LaLiga, a los que nos queremos parecer”, indica Madero, que explica cómo los expertos enviados por la competición española les asesoraron en materia de normativa y de infraestructuras y tecnología. La esencia del fútbol argentino también tiene que ver con el colorido de un estadio y la entrega en los cánticos durante un partido. “Pero no podemos seguir dejando la fiesta en manos de los violentos”, aduce Madero. Y en esto el ejemplo de LaLiga ya ha cundido. El ministerio planea regular a los grupos y controlar el espacio del graderío en que se ubican siguiendo la experiencia española de las gradas de animación, que tienen entradas nominativas y acceso mediante huella dactilar.
Florentino Villabona, director de Seguridad de LaLiga, fue uno de los expertos que viajó a Argentina. El excomisario español destaca otros cuatro puntos que, habiendo sido un éxito en España y atendiendo al contexto cultural argentino, podrían ser exportables y aplicables al fútbol de ese país. El primero de todos, que de veras se vigile que no se supere el aforo de los campos y que no haya aficionados sin asiento asignado. Fundamental. Dos, la figura del director de seguridad, que sirve de nexo entre el club y la policía. Tres, entradas de los aficionados visitantes con nombre y apellidos y, por último, la creación de un libro de registro de actividades, que recoja las peñas, sus componentes y las pancartas que suelen exhibir. Desde 2013, por prevención, los aficionados del equipo visitante no pueden acudir a los estadios argentinos.
Madero es consciente de la dificultad del cambio conductual y cultural. “Tenemos que construir un proyecto a largo plazo, pero también dar respuesta a las emergencias”. Entre 2006 y 2017, se registraron 623 incidentes violentos en los campos argentinos, según un estudio realizado por los investigadores Diego Murzi y Fernando Segura. Casi el 40% de ellos no provienen de la violencia de las barras bravas. Un 14%, según el informe, es causado por la actuación policial, un 11% por aficionados individuales, un 10% por jugadores y cuerpo técnico y un 2% por otros actores (dirigentes, periodistas, seguridad privada…). No fueron integrantes de la barra brava de River Plate quienes arrojaron las piedras al bus de Boca Juniors, el incidente que llevó la final de la Copa Libertadores a Madrid.
Aunque el problema sea general, las barras lo hacen estructural. Y están legitimadas por muchos clubes. “La capacidad demostrada para pelearse incrementa el estatus dentro del grupo social al que se pertenece, el individuo se hace respetable dentro de ese grupo y accede a otros espacios de poder y de pertenencia. Para muchos hinchas es una muestra de honor: el que aguanta por sus colores frente al cobarde”, reflexiona desde Salvemos al Fútbol Czesli, antropólogo especializado en formación de futbolistas. “El combate es un mandato de masculinidad”, sentencia. Cuando la plantilla de Boca partía rumbo a Madrid el pasado diciembre, el bus lo estaba custodiando La 12, la barra brava del conjunto azul y oro. Hace pocas semanas, cuando La Bombonera cantaba en contra del presidente del club, Daniel Angelici, varios integrantes de la barra pasaron caminando por las gradas laterales para intimidar al resto de aficionados. “Todos los actores niegan a las barras bravas pero negocian por abajo”, añade Czesli.
Las peleas entre los hinchas del mismo equipo conforman los incidentes violentos más repetidos. En este sentido, la disputa de distintas facciones de las barras bravas cobran protagonismo. En Argentina, donde se juega sin público visitante, el 56% de las muertes vinculadas al fútbol se debe a peleas internas de las hinchadas.
Desde el Ministerio de Seguridad argentino se ha impulsado un proyecto de ley para tipificar a las barras bravas como grupos criminales organizados y encarcelar a aquellos dirigentes que les den pábulo. En la redacción del mismo texto se incluye que ningún cargo político ni funcionario público puede integrar la directiva de un equipo.“Es sabido que muchas campañas políticas, por ejemplo, están organizadas por las barras”, explica Czesli. "Son grupos que tienen presencia en distintos barrios y municipios y que gracias a ese capital social se van haciendo fuerte en diferentes territorios".
La oposición al rival está tan enraizada en la cultura futbolística argentina que es normal ver a niños menores de 10 años entonar cánticos en el campo junto a su familia que son literales amenazas a la vida de los aficionados rivales. Hasta al presidente de Boca, Daniel Angelici, en una reunión de peñas en Barcelona, cuando el equipo jugó el trofeo Joan Gamper en 2018, se le escapó uno de los gritos de guerra de su afición: “Quiero la Libertadores y una gallina matar”. Es un cuento, el del fin de la violencia en el fútbol argentino, cuya solución solo se vislumbra en un futuro indeterminado, según los expertos. "Indudablemente, es un camino a largo plazo, se están sentando las bases para un fútbol argentino más seguro", concluye Robla, de LaLiga. Al menos ya hay quienes lo están escribiendo.